Lo tienes todo pensado, vas a crear un blog y a publicar estupendos artículos sobre los temas históricos que te apasionan. Te has visto todos los tutoriales, has leído todos los posts y has escuchado todos los podcasts del experto Blogpocket, el maestro Antonio Cambronero, y estás listo para empezar a crear y hacer crecer tu web con interesantes contenidos.
Te falta un último paso, comprar un dominio web. Para ello te diriges a la página de Webempresa y, de repente te asalta una duda, ¿cómo llamar al blog, y que dominio vas a comprar para que sea no solo atractivo, sino que describa perfectamente lo que quieres crear?
El nombre de un blog es importante tanto para la correcta identificación como para el crecimiento y el posicionamiento del mismo. Un mal nombre puede resultar no solo confuso o difícil de recordar, también puede tener efectos colaterales no deseados, como por ejemplo que las personas sean menos propensas a compartir sus contenidos con sus contactos.
En líneas generales un nombre debe cumplir con un mínimo de características básicas: tiene que ser fácil de recordar y pronunciar, no ser demasiado largo, y evitar ser confuso. Si a todo esto le sumamos el hecho de que describa con elegancia y estilo lo que el lector se va a encontrar dentro, habremos dado con el nombre ideal.
Pero no siempre es fácil. En la mayoría de las ocasiones no vamos a poder encontrar un nombre que nos satisfaga completamente. No pasa nada, no hay que ponerse nervioso. Quizá somos demasiado exigentes. Pero, ¿cómo elegirlo entonces?
Podemos empezar por apuntar en una lista un pequeño número de ideas, cuatro o cinco palabras relevantes con las que comenzar nuestra búsqueda, que describan lo que vamos a crear.
La mayoría de tutoriales sobre el tema te dirán que los mejores métodos para encontrar un buen nombre implican acudir a diccionarios, a Google y cosas por el estilo. Añadir o quitar letras de las palabras elegidas, cambiar algunas de sitio, etc. Todo vale con tal de encontrar el término original y, la mayoría de las veces sin significado explícito, que nos haga destacar sobre la competencia. Pero hay otros métodos interesantes, y aquí te presento algunos de ellos:
1. Usa la aliteración
Esta técnica consiste en la repetición de sonidos semejantes dentro de un texto o fragmento literario. Por ejemplo, los famosos tres tristes tigres o el popular mi mamá me mima. Si aplicamos la técnica a la historia nos pueden salir cosas como O Tite tute Tati tibia tanta tyranne tulisti (Oh Tito Tacio, tirano, tu mismo te produjiste tan terribles desgracias), un verso latino procedente de los Anales del post Quinto Ennio.
2. Utiliza el humor
Un nombre simpático siempre hará sonreír a tus lectores, y llamará la atención de una manera divertida y, efectivamente, memorable, que es lo que queremos conseguir. Si no se te ocurre nada siempre puedes volver a ver la película de los Monty Phyton, La vida de Brian, y seguramente te llegará la inspiración de la mano de alguno de los múltiples personajes singulares que la protagonizan.
3. Abreviaturas
Los romanos eran unos maestros de las abreviaturas. De hecho si no estás familiarizado con ellas es muy difícil interpretar la mayoría de sus inscripciones. Utilizaban las abreviaturas para todo, pero principalmente para los nombres propios y los títulos, aunque también para acortar frases demasiado largas. Por ejemplo S.V.B.E.E.Q.V. (Si vales bene est, ego quidem vale).
4. Acude a la Wikipedia
Si finalmente no das con el nombre deseado siempre puedes emplear esta sencilla técnica. Toma una de las palabras que habías apuntado y búscala en la Wikipedia. Luego mira como se dice esa misma palabra en los diferentes idiomas disponibles, y seguro que encuentras lo que estabas buscando. Un pequeño consejo: busca idiomas que ya no se hablen o sean minoritarios, por ejemplo el Gótico, el Ligur, la Interlingua…
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