Mahoma falleció en el verano del año 632, quizá envenenado, quizá por una enfermedad fulminante. Los líderes musulmanes eligieron sucesor a su suegro, Abu Bakr, pero éste no lo tuvo fácil para mantener el legado, ya que los numerosos profetas que habían surgido al albur del éxito de Mahoma se negaron a obedecer al nuevo líder para llevar a cabo sus propios proyectos religiosos. Esa situación desembocó en las llamadas Guerras Ridda, que supondrían la represión del intento apóstata, la unificación de la península arábiga y la expansión del Islam a la franja sirio-palestina.
Abu Bakr as-Siddiq, padre de Aisha (la tercera esposa de Mahoma) ya era el favorito del Profeta en vida. Antiguo mercader de la tribu coraichita (la que controlaba La Meca), quedó seducido por la nueva fe que predicaba el que sería su yerno y le acompañó a la hégira (exilio en Medina).
Cuando Mahoma murió y fue proclamado califa se encontró con la oposición de Usama ibn Zaid, a quien el Profeta había nombrado general de un ejército que tenía como objetivo atacar al Imperio Bizantino y por tanto se consideraba con más derecho a la sucesión. Tampoco quedó conforme Ali Ibn Abi Tálib, primo y yerno de Mahoma, casado con la hija de éste, Fátima, pues al fin y al cabo él había sido el primero en abrazar la religión islámica.
No obstante, ambos acabaron acatando la autoridad de Abu Bakr y sus divergencias no explotarían hasta muchos años más tarde, cuando provocaron la escisión de los musulmanes en tres ramas: suníes, chiíes y jariyíes. De momento, el verdadero problema resultó estar en que muchas de las tribus que se habían sometido a Mahoma no querían reconocer a su sucesor ni pagar tributos a Medina. El mismo año de la elección de éste estallaron rebeliones en las regiones de Hiyaz -que rechazaba la imposición del Islam- y Néyed -refractaria a pagar al califato el correspondiente azaque (un impuesto sobre la riqueza personal destinado a los pobres)-. Las dos revueltas fueron sofocadas pero sólo era el principio de algo mayor.
Primero, Usama tuvo que desarrollar una campaña bélica para aplacar a las tribus de Tabuk (una región del noroeste de la actual Arabia Saudí); salió vencedor y todas aceptaron seguir practicando la fe islámica y obedecer las órdenes emanadas desde Medina salvo la de el Quza’a, que persistió en su insurrección y sería derrotada definitivamente por el general Amr ibn al-As. Entretanto, Usama continuó avanzando y se impuso a dos tribus de árabes cristianos: la gasánida y la de Banu Kalb. Lo grave fue que Medina quedó parcialmente desprotegida y eso lo aprovecharon tres tribus rebeldes para cercarla: Banu Ghatafan, Hawazin y Tayy.
Abu Bakr tuvo que recurrir a todos los efectivos disponibles, siendo el grueso de su tropa los Banu Hashim, el clan de la tribu Quraysh al que pertenecía Mahoma, a los que se sumaron las fuerzas de Alí, Talhah y Zubair ibn al-Awam, estos dos últimos viejos compañeros del Profeta. Entre los tres lanzaron un ataque sorpresa contra sus sitiadores, poniéndolos en fuga. A continuación, el califa se reunió con Usama en Dhu Hussa para enfrentarse juntos a Tulayha, un nuevo profeta apóstata. Pero el escaso entrenamiento de sus camellos hizo que éstos salieran en desbandada con el ruido de la batalla y los musulmanes tuvieron que retirarse para atrincherarse en Medina. Desde allí, contraatacaron esa misma noche y terminaron venciendo.
