Engelbert Dollfuss fue un personaje peculiar, protagonista absoluto de los años que precedieron al Anschluss o anexión de Austria por Alemania. Era el canciller cuando agentes nazis intentaron dar un golpe de estado en 1934; la operación fracasó pero Dollfuss fue asesinado.

Lo irónico estaba en que, a pesar de resistir a las aspiraciones del DNSAP (Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán), al que llegó a prohibir, él mismo era el fundador de una ideología denominada Austrofaschismus (austrofascismo), que plasmó en la creación del partido Vaterländische Front o Frente Patriótico.

Dollfuss nació en Texing en 1892, hijo de madre soltera, Josepha, cuya familia rechazó al presunto progenitor por ser un simple jornalero y terminó casándose con un adusto granjero. El joven Engelbert estudió en un seminario pero, pese al conservadurismo familiar, abandonó la carrera religiosa para hacer Derecho, entrando ya entonces en contacto con organizaciones políticas vinculadas al catolicismo; la más obvia, el derechista Christlichsoziale Partei (Partido Socialcristiano).

Engelbert Dollfuss, líder y fundador del Frente Patriótico, además de canciller, en un mitin de 1933 / Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Tras la Primera Guerra Mundial, en la que consiguió alistarse después de un rechazo inicial por la corta estatura heredada de su madre y durante la cual se distinguió como oficial consiguiendo varias condecoraciones, decidió entrar abiertamente en política. Sus ideales eran el respeto a la religión y a las tradiciones, un nacionalismo austracista, el fomento del mundo agrario, el proteccionismo económico corporativista formulado por Othmar Spann y la subordinación de la sociedad -estrictamente jerarquizada- al Estado. En suma, una concepción muy autoritaria pero matizada por un humanismo católico.

Trabajando en un banco de Berlín conoció a ​Alwine Glienke, hija de un terrateniente de Pomerania con la que contrajo matrimonio en 1921; tendrían dos hijos y una hija. Al año siguiente obtuvo su doctorado en Derecho y pasó una década trabajando en proyectos de fomento de producción agrícola, convirtiéndose en un reputado experto de prestigio internacional, lo que le permitió ser nombrado ministro de Agricultura y Bosques en el ejecutivo del socialcristiano Otto Ender. Realizó una eficaz gestión a pesar de coincidir con el embate de la Gran Depresión y por eso en 1932, ante la derrota electoral de los socialcristianos, se le encargó formar un gobierno de transición.

Reparto de diputados en el parlamento austríaco/Imagen: Wikipedia

Los socialistas rechazaron formar parte de él, lo que era lógico porque aspiraban a nuevos comicios. También se negaron los pangermanos, a pesar de sus ruegos al canciller alemán Von Papen, así que la coalición de derechas resultaba precaria y escasa: aparte del Partido Socialcristiano, sólo pudo incorporar al gabinete al Landbund (Partido de los Campesinos Alemanes) y la Heimwehr (una organización paramilitar nacionalista similar a los Freikorps alemanes), que además exigieron numerosas carteras ministeriales. Esa debilidad de la coalición -sólo tenía un voto de diferencia- dificultó la legislatura hasta el punto de que incluso fue necesario superar una moción de censura.

Dollfuss empezó a fijarse en el modelo teutón, donde se gobernaba por decreto gracias a los poderes presidenciales. En 1933 estalló una crisis de gobierno al descubrirse que la Heimwehr estaba importando armas clandestinamente, lo que, combinado con un conflicto laboral en el sector ferroviario, llevó a los socialistas a exigir una convocatoria de elecciones.

La renuncia del presidente del parlamento le sirvió a Dollfuss de excusa para disolver la cámara e instaurar un nuevo régimen dictatorial, el Ständestaat (Estado estamental), basado en el citado austrofascismo: prohibición de reuniones y manifestaciones, ilegalización de las huelgas, censura de prensa, anulación del laicismo en la educación y poderes absolutos para el canciller.

Desfile de la Heimwehr / Imagen: Bundesarchiv, Bild, en Wikimedia Commons

La Alemania hitleriana era un espejo pero, a la vez, fuente de temor por sus ansias anexionistas y se temía que los nazis austríacos crecieran, por lo que se descartó cualquier consulta electoral. En realidad, aunque había un sentimiento de identificación germánica bastante arraigado, el DNSAP distaba de tener la fuerza que tenía en el país vecino y apenas alcanzaba al 25% del electorado. Por si acaso, en mayo, Dollfuss ilegalizó los partidos políticos existentes, incluyendo el nazi, el comunista e incluso el socialcristiano, en favor de otro único que fue bautizado con el nombre de Vaterländische Front, es decir, Frente Patriótico, cuya aspiración consistía en aglutinar a todas las fuerzas de derecha en un movimiento nacional.

