Si alguien tiene pensado visitar la ciudad alemana de Magdeburgo, inevitablemente llevará en mente entrar en la catedral. En tal caso, le recomendamos que se acerque a la tumba de Otón I el Grande, donde descubrirá una insólita estatua: un caballero medieval, con su espada al cinto, su cota de malla, su almófar y su sobrevesta, pero con la asombrosa particularidad de ser negro.
No se trata de una obra adscrita a lo políticamente correcto sino de la representación de San Mauricio, patrón del Sacro Imperio Romano Germánico (cuya corona llevó Otón durante once años, en el siglo X). Fue un oficial egipcio-romano de la Legión Tebana, diezmada, según la tradición, por Diocleciano al negarse a combatir a los cristianos.
Evidentemente, la iconografía mauriciana se basa en el convencionalismo de remarcar el origen africano del santo, aún cuando en Egipto los subsaharianos son minoría y, en todo caso, más habituales en el extremo meridional, próximo a Sudán (de allí procedía la XXV dinastía, la Kushita, cuyos faraones eran negros).
A mediados del siglo III d.C., cuando el Imperio Romano dominaba el país, Diocleciano creó allí una provincia denominada Tebaida, que comprendía los trece nomos sureños entre Abidos y Asuán. Al ser su territorio mayormente desértico, muchos ermitaños cristianos eligieron ese lugar para establecerse y personajes como San Antonio Abad o, posteriormente, Pacomio hicieron arraigar la religión de Cristo.
El caso de Pacomio es especialmente oportuno porque se trataba de un soldado romano, natural de Tebas, que formó parte del bando de Majencio en la guerra civil por el trono que enfrentó a éste con Constantino. Dado que le reclutaron a la fuerza, tuvo la suerte de no entrar nunca en combate y luego dejaría la vida militar para convertirse en un eremita, impulsor del monaquismo en la Tebaida. Mauricio tuvo un inicio similar; también era tebano, aunque nació tres décadas antes, hacia el 250 d.C., y al igual que él ingresó en el ejército pero de forma voluntaria, para desarrollar una carrera militar.
Por entonces, los romanos tenían dos guarniciones en la Tebaida, correspondientes a la Legio I Maximiana y a la Legio II Flavia Constantia, ambas creadas por Diocleciano como comitatenses, es decir, tropas móviles sin sede fija. Sin embargo, las hagiografías cristianas, que son la única fuente documental, dicen que Mauricio habría ingresado en la Legión Tebana, cuya identificación resulta confusa.
El historiador decimonónico francés Amédée Thierry opina que fue organizada fusionando diversos cuerpos de los ejércitos de Oriente, como la Legio XXII Deiotariana, fundada en el 48 a.C. y desecha en algún momento de la primera mitad del siglo II d.C. porque la última referencia a ella fue en el 119 d.C. y veintiséis años más tarde no aparece en la lista de fuerzas militares romanas.
El caso es que la Deiotariana estuvo acantonada en Tebas antes de ser enviada a Aelia Capitolina (actual Jerusalén) para reprimir la rebelión de Simón bar Kojba, un líder judío que se proclamó Nasí (príncipe) en tiempos de Adriano, antes de ser derrotado en el 135 d.C. Es posible que la legión sufriera tantas bajas que se decidió unir a los supervivientes con otras unidades. Pero también lo es que no se tratase de ella porque otro historiador del siglo XIX, Charles Robert, hizo un estudio en el que identificó dos legiones formadas por tebanos, la III Diocletiana Thebaeorum y la ya citada I Maximiana Thebaeorum, cuyos creadores fueron, como se puede deducir de sus nombres, el emperador Diocleciano y su césar Maximiano (en realidad formaron una tercera, la I Jovia Foelix Thebaeorum).
En suma, es un misterio sobre el que los expertos no se ponen de acuerdo pero fuera cual fuese, si retomamos el relato clásico, al menos cuatro de sus oficiales se convirtieron al cristianismo por influencia del obispo Himeneo y se comprometieron ante el papa Cayo a desobedecer cualquier orden imperial contra su nueva fe. Cayo, vigésimo octavo pontífice, tenía la irónica particularidad de ser sobrino de Diocleciano, por lo que se le suponía lo suficientemente bien informado como para confirmar el rumor de que su tío planeaba empezar una campaña contra la rebelión bagauda de la Galia, que ya estaba combatiendo el césar (coemperador) Maximiano, de ahí que Mauricio, Inocencio, Exuperio y Cándido, los oficiales en cuestión, se mostrasen remisos a obedecer.
Los bagaudas eran una serie de bandas formadas por una extraña mezcla de bandidos, revolucionarios, desertores, esclavos fugados, campesinos arruinados e indigentes que trataban de sobrevivir mediante el pillaje, si bien el movimiento fue adquiriendo tintes más complejos con cuestiones políticas, sociales y económicas, exigiendo autonomía, rebajas fiscales y amnistías jurídicas. El problema no estaba sólo en su pervivencia en el tiempo (surgieron hacia el último cuarto del siglo III d.C. y se prolongarían durante siete más) sino en su extensión a otros territorios y el hecho de que algunos pueblos bárbaros vieran en ellos una oportunidad de desafiar a Roma, aliándose. Por eso Diocleciano los consideró un riesgo lo suficientemente importante como para enviar nada menos que a un césar, Maximiano, a reprimirlos en el año 285 d.C.
