¿Podríamos usar como símil de lo extraño el hablar de rusos en Yibuti? Pues no debería sonar tan raro porque, en el último cuarto del siglo XIX, el Imperio Ruso fundó una colonia en ese rincón del Cuerno de África. Aprovechaba la confusión que se había formado cuando la guarnición egipcia recibió orden de retirarse y Francia se apresuró a ocupar su lugar haciendo caso omiso a las protestas, tanto de Egipto como del Imperio Británico. El intento de pescar en río revuelto no le salió bien a Rusia, que tras una escaramuza vio cómo sus colonos era detenidos y deportados por los franceses en apenas un mes.
La República de Yibuti es hoy un pequeño estado encajado entre Eritrea, Etiopía y ese fantasmagórico país desgajado de facto de Somalia que se llama Somaliland. Ubicado justo en el Estrecho de Bab el-Mandeb, que es el que separa el Mar Rojo del Golfo de Adén, con la costa de Yemen enfrente, posee el área más pequeña de la región y una de los menores de África, con 23.200 kilómetros cuadrados, a pesar de lo cual su población es multiétnica, con menos de un millón de habitantes (también es el país menos poblado del continente), siendo sus únicos nexos el uso de los dos idiomas comunes (francés y árabe) y que la inmensa mayoría practican la fe musulmana, la oficial.
Pero, mirando un mapa, a nadie se le escapa su ubicación geográfica, perfecta para controlar el paso entre el citado Mar Rojo y el Océano Índico, lo que lo convierte en una auténtica llave geoestratégica. En la Antigüedad tenía un valor añadido: formaba parte de la Tierra de Punt, un reino muy rico que atrajo el interés de Egipto, el cual envió varias expediciones ya desde el Imperio Antiguo -aunque la más famosa fue la de la reina Hasthepsut- para entablar relaciones comerciales y conseguir así productos como oro, ébano, marfil, madera, resinas aromáticas, etc.

Una de sus ciudades, Zeila, que actualmente ha quedado en territorio somalí, fue de las primeras del mundo en adoptar el Islam, algo que se extendió al resto gracias a la proximidad de la Península Arábiga. A partir de ahí, Yibuti fue incorporada primero al Sultanato de Ifat (siglo XIII) y después al de Adal (siglo XV), antes de que el Imperio Otomano conquistase todo el litoral africano noreste y convirtiese Yibuti en un eyelato dependiente del pachá de Egipto. Ése era su estatus en 1864, cuando el gobernador Abou Baker ordenó a la guarnición del pueblo costero de Sagallo trasladarse a la citada Zeila; en cuanto se fueron los soldados, se presentó el crucero francés Seignelay y sus hombres se acuartelaron cerca, en Obock.
Eso provocó la protestas de egipcios y británicos; estos últimos incluso enviaron tropas a Zeila para protegerla del expansionismo galo y firmaron un acuerdo con el emperador de Etiopía que ponía fin a las diferencias que mantenían, algo que permitía liberar al ejército egipcio de ese frente y aprestarlo para una posible guerra con Francia, en lo que constituía un auténtico precedente de lo que pasaría en Fachoda catorce años más tarde. El objetivo de los franceses era asegurarse una estación carbonera donde pudieran repostar sus buques cuando cruzasen el Canal de Suez, lo que les evitaría la dependencia de tener que ir a comprar el carbón a Adén, por eso en 1883 habían firmado un tratado con los somalíes para establecer un protectorado.

Ésa era la tensa situación cuando a Konstantín Pobedonóstsev, uno de los hombres más poderosos de Rusia, estadista, consejero imperial y tutor del zarévich, decidió que podía aprovechar para hacerse un hueco en la cotizada región, consiguiendo así presencia en África, de donde su país había sido excluido en aquella Conferencia de Berlín que repartió el continente.
Pobedonóstsev, además, era un ultraconservador profundamente religioso que contaba con que la comunidad cristiana abisinia -seguidora del rito ortodoxo- recibiría de buen grado la presencia rusa y, de hecho, ya tenía a un agente trabajando extraoficialmente sobre el terreno con el objetivo de estrechar lazos con el Imperio Etíope. Se trataba de Nikolay Ivanovitch Achinov, un cosaco del óblast de Penza de treinta y dos años que había vivido varias aventuras en las rutas caravaneras entre Persia y Turquía, y que aseguró que Mohammed Loitah, sultán de Tadjoura, le había arrendado allí unas tierras, por lo que a él se le encargó la misión de establecer una colonia.
Achinov fletó un barco llamado Kornilov que el 10 de diciembre de 1888 zarpó de Odessa llevando a bordo ciento sesenta y cinco personas. Una treintena eran cosacos de Terek (región del Volga), más doce circasianos y otros voluntarios enrolados en el mismo puerto de partida; también había cuatro monjes, uno de ellos un archimandrita (abad) de nombre Paissi, que debían propagar el paneslavismo. Desembarcaron en Alejandría y para despistar a británicos e italianos transbordaron a otra nave, el Lazarev, que los llevó a Port Said, donde Achinov adquirió el mercante austríaco Anfitrite. Con él descendieron por el Mar Rojo hasta Sagallo donde, tal como estaba previsto, en enero de 1889 fueron bien recibidos por un grupo de sacerdotes abisinios; de hecho el negus Juan IV solicitó acordar una importante compra de armas de fuego y municiones con las que echar a los italianos del este de Somalia.

