En la historia militar se encuentran a menudo casos de ejércitos que, acosados durante sus retiradas, terminan diezmados o incluso exterminados por completo. Son famosos los casos de los británicos que dejaron Kabul o de la Gran Armée regresando de Rusia. Pero hay uno no muy conocido que resulta un tanto sorprendente porque fue sufrido por un general de Alejandro Magno, en lo que podría considerarse el único desastre del, por otro lado, casi invencible ejército macedonio. Se llamaba Zopirión.
Salvo que vivió y murió en el siglo IV a.C., no se sabe gran cosa de él; ni lugar ni fecha de nacimiento ni devenir posterior hasta que entra en la Historia al ser nombrado por Alejandro gobernador de un territorio del entorno del Mar Negro.
¿Cuál? Quinto Curcio Rufo, historiador romano del siglo I d.C., le llama Thraciae praepositus (Tracia equivalía a lo que hoy sería el nordeste de Grecia, el sur de Bulgaria y la parte europea de Turquía), pero otro cronista romano, Justino, se refiere a él como prefecto del Ponto (antigua satrapía persa del noreste de Capadocia posteriormente convertida en reino por Mitrídates I).
En cualquier caso, de las fuentes disponibles se deduce que estando en ese cargo quiso hacer méritos, así que proyectó la invasión de Escitia. En realidad se ignora si ese plan obedecía a una orden de Alejandro o fue de motu propio. El mencionado Rufo dice textualmente que lo puso en marcha «pensando que si no lo intentaba, sería estigmatizado como indolente». Por tanto, parece inclinarse por la iniciativa personal.
No es mucho más lo que se sabe de él, ya que la obra en la que Rufo cuenta su aventura, Historiae Alexandri Magni Macedoni (Historias de Alejandro Magno de Macedonia), se centra lógicamente en la figura del famoso conquistador y además está incompleta, pues se han perdido dos de los diez volúmenes que la componían y el resto tienen vacíos. Por suerte, el relato comienza en el 333 a.C., cuando el hijo de Filipo ya se encuentra en Asia Menor, tomando Celenas y entrando en Gordión (donde se sitúa la célebre leyenda del nudo gordiano). Algo parecido ocurre con otras fuentes; el protagonismo era para Alejandro.
En el año 331 a.C., después de que el grueso del ejército macedonio derrotase al persa de Darío III en Gaugamela, entrando en Babilonia y abriendo así del todo las puertas del Imperio Persa, cuya antigua capital, Susa, fue devastada, Zopirión no quería permanecer inactivo. Los éxitos de sus compañeros le hicieron poner la vista en las tierras de los vecinos escitas. Eran un conjunto de pueblos nómadas, de origen iranio, que cita por primera vez Heródoto en sus Nueve libros de la historia, incluyendo entre ellos a los aucatas, catíaros, traspis y pariálatas, aunque ningún otro autor los nombra.
Habitaban una vasta región de la estepa euroasiática occidental que se extendía desde el Danubio hasta la cuenca baja del Don. Era lo que los griegos conocían como Gran Escitia para distinguirla de Escitia Menor, las actuales Rumanía y Bulgaria. Darío I intentó someterlos en el 514 a.C. pero fracasó porque se encontró con una táctica inesperada y desconcertante: el enemigo se limitaba a permitir que los persas deambularan por sus tierras, sin un objetivo concreto al no haber ciudades, pero atacaba esporádicamente. Dado que los escitas combatían todos a caballo, lanzaban andanadas masivas de flechas y luego se retiraban con la misma rapidez que se habían presentado, de modo que el ejército de Darío llegó hasta el Volga sin conseguir nada práctico.
Al comenzar el siglo IV a.C., los escitas se hallaban en su etapa de máximo esplendor, tanto en el ámbito político como en el cultural y el económico, hasta el punto de que muchos se habían vuelto sedentarios, dedicándose a la agricultura. Fueron los que formaron un reino al norte del Mar de Azov con capital en el lugar que los griegos conocían como Panticapea, en la actual península de Crimea, donde también había una colonia helena. Según Estrabón, fue el rey Ateas el que unificó las tribus y expandió sus dominios hasta Tracia, lo que le hizo chocar con Filipo II (el padre de Alejandro), quien los combatió en el 339 a.C., logrando matar a Ateas.
Eso disolvió el incipiente imperio escita y los alejó de los Balcanes, de forma paralela a la presión que empezaban a sufrir por el oeste por parte de los sármatas. La etapa adversa que estaban pasando fue, sin duda, un acicate para la ambición de Zopirión, que reunió treinta mil hombres para su campaña. con ellos bordeó el Ponto Euxino (nombre griego del Mar Negro) y cerca de Crimea puso sitio a Olbia, que era una colonia de Mileto y vivía su apogeo, con cerca de cuarenta mil habitantes. El problema era que la metrópoli había caído en manos macedonias en el 334 a.C., así que no se podía esperar auxilio de ella. Por tanto, Olbia tuvo que adoptar medidas drásticas.
