El proceso de descolonización que caracterizó las primeras décadas de la segunda mitad del siglo XX fue mucho más complejo de lo que parecería a simple vista porque, a veces, la marcha de las potencias significó la guerra civil y, como había pasado en la América española en el XIX, la atomización de los territorios. Un ejemplo muy conocido es la división de la India británica pero en el sudeste asiático hay otro caso menos conocido: Singapur, estado que nació tras su expulsión de Malasia.

Malasia es un país dividido en dos partes, una oriental (insular, el tercio septentrional de Borneo, cuya zona restante corresponde a Indonesia) y otra occidental (continental, en el sur de la península malaya), siendo esta última el motor económico nacional y el lugar donde se ubica la capital, Kuala Lumpur.

Es una monarquía parlamentaria con un sistema federal que se independizó de Reino Unido en agosto de 1957, aunque no fue hasta seis años más tarde que se constituyó en una federación, aglutinando a otras colonias.

Federación de Malasia/Imagen: Wikipedia

Ello no fue visto con buenos ojos por otros países del entorno, caso de Filipinas, o Indonesia, que también reclamaban dichos territorios. De hecho, la primera aspiraba a quedarse con Sabah mientras que la segunda fue a la guerra en Borneo por cuestiones raciales (el Konfrontasi, se llamó), perdiéndola ante unos malayos que recibieron ayuda británica. Asimismo, el sultanato de Brunéi dio marcha atrás en su incorporación a la federación debido a la oposición popular y a desacuerdos sobre la forma de repartirse los beneficios del petróleo.

Pero lo que nos interesa aquí es Singapur, un estado multi-insular situado en el extremo meridional de la península malaya que había formado parte del Imperio Británico desde que la British East India Company lo ocupó en 1819 para controlar el Estrecho de Malaca y evitar así los gravámenes de paso a los buques que imponían los holandeses. Comenzó su proceso de autonomía en 1955 y lo consumó con otro iniciado cuatro años después . Para entonces su presidente, Lee Kwan Yew, llevaba un tiempo promoviendo sumarse a la Federación de Malasia aludiendo a criterios históricos y económicos.

Ubicación de Singapur en el sur de la península malaya/Imagen: ASDFGH-TUBS en Wikimedia Commons

En realidad se trataba de una táctica para contrarrestar el poder que mostraban los comunistas y, de hecho, los propios dirigentes de su partido, el conservador UMNO (United Malays National Organisation) eran escépticos sobre esa unión. Sin embargo, se aceptó en el contexto anteriormente descrito, en el que también Brunéi, Sabah y Sarawak se incorporaban (aunque el primero terminó echándose atrás). Y así, pese a las discrepancias internas, en septiembre de 1962 se celebró un referéndum en el que ganó el sí a la anexión con un 70%.

De este modo, con esos nuevos estados incorporados, nacía en julio de 1963 la nueva Federación de Malasia, que se hizo oficial dos meses más tarde con el visto bueno británico, que pensaba que eso proporcionaría estabilidad a la región. No fue así. Aunque a priori la unión beneficiaba a Singapur, al establecer un mercado común que le evitaba el pago de aranceles y mantener las competencias en trabajo y educación, la división política del UMNO llevó a la ruptura de su alianza con el PAP (People’s Action Party), que gravitaba hacia el centro-derecha y favoreció el surgimiento del Barisan Sosialis (Frente Socialista). Pero lo peor fueron los problemas raciales.

Al igual que había ocurrido en la India, las minorías de la Federación de Malasia se mostraron incapaces de convivir. Malayos y chinos fueron instigados al enfrentamiento, ya que los primeros sumaban 3,4 millones de habitantes y los segundos una cantidad similar, 3,6 millones. La entrada de Singapur alteraba ese equilibrio, al tener una amplia población china, aunque inicialmente fue algo visto como un mal menor ante la posibilidad de que un Singapur independiente prosperase económicamente y/o tuviera un gobierno hostil a Malasia, tal como pasaba con Indonesia, que tenía un agresivo ejecutivo nacionalista con Sukarno.

