Vamos a hablar de una de las ciudades más antiguas de la Historia -si no la que más-, entendiendo por tales las que han estado habitadas de forma continua desde su fundación hasta nuestros días. Si les digo que se llamaba Gubla, a la mayoría no les sonará; si atendemos a su nombre bíblico, Gebal, quizá resulte más familiar y además constituye una pista. Pero hoy la conocemos por su denominación griega, que es Biblos, en alusión a que de allí era el papiro (adquirido en Egipto, en realidad) con que se hizo la primera Biblia.
Biblos, obviamente, es un lugar de ensueño para un arqueólogo pero también constituye un interesante destino turístico estival, una vez que parecen haber quedado atrás los borrascosos tiempos de la larga guerra civil libanesa y el país ha empezado a resurgir.
Así que un visitante encontrará atractivos vacacionales de sobra, entre sus playas, la gastronomía mediterránea que ofrecen sus pescadores, el puerto deportivo, los abundantes locales de ocio, las posibilidades que ofrecen las montañas cercanas, un par de curiosos museos (uno de fósiles y otro de figuras históricas hechas de cera) e incluso un festival internacional de música.
Y, como decíamos, a todo eso hay que añadir inevitablemente sus vastos restos monumentales y arqueológicos, que la UNESCO ha incorporado al Patrimonio de la Humanidad y que están compuestos por el templo de Baalat Gebal (dedicado a la diosa fenicia homónima), el Ain el-Malik (Primavera del Rey, un aljibe de veinte metros de profundidad al que se baja por una escalera de caracol y que proporcionaba agua a los habitantes), el Templo de los Obeliscos (construido sobre otro anterior), una necrópolis que incluye tumbas reales, un teatro romano, una muralla medieval, una iglesia catedral y un castillo construidos por los cruzados en el siglo XII, y una mezquita del XVII.
Biblos se asienta en una colina (tal significa su nombre fenicio y en árabe; los musulmanes aún la llaman así, Jbail) asomada al mar desde su fundación, calculada entre el octavo y el sexto milenio antes de Cristo. Esa antiquísima cronología, decíamos, la convierte en una de las ciudades habitadas más antiguas del mundo, un selecto club integrado por sitios como la cercana Jericó, la micénica Argos o la egipcia Luxor, por citar sólo algunos ejemplos.
Hay otras anteriores pero abandonadas en algún momento de su historia. En el caso de Biblos, su edad exacta depende del momento que se fije, ya que se la puede considerar urbe a partir del tercer milenio a.C. pero las técnicas de datación han detectado asentamientos previos, uno del Calcolítico (Edad del Cobre) en torno al reseñado 5000 a.C., y otro del Neolítico hacia el 7000 a.C.
Pero considerar a Biblos como la ciudad más antigua del mundo no es algo nuevo. Ya aparece así catalogada en la Historia de los fenicios, de Helenio Filón, un erudito púnico nacido allí precisamente en tiempos de Nerón, que en realidad traducía al griego la obra del sacerdote Sanjuniatón, autor de un texto que compilaba leyendas cosmogónicas y religiosas de Fenicia y Egipto.
No es de extrañar, pues, que interesase a los arqueólogos cuando esa profesión empezó a desarrollarse científicamente a mediados del siglo XIX.
El primero en llegar, en 1860, fue el francés Joseph Ernest Renan, que investigaba la vida de Jesús y quería demostrar que Biblos era la Gebal bíblica. Publicó los resultados de su trabajo a lo largo de una década, entre 1864 y 1874, con el título Mission de Phénicie.
Después hubo que esperar al nuevo siglo para que dos compatriotas continuasen la tarea: primero, de 1921 a 1924, el egiptólogo Pierre Montet excavó en busca de enterramientos de gobernantes del Imperio Medio plasmando sus descubrimientos en Byblos et l’Egypte, quatre campagnes de fouilles à Byblos (1928).
