Philip K. Dick es el autor de ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (el relato que originó la película Blade runner), además de otras novelas y cuentos también adaptados al cine como Minority report, Total recall, Paycheck y muchos más. En 1964 publicó uno titulado Los jugadores de Titán (The game-players of Titan) que se desarrolla en un mundo post-apocalíptico dominado por unos extraterrestres amorfos, los vugs, que controlan a la Humanidad a través de un juego de mesa en el que los participantes apuestan sus propiedades, familias e incluso estados. Son telépatas, lo que les permite adoptar un aspecto humano y da pie a la reseña de un curioso fenómeno denominado Efecto Pauli.

En realidad, el Efecto Pauli, también conocido como Corolario del Dispositivo de Pauli, no es un invento de Dick sino que fue definido en la primera mitad del siglo XX como una supuesta tendencia de los equipos técnicos -y por extensión, otros objetos- a estropearse en presencia de ciertas personas. El hombre que desató esa extraña situación se llamaba Wolfgang Ernst Pauli y fue un físico teórico natural de Viena (Austria), donde nació en 1900, si bien trabajó la mayor parte de su vida profesional en EEUU y Suiza, consiguiendo ambas nacionalidades.

Pauli, un genio precoz que consiguió su doctorado con veintiún años, destacó en mecánica cuántica, manteniendo amistad y extensa relación epistolar con colegas del fuste de Niels Bohr y Werner Heisenberg. Sus aportaciones científicas le permitieron ganar el Premio Nobel de Física en 1945, especialmente gracias al llamado Principio de exclusión de Pauli, una regla según la cual no puede haber dos fermiones (los cuarks y leptiones, partículas elementales con espín semientero) que tengan todos sus números cuánticos idénticos dentro del mismo sistema. Pero, aunque se llamen igual, dicho principio no tiene nada que ver con el efecto que reseñábamos antes.

Wolfgang Pauli en 1945/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Ése se supone que consiste en las averías que experimentan las máquinas cuando una persona determinada está presente. En este caso, era Pauli el que, se pensaba, provocaba fallos en los equipos que no ocurrían en su ausencia. Aunque a priori parece algo absurdo, el caso es que debió ocurrir las suficientes veces como para que, habiéndose corrido el rumor, algunos científicos prohibieran el acceso de Pauli a sus instalaciones. Fue lo que hizo Otto Stern, que tenía su laboratorio en Hamburgo y, aún siendo amigo suyo, le pidió que no le visitase.

No era para menos, pues, por ejemplo, se hizo famoso en 1950 el incendio del ciclotrón (acelerador de partículas) de la Universidad de Princeton durante una visita de Pauli. Del mismo modo, es conocida la anécdota en la que un costoso equipo de medición atómica de la Universidad de Gotinga (Alemania) se estropeó sin causa aparente y cuando James Franck, Nobel de Física y director del centro, escribió a Pauli a Zúrich (donde vivía entonces) comentándole jocosamente que esa vez no era culpa suya, el otro le contestó que en el momento de la avería él estaba en la estación ferroviaria de esa ciudad alemana, en una escala del viaje que hacía a Dinamarca para visitar a Bohr.

James Franck en 1925/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Lo curioso es que ese gafe -o lo que fuera- no sólo afectaba a máquinas, pues también consta la caída y rotura de un jarrón de porcelana al paso de Pauli durante su entrada a la fiesta de la fundación del C.G. Institute de Zúrich, en 1948, sin que nadie lo tocase.

El propio Pauli lo refirió en un artículo escrito sobre el tema porque, de hecho, creía en la existencia de ese efecto negativo, tal como confirmó su colega Markus Fierz. Pero no le pesaba en absoluto; al contrario, disfrutaba con ello y con el mote que le adjudicaron: la ira de Dios.