Por supuesto, todo eso no pasó desapercibido a los franceses, quienes ya estaban asentados en la vecina ciudad de Obock y consideraban la presencia rusa una injerencia en su protectorado. Achinov se sabía en desventaja militar, por lo que eludió cualquier signo de hostilidad y hasta ofreció a los galos enarbolar su bandera (una variante de la nacional con una cruz de San Andrés amarilla encima) junto a la tricolor de Francia. Pero los cosacos que llevaba consigo estropearon sus intenciones al robar ganado a los danakil (una tribu local), espantando a sus dueños a tiros. Aunque Achimov ofreció una indemnización de sesenta francos, los franceses entendieron que no era capaz de controlar a su gente y se mostraron reacios a aceptar de buen grado su presencia. No les faltaba razón porque Achinov tuvo que pagar a los cosacos para reprimir sus ansias de pillaje, aunque no tardaron en volver a las andadas.
La misión peligraba nada más empezar y Achinov, que eligió el fuerte abandonado por los egipcios como base, bautizándolo como Nueva Moscú, creyó prudente izar la bandera de la Cruz Roja junto a la rusa. Asimismo, instaló una carpa que sirviera de iglesia en honor de San Nicolás, lo cual acentuó las suspicacias de sus vecinos y dio origen al rumor, extendido por la prensa, de que la expedición rusa era enorme y muy ambiciosa, cuando en realidad resultaba extraordinariamente modesta. Apenas habían pasado unos días desde el arribo del Anfitrite y la cancillería de París, azuzada por un Imperio Británico que temía la desestabilización de la zona, exigió explicaciones al gobierno de San Petersburgo por vulnerar territorio francés. El embajador ruso tuvo que decir que Achinov no representaba oficialmente a Rusia -luego veremos por qué-, lo que significaba que le dejaban solo.
El 5 de febrero fondearon en Obock los cruceros Seignelay y Primauguet, uniéndose a los cañoneros Météore y Pingouin, al mando del almirante Jean Baptiste León Olry. El gobernardor, Léonce Lagarde, le proporcionó tropas de infantería que embarcaron en dos de los cañoneros y el día 16, dado que el barco prometido por el zar para evacuar a los colonos no llegaba, se presentaron en Sagallo con la exigencia de que los rusos dejasen sus armas en la playa y en una hora se dispusieran a evacuar el fuerte. Al parecer, Achinov no entendió que se trataba de un ultimátum y, por tanto, no se movió. Transcurrido el tiempo concedido, los barcos abrieron fuego para sorpresa de los rusos, que tras quince minutos de bombardeo sufrieron seis muertos y veintidós heridos (las cifras son confusas). Carentes de artillería, pues únicamente contaban con medio centenar de fusiles y algunas ametralladoras, no pudieron hacer otra cosa que rendirse.

Una camisa hizo las veces de bandera blanca. Los soldados galos desembarcaron, tomaron el control de la posición y dinamitaron el fuerte mientras los colonos eran apresados y llevados a Obock. Desde allí se los deportaría a Odessa una semana más tarde, vía Suez y a bordo del Zabiyaka.
Entretanto, el gobierno ruso desautorizaba oficialmente la aventura de Achinov y negaba cualquier responsabilidad en ella acusándole de piratería y desobediencia al zar; fue confinado por ello en su región natal hasta 1891. Escapó antes de terminar la condena, refugiándose primero en París y luego en Londres. Un año más tarde regresó a su país y el zar ordenó su reclusión en Ucrania durante una década.
Y es que no todos en Rusia habían apoyado aquella empresa. Al zar Alejandro III le entusiasmó, pero el ministro de Exteriores se opuso porque ponía en peligro la negociación que estaba llevando a cabo con la República Francesa para la firma de una alianza (se materializaría en 1892 y duraría hasta 1917), que a ésta le permitiría salir del aislamiento internacional en el que se encontraba desde su derrota ante Prusia y al Imperio Ruso la obtención de un considerable empréstito con bancos galos. De ahí que la misión no tuviera carácter oficial y que el buque de guerra prometido por el ministro de Guerra, el almirante Iván Alexievich Shestakov, nunca apareciera.
Fuentes
A history of Ethiopia: Nubia and Abyssinia (E. A. Wallis Budge)/Foreign relations with Ethiopia: human and diplomatic history (from its origins to present) (Lukian Prijac, ed.)/The Russians in Ethiopia (Ceslaw Jesman)/La increíble historia de Nueva Moscú, la fallida colonia rusa en África (Jaime Noguera en Russia Beyond)/Asinov, un cosaco en África (Historia Para No Dormir)/Wikipedia
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