Después, desde 1925 y durante los siguientes cuarenta años, hasta el estallido de la guerra civil, el arqueólogo orientalista Maurice Dunand dirigió la misión arqueológica gala en el Líbano. Gracias a su trabajo estratigráfico, se ha podido conocer mejor la etapa neolítica de Biblos, identificándose el período en que se fundó el primer asentamiento: el pre-cerámico B, que abarca más o menos (depende de la región) del 8300 a.C. al 7000/6800 a.C. Jacques Cauvin y Henri Victor Vallois ampliaron la información con sus hallazgos de herramientas de sílex y restos humanos. Henri de Cotenson y el libanés Emir Maurice Chehab también hicieron importantes estudios sobre cerámica y enterramientos, respectivamente.
En cambio, el carácter urbano de Biblos, definido por arquitectura bien construida y uniforme, no llegaría hasta el 3000 a.C, coincidiendo con el desarrollo de la civilización cananea. Canaán era una región que abarcaba una franja desde Gaza hasta el río Orontes, adentrándose centenar y medio de kilómetros al interior, con partes de las actuales Jordania, Israel, Palestina, Siria y Líbano. Fue entonces cuando el mencionado Sanjuniatón situó la fundación mítica atribuyéndosela al dios Cronos, que era la versión helena del cananeo Baal, señor de la lluvia, el trueno y la fertilidad, además del creador supremo y padre de todos los demás dioses.
Biblos pasó a ser prácticamente una colonia egipcia durante el Imperio Antiguo, un lugar próspero que proveía sobre todo de madera de cedro, pues en el país de los faraones sólo la había de palmera, inservible para la construcción naval. Muchos sarcófagos de la dinastía I se fabricaron con ese apreciadísimo producto y, a cambio, se enviaron allí otros. Entre ellos figuraba el papiro, que era muy abundante en las riberas del Nilo. Los primeros textos bíblicos se escribieron en ese soporte que se pensaba originario de Canaán, debido a que Biblos concentraba su tráfico, («la ciudad del papiro», se la apodaba), de lo que devino el nombre con que los griegos conocieron a la ciudad.
Ésta mantuvo estrechos vínculos comerciales y políticos con los egipcios a lo largo de los siglos. De hecho, la mitología situaba en Biblos el lugar a donde la diosa Isis viajó para recuperar parte del cuerpo de su hermano y esposo Osiris, descuartizado por Seth. Plutarco incluso concretó más: fue en el aljibe reseñado antes. Esa relación no empezó a disminuir hasta la dinastía XX, cuando el poder de Egipto declinó irremisiblemente. Ahí pasamos a conocer a los cananeos como fenicios, inventores del alfabeto, suministradores de madera, productores de tinte púrpura y vino, que alcanzaron una talasocracia (gobierno del mar) gracias al enorme esplendor obtenido con su flota mercante, estableciendo colonias por todo el norte de África, la península ibérica y las islas del Mediterráneo occidental.
Más tarde la ciudad cayó, junto al resto de Fenicia, en manos asirias y persas, antes de que Alejandro Magno se adueñase de la región. Luego pasó a ser romana y romano-cristiana (la mayoría de su población actual sigue siendo maronita, una variante católica oriental), hasta que llegaron los musulmanes en el siglo VII. Eso interrumpió su comercio con Europa y se sumó a la lista de causas que originaron las Cruzadas. Fruto de ellas, Biblos quedó integrada en el condado de Trípoli durante los siglos XII y XIII pero finalmente la anexionaron los mamelucos al Imperio Otomano.
Así siguió hasta que al acabar la Primera Guerra Mundial se la puso, con el resto de Líbano, bajo mandato francés. El país conseguiría la independencia en 1943 y floreció en los años sesenta; la terrible guerra civil lo puso a prueba y parece haberla superado por fin.
Fuentes
Historia de las civilizaciones antiguas (Arthur Cotterell, ed)/Los fenicios. Del monte Líbano a las columnas de Hércules (Fernando Prados Martínez)/Breve historia de los fenicios (José Luis Córdoba de la Cruz)/The history and archaeology of Phoenicia (Hélène Sader)/In search of the Phoenicians (Josephine Quinn)/A history of the Ancient world (Chester G. Carr)/Wikipedia
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