Lo mismo pasaba con sus colaboradores, hasta el punto de que llegaron a formular el fenómeno medio en serio medio en broma: «Un dispositivo funcional y Wolfgang Pauli no pueden ocupar la misma habitación». Llevando la sorna más allá, lo bautizaron como el Segundo principio de exclusión de Pauli.

Ahora bien, todos eran reputados científicos ¿Por qué daban pábulo a algo que parecía más propio de una revista de pseudo-ciencia? La respuesta está en el debate que en aquellos años sacudía el concepto de método científico.

Werner Heisenberg en 1933/Imagen: Bundesarchiv, Bild, en Wikimedia Commons

El método científico consiste en un proceso de investigación que parte de la observación sistemática para llegar a la formulación de hipótesis pasando por una serie de pasos que incluyen la medición, la experimentación y el análisis-modificación de esas hipótesis.

Unos métodos son inductivos y otros deductivos, abductivos o predictivos, pero deben desarrollarse aplicando la refutabilidad, la repetibilidad y la revisión por pares (evaluación por otros). Todo ello se plasmaba entonces en una dicotomía entre ciencia teórica y ciencia experimental que la mayoría de investigadores no eran capaces de armonizar.

Consecuentemente, muchos científicos teóricos terminaban rompiendo u estropeando el equipo experimental o, al menos, se ganaron esa reputación. Pauli sería un caso extremo, quizá debido a que se trataba de un teórico excepcional que no pisaba tanto el laboratorio como debiera para comprobar sus teorías. Eso redundó en su perjuicio porque, a menudo, sus ideas fueron copiadas por otros que sí se preocuparon de refrendarlas, llevándose el mérito que le hubiera correspondido. Esa dejadez le llevó a romper con Heisenberg cuando éste permitió que se publicase un trabajo conjunto encabezado con su nombre, citándole a él sólo como asistente.

Carl Gustav Jung/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Y eso que la arrogancia de la que a veces hacía gala Pauli solía conjugarse con una personalidad a la vez socialmente abierta. Una vez coincidió en una conferencia con Paul Erhenfest, otro ilustre físico quien, tras un rato de charla, le dijo que le gustaba más un artículo escrito recientemente que él mismo, a lo que Pauli respondió que era raro porque le pasaba lo contrario.

Y, pese a la tensión, terminaron haciéndose buenos amigos. Como lo fueron también Hans Bender, Marie-Louise von Franz y Carl Gustav Jung, los tres psicólogos con los que contactó para tratar sus depresiones y alcoholismo.

Bender era profesor del Instituto de Psiquiatría y Psicohigiene de la Universidad de Friburgo, al cambio una cátedra de parapsicología, mientras que von Franz, discípula de Jung, defendía la dualidad de la realidad (la psíquica y la material), siguiendo la teoría de la sincronicidad jungiana.

Ésta le interesaba especialmente a Pauli porque porque servía para explicar el efecto que se había bautizado con su nombre, ya que, según enunciaba Jung, la sincronicidad consistía en «la simultaneidad de dos sucesos vinculados por el sentido pero de manera acausal». Hay que tener en cuenta que quizá buscaba dar sentido a la gran tragedia de su vida: su madre se suicidó al descubrir la infidelidad de su padre.

En fin, es difícil establecer donde acaba la realidad y dónde empieza la leyenda humorística en el Efecto Pauli y cuántos casos se dieron como para que merecieran una valoración más allá de la broma que tenían todos al respecto. En cualquier caso, Pauli falleció en 1958, cinco años antes de que Philip K. Dick aprovechara su singular experiencia psiónica y la sincronicidad de Jung para adjudicársela a los vugs, que al final de la novela no pueden sustraerse a su propia ludopatía. Es mejor leerlo.


Fuentes

Los jugadores de Titán (Philip K. Dick)/No time to be brief. A scientific biography of Wolfgang Pauli (Charles P. Enz)/The laws of Causality and Synchronicity (Science2be)/Return of the world soul, Wolfgang Pauli, C.G. Jung and the challenge of psychophysical reality (Remo F. Roth)/Wikipedia


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