Tulayha, de la tribu Banu Asad ibn Khuzaymah, era uno de los tres profetas principales que aprovechaban la estela dejada por Mahoma, a quien ya se había enfrentado en el año 631. Tras su fracaso en Medina trató de reorganizarse en Abraq; inútilmente porque sus adversarios también lo habían hecho, le persiguieron hasta allí y le vencieron al año siguiente. Él pudo huir a Siria… que fue conquistada poco después y entonces no le quedó otro remedio que abrazar el Islam, pasando a ser uno de sus comandantes militares; fallecería defendiendo esa causa ante los persas. Ahora bien, hemos hablado de profetas, en plural, porque hubo más.
Uno fue Al-Aswad Al-Ansi, al que también se conoce como Abdhala bin K’ab. Líder de la tribu yemení Al-Ansi, solía taparse el rostro con un velo para crear un aura de misterio en torno a sí. Se rebeló contra la fe mahometana después de que su fundador hiciera su peregrinación final a La Meca, aprovechando entonces para levantar las regiones de Najran y Yemen. No duraría mucho, siendo derrotado y muerto por el persa musulmán Fayruz al-Daylami, si bien sus seguidores intentaron resistir un tiempo.
Otros profetas destacados fueron Malik bin Nuwaira, en Butah, o Musaylima, en Al-Yamama. Incluso hubo una profetisa, Sajah, una árabe cristiana de la tribu Banu Tamim que tenía fama de adivina y reunió cuatro millares de fieles para unirse al citado asedio de Medina, aunque al llegar la noticia de la derrota de Tulayha cambió de plan y entabló una alianza por vía matrimonial con Musaylima. Precisamente sería éste el principal enemigo de Abu Bakr, quien avanzado ya el verano de 632 inició con todos sus efectivos lo que se conoce como Campaña de Apostasía para acabar de una vez por todas con los insurgentes; si hasta entonces su estrategia había sido básicamente defensiva para proteger Medina, ahora pasaba a la ofensiva.
Habían brotado movimientos en multitud de sitios, desde el sur y el este de Arabia al mencionado Yemen, pasando por Bahrein, Omán, Mahra y Hadramaut, además de otros puntos dispersos por la península arábiga. Abu Bakr dividió su ejército en once cuerpos, a cada uno de los cuales encargó aplastar las rebeliones menores. El mando del contingente más fuerte fue para Jálid ibn al-Walid, otro compañero de Mahoma que era apodado Sayf Allah al-Maslūl (la espada en la mano de Dios) por sus espléndidas virtudes militares y que debería ocuparse de las revuletas más potentes para finalmente converger todos contra el mayor peligro: Musaylima.
Musaylima ha pasado a la tradición musulmana como al-Kaḏḏāb, es decir, mentiroso o falso profeta. En realidad se llamaba Maslamah ibn Ḥabīb y pertenecía a una de las mayores tribus de Arabia, la de Banu Haifa, de la zona central peninsular, la mayor parte de la cual estaba formada por cristianos conversos al Islam. Su doctrina tenía muchos puntos de contacto con esa nueva religión, ya que rendía culto a Alá -al que se rezaba tres veces diarias-, prohibía la carne de cerdo y el alcohol, rechazaba la circuncisión y observaba el ayuno durante el Ramadán. A él se le atribuían poderes mágicos y era aficionado a escribir poesía.
Habiendo surgido casi a la vez que Mahoma, le ofreció a éste por carta compartir el poder en Arabia pero la oferta fue rechazada. Siguiendo el ejemplo de ambos, surgieron otros profetas, como vimos, que terminaron alzándose contra el califato; y como vimos también, una de ellos fue Sajah, con la que se casó para hacer frente común al ejército de Jálid, quien después de vencer a Tulayha se había vuelto contra Malik ibn Nuwayrah, un sahabí jefe de los Beni Yarbu, parte de la poderosa tribu nororiental de Beni Tamim. Paradójicamente, Malik había sido uno de los hombres de confianza de Mahoma -su tesorero, para más señas-, pero cuando falleció el Profeta repartió el dinero recaudado en su nombre creyendo que así cumplía su voluntad.
