La Segunda Guerra Mundial fue terminando poco a poco en Europa en la primavera de 1945 (en al Pacífico se prolongó hasta finales del verano). Después de la muerte de Hitler el 30 de abril, el almirante Dönitz le sustituyó al frente del gobierno alemán y el 2 de mayo rindió Berlín a los soviéticos, el mismo día que la mayor parte de la Wehrmacht arrojaba las armas. La rendición definitiva e incondicional fue el 7 de ese mes, aunque todavía se libraron algunos combates póstumos. El que se considera último no concluyó hasta el día 20 de mayo y revistió unas características bastante peculiares; fue lo que se conoce como Revuelta Georgiana de Texel.
Texel es una isla, la más grande del Archipiélago Frisio, que pertenece a los Países Bajos y está situada entre Den Helder (con la que se une cada 15 minutos por ferry), Noorderhaaks y Vlieland. Tiene una superficie de 585,96 kilómetros cuadrados (una veintena de longitud por unos 8 de ancho), siendo buena parte de agua. De hecho, en realidad se trata de dos islas, Eierland y Texel propiamente dicha, que se unieron en 1630 gracias a la construcción de un dique que dejó el estrecho que las separaba convertido en un pólder con su pueblo y todo: De Cocksdorpo (originalmente Nieuwdorp).
El 31 de agosto de 1940 ese lugar fue el escenario de una batalla naval entre Aliados y alemanes. O, para ser exactos, del hundimiento de dos destructores de la Royal Navy de una flotilla cuando avistaron lo que tomaron por una fuerza naval de invasión -no era tal- y, al salir a interceptarla, chocaron con sendas minas; un tercer destructor que acudió en su auxilió también resultó dañado, aunque logró salvarse. El Desastre de Texel, como se lo bautizó, originó el rumor de que se había podido rechazar a los alemanes quemando petróleo sobre el mar; nada más lejos de la realidad porque, como en el resto de territorio holandés, la bandera de la esvástica ondearía allí durante el resto de la contienda.
El incidente de los destructores costó 300 vidas y un centenar de prisioneros pero aquella isla todavía se iba a cobrar un tributo aún mayor, con la trágica ironía de que lo haría con la guerra ya terminada. Como decíamos antes, todo empezó a medianoche del 5 de abril de 1945, mientras el 1º y 9º ejércitos del general estadounidense Omar Bradley remataban el cerco de la cuenca del Ruhr, apresando a cerca de 300.000 soldados germanos, antes de girar hacia el este para entablar contacto con el Ejército Rojo en el Elba, cosa que lograrían a mediados de mes.
Era aproximadamente la una de la madrugada cuando los miembros georgianos del 882º Batallón Königin Tamara, una unidad que llevaba el nombre de una reina georgiana del siglo XII y estaba formada por combatientes ex-soviéticos capturados, a los que se ofreció alistarse en las filas alemanas y destinados precisamente a Texel, protagonizaron una inesperada insurrección que les dio el control de casi toda la isla, con la esperanza de ser auxiliados por paracaidistas Aliados cuya llegada se rumoreaba que sería inminente, dado el curso de la guerra y que así lo había pedido la resistencia holandesa.
Aquellos georgianos que habían caído prisioneros en el frente ruso tuvieron que enfrentarse a una grave disyuntiva: ser internados en campos de concentración o aceptar la oferta de pasarse al bando contrario como tropas auxiliares junto a sus compañeros voluntarios. Había ya unas cuantas unidades de la Wehrmacht integradas por extranjeros, muchas de ellas de carácter abiertamente anticomunista, y la Legión Georgiana, de la que formaba parte la unidad, recibía por eso un trato preferente; al fin y al cabo, los georgianos eran considerados arios (algunos incluso fueron asesores de Alfred Rosenberg, caso de Alexander Nicuradse o Michael Achmeteli) y contaban con ellos para controlar una hipotética Georgia independiente de la Unión Soviética.
Teniendo en cuenta que aceptar ir a un campo equivalía a la muerte con casi total seguridad, la mayoría eligió vestir el uniforme alemán; a despecho de Hitler, por cierto, que no acababa de fiarse de ellos porque sólo tenían un pequeño porcentaje de sangre nórdica. Sin embargo, la Wehrmacht no consiguió ocupar Georgia y la Legión operaría en su mayor parte en Ucrania. Eso sí, hubo excepciones porque se llegaron a formar trece batallones de cinco compañías cada uno y algunos, fruto del mencionado recelo del Führer, irían al otro extremo de Europa para luchar en el frente occidental.
En junio de 1943, reunido ya un número considerable de hombres, fueron enviados a Kruszyna, un pueblo de Mazovia (región del centro-este de Polonia), no lejos de la ciudad industrial de Radom, para formar el batallón. El número de efectivos ascendía a 800 soldados georgianos más 400 alemanes, siendo la mayor parte de estos últimos los oficiales y suboficiales. Como era habitual, esa fuerza se empleó sobre todo en la lucha anti-guerrillera; al menos en principio, pues en agosto recibió la orden de relevar a la Indische Freiwilligen Legion (un regimiento de las Waffen SS compuesto por voluntarios y prisioneros de guerra indios), destinada en Zelanda como parte del Muro Atlántico.