La jugada no era nueva. Se parecía -hasta en el nombre- a la Unión Patriótica que el general Miguel Primo de Rivera creó en España en 1924, siguiendo el modelo de Mussolini. Y, al igual que en el caso español, la versión austríaca resultó un rotundo fracaso, ya que no consiguió convertirse en un partido de masas como si lo eran el Fascista italiano o el Nacionalsocialista alemán. En la práctica se trataba de una amalgama de los restos de las otras fuerzas ultraconservadoras, con predominio socialcristiano y la colaboración de algunos pangermanos; es decir, una base política y socioeconómica de carácter burgués, sin apenas incidencia popular y, por supuesto, con la oposición total de la izquierda.

Concentración del Frente Patriótico / Imagen: Wikimedia Commons

El austrofaschismus tenía muchos puntos en común con el fascismo y el nazismo, como la sumisión del individuo al estado, la jerarquización política a partir de una élite, la exaltación de un líder carismático, la eliminación de la oposición legal o violentamente, el control centralizado de la economía o un fuerte nacionalismo.

Sin embargo, había también una serie de diferencias: carecía de soporte entre el pueblo, no presentaba aspiraciones imperialistas y concedía importancia a la Iglesia pero, sobre todo, adolecía de la relación de amistad -alianza incluso- que mantenían Alemania e Italia. De hecho, mantenía distancias respecto a la idea de una unificación con la primera lo que, evidentemente, le suponía la hostilidad de Hitler mientras que Mussolini consideraba a Austria poco más que un estado-tapón respecto al teutón.

Entretanto, la Republikanischer Schutzbund (Liga de defensa Republicana), una milicia armada fundada por el Partido Socialdemócrata, fue disuelta mientras que su rival conservadora, la mencionada Heimwehr, se incorporó al Frente Patriótico como fuerza de choque. Ello llevó a enfrentamientos callejeros entre los militantes de ambas, en lo que se conoce algo exageradamente como Guerra Civil Austríaca; el ejército le puso fin interviniendo contra los socialdemócratas. Pacificado el país, el 1 de mayo de 1934 Dollfuss promulgó la Maiverfassung, una nueva constitución que regularizaba todas las medidas adoptadas hasta entonces.

Tropas desplegadas durante la Guerra civil Austríaca / Imagen: Bundesarchiv, Bild, en Wikimedia Commons

A la vez, la relación con Alemania se había ido deteriorando progresivamente en una guerra económica que incluía, por parte de Berlín, la imposición de aranceles, limitación del turismo hacia Tirol, boicot a las exportaciones de Austria e interrupción de las negociaciones iniciadas para pactar un convenio comercial bilateral. La bola fue creciendo y saltó a la política, con Viena expulsando a diplomáticos alemanes acusados de azuzar la subversión y redadas masivas entre los nazis austríacos -con deportaciones, depuración de funcionarios y establecimiento de tribunales específicos-, que pasaron a ejercer la agitación desde la clandestinidad. Mussolini apoyó las medidas, aunque haciendo un llamamiento a que la cosa no se desbordase.

Pero se desbordó. Los nazis, que ya tenían el apoyo de los pangermanos, fijaron como objetivo librarse de Dollfuss y sembrar el caos en el país, para lo cual hasta crearon en Alemania un pequeño ejército con quince mil hombres deportados al mando de Theodor Habicht, un diputado que también había sido expulsado. Ese contingente nunca llegó a entrar en acción, aunque aportó su grano de arena a la presión, asustando a Reino Unido y Francia lo suficiente como para que exigiesen moderación a los alemanes. Se les hizo caso durante un tiempo, transcurrido el cual Mussolini, que no quería perder su ascendiente con Dollfuss, le sugirió nombrar ministros de la Heimwehr y empezó a enviarle material armamentístico.

Mussolini y Dollfuss firman los Protocolos de Roma en 1934 / Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Como las negociaciones con los nazis fueron inútiles, dada la imposibilidad de aceptar sus exigencias (entrar en el gobierno con la mitad de los ministerios, nombrar vicecanciller a Habitch o legalizar otra vez el partido y sus ramas armadas), éstos lanzaron una oleada de atentados que llevaron a crear un cuerpo policial auxiliar cuyos integrantes procedían, sobre todo, de la Heimwehr.

