El mar Caspio es un gran lago de agua salada -el más extenso del mundo- de 371.000 kilómetros cuadrados y una profundidad media de 170 metros, al que alimentan varios ríos, el más importante de los cuales es el Volga. Todo ello le confiere una situación estratégica, haciendo de frontera natural común entre Rusia, Azerbaiyán, Irán, Turkmenistán y Kazajistán, lo cual revela una importancia histórica que se plasma, por ejemplo, en el episodio que vamos a ver a continuación: las incursiones de los rus por sus costas.
Ya hemos hablado de ellos en otros artículos, como el dedicado a la dinastía Rurikida de Kiev. Eran vikingos varegos, un pueblo de origen escandinavo que merced a incursiones fluviales por los cauces que desembocan en el Báltico se adentraron por tierra y llegaron hasta el mar Negro, estableciéndose en Europa oriental al fundar en el siglo IX un asentamiento junto al lago Ladoga llamado Aldeigja.
Esa conversión al sedentarismo no excluyó que continuaran con nuevas expediciones, siendo las primeras de carácter comercial y estableciendo relaciones de ese tipo con los musulmanes y el Imperio Bizantino a través del Volga y el Dniéper respectivamente.
Pieles, esclavos y miel eran los productos que intercambiaban, a veces en sitios tan alejados como Bagdad, según atestiguan el registro numismático y alguna fuente documental como la obra Kitab al-w’al Masalik-Mamalik (Libro de las rutas y los reinos, del geógrafo y funcionario persa Ibn Khordadbeh), donde se los cita como «parientes de los saqualiba«, o sea, de los eslavos, término que englobaba a cualquier nórdico (en cambio, algunos traductores opinan que se referiría a esclavos simplemente, algo que derivaría del hecho de que usaban a los esclavos como intérpretes). Pero a partir del año 913 cambió radicalmente la naturaleza de sus viajes para volverse bélica.
En realidad no era la primera vez que recuperaban su costumbre de razias guerreras, ya que se sabe que realizaron tres con anterioridad: la primera a Abaskun durante el reinado de Hasán ibn Zaid, señor de la región iraní de Tabaristán; otra a la misma ciudad entre el 909 y el 910; y una más entre el 911 y el 912. Lo que ocurre es que se trataba de incursiones menores, con flotas pequeñas de una quincena de barcos. Por contra, para la del 913 se reunió medio millar, estableciéndose como objetivo otra vez la costa meridional del Caspio. Pero, dado el tamaño de la expedición, ahora necesitaban hacer escalas en puertos intermedios y por eso establecieron una alianza de paso por los del kanato jázaro.
Los jázaros eran un pueblo túrquico procedente de Asia central, una confederación de tribus nómadas que a finales del siglo VI crearon un importante imperio comercial entre Europa del este y el suroeste de Asia, cruce de caminos entre China, Oriente Medio y la Rus de Kiev, así como entre el Imperio Bizantino y el Califato Omeya, además de estación fundamental de la Ruta de la Seda. Su territorio se extendía desde la zona septentrional del Caspio hasta el noroeste del mar Negro, lindando con Bulgaria del Danubio y del Volga e incluyendo la península de Crimea y el área entre ambas masas de agua hasta la frontera abbásida.
Inicialmente aceptaron la propuesta de los rus a cambio de la mitad del botín que éstos obtuvieran y, así, la flota navegó por el Dniéper hasta el mar Negro para luego pasar al de Azov y al río Don. Entonces, siguiendo la costumbre vikinga, echaron los barcos a tierra y así los transportaron hasta el Caspio, donde continuaron el saqueo por la región iraní de Gorgán sin que los intentos persas por rechazarlos dieran resultado.
Conquistaron las ciudades azerbaiyanas de Bakú, Arran, Beliakan y Shirvan, depredando y capturando esclavos de todas las edades, llegando su mala fama hasta tal punto que los propios jázaros empezaron a desconfiar y, durante su retorno, los aniquilaron preventivamente con ayuda de los búlgaros del Volga.
Ello trajo unas décadas de paz pero en el año 943 el Gran Príncipe de la Rus de Kiev, Ígor, reunió una nueva flota para otra incursión. En esa ocasión remontaron el río Kurá, que nace al sur del Cáucaso y fluye hacia el este por Turquía, Georgia y Azerbaiyán hasta desaguar en el mar Caspio, y una vez más fueron conquistando y saqueando. Tomaron la ciudad de Barda y en ella acabaron con casi toda la población, después de que los habitantes se rebelasen y se negasen a abandonar sus casas, utilizándola como base de operaciones tras conseguir restablecer la tranquilidad con la promesa de respetar la religión y costumbres locales.
No obstante, brotó una epidemia de disentería que les causó cuantiosas bajas, lo que incitó a las tropas jázaras de la región a caer sobre la urbe. Los rus salieron a combatir con su líder al frente montado en un burro; posiblemente fuera el príncipe Oleg de Nóvgorod, que algunos autores identifican como el primogénito de Ígor, aunque otros opinan que se trataba de Helgu (otro notable que dos años antes había intentado asaltar infructuosamente Constantinopla) o incluso el jefe Sveneid. En cualquier caso, resultaron derrotados y perdieron cientos de hombres, viéndose obligados a atrincherarse tras las murallas y quedando sometidos a asedio. Imposibilitados para resistir, cargaron cuanto pudieron de botín y abandonaron de noche la urbe, logrando alcanzar el Kurá y embarcando rumbo a casa.