El 1º Batallón indio estaba acantonado en Zandvoort desde mayo y el 2º en Texel. Los georgianos llegaron a la primera localidad el 30 de agosto y allí se acuartelaron hasta febrero de 1945, mientras se decidía si cambiar de nombre a su unidad para rebautizarla IV. Battalion Jäger-Regiment 32 e integrarla en la 16ª División de Campaña de la Luftwaffe. Al final conservó la denominación original y el día 6 fueron trasladados a la isla, dado que se cernía sobre el país la amenaza de una invasión Aliada. Ese rumor fue, paradójicamente, el que incitó a los georgianos a rebelarse; al fin y al cabo, no tenían nada que perder.
La citada noche del 5 de abril, previo acuerdo, los georgianos se deshicieron de los oficiales alemanes mientras dormían y consiguieron el control de la mayor parte de la isla. Solamente lograron resistir las baterías costeras de los litorales norte y sur, que sirvieron de cabeza de puente para los refuerzos que llegaron rápidamente del continente: 2.000 hombres del 163º Marine-Schützenregiment (marinos sobrantes reconvertidos en soldados de infantería) que, con apoyo artillero, en apenas un par de semanas recuperaron el dominio insular derrotando a los sublevados, mientras éstos esperaban en vano la ayuda Aliada; únicamente habían obtenido la de la resistencia holandesa y la de algunos vecinos del lugar y, quienes pagaron un elevado precio de más de un centenar de muertos.
Como los germanos fallecidos fueron unos 400, a los que hubo que sumar otros tantos en los combates posteriores (el número es incierto y hay fuentes que lo aumentan a dos millares), y los georgianos también sufrieron una ostensible cantidad de bajas, 565 (entre ellos su líder, Shalva Loladze), queda patente que aquellos combates fueron agónicos y descarnados. Pero, claro, sin auxilio exterior sólo podía esperarse el final que tuvo. Los marines alemanes barrieron el terreno casa por casa, apresando a la mayoría de los georgianos, a los que consideraron traidores y fusilaron sumariamente tras obligarles a cavar sus propias fosas y despojarse de sus uniformes.
228 georgianos supervivientes trataron de esconderse como pudieron, unos ocultados por la población local y otros, a la desesperada, en campos de minas o varas de heno. La trágica ironía fue que un mes después Alemania se rendiría, pero en Texel continuaron las hostilidades porque el comandante alemán (que se había librado al pasar la noche en tierra firme con su amante) no consideraba a sus adversarios más que como simples traidores y por eso desoyó las instrucciones a tal efecto que enviaba el teniente general Guy Simonds, del II Cuerpo Canadiense, que había ocupado Holanda. Así fue hasta el 20 de mayo, cuando esas tropas, al mando del teniente coronel Kirk, tuvieron que desembarcar allí y poner fin a la que fue la última batalla de la Segunda Guerra Mundial en suelo europeo. La pesadilla parecía haber acabado felizmente; sin embargo, faltaba un siniestro epílogo.
Pese a la intercesión canadiense, lo estipulado en la Conferencia de Yalta obligaba a repatriar a todos los soviéticos en poder de las potencias del Eje, por lo que los georgianos fueron enviados a la Unión Soviética. Allí, aunque el diario Pravda los elogió como patriotas en un primer momento, descubrieron que luego no se les trataba como a héroes sino que se les acusaba de traición, por haber aceptado unirse a la Wehrmacht. El intento de cuatro de ellos de escapar en bote hacia Inglaterra para prometer fidelidad a los Aliados no había dado fruto. Su revuelta postrera les sirvió para evitar el juicio pero no para que una parte del grupo principal acabara en gulags, ya que Stalin había considerado merecedor de castigo a cualquiera que se dejase capturar por el enemigo.
A partir de 1956, con la desestanilización, se empezó a liberar a los que aún vivían. Es curioso que, entonces sí, se les reconociera el mérito negado antes. El embajador soviético en Holanda visitó cada año (hasta la caída del régimen comunista en 1991) el cementerio de Hogeberg, en Texel, donde se enterró a la mayoría de los caídos; en 2005 fue el presidente de Georgia, Mijeil Saakashvili, quien pasó por allí para rendir honores con una ceremonia en la que esparció tierra georgiana sobre las tumbas. Por su parte, los restos mortales de los caídos alemanes descansan en el camposanto militar de Ysselsteyn (Limburgo), a donde fueron trasladados en 1949 desde Den Burg, la capital insular, en cuyo aeropuerto hay un Museo de la Aviación que incluye una exposición permanente sobre estos hechos.
Fuentes
The Battle of Texel Island (Ferdy Belland en Cranbrook Daily Townsman) / The Georgian Uprising (en Texel.net) / Night of the Bayonets. The Texel Uprising and Hitler’s Revenge, April–May 1945 (Eric Lee) / Europe’s last battle (Larry Hannant en History Today) / Wikipedia
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