En 1952, la OTAN amplió la lista original de doce países fundadores con la incorporación de Grecia y Turquía -después, con los años, se unirían casi una veintena más-, en una hábil jugada que cerraba de forma definitiva las aspiraciones de la URSS de tener una salida naval al Mediterráneo, algo que había constituido un objetivo histórico casi obsesivo desde siempre y que llevó a soviéticos y turcos a tener un largo y tenso roce desde 1936: lo que se conoce como Crisis de los Estrechos Turcos.

El Mar de Mármara sirve de conexión entre el Mediterráneo y el Mar Negro a través de dos estrechos, el de los Dardanelos al oeste (el antiguo Helesponto) y el del Bósforo al este.

Un lugar, por tanto, de incuestionable valor estratégico ya desde la Antigüedad, cuando los persas lo cruzaban en sus intentos de invadir Grecia y que, al quedar en manos del Imperio Otomano tras la caída de Constantinopla, supuso el origen de un conflicto con el Imperio Ruso, que no renunciaba a su única salida por mar hacia occidente -Báltico aparte-.

Los Dardanelos, el Mar de Mármara y el Bósforo constituyen la conexión entre los mares Mediterráneo y Negro/Imagen: Rowanwindwhistler en Wikimedia Commons

Las guerras ruso-turcas del siglo XVIII, de principios del XIX y del último cuarto de éste, más la de Crimea, tuvieron mucho que ver con ello y aunque al final la intervención de las potencias europeas frenó las aspiraciones rusas, lo que se dio en conocer como Cuestión Oriental siguió latente hasta la Primera Guerra Mundial, cuando se produjo una inversión de papeles: los otomanos se alinearon con las Potencias Centrales y Rusia lo hizo con los Aliados. en ese contexto bélico, volvió a quedar patente la importancia de los Dardanelos al acoger éstos una de las batallas más destacadas de la contienda, la de Gallípoli.

Al acabar las hostilidades, el Tratado de Sèvres de 1920 fue un intento de partir el Imperio Otomano de manera que el entorno del Mar de Mármara tuviera consideración de territorio internacional, dejando el Bósforo en manos turcas al estar Estambul en sus dos orillas, pero pasando los Dardanelos a ser dominio griego.

Mapa del Tratado de Sèvres/Imagen: Rowanwindwhistler en Wikimedia Commons

Sin embargo el acuerdo fue papel mojado, ya que el Movimiento Nacional Turco de Mustafá Kemal Atatürk rompió con el sultán y el país quedó envuelto en una guerra civil que no terminó hasta 1923.

Entonces se retomaron las negociaciones y se alcanzó el Tratado de Lausana, que devolvía a Turquía los territorios perdidos, desmilitarizaba los estrechos y garantizaba el derecho de paso a todos los buques bajo la supervisión de una comisión internacional.

Eso significa que la cuestión no había quedado solucionada. Eso sí, el shock dejado por la guerra invitaba a discutir las cosas por la vía diplomática, de modo que rusos y turcos encauzaron sus relaciones e incluso alcanzaron cierto grado de fraternidad, en parte favorecidos por sus respectivas revoluciones.

En verde, la nueva frontera turca tras el Tratado de Lausana; la zona desmilitarizada se muestra rayada/Imagen: Rowanwindwhistler en Wikimedia Commons

Se plasmó en el Tratado de Moscú de 1921, denominado también Tratado de Hermandad. Entre los diversos puntos que trataba, incluía la futura realización de una conferencia bilateral para llegar a un pacto sobre los estrechos y el Mar Negro que garantizase la «soberanía y seguridad plenas» de Turquía y la navegabilidad por allí de los barcos rusos.

Pero pasaron los años y se entró en la difícil década de los treinta. Al pasar su ecuador, el mundo volvía a entrar en ebullición: estallaba la Guerra Civil en España mientras seguía la de China, la Alemania nazi iniciaba su expansionismo ocupando las zonas desmilitarizadas de Renania, soviéticos y japoneses se enzarzaban en enfrentamientos fronterizos, la Italia fascista intervenía en Abisinia…

El clima empezaba a adoptar tintes prebélicos a nivel global y la zona de los estrechos turcos no pudo quedar al margen, así que en 1936 se convocó una nueva ronda de negociaciones sobre el tema: la Convención de Montreux, en Suiza.

Mustafá Kemal Atatürk en 1934/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Aparte de Turquía y la Unión Soviética, participaron Reino Unido, Alemania, Francia, Austria, Bulgaria, Grecia, Japón y Yugoslavia. Los turcos recelaban de un posible intervencionismo italiano en Anatolia desde sus posesiones insulares del Dodecaneso, los búlgaros estaban desarrollando un intenso programa de rearme y el propio canciller turco había ordenado construir fortificaciones en las zonas desmilitarizadas de los estrechos, pese a estar prohibido, porque consideraba que el Tratado de Lausana quedaba obsoleto ante los cambios políticos producidos desde entonces.

