Una de las fuentes primarias de que disponen los historiadores para datar los acontecimientos de la historia de la antigua Roma es la que forman las tablas consulares. Como indica su nombre, se trata de listas que reseñan los nombres de todos los cónsules que fueron sucediéndose en esa magistratura, primero en la época republicana y después en la imperial. El primer nombre corresponde a Lucio Junio Bruto, en el año 509 a.C.; el último (sin ser también emperador), a Anicio Fausto Albino Basilio, que ejerció en el 541 d.C. en el Imperio Romano de Oriente.

El consulado era la magistratura más importante de Roma, la cumbre del cursus honorum de cualquier ciudadano que se dedicase a la política, como demuestra la exigencia de tener un mínimo de cuarenta y dos años para poder acceder, al menos desde la regulación que hizo Lucio Cornelio Sila. No lo ejercía en solitario sino acompañado de un segundo cónsul para equilibrar el poder, aunque eso perdió importancia cuando los emperadores concentraron competencias prácticamente absolutas. Asimismo, a los cónsules se les fueron acotando sus atribuciones progresivamente, creando otras magistraturas como las de cuestor, censor, pretor, edil curul…

Pero antes, los cónsules fueron los mandatarios efectivos, tanto en la paz como en la guerra, pues aparte de las funciones políticas y religiosas, se les asignaba un ejército a cada uno (y, con el tiempo, también provincias), razón por la cual sólo ocupaban el cargo durante un año; luego, se celebraban comicios para elegir a sus sustitutos. Si uno fallecía antes o quedaba incapacitado, solía designarse un interino, el consul suffectus. Ese poder se manifestaba en su forma de vestir, con toga praetexta (blanca con borde púpura), túnica laticlavia y calcei senatorii (calzado cerrado rojo), y en que siempre iban acompañados de una escolta formada por doce líctores portadores de fasces (una treintena de varas y un hacha sujetos con una cinta de cuero encarnado) y el scipio eburneus (cetro de ébano).

El imperio de Justiniano, a mediados del siglo VI d.C., cuando Anicio fue el último cónsul / Imagen: Plandeestudios en Wikimedia Commons

El consulado fue una de las primeras magistraturas de la historia romana, pues es la que asumió la función dirigente después de la caída de la monarquía y, de hecho, el término inicial no era cónsul sino pretor, que significa algo así como caudillo o líder. No fue hasta el año 305 a.C. que se rebautizó recurriendo al verbo consulere, que algunos autores antiguos traducían etimológicamente como tomar consejo pero que en realidad es más probable que derive de la conjunción de términos con (reunirse) y sal (junto a), dado que es entonces cuando se establece la dualidad colegiada.

Cabe puntualizar que en un primer momento no había cónsules de continuo, pues durante el conflicto entre patricios y plebeyos podían ocupar su sitio los tribunos consulares, aunque se recuperaron definitivamente en la segunda mitad del siglo IV a.C. El consulado estuvo reservado a los patricios hasta la promulgación en el 367 a.C. de la Lex Licinia Sexta, según la cual al menos uno de los dos cónsules debía ser plebeyo; Lucio Sextio Laterano fue el primero de esa clase social, si bien en la práctica solían ser quince familias las que presentaban candidatos.

Sólido acuñado por Atalarico con su efigie / Imagen: Classic Numismatic Group en Wikimedia Commons

La pérdida de competencias, el poder omnímodo de los emperadores y el ascenso de la clase ecuestre a la administración terminó por despojar a los cónsules de buena parte de su razón de ser, adelantando muchísimo la edad exigida para ser nombrado y volviéndose frecuente enlazar más de un consulado seguido. Así se llegó al reinado de Constantino, quien introdujo la novedad de asignar un cónsul a cada una de las capitales, Roma y Constantinopla. Cuando el imperio quedó dividido en dos con Teodosio, los respectivos emperadores nombrarían a sus cónsules, salvo en casos excepcionales en los que las circunstancias exigían que uno solo se encargase de designar a los dos.

