Es difícil saber a ciencia cierta cuál fue la batalla naval más grande de la historia, dadas las dificultades para documentar las que tuvieron lugar milenios atrás y por las diferencias a la hora de contar los barcos de diferentes tamaños que había presentes. Generalmente se suele considerar en primer lugar una de la Segunda Guerra Mundial, la librada en el Golfo de Leyte, en la que tomaron parte 279 naves (aviones aparte); sin embargo, hubo otra en la Antigüedad cuyos números pulverizan a la anterior: la del Cabo Ecnomo, que enfrentó a romanos y cartagineses, con la asombrosa cifra de 680 embarcaciones en liza y más de 300.000 hombres.

Nos referimos a ella hace poco, en el artículo dedicado a Jantipo, un general espartano mercenario que prestaba sus servicios a Cartago durante la Primera Guerra Púnica, a mediados del siglo III a.C. Una vez que se había conseguido adueñar de la mayor parte de la península itálica y, con la ayuda cartaginesa, derrotado al rey Pirro en Sicilia, Roma se volvió contra sus aliados por hacerse con el control del Mediterráneo occidental. El primer punto de fricción fue la isla, donde los romanos ocuparon las colonias griegas y amenazaban a las demás. Estaba claro que si caía aquella ficha, detrás irían Cerdeña, Córcega y el levante ibérico, así que los púnicos se prepararon para la guerra.

El casus belli fue la petición de ayuda que hicieron los mercenarios mamertinos, a los que el Senado romano decidió auxiliar después de que las ciudades sicilianas cartaginesas se negaran. Un ejército consular conquistó Mesina y Siracusa, atrayendo a su bando a otras localidades. Cartago respondió contratando tropas mercenarias, como era su costumbre, y enviándolas a Sicilia. Los choques entre los dos contendientes fueron favorables a las legiones, que poco a poco arrinconaron al enemigo en la ciudad de Lilibea, en el extremo oeste insular.

El Mediterráneo occidental al comienzo de la Primera Guerra Púnica/Imagen: Rowanwindwhistler en Wikimedia Commons

La resistencia de Lilibea se prolongaba porque recibía suministros por mar de la poderosa flota cartaginesa, así que los romanos decidieron abrir un segundo frente en tierra africana. Era una osada táctica que, si tenía éxito, podía permitir la conquista directa de Cartago y acabar con la guerra con relativa facilidad, así que se empezó la construcción de una gran flota con la que contrarrestar la del rival. Éste era, hasta entonces, dueño práctico del mar; la escasa experiencia romana en ese medio se había ido supliendo mediante la contratación de escuadras a terceros, lo que obligaba a intentar igualar las cosas o nunca se podrían llevar tropas a África.

El buque estándar de la marina púnica era el quinquerreme, que desplazaba algo más de un centenar de toneladas y podía alcanzar hasta siete nudos de velocidad, siendo superior a los trirremes que solían usar los romanos. Por tanto, éstos centraron el programa de construcción en hacer 100 unidades de ese tipo de nave, a las que se sumaría una veintena de trirremes. Usando como modelo un quinquerreme cartaginés recuperado de un naufragio, el resultado fue un barco más pesado y menos maniobrable; tanto, que en algunos casos fue necesario añadirle un remero más por banco, convirtiéndolo en hexarreme.

De ese modo, cada barco llevaba a bordo 300 hombres, de los que tres cuartas partes eran remeros, por 20 marineros y oficiales. También iban cuatro decenas de soldados que podían ampliarse a 120 si la misión era una batalla. No obstante, la mayor innovación fue dotarlos de una pasarela de 11 metros de largo por 1,2 de ancho que se abatía sobre la cubierta del buque enemigo, clavándose en su maderamen merced a un garfio (de ahí que se denominase corvus) y permitía a los legionarios combatir como si estuvieran en tierra, donde sí eran superiores a sus adversarios.

