Cuando la pequeña Dorothy Louise Eady se cayó por unas escaleras de casa quedando inerte, sus padres creyeron horrorizados que había muerto y depositaron su cuerpo delicadamente sobre una cama. Pero, para su sorpresa y alegría, la niña estaba viva y recuperó la consciencia poco después.
Lo realmente curioso vino más tarde, pues Dorothy empezó a manifestar un comportamiento anómalo: hablando con acento extranjero, pedía que la devolvieran a su hogar y terminó asegurando que era la reencarnación de una sacerdotisa egipcia llamada Bentreshyt, teniendo encuentros nocturnos con el faraón Seti I.
Todo esto puede parecer la síntesis de una novela de Victoria Holt, pero Dorothy no sólo existió realmente sino que se convirtió en una afamada egiptóloga que trabajó en las excavaciones de Abidos y que mantuvo hasta el final de su vida la convicción de que lo que contaba era verdad. Nació en 1904 en Blachtheath, un barrio del sudeste de Londres, en el seno de una familia irlandesa de clase media-baja, siendo su padre un sastre llamado Reuben Ernest Eady y su madre Caroline Mary Frost; era hija única y pronto iba a sufrir el accidente que marcaría su existencia.
Corría el año 1907 cuando la pequeña se despertó en aquella cama y pronto las anomalías se extendieron a otros ámbitos; el escolar, por ejemplo, donde su maestra pidió a la familia que no la llevaran más porque manifestaba cierta hostilidad al cristianismo, empeñándose en compararlo con la religión del Antiguo Egipto. Enviada a un colegio femenino de Dulwich, también allí fue expulsada por negarse a cantar un himno religioso que invocaba a Yahvé para castigar a los egipcios que perseguían a Moisés. En cambio, le gustaba asistir a misas católicas, cuyo desarrollo ceremonial le recodaba, decía, «la vieja religión«.
Eso hizo que sus preocupados progenitores consultasen con sacerdotes. Pero la solución al misterio no vino de ellos sino de una visita que la familia hizo al British Museum. Estaban en la sección egipcia cuando la niña se entusiasmó gritando que ése era su hogar, aunque echaba de menos los árboles entre tanta arena que reflejaban las fotos. Eran imágenes del templo de Seti I y Dorothy disfrutó de aquella jornada como nunca lo había hecho, corriendo entre las estatuas y sarcófagos. Tanto que volvería en muchas más ocasiones porque allí conoció personalmente a Ernst Wallis Budge.
Budge era egipotólogo y orientalista del museo desde 1883 y tenía un indudable prestigio por haber traducido el llamado Papiro de Ani, la versión más conocida del Libro de los muertos, aparte de ser autor de otro centenar y medio de obras y haber participado en varias campañas arqueológicas en Egipto y Sudán; muchas de las piezas que componen los fondos egipcios del British Museum las encontró él o las adquirió (también sacó algunas ilegalmente, todo hay que decirlo).
El caso es que Budge tenía fama de atender personalmente a los jóvenes que visitaban el museo y Dorothy fue una de las afortunadas porque él personalmente la enseñó a leer jeroglíficos, animándola para que estudiase egiptología cuando fuera mayor. La niña no quiso esperar y empezó a documentarse por su cuenta en la biblioteca pública de Eastbourne, la localidad de Sussex donde vivía su abuela, a cuya casa fue enviada para alejarla de Londres debido al estallido de la Primera Guerra Mundial.
La contienda terminó en 1918 y fue al año siguiente cuando Dorothy dio un paso adelante en su fantasía egipcia, contando que una noche había sido visitada nada menos que por el faraón Seti I, algo que se repitió en distintas ocasiones. Preocupados por su salud mental, sus padres la ingresaron en un centro psiquiátrico, del que entraría y saldría varias veces sin que nadie acertase a dar un diagnóstico concreto, ya que aquellos sueños no le impedían tener una vida normal en lo demás.
Y mientras iba dejando atrás la adolescencia, aquella peculiar joven continuó visitando museos y excavaciones arqueológicas en suelo británico, matriculándose en la Escuela de Arte de Plymouth y empezando a comprar antigüedades egipcias en la medida que se lo permitía su economía. Incluso se incorporó a un grupo teatral de Portsmouth que representaba una obra basada en el mito de Isis y Osiris, asumiendo ella el papel de la diosa; probablemente disfrutó como nunca.
Cuando cumplió veintisiete años consiguió trabajo en una revista para la que escribía artículos y dibujaba caricaturas políticas. Se trataba de una publicación egipcia donde conoció a un estudiante llamado Eman Abdel Meguid que también era egipcio y, aunque regresó a su país, mantuvo correspondencia con ella. En 1931, después de que él consiguiese un puesto de profesor de inglés en El Cairo, le escribió una carta pidiéndole matrimonio, que ella, como cabe imaginar, aceptó sin pensárselo dos veces. Ese mismo año se reunió con él; dicen que besó la tierra del Nilo nada más llegar porque era su vuelta al hogar.