Pero el consulado ya era únicamente una reliquia del pasado, un mero puesto honorífico que se terminó en el siglo VI d.C. con dos nombres propios. En Occidente, el último titular fue un aristócrata llamado Decio Paulino, nombrado para el cargo en el año 534 d.C. (aunque al año siguiente sería cónsul ordinario con Justiniano) pero no por el Senado sino por Atalarico, monarca ostrogodo, nieto de Teodorico el Grande (quien se había proclamado Rey de Italia), que murió joven y sólo llegó a reinar ocho años. En Oriente, el honor correspondió a Anicio Fausto Albino Basilio, en el 541 d.C., aunque recordemos que hablamos del último cónsul que además no era también emperador.

Albino no aparece en los fasti o listas consulares porque habían sido suprimidas en el 537 en favor de una nueva forma de datación cronológica basada en los reinados de emperadores y en la indicción.

Detalle del díptico de Anicio / Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Ésta consistía en un período de quince años que Constantino introdujo en el calendario bizantino en el 312 d.C. para facilitar el cobro de tributos y que luego aprovechó Justiniano en su Corpus Iuris Civilis para fechar los documentos; el sistema, que perviviría en diplomática durante la Edad Media, resulta más claro que el consular y que las diversas variantes de los calendarios cristianos.

De Anicio Fausto Albino Basilio no sabemos gran cosa, ya que su paso a la Historia se debe precisamente a haber sido quien cerró la relación de cónsules. Por su nombre, los historiadores suponen que pertenecía a la gens Anicia, que era de origen plebeyo (en época imperial ya aparece ennoblecida) y se remontaba al siglo IV a.C., siendo el primer miembro destacado Lucio Anicio Gallus, un general que luchó contra los ilirios en la Tercera Guerra Macedónica.

Una rama de la familia se instaló en Constantinopla e incrementó su prestigio; a ella pertenecieron el emperador Olibrio, el filósofo Boecio y nuestro protagonista.

Otros opinan que su gens podría haber sido la Decia, ya que era nieto de Cecinio Decio Máximo Basilio, cónsul en el 480 d.C., y quizá hijo del senador Cecino Decio Fausto Albino, que accedió asimismo al consulado -junto a Flavio Eusebio- en tiempos de Teodorico el Grande (fue aquel al que Boecio defendió de unas acusaciones de traición que le valieron acabar él también acusado y condenado).

San Benito recibe al rey ostrogodo Totila (Mathieu Elias) / Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Los Decios también eran plebeyos en origen, quizá de procedencia osca. En cualquier caso, Anicio fue nombrado cónsul en Constantinopla, en el año 541 d.C. Él solo, sin compañero, y unos meses después de que Rávena cayera en manos de los bárbaros, todo lo cual hace deducir a los expertos que seguramente Justiniano buscaba con ello simbolizar la restauración del imperio.

Y pocos datos más hay, salvo que estaba en Roma cuando la conquistaron los ostrogodos de Totila en el 546 d.C., por lo que tuvo que huir de la ciudad acompañado de Flavio Decio (que había sido cónsul en 529), Rufio Petronio Nicómaco Cetego (ex-cónsul y presidente del Senado) y el general Bessas (que había sido uno de los hombres de confianza del famoso Belisario).

A partir de ahí, el personaje se pierde en el olvido, casi en paralelo a la fusión de la magistratura consular con la dignidad imperial, y únicamente queda el díptico que lleva su nombre y enumera los títulos que tenía: ilustris vir (hombre ilustre, propio de los senadores y altos cargos), comes domesticorum (jefe de la guardia personal del emperador), patricius (originalmente la clase superior; pero, al caer Occidente, la palabra se usó en el Imperio de Oriente como dignidad honorífica); y, sí, cónsul ordinario.


Fuentes

Historia de Roma (Sergei Ivanovich Kovaliov)/S.P.Q.R. Una historia de la antigua Roma (Mary Beard)/La caída del Imperio Romano (Adrian Goldsworthy)/The prosopography of the Later Roman Empire: AD 395-527 (John Robert Martindale)/Bizancio (Franz Georg Maier)/Historia de Roma (Francisco Javier Lomas Salmonte y Pedro López Barja de Quiroga)/The consul at Rome. The civil functions of the consuls in the Roman Republic (Francisco Pina Polo)/ Wikipedia


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