Pese a todo, Londres cedió para evitar que Estambul terminara alineándose con Berlín o Roma, así que se alcanzó un acuerdo final que permitía el paso a esos barcos con restricciones basadas en número y tonelaje; únicamente Alemania se negó a firmar y Japón lo hizo con reservas. De este modo, Turquía recuperaba el ansiado control y parecía quedar asegurada la tranquilidad en la región.

Los países citados, con las llamativas excepciones de Italia y EEUU, que rechazaron tomar parte, se reunieron, pues, en Suiza. Como cabía esperar, cada uno presentó propuestas favorables a sus intereses: Turquía aspiraba a tener el control mientras que la URSS quería libertad absoluta de paso, frente a la oposición de británicos y franceses, que veían en esa flota un peligro para sus rutas comerciales con Asia a través del Canal de Suez.

Pero sólo lo parecía. La realidad era diferente porque, antes de acabar la década, Stalin exigió una revisión del tratado que otorgase un control conjunto turco-soviético y, tras la firma del Pacto Molotov-Ribbentrop, incluso se informó a los alemanes de la intención de conseguir esa petición por la fuerza o, en su defecto, instalar una base in situ. El estallido de la Segunda Guerra Mundial enturbió más el asunto, ya que Turquía permitió que buques alemanes e italianos transitasen por el estrecho.

Foto de grupo tras la Conferencia de Postdam/Imagen: Bundesarchiv, Bild, en Wikimedia Commons

Todo podía haberse terminado con la finalización de la contienda, pero ésta sólo daba el relevo a la Guerra Fría, que con la autorización de paso en 1946 al acorazado estadounidense USS Missouri -presuntamente para devolver el cuerpo del embajador turco en Washington- volvió a encender una cuestión que, si bien se había tratado en la Conferencia de Postdam, no había concretado nada; EEUU admitía públicamente que se trataba de un asunto interno entre la URSS y Turquía, pero de forma extraoficial trabajaba para evitar que la primera tuviera una salida al Mediterráneo y la segunda cayera en la órbita comunista.

Al año siguiente, el gobierno de Estambul recibió la advertencia soviética de que su gestión del control de los estrechos ya no era de fiar y exigía una revisión internacional del Tratado de Montreux. «Un pequeño estado apoyado por Gran Bretaña aprieta a un gran estado por el cuello y no le da salida» lo definió expresivamente Stalin.

Y para presionar, empezó una serie de maniobras navales en el Mar Negro, cerca del litoral turco, en las que siempre se situaba un buque de guerra bloqueando el acceso al Mar Negro a cualquier barco no turco.

Harry S. Truman en 1947/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Fue una iniciativa contraproducente, pues inmediatamente EEUU y Reino Unido manifestaron su apoyo a Turquía y ésta abandonó su neutralidad para iniciar un proceso de acercamiento a occidente, recibiendo ayuda económica y militar junto a Grecia para aplacar los incipientes movimientos izquierdistas que empezaban a experimentar esos países. Era, en suma, la Doctrina Truman, la cual, formulada en 1947, propugnaba la contención de la expansión geopolítica soviética.

No obstante, los turcos trataron de reconducir su relación con Moscú nombrando un nuevo embajador al que, eso sí, se prohibió que aceptase cualquier tipo de negociación sobre los estrechos.

Su homólogo soviético en Estambul fue quien se encargó de recomendar a su gobierno que en lugar de aceptar participar en una nueva propuesta de conferencia internacional que había hecho EEUU para tratar el tema, se admitiese una reforma del Tratado de Montreux, evitando así el riesgo de salir peor parados en una votación.

La posición oficial de la URSS pasó a ser la misma que tenía en 1946, antes de la escalada de tensión. La muerte de Stalin en 1953, un año después de que Turquía hubiera ingresado en la OTAN, puso fin al debate que su ejecutivo mantenía con el otro país, tanto en la cuestión de los estrechos como en la de otras reclamaciones territoriales en las fronteras con Armenia y Georgia. En su lugar reanudó una política de vuelta a la diplomacia y así, hoy en día, el Tratado de Montreux continúa siendo el referente legal para regir el control de los Dardanelos y el Bósforo.

Una corbeta rusa cruzando los extrechos turcos/Imagen: Kevin Fox en Wikimedia Commons

En 1994 entró en vigor la UNCLOS (United Nations Convention on the Law of the Sea, es decir, Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar), que admite la posibilidad de una adaptación del tratado a los nuevos tiempos. Turquía no la ha firmado, así que todo sigue igual, con paso libre regulado por una ley de 1936.


Fuentes

International straits of the world. The Turkish straits (Chrēstos L. Rozakēs y Petros N. Stagos)/Stalin and the Turkish Crisis of the Cold War, 1945–1953 (Jamil Hasanli)/The Turkish Crisis of the Cold War Period and the South Caucasian Republics (Jamil Hasanli)/Las relaciones internacionales en el ámbito europeo hasta 1914 (Carmen Cortés Salinas)/Tratado de Sèvres/Tratado de Lausana/Tratado de Montreux/Wikipedia


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