La divisa del escudo de Malasia dice «La unidad es fuerza»/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Mientras Malasia y Singapur negociaban las condiciones económicas de la unión sin conseguir llegar a un acuerdo (los primeros exigían el 40% de las ganancias de los segundos, cuyo potente puerto relegaba a una posición secundaria a Kuala Lumpur, amenazando con retrasar la aprobación del mercado común), los chinos singapurenses rechazaron las políticas de discriminación positiva hacia la minoría malaya, que además era musulmana, porque contrastaba con el apartheid que Malasia aplicaba a los chinos en su país. Indonesia, que en esos momentos libraba el citado Konfrontasi, azuzó astutamente esa situación.

Abdul Razak Hussein, vicepresidente de la federación, había acusado al presidente de Singapur, Lee Kwan Yew, de ser un opresor peor que los japoneses durante la Segunda Guerra Mundial y enardeció a los malayos, que el 21 de julio de 1964, efeméride del nacimiento de Mahoma, salieron a las calles a manifestarse violentamente. El resultado fueron 23 muertos y casi medio millar de heridos, así como un rebrote de los disturbios en septiembre, tras el asesinato de un líder malayo, que produjo otras 13 víctimas mortales, un centenar de heridos y 1.439 detenidos. Todo ello repercutió en la economía y al quedar limitados los transportes, se produjo desabastecimiento de comida e inflación.

Para agravar las cosas, en marzo de 1965 unos saboteadores indonesios asaltaron la sede singapuresa del Banco de Hong Kong y Shangái, haciendo estallar un artefacto que mató a tres personas e hirió a una treintena. La situación parecía incontrolable y amenazaba con degenerar aún más, aparte de extenderse al plano económico. Prueba de ello fueron las represalias de Singapur a los aranceles que Malasia se mostraba reticente a retirar: la denegación de unos préstamos para el desarrollo, acordados previamente, a Sabah y Sarawak.

Lee Kwan Yew y Tunku Abdul Rahman/Imagen 1: AK Bristow en Wikimedia Commons – Imagen 2: Harry Pot en Wikimedia Commons

Como además nadie fue capaz de echar el freno a la escalada verbal y no hubo acuerdo para constituir una comisión conjunta de investigación, el primer ministro malayo, Tunku Abdul Rahman, anunció al parlamento el 7 de agosto una propuesta para expulsar a Singapur de la Federación de Malasia. Se votó dos días después con el resultado de 126 a favor y ninguno en contra porque los parlamentarios singapurenses se negaron a asistir. Todo quedaba decidido y, ese mismo día, un sollozante Lee Kwan Yew compareció en televisión para informar de que a partir de ahí Singapur era una nación soberana e independiente:

«Para mí, éste es un momento de angustia. Toda mi vida, mi vida adulta, he creído en la fusión y unidad de ambos territorios. Sabemos que es un pueblo relacionado por geografía, economía y lazos de parentesco…»

Así fue cómo nació la República de Singapur, siendo su primer presidente el periodista Yusof bin Ishak, con la Asamblea Legislativa convertida en Parlamento y creando su primera moneda nacional (el dólar singapuriano) en 1967. El nuevo estado fue reconocido por la ONU apenas un mes más tarde. Por cierto, aquel fatídico 21 de julio de los disturbios es hoy el Día de la Armonía Racial.


Fuentes

A history of modern Singapore, 1819-2005 (C.M. Turnbull)/Conflict and violence in Singapore and Malaysia, 1945-1983 (Richard Clutterbuck)/Singapore. A modern history (Michael D. Barr)/Road to independence (AsiaOne)/Merger with Malaysia (Tin Seng Lim en Infopedia)/From Malayan union to Singapore separation. Political unification in the Malaysia Region, 1945–65 (Mohamed Noordin Sopiee)/Wikipedia


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