Según cuenta el romano Macrobio en su obra Saturnales, las autoridades «dieron la libertad a sus esclavos, concedieron derechos de ciudadanía a extranjeros, emitieron letras de cambio y por lo tanto, lograron sobrevivir al asedio«. Eran cosas que solían hacer las polis griegas en circunstancias extremas como aquellas pero, de hecho, hicieron algo más: firmar una alianza con los escitas. No los eligieron porque sí; la mayor parte de los habitantes de la ciudad y de los alrededores procedían precisamente de ese pueblo.
Zopirión esperaba la llegada de refuerzos por mar pero, según Rufo, se desató una fuerte tormenta que hundió la flota, así que, privado de tropas y recursos para continuar el asedio de Olbia y la campaña misma, tuvo que renunciar a su plan, emprendiendo el regreso. Fue durante ese largo camino cuando su ejército debió verse acosado una y otra vez por ataques escitas, que seguirían la táctica característica de ellos, ya probada exitosamente ante los persas como vimos: evitar el choque directo en favor de golpes rápidos, aprovechando que el enemigo no estaba en formación de combate sino de marcha.
De este modo, la columna macedonia habría ido viendo mermadas sus filas poco a poco, sin poder organizar nunca una defensa. En realidad, el desarrollo está en condicional porque se trata de mera especulación; no existe ningún relato de esos combates. Sólo se sabe que los supervivientes llegaron al Danubio, dejando atrás a los escitas pero para encontrarse con que les esperaban nuevos enemigos: los getas y los tribalios.
Los primeros constituían una tribu tracia (véase el primer mapa) que había sido conquistada por Alejandro, quien, según la Anábasis de Arriano, tras derrotarlos contundentemente en batalla arrasó su capital. Los segundos, que también eran tracios, habían exigido a Filipo el pago de un derecho de paso por sus tierras cuando éste retornaba de su campaña contra los escitas en el 339, lo que llevó a la guerra; Filipo casi pierde la vida pero logró imponerse y cinco años más tarde, cuando él falleció y Tribalia aprovechó para rebelarse, Alejandro los reprimió con extrema dureza.
Por tanto, los tracios tenían motivos para desear vengarse de los macedonios y encontraron la oportunidad perfecta cuando apareció Zopirión con los restos de su maltrecho ejército. Era el invierno del 331 a.C. y el general pereció con todos sus hombres en algún lugar inconcreto de las estepas de Besarabia. Antípatro le envió tres cartas a Alejandro; en una le daba la buena noticia de la victoria sobre Esparta en Megalópolis, incluyendo la muerte del rey Agis III; en otra le informaba del fallecimiento de su tío (el hermano menor de Olimpia), Alejandro el Moloso, rey del Épiro, durante una expedición a la Magna Grecia ( Italia) en socorro de la colonia griega de Tarento. La tercera carta contaba el trágico destino de Zopirión. Según Rufo:
«Decíale que habiendo pasado Zopirión, gobernador de Tracia, a la guerra contra los getas con una poderosa armada, le sobrevino tan furiosa borrasca que perecieron en ella todos, y que noticioso de esta pérdida Seutes, había sublevado el pueblo de los odrisas, de suerte que quedaba perdida Tracia y bien trabajosa Grecia…»
Sin embargo, en su Epítome de las «Historias filípicas» de Pompeyo Trogo, el historiador romano Justino (seis siglos posterior) cuenta que Alejandro pareció dar más importancia a las nuevas anteriores:
«Ante esta noticia, se vio afectado por diversas emociones, pero sintió más alegría al enterarse de la muerte de dos reyes rivales».
No obstante, ordenó tres días de luto por la muerte de su pariente. Dos años después, Alejandro llegó al río Jaxartes (actual Sir Daria, que atraviesa Uzbekistán, Tayikistán y y Kazajistán, desembocando en el Mar de Aral), donde los escitas le esperaban, ansiosos por vengar la muerte de Ateas. Se situaron en la orilla norte, tratando de sorprenderlo mientras cruzaba el cauce. Pero el macedonio los provocó con su caballería y cuando los tuvo entretenidos y fijados, envió a las falanges para cerrarles el paso. Encerrados en una trampa, fueron masacrados por los arqueros cretenses y murieron más de un millar mientras los macedonios conseguían mil ochocientos caballos como botín.
Esa batalla fue una inyección de moral porque hasta entonces sólo Filipo había conseguido derrotar a un ejército nómada. En realidad, Alejandro no tenía interés en Escitia, así que liberó a los prisioneros sin exigir rescate y continuó su campaña hacia el sur, dejando así asegurada su retaguardia y haciendo caer en un semiolvido la que había sido la única derrota importante de Macedonia hasta el momento.
Fuentes
Historia de Alejandro Magno (Quinto Curcio Rufo)/Saturnales (Macrobio)/Epítome de las «Historias filipícas de Pompeyo Trogo» (Justino)/Wikipedia
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