El cine de romanos, tanto el realizado en Hollywood como los famosos peplums italianos y europeos, ha dado al séptimo arte auténticas obras maestras, muchas horas de delicioso entretenimiento histórico y también algunos tópicos gloriosos, pero poco sostenibles desde el rigor académico.
Uno de ellos es la famosa frase con que se suponía saludaban los gladiadores al emperador antes de liarse a estocadas y mandobles: Ave Caesar, morituri te salutant (Salve César, los que van a morir te saludan, en otras versiones Ave imperator). En realidad solo hay constancia de que esa frase se utilizase en una única ocasión, e incluso entonces parece que causó cierta sorpresa, lo que indicaría que no era algo habitual sino improvisado en aquel momento concreto.
Sucedió en el año 52 d.C., cuando el emperador Claudio organizó una naumaquia para inaugurar los trabajos de drenaje del lago Fucino, situado en el centro de Italia y que tenía un área de unos 140 kilómetros cuadrados, el mayor lago interior de la península itálica. El lago inundaba frecuentemente las tierras de cultivo circundantes y era fuente de enfermedades, por lo que Claudio intentó controlar su nivel excavando un túnel de drenaje de unos 5,6 kilómetros a través del Monte Salviano. Tras once años de trabajos y la participación de 30.000 trabajadores, uno de los túneles colapsó, según Dion Casio porque el contratista (Tiberio Claudio Narciso) se había ahorrado lo suyo en materiales.
La naumaquia (un tipo de espectáculo que representaba un combate naval) organizada por el emperador Claudio tenía, al igual que las ofrecidas en tiempos anteriores por Julio César o Augusto, la peculiaridad de que los luchadores participantes eran prisioneros o criminales condenados a muerte, a quienes se daba la ocasión de pelear por su vida, y no auténticos gladiadores. Sumaban unos 19.000 más o menos. Así cuenta Tácito como se preparó el lugar:
Por la misma época, tras cortar el monte que hay entre el lago Fucino y el río Liris, y a fin de que una obra tan colosal pudiera ser visitada por las masas, se organiza una batalla naval en el mismo lago, tal como en otro tiempo había hecho Augusto con ocasión de la construcción de un embalse al otro lado del Tíber, aunque con naves ligeras y una tropa menos numerosa. Claudio armó trirremes y cuatrirremes y también a diecinueve mil hombres; había hecho rodear el perímetro del lago con balsas para que no quedara escapatoria alguna, pero eso sí, delimitando un espacio para las maniobras de los remos, las artes de los pilotos, los ataques de las naves y las demás acciones propias del combate. En las balsas se habían apostado manípulos y escuadrones de las cohortes pretorianas y en la parte delantera se habían montado unas plataformas para disparar desde ellas las catapultas y ballestas. El resto del lago lo ocupaban los marineros en naves cubiertas.
Tácito, Anales XII.56
Según cuenta Suetonio, el tema de la naumaquia era el enfrentamiento entre una flota siciliana y otra rodia, cada una de ellas provista de doce trirremes. Otros autores dan la cifra de hasta 50 navíos por cada flota, con unos 190 tripulantes cada barco.
El caso es que la naumaquia de Claudio consistía en un auténtico combate naval, gracias a que había suficiente espacio en el lago como para que los navíos maniobrasen y se embistieran.
Una multitud innumerable llenó las riberas, las colinas y las partes elevadas de los montes, como si de un teatro se tratara; unos procedían de los municipios próximos y otros de la Ciudad misma, llevados por la mera curiosidad o por honrar al príncipe. Éste, vestido con un manto llamativo, y a su lado Agripina, con una clámide dorada, ocuparon la presidencia.
Tácito, Anales XII.56
Suetonio, que no tenía a Claudio en muy buena estima, le dedica al asunto apenas unas líneas, pero nos informa de un hecho singular que ocurrió al comienzo del espectáculo.