Es posible que los jázaros fueran incitados por los bizantinos a combatir a los varegos para poner coto a su creciente dominio de las rutas comerciales, aunque también hay quien invierte ese planteamiento: el emperador Romano I Lecapeno habría animado a los varegos -y a los alanos- a atacar a los jázaros después de que éstos mataran a muchos cristianos como represalia por la persecución que los judíos sufrían en el imperio (las élites jázaras abrazaron el judaísmo en el siglo VIII y se consideraban descendientes de Jafet, el hijo de Noé). En cualquier caso, los rus vieron vetado su paso hacia el Volga para esa campaña por el recelo que levantaban, habida cuenta de la historia reciente.
De este modo, Yosef ben Aaron, caudillo jázaro, decidió unir sus fuerzas a las de los estados musulmanes contra el que consideraban enemigo común. La jugada le salió mal porque en el 965 se encontró con un rival formidable: Sviatoslav I, príncipe de Nóvgorod y Gran Príncipe de Kiev. Era otro hijo de Ígor que inició una expansión de la Rus absorbiendo a las tribus vasallas de los jázaros y convirtiéndolas en tributarias suyas. A continuación contrató mercenarios pechenegos (túrquidos nómadas de las estepas) y oguces (los túrquidos que habitaban entre los mares Negro y Caspio) para compensar su inferioridad en caballería y empezó la guerra.
Trasladándose por el Oká y otros afluentes del Volga, invadió el territorio búlgaro oriental exigiendo sumisión a los sitios que conquistaba y consiguiendo poner bajo su control todo el cauce alto del río. Ese mismo año -la cronología es confusa- tomó la ciudad de Sarkel (en la orilla izquierda del Don, cerca de la actual Rostov) y destruyó su fortaleza, que había sido construida por los jázaros con ayuda bizantina, estableciendo el principado de Bélaya Viezha.
También saqueó Kerch (una urbe de Crimea) y, entre los años 968 y 969, Atil (la capital jázara, donde un cronista dejó dicho que «no dejó uva ni racimo, ni una sola hoja en su rama»). Después le tocó el turno a Samandar, tras lo cual, según escribió el cronista musulmán Muḥammad Abū’l-Qāsim Ibn Ḥawqal en su obra Ṣūrat al-’Arḍ (La faz de la Tierra), los varegos pusieron rumbo a Al-Ándalus.
Sviatoslav puso fin a la independencia del estado jázaro y le dio la vuelta a la situación, pasando a ser la Rus de Kiev la que dominó las rutas comerciales de esa parte del continente. Eso sí, le costó la vida: según la Crónica de Néstor en el 972 unos pechenegos le tendieron una emboscada y su líder, el khan Kurya, hizo una copa con su cráneo. Ello no impidió que siguiese la política de incursiones, unas veces de motu propio y otras por cuenta ajena. Ejemplo de esta última sería la expedición de 987, en la que los rus enviaron un ejército a bordo de dieciocho barcos en auxilio del emir de Derbent (actual república rusa de Daguestán), para enfrentarse a varias tribus locales.
En cambio, en el 1030 los rus invadieron Shirvan (una región del actual Azerbaiyán) y ayudaron militarmente al señor de Ganja a sofocar una rebelión. Dos años más tarde repitieron acompañados de alanos y sarires, pero fueron vencidos por los musulmanes. También hubo otras misiones posteriores: una a cuenta de los oguces; otra como aliados de los georgianos contra los bizantinos (1041), aunque en este caso no se trataría de varegos sino de vikingos procedentes de Suecia que llegaron hasta Serkland (nombre que daban al Califato Abasí y, por extensión, al mundo musulmán), falleciendo en el empeño su jefe, Ingvar el Viajero.
La última incursión de la que hay noticia tuvo lugar entre los años 1173 y 1174, cuando setenta y tres naves cayeron sobre Shirvan. Hay autores que creen que no se trataría de rus sino de piratas fluviales, que actuaban por su cuenta y según se cree, podrían ser el origen de los cosacos. El caso es que ese ataque se hizo en alianza con los cumanos (una tribu nómada del norte del Mar Negro) y el caudillo local, Akhsitan, tuvo que pedir ayuda al rey de Georgia, Jorge III, y al emperador bizantino, Andrónico I Comneno, gracias a lo cual pudo rechazar a los invasores. A éstos, de todas formas, ya les quedaba poco tiempo; los mongoles pondrían fin a la Rus de Kiev en 1240.
Fuentes
Historia mínima de Rusia (Rainer María Matos Franco)/Viking Rus: Studies on the Presence of Scandinavians in Eastern Europe (Wladyslaw Duczko)/A History of Russia, Mongolia and Central Asia. Inner Eurasia from Prehistory to the Mongol Empire (David Christian)/The Vikings in History (F. Donald Logan)/The Empire of the Khazars and the Peoples of the North (J.B. Bury)/Wikipedia
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