El 2 de octubre de 1187, Saladino provocaba el colapso del Reino de Jerusalén tras someter su capital a un asedio de dos semanas y finalmente conquistarla. Aquella victoria provocó la Tercera Cruzada, que no conseguiría recuperar la ciudad. Sin embargo, aunque es frecuente leer que Jerusalén quedó definitivamente en manos musulmanas, lo cierto es que retornó a los cristianos durante diez efímeros años, entre 1229 y 1239, gracias a una cesión que Al-Kamil, el sobrino de Saladino, hizo a Federico II Hohenstaufen, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, para poner fin a la Sexta Cruzada. Y antes, durante la quinta, se entrevistó con Francisco de Asís.

Ya hemos dedicado otros artículos a Saladino, el sultán de Egipto y Siria fundador de la dinastía ayubí que unificó a todos los musulmanes del norte de África y Oriente Próximo contra el Califato Abasí primero y los cruzados después, consiguiendo la admiración general no sólo por su genio militar sino también por su caballerosidad.

Pues bien, Saladino tenía un hermano llamado Al-Adil, al que los cristianos solían referirse como Safadino debido a su título de Sayf al-Din (Espada de la Fe), que se constituyó en su mano derecha, ayudándole valiosamente en sus campañas porque también demostró gran competencia en la guerra y en la política.

Saladino en una miniatura anterior al año 1185 (Ismail al-Jazari) / Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Tan destacada era la figura de Al-Adil que incluso Ricardo Corazón de León le propuso entroncar con su familia por vía matrimonial, ofreciéndole como posibles esposas a su hermana menor Juana de Inglaterra o a su sobrina Eleanor de Bretaña para que reinara con alguna de ellas en Jerusalén. Al-Adil se mostró interesado pero la alta jerarquía de la Iglesia se opuso y amenazó con excomunión, así que el plan se frustró y, a la muerte de Saladino, se desató la consiguiente disputa por la sucesión.

Al-Adil trató de mediar entre los hijos de Saladino pero no hubo forma de alcanzar un acuerdo y al final apoyó al que su hermano quería como heredero, Al-Afdal, a cambio de ser nombrado sultán de Egipto y Siria. En ese cargo realizó una notable labor, aunque buena parte de ella se debió a su hijo Al-Kamil, que era quien ejercía mientras él salía a alguna de sus numerosas campañas.

Feudos del Reino de Jerusalén en 1187, cuando cayó en poder de Saladino / Imagen: Ylia Jakubovich en Wikimedia Commons

El gran objetivo de ambos fue evitar una nueva cruzada que volviera a estropear la recuperación económica, por eso mantuvieron buenas relaciones con los estados cruzados y fomentaron el intercambio comercial con ellos. Lamentablemente, los propósitos eran una cosa y la realidad otra.

Tras dos décadas de tranquilidad y prosperidad, todo se desmoronó cuando el papa Inocencio III convocó la Quinta Cruzada, confirmada por su sucesor Honorio III. Los abanderados fueron el rey Andrés II de Hungría y Leopoldo VI de Austria, que trataron de tomar Jerusalén infructuosamente y en 1218 recibieron el refuerzo de dos ejércitos nórdicos liderados por Olivier de Colonia y Guillermo I de Holanda, que pactaron una alianza con el sultanato selyúcida de Rüm para atacar Siria abriendo un segundo frente. Con la ayuda de una flota genovesa, pusieron sitio a Damieta, ciudad que debía defender Al-Kamil porque estaba en Egipto, su gobernación.

Y es que Al-Adil acababa de fallecer dejando el testigo a su hijo pero, para evitar los típicos problemas que surgían en esas circunstancias, los dominios ayubíes se dividieron en tres partes, siendo la egipcia para él y recayendo las otras dos en sus hermanos Al-Muazam Issa (Palestina y Transjordania) y Al-Ashraf Musa (Siria y Jazira), aunque reconociendo ambos la autoridad del primogénito, pues su progenitor ya lo tenía como virrey.

Al igual que pasaba con su padre, a Al-Kamil Muhammad al-Malik (tal era su nombre completo) se le suele conocer por un apodo: Meledin. Se lo pusieron los cruzados francos, que ya habían intentado romper el statu quo con dos incursiones descoordinadas y fallidas contra Rosetta en 1204 y Damieta en 1211.

Mapa de la Quinta Cruzada / Imagen: Guilhem06 en Wikimedia Commons

Esa última ciudad, como vemos, volvió a sufrir los embates de la guerra siete años más tarde, esta vez de forma mucho más seria hasta el punto de que terminó cayendo sin que Al-Kamil pudiera impedirlo. De hecho, la pérdida de la plaza se debió en parte a un intento de golpe de estado urdido por el emir Imad ad-Din ibn al-Mashtub, comandante del regimiento kurdo Hakkari, que pensaba reemplazarlo por su hermano pequeño Al-Faiz Ibrahim, al que consideraba más flexible.

Al-Kamil tuvo que huir precipitadamente a Yemen (donde gobernaba su hijo Al-Masud) y, aunque al final la llegada de Al-Muazzam puso fin a la conspiración, los cruzados aprovecharon para estrechar el cerco y terminarían tomando Damieta poco después.

Todo hubiese acabado antes si hubieran aceptado la generosa oferta que les hizo Al-Kamil: entrega de Jerusalén y reconstrucción de sus murallas (que su hermano había derribado meses antes para impedir su defensa si era ocupada por el enemigo). Inlcuso se compormetió a devolver la llamada Cruz Verdadera, un fragmento de madera que según la tradición pertenecía a la cruz de Cristo y que había descubierto siglos atrás Santa Helena (la madre del emperador romano Constantino), diferenciándola de los ladrones Dimas y Gestas gracias a un milagro (de ahí lo de verdadera); dicha cruz había caído en manos de Saladino en la batalla de los Cuernos de Hattin pero parece ser que se perdió en Damasco en el contexto bélico, así que la propuesta de Al-Kamil era vacua.