La familia de su marido le puso el apodo de Bulbul, que significa ruiseñor. No fue el único nombre original porque cuando nació su primer hijo le bautizó, como no, Seti, de donde se popularizó ser conocida como Omm Seti (Madre de Seti). De hecho, seguía teniendo sueños en los que era visitada por ese faraón, que ya no se presentaba en forma de momia, como al principio, sino con su apariencia humana (más concretamente, ya de mediana edad); eso sí, ahora estaba casada y para no ofender a su cónyuge redujo la intensidad de tales visitas a meras conversaciones.
En ellas, él le reveló cosas que, de comprobarse empíricamente, habrían dado una vuelta de tuerca a la egiptología: que su tumba en el Osirión de Abidos no era tal sino que había sido construido más recientemente y que la esfinge de Giza no era un retrato de Kefrén y fue construida por el dios Horus mucho antes de la fecha oficial que se le atribuye. Lamentablemente, las actuales técnicas auxiliares de la arqueología han refutado al faraón, que, por cierto, no era el único en presentarse; también lo hizo alguna vez su heredero, Ramsés II.
Fuera culpa de Seti o no, el matrimonio de Dorothy entró en crisis. En realidad, a su familia política no le gustaba aquel comportamiento extemporáneo que se empeñaba a en mantener y que se agravó cuando ella hizo una visita al complejo monumental de Sakkara y entró en la pirámide de Unas descalzándose previamente y haciendo una ofrenda. Fue producto de haber entablado amistad con la secretaria de George Andrew Reisner, el prestigioso arqueólogo estadounidense que había encontrado la tumba de la reina Heteferes I (esposa de Snefrú y madre de Kéops) y elaborado una lista de virreyes de Kush.
Convencida por su nueva amiga de que tenía el poder de encantar serpientes, aseguró que la lista de visitas nocturnas se había ampliado a un personaje llamado Hor-Ra, quien le dictó un relato que ella escribió en escritura jeroglífica cursiva. Se trataba de la historia de una joven campesina egipcia, Bentreshyt (traducible como «Arpa de alegría»), hija de un soldado y una tendera, que vivio durante el reinado de Seti I (del 1290 a. C. al 1279 a. C. aproximadamente). Su progenitora falleció cuando ella tenía tres años y su padre, al no poder ocuparse de ella, la envió al templo de Kom el-Sultán, un complejo religioso ubicado en Abidos (estaba dedicado originalmente a Khenti-Amentiu, una divinidad primitiva luego sincretizada con Osiris).
Bentreshyt fue educada como sacerdotisa de Isis, categoría a la que ascendió cuando cumplió doce años. Siguió entonces aprendiendo a fondo los secretos del culto osiríaco, hasta que un día su vida se cruzó con la del faraón y éste, enamorado de ella, la convirtió en su amante. Según lo dictado por Hor-Ra, ambos comieron ganso crudo, expresión equivalente a la actual comer la fruta prohibida, a resultas de lo cual Bentreshyt quedó embarazada. Dado que había sido consagrada a Isis como virgen, aquello era una blasfemia penada con la muerte y, para no involucrar a Seti en un escándalo, se quitó la vida.
Lo mejor de aquel relato era que, según Hor-Ra, la desdichada sacerdotisa se había reencarnado en Dorothy. Eso fue la gota que colmó el vaso para su marido, que en 1953 se marchó a trabajar a Irak en lo que constituía una separación de facto. Ella se quedó en Egipto con su hijo, estableciéndose en Nazlat al-Samman, un barrio cairota situado a los pies de la meseta de Giza. Eso le permitió conocer a Selim Hassan, un importante egiptólogo célebre por haber impulsado la salida de estudiantes egipcios a universidades europeas -él mismo había trabajado en La Sorbona- y excavado cientos de tumbas.
Hassan contrató a Dorothy como secretaria y dibujante, encargándole la traducción al inglés de sus trabajos y la realización de dibujos de las ruinas y piezas en una época en que la fotografía todavía tenía limitaciones. El egipcio siempre se mostró agradecido con su ayuda y hasta la citó en su obra magna, Excavations at Giza ,cuyos diez volúmenes incluían las magníficas ilustraciones de ella. Así, aquella mujer con formación autodidacta pudo escribir sus propios artículos y codearse con la flor y nata de la arqueología. De hecho, al fallecer Hassan en 1961 la contrató enseguida Ahmed Fakhry, otro eminente egiptólogo que la llevó consigo a las excavaciones de Dashur.
Durante todo ese tiempo, Dorothy perfeccionó aún más sus conocimientos, convirtiéndose en una auténtica egiptóloga sin título. Paralelamente, continuó con su fantasía habitual, ya fuera realizando ofrendas a Horus, ya pasando la noche en la Gran Pirámide o ya recuperando la intensidad íntima de sus encuentros nocturnos con Seti I, ahora que ya no tenía un esposo que se molestase. En buena medida, pudo seguir con ello gracias a que respetaba las creencias ajenas, tanto las musulmanas como las cristianas, porque consideraba que todos tenían un elemento común integrador: el Nilo.
