«Mi madre fue una gran sacerdotisa, a mi padre no lo conocí». Con esta famosa frase, rara combinación de orgullo y modestia (y que en realidad es muchos siglos posterior), empezaba a contar su historia el que fue fundador de una nueva dinastía en el reino mesopotámico de Acad y creador del que se puede considerar el primer gran imperio de la Antigüedad, dado que cuadruplicaba en extensión a su vecino, el Imperio Antiguo egipcio. Se llamaba Sargón I el Grande.

Acad era una ciudad situada en la ribera occidental del Éufrates, río que nace en las montañas anatolias de la actual Turquía y fluye a lo largo de 2.780 kilómetros hacia el Golfo Pérsico, confluyendo con el Tigris para formar lo que hoy se conoce como Shatt al-Arab y que hace tres milenios regaba una región denominada Mesopotamia (cuyo significado literal es entre dos ríos).

Gracias a esas aguas era tan rica que, por extenderse en forma de media luna desde el mencionado golfo hasta el delta del Nilo y su curso por el Alto Egipto, recibe el nombre de Creciente Fértil.

El Creciente Fértil/Imagen: Rowanwindwhistler en Wikimedia Commons

Allí nacieron las primeras civilizaciones históricas -en paralelo a otras como las americanas de Caral y Tres Zapotes, más la maya preclásica temprana, y la china de la dinastía Xia-. Allí se dio el paso de la Prehistoria (Neolítico) a la Historia al desarrollarse la escritura en torno al año 3.000 a.C. Y allí aparecieron las primeras ciudades-estado que constituían la civilización sumeria: Lagash, Uruk, Ur, Umma, Eridu…Era la predominante hasta que hacia el año 2300 a.C. nació un personaje que iba a cambiar el panorama.

No se sabe mucho de los orígenes de Sargón. Como decíamos al comienzo, una leyenda puesta por escrito por los neoasirios en el siglo VII a.C. le identificaba como hijo de un nómada y una sacerdotisa, la cual le abandonó en un río metido en un cesto, siendo encontrado y adoptado por un campesino. Es un leiv motiv que se repetiría mil veces, desde Moisés a Rómulo y Remo, pero aporta el dato de que su progenitor era originario de Azupiranu, una urbe situada «en las orillas del Éufrates», lo que otorga a Sargón un carácter semítico.

Sargón, trabajando de jardinero, es visitado por la diosa Inanna (Edward Sylvester Ellis y Charles F. Horne)/Imagen: Wikimedia Commons Crédito: Internet Archive Book Images / Wikimedia Commons

Aunque los semitas no se podían considerar etnia, se cree que había muchos seminómadas procedentes del desierto arábigo asentados en la región, sobre todo en la ciudad de Kish. Pese a ese origen, Sargón progresó de alguna manera -según una leyenda, por mediación de la diosa Inanna mientras era aún jardinero- hasta llegar a ser copero mayor del rey Urzababa; así lo indica la Lista Real, una tablilla que enumera a los soberanos de Súmer. Estando en ese puesto, le confió al soberano un sueño que había tenido, en el cual le ahogaba en un río de sangre siguiendo instrucciones de Inanna. Como cabe imaginar, a Urzababa no le hizo ninguna gracia.

Consecuentemente decidió deshacerse de él, primero ordenando a su herrero que lo matase y, después, al haberlo impedido Inanna, enviándole ante Lugalzagesi, rey de Umma y Uruk, como correo. La tablilla que Sargón debía entregar al soberano no era sino la petición de que acabase con el mensajero. Se han perdido los fragmentos que contaban qué ocurrió pero, evidentemente, Sargón no sólo pudo librarse sino que se convirtió en monarca.

Probablemente todo sea una poética forma de explicar un golpe de estado, quizá aprovechando una derrota militar de Urzababa que dejara Kish en ruinas a merced de quien supiera aprovechar la ocasión. Al fin y al cabo, es otra historia que también se repetirá; recordemos los relatos bíblicos de José, Belerofonte y Urías.

Los dominios de Lugalzagesi/Imagen: Wikimedia Commons

Dueño, pues, de una Kish maltrecha, Sargón fundó una nueva ciudad al norte a la que llamó Acad, seguramente para dar primacía en ella a aquellos inmigrantes semíticos que habían ido estableciéndose gradualmente en Súmer junto a otros grupos como los amorreos. Hoy en día se desconoce la localización exacta de la urbe, aunque se cree que estaría en las afueras de la actual Bagdad.

Pero a Sargón no le bastaba y a mediados del siglo XXIV a.C. se lanzó a una expansión militar cuya primera víctima fue la Uruk de Lugalzagesi; le derrotó tras tres batallas, obligándole después a caminar hasta el templo de Enlil (situado en Nippur) con una argolla al cuello como prueba de que los dioses apoyaban al vencedor.