Austria se volcó entonces con Italia, su principal apoyo, que la incorporó a los Protocolos de Roma junto a Hungría, beneficiándose de un acuerdo económico pero quedando supeditada de facto a Mussolini.

La aprobación de la nueva constitución hizo que Hitler diera un salto adelante y sondeara al líder italiano sobre su disposición a aceptar un control alemán sobre Austria. El Duce lo rechazó pero el otro ya estaba convencido de que sólo podría optar por la fuerza, por eso atendió el plan de Habicht para dar un golpe de estado y secuestrar al presidente, Wilhelm Miklas, y a todo el gobierno, poniendo a su frente al embajador austríaco en Italia, Anton Rintelen. El el 25 de julio de 1934, centenar y medio de miembros de las SS de Austria, disfrazados de policías, asaltaron la Cancillería mientras, paralelamente, otro grupo se apoderaba de la radio y anunciaba un nuevo gabinete.

Kurt Schuschnigg el día de su proclamación en 1936 / Imagen: Wikimedia Commons

Dollfuss, el vicecanciller y un secretario de estado fueron tomados como rehenes, pero el resto del ejecutivo logró ponerse a salvo y el edificio fue rodeado por las fuerzas del orden. El canciller intentó entonces escapar y fue tiroteado, muriendo poco después. El putsch fracasó y se desató una nueva persecución contra los nazis. A Dollfuss le sucedió el socialcristiano Kurt Schuschnigg, pero eso no cambió gran cosa.

El Frente Patriótico continuó teniendo unas cifras de afiliación demasiado limitadas porque, a pesar de que en 1937 alcanzó los tres millones, en un país con una población de seis millones y medio de habitantes, lo cierto es que la inmensa mayoría se habían apuntado por conveniencia, sin convicción ideológica.

Guardias fronterizos austríacos y alemanes destruyen las barreras entre ambos países tras la anexión / Imagen: Bundesarchiv, Bild, en Wikimedia Commons

No obstante, era el único partido legal y, pese a lo ocurrido, Schuschnigg asumió que Austria era un estado germano, de ahí que mantuviese su apariencia fascista, plasmada en un saludo similar al germano «¡Front heil!«, una organización cultural llamada Neues Leben (Nueva Vida) que era una versión de la nazi KdF (Kraft durch Freude, Fuerza Mediante la Alegría) y un símbolo iconográfico equivalente a la esvástica pero con visible matiz católico, la kruckenkreuz o cruz potenzada (cruz griega con una potenza o T mayúscula transversal en cada extremo). La bandera del partido pasó a ser una segunda enseña oficial.

Asimismo, quiso rebajar la tensión liberando a varios implicados en el golpe e incorporando a nazis a su ejecutivo. Eso no hizo sino dar mayor impulso a Hitler, que le presionó para que nombrase ministro de interior a Arthur Seyss-Inquart, cabeza del nazismo austríaco.

Eso sí, Schuschnigg se empeñaba en mantener al país independiente de Alemania y, viendo que la situación volvía a ponerse al límite, convocó un plebiscito sobre la cuestión defendiendo una «Austria unida, cristiana, social, independiente, alemana y libre». Para asegurar la victoria, se dispuso a legalizar a los socialdemócratas y poner fin al Frente Patriótico. No le dio tiempo.

Presionado por sus ministros nazis, tuvo que anular el referéndum y dimitir para evitar la amenaza de invasión. Como la mayor parte de los dirigentes del Frente marcharon inmediatamente al exilio o se negaron a formar gobierno, el sucesor fue Seyss-Inquart, que dos días después abría las fronteras a la Wehrmacht consumando el Anschluss. Fue el fin del partido, que pasó a ser prohibido inmediatamente y desplazado por el DNSAP… que ese mismo año se diluyó en el NSDAP alemán.


Fuentes

The Dollfuss/Schuschnigg Era in Austria. A reassessment (Günter J. Bischof, Anton Pelinka y Alexander Lassner, eds.) / Nazism and the Radical Right in Austria, 1918-1934 (John T. Lauridsen) / Fascists & Conservatives Europ (Martin Blinkhorn) / Hitler’s Austria. Popular sentiment in the Nazi Era, 1938-1945 (Evan Burr Bukey) / Wikipedia


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