El único problema era que el corvus aumentaba aún más el peso (alcanzaba las dos toneladas) y resultaba inútil con mal tiempo. No obstante, demostró su eficacia en batallas victoriosas como las de Milas (260 a.C.) y Sulci (258 a.C.), que sirvieron para que Cartago tomara nota del progreso naval de Roma y el consiguiente peligro. Por eso en el 256 a.C. concentró su flota para dirigirla a Lilibea y reclutar allí soldados con los que reforzar sus tropas navales. Nada menos que 350 buques, quinquerremes la mayoría, llegaron a Sicilia a las órdenes de Hannón el Grande y Amílcar (que no era el Barca sino otro llamado igual).

Desarrollo de la batalla/Imagen: Muriel Gottrop en Wikimedia Commons

Paralelamente, la flota romana se concentraba en Ostia: 330 unidades en las que también había predominio de quinquerremes, los cuales debían escoltar a un buen número de barcos de transporte en los que embarcarían los ejércitos de los cónsules Marco Atilio Régulo y Lucio Manilio Vulsón Longo, cada uno de los cuales viajaba a bordo de un hexarreme. Zarparon con destino a Sicilia, donde les esperaba otro ejército. En Phintias (actual Licata, cerca de Agrigento), se distribuyeron 80 legionarios en cada barco, sumando un total de 140.000 hombres entre soldados, marineros y remeros. Un número perecido al de los efectivos cartagineses, que rondaban los 150.000.

El plan de Roma no era enfrentarse en el mar al enemigo sino desembarcar en lo que hoy es Túnez y marchar sobre Cartago. Pero Hannón y Amílcar eran perfectamente conscientes de ello y salieron a impedirlo. A pesar de que el Cabo Ecnomo ha pasado a la historia como el punto de interceptación, en realidad el encuentro se produjo más bien a la altura de Heraclea Minoa (una ciudad situada en la desembocadura del río Halico, entre Agrigento y Selinunte), por donde los romanos navegaban hacia el Estrecho de Sicilia, en una ruta elegida para estar el menor tiempo posible en alta mar y minimizar así riesgos. al menos, así lo dice la fuente principal, Polibio.

La flota romana estaba dividida en cuatro escuadras de distinto tamaño. Dos iban en vanguardia, formando una cuña escalonada, estando Vulso al mando del derecho y Régulo del izquierdo. El tercero iba detrás, remolcando los transportes, y el cuarto constituía la retaguardia. Enfrente, los cartagineses formaba en tres escuadras, también desiguales, pero distribuidas en una única y tradicional línea, en la que el flanco izquierdo estaba más adelantado que el central (mandado por Amílcar) y el derecho (dirigido por Hannón).

El frente romano se lanzó contra el centro púnico, donde Amilcar fingió retirarse con la intención de que la vanguardia romana se alejara de los transportes, abriendo así un hueco por el que las alas entrasen a destruirlos, imposibilitando así la invasión. Ello permitiría, además, atacar a los barcos romanos de costado, dificultándoles usar el corvus (se colocaba a proa, para aprovechar la embestida con el espolón). Viendo la maniobra rival, las naves romanas de remolque se soltaron para poder combatir sin trabas pero eso provocó que los lentos y pesados transportes obstaculizaran a la escuadra de retaguardia, contra la que llegaron las fuerzas de Hannón, mientras el ala izquierda cartaginesa se enzarzaba con los buques de remolque.

Desembarco y campaña de Régulo/Imagen: Cristiano64 en Wikimedia Commons

Mientras, viendo que todo se desarrollaba acorde a su plan, Amílcar viró en redondo con su grupo y se enfrentó a la vanguardia enemiga que le perseguía. La batalla quedó, pues, dividida en tres combates por separado. Los púnicos contaban con su superioridad naval pero habían aumentado tanto sus efectivos que muchos carecían de una experiencia acorde a la de los demás, por contra, los romanos habían progresado mucho, tal como habían demostrado en los últimos triunfos reseñados. Todo eso, combinado con la sólida construcción de los buques, llevó a que la maniobrabilidad pasara a un segundo plano en favor del choque directo.