Y por eso se disponía a mandarle ahora tropas de refuerzo, recayendo la elección en la Legión Tebana, trasladada ad hoc a la Galia. Los legionarios que la formaban -a veces numerados en seis mil seiscientos sesenta y seis para asemejarse al número de la Bestia bíblica- se habían acuartelado en Agaunum (actualmente un pueblo suizo del cantón de Valais, rebautizado Saint Maurice en honor del santo) y recibieron orden de movilizarse para despejar de enemigos lo que hoy se conoce como Gran Paso de San Bernardo, una vía para atravesar los Alpes.
Pero, como era costumbre en el mundo romano, antes de ponerse en marcha debían participar en una ceremonia religiosa, rindiendo culto a los dioses y jurando lealtad al emperador. Y se daba la circunstancia de que la mayoría de los hombres, si no la totalidad, eran cristianos coptos a los que, obviamente, repugnaba la idea de adorar a divinidades paganas.
La tropa se negó y Maximiano, enfurecido, ordenó una decimatio, un castigo tan extraordinariamente duro que a menudo se consideraba contraproducente, de ahí que quedase reservado a casos de gravedad excepcional. Consistía en dividir cada cohorte en grupos de una decena de soldados y ejecutar por sorteo a uno de cada, con el agravante de que los verdugos debían ser sus propios compañeros, los nueve que se habían librado, que a continuación debían pernoctar fuera de la protección de la empalizada del castrum. La sentencia se llevaba a cabo mediante lapidación o apaleamiento y no excluía a los oficiales.
Teniendo en cuenta que en las legiones había diez cohortes y cada una de éstas estaba formada por algo menos de medio millar de hombres, la decimatio resultó terrible; o ejemplar, que es lo que pretendía. Pero la cosa sería aún peor, pues los otros legionarios insistieron en negarse y Maximiano ordenó la aniquilación total de la legión. Hay que deducir que el césar contaría con otras fuerzas o sería imposible ponerlo en práctica, pero la verdad es que tampoco hay que tomarse esta historia al pie de la letra porque se considera más leyenda que otra cosa.
La decimatio era tan rara que la última de la que hay noticia fehaciente la aplicó Galba dos siglos antes y el hecho de que una legión estuviera formada íntegramente por cristianos – que además no eran proclives a servir en el ejército- suena poco creíble.
La clave está en las fuentes. La principal es una carta que San Euquerio, obispo de Lyon, dirigió a mediados del siglo IV a otro obispo, Savio, y que algunos estudiosos consideran una mera plasmación literaria de una tradición local, ya que no aparece referencia alguna a ese episodio en la época en que presuntamente ocurrió, pese a que en principio parecería bastante importante.
Quizá no se trataba de toda la legión sino sólo de un destacamento y por eso ha trascendido el nombre de los cuatro oficiales reseñados (todos canonizados), pero el caso es que, según Euquerio, sus cuerpos fueron encontrados cinco décadas antes por Theodolus, primer obispo de Octudurum, donde construyó una basílica con el objetivo de atraer peregrinos.
El peregrinaje era una muy buena razón para hallar santos fallecidos, ya que suponía un considerable incentivo al comercio regional y proporcionaba a la localidad renombre y ricas donaciones; de hecho, en el siglo VI, el rey burgundio Segismundo regaló tierras y financió la edificación allí de una abadía de la que aún quedan restos.
Por esa misma época, el historiador galo-romano Gregorio de Tours reseñó el carácter milagrero de las reliquias de los santos, si bien trasladando los hechos a Colonia (en Renania también es tradición esta historia y durante mucho tiempo se creyó que los cráneos encontrados en la cripta de la basílica de San Paulino eran de los legionarios muertos, aunque ahora sabemos que corresponden a una necrópolis romana sobre la que se erigió el templo).
De este modo, el eco fue creciendo y la historia de la Legión Tebana se incorporó a la historiografía cristiana; hasta John Foxe lo incluyó en su martirologio propagandístico anticatólico.
No obstante, surgieron versiones historicistas alternativas en las que la mayoría de los legionarios lograron escapar (San Víctor de Marsella, por ejemplo, que terminaría muriendo por aplastamiento al negarse a abjurar), como reflejó el monje Otto de Freising en el siglo XII, o en las que se interpreta que se confundió la decimatio de una única cohorte por la de toda la legión.
Tampoco hay que olvidar que Diocleciano llevó a cabo una dura persecución religiosa que entre los años 284 y 299 se centró en purgar de cristianos el ejército; precisamente los ritos de culto al emperador eran la herramienta empleada para desenmascararlos. Por otra parte, el registro arqueológico ha sacado a la luz monedas y documentos que coincidirían con la presencia de una Legión Tebana en Agaunum o sus alrededores.
El caso es que la historia de San Mauricio y sus píos legionarios ha servido de jugoso tema para el arte, ya que no sólo tenemos la estatua de la tumba de Otón sino multitud de obras del Medievo en adelante, de la mano de artistas como Matthias Grünewald, Rómulo Cincinato, Jean Hey, Lucas Craanach el Viejo, Jan de Herdt, Bernini, Tiziano, Francesco Zugno, El Greco…
Fuentes
St. Maurice (Francis Mershman en The Catholic Encyclopedia)/Lost Legion rediscovered. The mystery of the Theban Legion (Donald O’Reilly)/El libro de los mártires (John Foxe)/Lettres sur la vérité du martyre de Saint-Maurice et de sa légion (M. L’Abbe Moisson, ed.)/Wikipedia