…cuando se disponía a dragar el lago Fucino, ofreció antes una naumaquia. Pero, como al gritar los combatientes: “¡Salve, emperador, los que van a morir te saludan!”, él respondió: “¡O no!”, y después de estas palabras ninguno quería luchar pensando que les había concedido el indulto…
Suetonio, Vidas de los doce Césares. Claudio 21.6
Esta frase, los que van a morir te saludan solo aparece dos veces en toda la literatura latina. La primera, como vemos, en Suetonio, y la segunda cerca de un siglo después en Dión Casio, cuando relata este mismo episodio posiblemente usando la versión de Suetonio.
En ninguna otra fuente y en ninguna otra ocasión volvemos a encontrarla, lo que parece indicar que no era un saludo habitual. Pero además, la respuesta de Claudio parece sugerir lo mismo. Que respondiese Aut non (O no) denota su sorpresa ante tal expresión.
Por tanto, a pesar de su popularización posterior, en realidad los historiadores todavía se están preguntando si alguna vez se utilizó como saludo. Una de las razones de que haya pasado a la historia la podemos encontrar en Tácito (quien escribe unos 50 años después de los sucesos y narra el evento pero no recoge la frase), cuando concluye:
Se peleó, a pesar de ser entre malhechores, con un espíritu propio de valientes guerreros y, tras muchas heridas, se les perdonó la vida
Tácito, Anales XII.56
Este inusual indulto masivo concedido por Claudio a los participantes en la naumaquia pudo ser la causa de que los historiadores romanos tomasen nota de la singular expresión.
No obstante, nada parece indicar que fuera algo que Claudio tenía pensado de antemano, pues como cuenta Suetonio, cuando los prisioneros se negaron a luchar Claudio enfureció:
tras dudar durante mucho tiempo si debería acabar con todos a hierro y fuego, por fin saltó de su asiento y, corriendo de un lado a otro alrededor del lago con su torpe balanceo, unas veces amenazándolos y otras implorándolos, los obligó a luchar
Suetonio, Vidas de los doce Césares. Claudio 21.6
Según da a entender Dión Casio, la frase en cuestión habría sido una especie de súplica al emperador para que les perdonase la vida, nada que ver con la épica impasible y estoica en que luego se recordaría. Al no conseguir su objetivo y tras ser obligados a luchar, no habrían puesto inicialmente demasiado empeño en hacerse daño:
Claudio concibió el deseo de exhibir una batalla naval en un cierto lago; así, después de construir un muro de madera a su alrededor y erigir tribunas, reunió una enorme multitud. Claudio y Nerón estaban vestidos con ropas militares, mientras que Agripina llevaba una hermosa clamia tejida con hilos de oro, y el resto de los espectadores lo que les gustaba. Los que iban a tomar parte en la lucha en el mar eran criminales condenados, y cada lado tenía cincuenta barcos, una parte vestida de «rodios» y la otra de «sicilianos». Primero se reunieron en un solo cuerpo y todos juntos se dirigieron a Claudio de esta manera: «¡Salve, Emperador! Nosotros, los que estamos a punto de morir, te saludamos». Y cuando esto no sirvió para salvarlos y se les ordenó luchar de igual manera, simplemente navegaron a través de las líneas de sus oponentes, hiriéndose mutuamente lo menos posible. Esto continuó hasta que se vieron obligados a destruirse unos a otros.
Dión Casio, Historia romana LXI.33
Algunos investigadores creen que la respuesta de Claudio no fue mas que un intento de ocurrencia, es decir, una broma para intentar ser gracioso.
Si así fue, solo a un emperador y solo a uno como Claudio se le podía haber ocurrido hacer una broma como esa ante miles de prisioneros condenados.
Otros opinan que la gran cantidad de prisioneros que reportan las fuentes, unos 19.000, puede indicar que procedían no solo de la ciudad de Roma sino de las provincias, y que probablemente la mayoría de ellos tenía condenas inicuas, esto es, injustas o indebidas, y de ahí la súplica inicial.
Fuentes
Vidas de los doce Césares (Suetonio) / Anales (Tácito) / Historia romana (Dión Casio) / Universidad de Chicago / H.J. Leon, Morituri te salutamus, Transactions and Proceedings of the American Philological Association, Vol.70 (1939), pp.46-50, DOI: 10.2307/283074 / Wikipedia.
Descubre más desde La Brújula Verde
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.