Si queremos visitar un archipiélago casi paradisíaco, deshabitado y medio salvaje, del que una de sus playas fue elegida la más bella del mundo en 2007 y que además forma parte del Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, no es necesario devorar kilómetros, cruzar océanos y saltar de continente en continente; lo tenemos aquí, a un paso, en el extremo noroccidental de España: las Islas Atlánticas de Galicia.
Está formado por las islas Cíes (en la ría de Vigo), Ons (en la ría de Pontevedra), Sálvora (en la ría de Arosa) y Cortegada (también en Arosa), todas las cuales suman un total de 1.194,8 hectáreas terrestres (a las que hay que sumar 7.285,2 marinas) constituyendo un seductor Parque Nacional que afortunadamente se mantiene al margen de la masificación porque su visita requiere permiso previo. Por cierto, se espera ampliar el conjunto con otros territorios insulares cercanos: el archipiélago de Sisargas, que está entre las Rías Bajas y la Costa de la Muerte; la isla de Tambo, en la ría de Pontevedra; y las islas Lobeiras, en la ría de Corcubión.
Las blancas dunas que armonizan cromáticamente con el intenso azul del mar, los agrestes y verticalísimos acantilados, el sabor marinero de algún pintoresco faro, las ruidosas y omnipresentes gaviotas, las misteriosas fornas (cuevas) y los fantásticos fondos marinos, tan silenciosos como llenos de color, son las señas de identidad generales de ese disperso rincón, auténtico santuario de vida para aves marinas, cetáceos, tortugas y otras especies animales y vegetales, algunas endémicas.
Al concretar, descuellan la fantástica playa de Rodas (o la de Bolos, o la de Figueira…), un arenal en forma de media luna que enlaza las islas de Monteagudo y Faro formando una encantadora albufera rodeada de pinos; los pecios que tapizan el silencioso mundo submarino insular; los restos monumentales que quedan como testigo de otras épocas -una iglesia aquí, un crucero allá, un antiguo hospital acullá…-; y su historia, con leyendas sobre un origen mitológico, la presencia de Julio César o los piratas que usaban el lugar como base.
Todo ello se puede mejorar aún más con la bonanza del clima, pues las nubes que llegan desde el Atlántico suelen pasar de largo para descargar ya en tierra firme, lo que supone un acicate extra para programar una visita. No es difícil hacerlo, a pesar de que, como decíamos antes, haya que reservar con antelación. Se ha establecido un cupo diario de visitantes de 1.800 a las Cíes, 1.300 a Ons, para unas fechas entre el 15 de mayo y el 15 de septiembre, aunque se puede viajar fuera de ellas en excursiones guiadas.
A algunas islas no hay acceso salvo que se cuente con barco propio, caso de San Martiño, pero hay que solicitar autorización y licencia de fondeo, al igual que para el resto, si bien se puede hacer el mismo día y para varias jornadas en la oficina del Parque. Es importante subrayar que antes de nada es obligatorio obtener dicho permiso, incluso si se va a ir en un ferry. Porque también existe esa posibilidad de llegar a las islas gallegas, obviamente, y son varias las compañías de naves de pasajeros que ofrecen servicio mediante modernos barcos dotados de asientos libres, baños, cubiertas exteriores, cafetería, etc.
Los barcos salen varias veces al día de Vigo, Bueu, Porto Novo, Cangas y Bayona, aunque en realidad hay que consultar horarios y frecuencias porque dependen de la fecha y el puerto de partida.
Sólo queda decidirse a dar el paso y nunca mejor dicho, pues no se permite tráfico rodado. La estancia resultará efímera porque, salvo quien haya reservado pernocta (únicamente en Cíes y Ons, las mismas en las que hay alojamientos y servicios de restauración), tendrá que regresar en el mismo día. Sin embargo, nadie se arrepentirá; eso sí, es crucial procurar que tampoco la Naturaleza lo haga: quien vaya, debe recordar responsabilizarse de no arrojar envases ni residuos -no hay papeleras- para garantizar la perdurabilidad del ecosistema y permitir que todos puedan seguir disfrutando de esa maravilla en el futuro.
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