El imperio acadio en tiempos de Sargón I/Imagen: Schütze en Wikimedia Commons

A continuación prosiguió su campaña sometiendo una tras otra a las demás ciudades sumerias, paradójicamente debilitadas antes por Lugalzagesi. Así cayeron Ur, Lagash y Umma, asegurándose el dominio de toda la Baja Mesopotamia para fijar sus siguientes objetivos: Elam (en el actual Irán), Mari y Ebla (en Siria), alcanzando lo que hoy es la costa del Líbano y el sur de Capadocia. No es de extrañar que Sargón se autodefiniese como «el que ha recorrido las Cuatro Zonas», expresión acadia para designar el universo. Según la Inscripción de Nippur (una tableta babilonia encontrada en 1890), sus títulos eran «rey de Acad, supervisor de Inanna, rey de Kish, ungido de Anu, rey de la Tierra [Mesopotamia], gobernador de Enlil».

Cabeza de bronce de un rey acadio; no se sabe si representa a Sargón o a su nieto Naramsin/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Treinta y cuatro ciudades quedaron bajo su dominio, reinando durante cincuenta y seis años. No fueron pacíficos, pues los pueblos sometidos se rebelaron a menudo e incluso llegaron a sitiar Acad, aunque al final acabaron vencidos. Se trataba de un panorama inédito hasta entonces, pues era la primera vez que se configuraba un territorio a base de localidades unidas bajo una misma corona que tenía poder absoluto, en vez de las ciudades-estado habituales, y vigilado por un ejército permanente. No obstante, la gestión se dejaba en manos de magistrados locales que debían rendir cuentas ante un ensi o gobernador.

Gobernar esa entidad requirió la introducción de novedades, como una red administrativa jerarquizada: gobernadores, funcionarios civiles y militares, escribas, contables, inspectores, etc. El rey contaba con los servicios delegados de «cinco mil cuatrocientos hombres sentados a su mesa». Se les remuneraba con bienes muebles e inmuebles, lo que trajo una redistribución de la riqueza y la creación de clases fundadas en sus posibilidades económicas. De este modo, el mayor «capitalista» ya no era el estado o la ciudad sino el propio monarca, seguido de sus ayudantes.

Por otra parte, Sargón abrió un proceso de semitización, sustituyendo la lengua sumeria por la acadia en los documentos (en el habla se permitió que perdurase la primera, aunque en la práctica tendió a quedar supeditada y terminaría por desaparecer), si bien se adoptó la escritura cuneiforme.

Asimismo, se sincretizó el panteón y, por ejemplo, Inanna, la gran favorecedora del rey, pasó a ser Ishtar. Esa revolución religiosa se extendió a las artes, con la sustitución del hieratismo estético sumerio por una iconografía más viva y realista. Fue, en suma, un período de esplendor y Acad un nudo comercial por tierra y mar.

Estela de Naramsin, que conmemora la victoria del rey acadio sobre los lulubi/Imagen: Rama en Wikimedia Commons

Sargón tuvo una esposa llamada Tashlultum, de la que no sabemos nada más que le dio cinco hijos. La primogénita fue la sacerdotisa-poetisa Enheduanna, a la que ya dedicamos un artículo; los demás se llamaban Rimush, Manishtushu, Shu-Enlil e Ilaba’is-Takal. El primero heredó el trono cuando su padre falleció en torno al 2215 a.C. y tuvo que afrontar intentos de insurrección que terminaron con la independencia de Ebla. Reinó nueve años y murió en una revuelta palaciega, siendo sucedido por su hermano Manishtushu, que se encontró una situación igual de inestable con el añadido de la aparición de un peligro exterior: los hurritas.

También fue víctima de un crimen, por lo que la corona recayó en su hijo Naramsin, que reinó treinta y seis años más o menos. Con él al frente, el imperio acadio experimentó su último gran período, por eso su titular se autodivinizó titulándose Rey de las Cuatro Zonas y Rey del Universo.

Su muerte en torno al 2198 a.C. trajo la anarquía y la guerra civil, explicadas legendariamente por su blasfemo atrevimiento de saquear el santuario de Enlil, en Nippur, pero en realidad debidamente jaleadas por otro pueblo exterior, del este de Tigris: los guti, que en unos años, tras el definitivo colapso del imperio acadio, se adueñarían de Mesopotamia durante un siglo.


Fuentes

Los imperios del Antiguo Oriente. Del Paleolítico a la mitad del segundo milenio (Elena Cassin, Jean Bottéro y Jean Vercoutter)/A history of the Ancient World (Chester C. Starr)/La historia empieza en Súmer (Samuel Noah Kramer)/Historia antigua de Egipto y del Próximo Oriente (Antonio Pérez Largacha)/Wikipedia


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