En 1956, Fakhry terminó su estudio sobre la pirámide de Dashur y para que su empleada no quedase en el paro le ofreció dos posibilidades: ser funcionaria de la administración o ir a Abidos como dibujante. Por supuesto, ella eligió la segunda, a pesar de que cobraría bastante menos, porque allí estaba el templo donde había profesado Bentreshyt. Tenía cincuenta y dos años cuando se instaló al pie de la montaña Pega el-Gap, considerada sagrada en el Antiguo Egipto, adoptando oficialmente su apodo de Omm Seti como nombre.
Durante dos años trabajó catalogando y dibujando las piezas que encontraba el arqueólogo Edourard Ghazouli, al que ayudó a localizar unos jardines que se sospechaba debía haber al sudoeste del templo; cosa fácil para alguien que había vivido allí dos milenios antes de Cristo. Esto último confirmaba la reputación que se había ganado cuando el inspector jefe del Departamento de Antigüedades la retó medio en broma a moverse a oscuras por el templo e identificar unos jeroglíficos en las paredes, basándose en que habiendo estado allí en otra vida era recordar el camino; para sorpresa general, lo hizo sin dificultad. Pero es que aquel lugar era su oasis particular.
De hecho, instaló su despacho en una de sus salas y pasaba allí buena parte del día, ora trabajando, ora rezando a los dioses, ora jugando con una cobra a la que adoptó, para espanto de los vigilantes. Algo a lo que añadió la abstinencia como sacrificio personal, ya que estaba decidida a borrar la mancha de su etapa como sacerdotisa. Aquella excentric lady, como la conocía la gente, se involucró en proyectos de ayuda social, atendiendo a familias sin recursos proporcionándoles remedios médicos del Antiguo Egipto para solventar problemas de impotencia, esterilidad, anticoncepción, etc. Aunque en buena medida se basaban en los Textos de las Pirámides y otros rituales mágicos de eficacia más que dudosa, los que perduraron en la memoria fueron los casos exitosos.
Ella lo achacaba a que los egipcios modernos habían heredado un legado cultural de sus ancestros que, con las inevitables adaptaciones que traía el paso del tiempo, en esencia permanecían vigentes, tanto en mentalidad como en usos y costumbres. Esas observaciones de carácter antropológico las puso por escrito en una serie de artículos que escribió entre 1969 y 1975, que tres décadas después, en 2008, recopiló y publicó en forma de antología la egiptóloga americano-egipcia Nicole B. Hansen bajo el título Omm Sety’s living Egypt. Surviving folkways from pharaonic times.
Dorothy emprendió esa actividad literaria al jubilarse, si bien continuó ejerciendo de consultora y guía turística para el Departamento de Antigüedades. En 1972, tras sufrir un ataque al corazón, vendió su casa y se mudó primero a una humilde zareba (cabaña de juncos) y luego a una de adobe que le hizo el hijo del guardián del templo. Allí siguió recibiendo visitas de Seti I y hasta una del mismísimo Set, el dios asesino de Osiris. Estaba preparada para abandonar este mundo y como no podía ser enterrada en cementerios normales, ya que era pagana, se hizo construir su propia tumba, con puerta falsa y todo para facilitar el paso del Ka y un ushebti en su interior como detalle magistral.
En la primavera de 1981, efectivamente, enfermó de gravedad y, consciente de que el fin estaba cerca, regaló sus dos gatos, se inscribió en la Comunidad de Isis (una organización religiosa internacional para el culto a esa diosa) y el 21 de abril expiró. Por desgracia para ella, las autoridades no permitieron que fuera sepultada en su tumba y terminó en una fosa anónima junto al camposanto copto. No se sabe qué ocurría exactamente en la mente de Dorothy; algún psiquiatra ha sugerido que en la caída por las escaleras debió recibir un golpe en la cabeza, resultando dañado el locus cerúleo (una parte del tallo cerebral) y generando un trastorno neuropsiquiátrico.
En cualquier caso, para ella empezaría una nueva existencia, presentándose ante Osiris para que dictara sentencia sobre su destino ultratrerreno. Después de que Anubis contrapesase su corazón con la Pluma de la Verdad de Maat, Toth registraría el resultado en una tablilla y, si era positiva la operación, Horus la guiaría hasta los campos de Yaru. ¿La esperaría allí su amado Seti I?
Fuentes
Grandes misterios de la arqueología. Viajes al encuentro de lugares sagrados (Jesús Callejo)/Breaking ground. Women in old world archaeology (Barbara S. Lesko)/Omm Sety-Priestess of the Ancient Egypt? (Brian Haughton)/Omm Sety’s living Egypt. Surviving folkways from pharaonic times (Nichole B. Hansen, ed.)/Wikipedia
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