Durante un tiempo, la cosa pareció inclinarse del lado cartaginés, especialmente cuando la escuadra de remolque romana se vio superada y tuvo que retirarse. Por suerte, el intento cartaginés por empujarla mar adentro no dio resultado y pudo formar defensivamente en aguas poco profundas, presentando la proa -y con ella el corvus– al enemigo. La lucha fue dramática, como también pasaba entre el ala de Hannón y la retaguardia romana, pero la clave de la batalla no estaría allí sino en el centro, donde Amílcar ya había chocado frontalmente con Régulo y Vulsón.

Allí hubo un duro intercambio de golpes pero finalmente, ante la inesperada resistencia enemiga, la línea cartaginesa cedió y los barcos que no fueron capturados emprendieron la retirada. Algunos buques adversarios salieron en su persecución pero los cónsules los frenaron para reunir a los desperdigados transportes y acudir en ayuda de las otras escuadras. Vulsón socorrió a la de remolque y Régulo a la de retaguardia. Ante la amenaza de verse rodeado, Hannón también se retiró, dejando a Régulo las manos libres para apoyar a su compañero.

Ruinas de las rostra del Foro/Imagen: Filipo en Wikimedia Commons

La escuadra izquierda cartaginesa quedó atrapada entre las dos romanas y sin margen de maniobra por la cercanía de tierra. Medio centenar de unidades tuvo que rendirse, lo que unido a la treintena de hundidas y otras 64 capturadas, supuso un auténtico desastre; era casi la mitad de la flota, a la que había que sumar entre 30.000 y 40.000 bajas. Los romanos sólo perdieron 24 barcos y unos 10.000 combatientes, aunque lo más importante era que habían podido salvar los transportes y, así, el plan de invasión seguía adelante.

Fue necesario, eso sí, llevar a cabo reparaciones en los barcos y dar un tiempo de recuperación a tripulaciones y soldados. Una vez hecho esto, la flota volvió a navegar y puso rumbo a África. Lo que quedaba de la cartaginesa no pudo impedirlo porque ni siquiera fue capaz de localizar al enemigo, al hallarse en el Golfo de Túnez, en la parte occidental del Cabo Bon (en realidad una península que se adentra 80 kilómetros en el mar y en la que se ubican hoy las ruinas de Kerkuán). De este modo, Régulo desembarcó tranquilamente con su ejército consular en el lado oriental y tomó Aspis, derrotando luego al adversario en Adís y avanzando hacia Cartago.

Las condiciones de rendición que le impuso eran tan leoninas que fueron rechazadas. Fue entonces cuando el mencionado Jantipo fue puesto al mando y destrozó a los romanos en los Llanos de Bagradas. No sólo quedó desarticulado el plan de Régulo sino que él mismo cayó prisionero. Entretanto, su compañero Vulsón había regresado a Roma para celebrar el triunfo correspondiente a la batalla naval de Ecnomo, llevando consigo las proas de las naves cartaginesas para decorar las rostra del Foro (el rostrum era una tribuna para oradores), asentando la tradición iniciada tras la victoria de Milas.

Las fuerzas de Régulo tuvieron que ser evacuadas por la flota; 364 barcos en los que embarcaron rápidamente supervivientes y heridos. Para ello, una vez más, fue preciso enfrentarse antes a los buques enemigos en el Cabo Hermaeum. Los romanos volvieron a ganar aplastantemente pero, cuando estaban ya a la altura de Camarina (sur de Sicilia), una tormenta se abatió sobre ellos y sólo se salvaron 80 de ir a pique. Podría haber sido un desastre total de no ser porque Cartago se había quedado de facto sin marina de guerra y porque los recursos de Roma la llevarían a construir un millar de naves durante la guerra, la cual ganaron, por supuesto, en el 241 a.C.


Fuentes

Historia romana (Polibio)/La Guerra Púnica (Silio Itálico)/Historia romana (Dión Casio)/La caída de Cartago. Las Guerras Púnicas, 265-146 a.C (Adrian Goldsworthy)/Breve historia de las Guerras Púnicas (Javier Martínez-Pinna y Diego Peña Domínguez)/Historia de Roma (Sergei Ivanovich Kovaliov)/Wikipedia


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