La toma de Damieta por los cruzados (Cornelis Claesz van Wieringen ) / Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

En cualquier caso, resultó inútil. Los cruzados, influidos por el líder religioso de la campaña, el legado papal Pelagio Galvani (originalmente Pelayo Gaitán, pues era un cardenal hispano, de León para más señas), se veían tan seguros de su éxito que rechazaron cualquier negociación. Tampoco sirvieron de nada las conversaciones mantenidas con Francisco de Asís, el futuro santo, que había viajado a Tierra Santa para mediar, aunque la tradición dice que su objetivo era intentar convertir al sultán, cosa más que improbable. Fue amablemente recibido por éste en su campamento durante cuatro días y hasta recibió un salvoconducto para predicar. Una leyenda posterior dice que Francisco retó a los clérigos musulmanes a una ordalía y, si bien ellos rehusaron, él llegó a caminar sobre unas brasas.

La terquedad de los cruzados se reveló errónea porque, tras un par de años de paz y de cerrarse a una nueva oferta, se pusieron en marcha hacia El Cairo para encontrarse que Al-Kamil ordenaba abrir los diques del Nilo e inundar así el valle. Eso suponía el final de la campaña cristiana porque ya no se enfrentaban al hombre sino a la Naturaleza.

Tragándose su orgullo, se vieron obligados a retirarse y el propio Al-Kamil, en un gesto de nobleza, les facilitó provisiones y atendió a los heridos. Firmaron una tregua de ocho años que no llegaron a cumplirse porque Federico II Hohenstaufen, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico y rey de Sicilia, estaba dispuesto a recuperar Jerusalén y la cruz, y una vez que afianzó el control sobre sus territorios alemanes e italianos, decidió intentar la Sexta Cruzada de forma unilateral, sin autorización de Roma.

Ruta de la Sexta Cruzada / Imagen: Guilhem06 en Wikimedia Commons

Consideró que era un momento propicio, ya que Al-Kamil y su hermano Al-Muazzam rivalizaban por el poder, intentando el segundo imponer la primacía de Siria sobre Egipto. En ese contexto, Federico II se presentaba como una buena alianza para Al-Kamil, por lo que éste estaba dispuesto a darle Jerusalén (excepto la Cúpula de la Roca y la mezquita Aqsa, lugar sagrado para el Islam) y así lo acordaron para disgusto del papa Gregorio IX, que le excomulgó en el contexto de aquella lucha por el dominio de la península itálica que eran las guerras entre guelfos y gibelinos, usando como excusa que había roto sus votos de cruzado.

Cuando el emperador llegó a Tierra Santa en 1227 se encontró con que Al-Muazzam acababa de fallecer, por lo que el tratado perdía parte de su valor, dado que el tercer hermano en discordia, Al-Ashraf, aceptaba que Al-Kamil se quedara Palestina y Transjordia a cambio de entregarle Siria.

Federico II Hohenstaufen y Al-Kamil / Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Aún así, la diplomacia se impuso por una vez y en 1229 acordaron una paz de diez años con la cesión a los cristianos de Jerusalén, de la que Federico se coronó rey en nombre de su hijo, Conrado IV de Alemania, pues consideraba tener derechos al estar casado con Yolanda de Brienne, hija de Juan de Brienne (que había sido monarca nominal del Reino de Jerusalén entre 1210 y 1225) y María de Montferrato.

Aquel pacto era y es excepcional en la turbulenta historia de Oriente Próximo porque, además de Jerusalén (con las excepciones reseñadas), otorgaba también al emperador un corredor que comunicaba esa ciudad con el mar y en el que figuraban algunas localdidades emblemáticas para los cristianos como Belén, Nazaret, Sidón y Jaffa. Por su parte, Federico se comprometía a respetar las vidas y propiedades de los vecinos musulmanes y a garantizar que tendrían una administración y una justicia propias; por supuesto, también podrían practicar su fe. Los muros demolidos se reconstruyeron y empezó un esperanzador período que, como cabe imaginar, no duraría.

El Reino de Jerusalén tras la Sexta Cruzada / Imagen: Blue Danube en Wikimedia Commons

Federico II tuvo que regresar rápidamente a Europa para atender los asuntos imperiales e italianos, mientras que a Al-Kamil también se le presentaron problemas con los selyúcidas (la dinastía turca que gobernaba Asia menor y la zona del Golfo Pérsico) y los jorezmitas (los suníes turcos, fundadores del Imperio Corasmio).

Sus hijos As-Salih Ayyub y Al-Adil cogieron el testigo cuando murió en 1238, un año antes de que expirase el tratado de paz, aunque terminaron enfrentándose y venciendo el primero porque se alió con los jorezmitas y los hospitalarios; en cambio, los templarios apoyaron a su tío, en lo que era una verdadera guerra civil.

Jerusalén sería reconquistada por los mamelucos jorezmitas en 1244 y luego As-Salih Ayyub se la arrebató. La ciudad quedaría en manos musulmanas hasta 1917 pero, entretanto, Luis IX de Francia estaba organizando la Séptima Cruzada… y vuelta a empezar.


Fuentes

Historia de las cruzadas (Hans Eberhard Mayer) / From Saladin to the Mongol. The Ayyubids of Damascus 1193-1260 (R. Stephen Humphreys) / Las cruzadas vistas por los árabes (Amin Maalouf) / Historia de las cruzadas (Steve Runciman) / Sultan al-Kamil, Emperor Frederick II and the Submission of Jerusalem (Maher Abu-Munshar) / Wikipedia


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