Enterado de la inminente llegada de Jálid, no se opuso a él confiando en aclarar cualquier malentendido. Sin embargo, fue arrestado y acusado de apostasía; también de traición, por haber negociado con Sajah, lo que supuso su condena a muerte. Su ejecución inmediata desató numerosas protestas que exigían a Abu Bakr la destitución de Jálid; éste se defendió diciendo que sus ayudantes habían interpretado mal sus órdenes y finalmente fue exculpado tras disculparse. Como Malik no tenía ejército, sus seguidores, que se habían dispersado por el desierto siguiendo sus prudentes instrucciones, no constituyeron un problema. Llegaba el momento de enfrentarse a Musaylima y Sajah.
Ambos tenían su núcleo de acción en Al-Yamama, región al este de la meseta de Néyed, donde Abu Bakr trató de fijarlos mediante una propuesta dilatoria de negociación para dar tiempo a Jálid a terminar las operaciones pendientes. Pero el emisario, uno de sus lugartenientes llamado Ikrima ibn Abi Jahl, acababa de recibir refuerzos y no quiso esperar, así que atacó por su cuenta. Resultó vencido y el califa le destituyó, ordenando a Jálid que marchase hacia allí sin más dilaciones. Otro comandante impaciente, Shurahbil, también había sido derrotado, así que Jálid incorporó a los suyos los restos de aquella tropa y reforzado por un ejército enviado por Abu Bakr, integrado por guerreros ansar (auxiliares muy ligeros y móviles) y muhajirun (los primeros conversos al Islam), sumó trece mil hombres con los que se lanzó al ataque.
Las fuerzas de Musaylima eran cuatro veces superiores en número y el choque resultó brutal, hasta el punto de que el uadi que hizo de campo de batalla quedó bautizado para siempre con el nombre de Shueib-ud-Dam (Barranca de sangre). Agotados tras horas de lucha, ambos bandos se retiraron a descansar pero el duelo no acabaría en tablas porque los musulmanes volvieron a la carga y los rebeldes fueron cediendo poco a poco, siendo diezmados hasta que sólo quedaron siete mil en condiciones de continuar combatiendo y retirándose a un jardín amurallado. No pudieron resistir y los soldados de Jálid entraron, originándose el episodio más dramático y encarnizado.
La leyenda dice que una jabalina arrojada por Wahshi ibn Harb (un compañero de Mahoma famoso por haber matado en la batalla de Uhud a un tío de éste que se negó a convertirse) acabó con la vida de Musaylima. Sea cierto o no, el caso es que allí se terminó la aventura del considerado falso profeta, junto a los siete mil cuerpos de los suyos. No es extraño que al lugar se lo conozca como el Jardín de la Muerte. También fallecieron, en las filas musulmanas, setenta huffaz (o sea, eruditos que habían memorizado el Corán), lo que obligaría a Abu Bakr a recopilar todos los textos que encontró para hacer una copia unificada. Por su parte, Sajah sobrevivió y no tuvo más remedio que aceptar convertirse al Islam.
Las Guerras Ridda, que los chiíes consideran ilegítimas por haberlas llevado a cabo un líder al que no reconocen, todavía durarían un año, mientras se aplastaban los últimos núcleos de resistencia. El que cerró la serie fue el de Hadhramaut, un sultanato independiente que no se sublevó hasta enero de 633 bajo la dirección de Al-Ash’ath ibn Qays, jefe de la tribu Kindah. Vencido, fue arrestado por el califa que, ante sus muestras de arrepentimiento, terminó por perdonarle. La nueva religión y el Califato Rashidun se habían salvado y ahora llegaba el momento de abrir otra etapa: la expansión, en la que sus primeros objetivos eran Persia y la provincia bizantina de Siria.
Fuentes
Una breve historia de los árabes (John McHugo)/Parable and politics in Early Islamic History. The Rashidun Caliphs (Tayeb El-Hibri)/The Early Islamic Conquests (Fred M. Donner)/Historia del Islam (Stanford Mc Krause, Yuri Galbinst y Willem Brownstok)/Breve historia del Islam (Ernest Yassine Bendriss)/Wikipedia