Todo el mundo sabe quiénes fueron Sócrates y Tucídides o, al menos les sonarán sus nombres. Filósofo el primero e historiador el segundo, ambos tuvieron en común algo más que ser atenienses y vivir en la Antigüedad: tuvieron amplia experiencia militar y coincidieron en la Guerra Arquidámica, que enfrentó a Atenas y Esparta en lo que se considera la primera etapa de la Guerra del Peloponeso. Y ambos cosecharon derrotas en un mismo lugar: Anfípolis.
La Guerra del Peloponeso estalló en el 431 a.C. y se prolongó hasta el 421 a.C., cuando le puso fin la Paz de Nicias. Fue la contienda que disputaron la Liga de Delos y la Liga del Peloponeso por imponer su dominio en Grecia y se la conoce como arquidámica en su comienzo -los griegos la consideraban independiente de la otra- porque reinaba en Esparta el rey Arquidamo. Este monarca pertenecía a la dinastía Euripóntida, una de las dos que constituían la diarquía (la otra era la Agíada) y fue quien desató las hostilidades invadiendo el Ática al frente de su ejército para privar a su capital, Atenas, de víveres y obligarla así a combatir en campo abierto.
No lo consiguió por varias causas. Primero, porque en aquella época todos eran conscientes de la superioridad militar espartana, que en batalla campal llevaba las de ganar. Segundo, porque la ciudad podía ser abastecida por mar y los hoplitas lacedemonios no podían prolongar su presencia en territorio enemigo, ya que debían regresar para sus propias cosechas y vigilar posibles alzamientos de los ilotas (la población semiesclava que trabajaba los campos). Y tercero, porque ese tiempo se dilataba debido a la estrategia ateniense dictada por su líder, Pericles, de evitar el enfrentamiento directo con las tropas espartanas, acosándolas simplemente con su caballería.
A cambio, Pericles centró el protagonismo en su flota de guerra, que era mayor y mejor que la enemiga, fruto de lo cual obtuvo una importante victoria en Naupacto. Lamentablemente para los atenienses, los mismos barcos que le traían suministros supusieron su final al introducir una epidemia procedente de África (posiblemente fiebre tifoidea) que se agravó por la superpoblación, ya que los campesinos se habían refugiado de los espartanos tras las murallas que enlazaban la ciudad con el puerto de El Pireo. La enfermedad hizo retirarse definitivamente a los espartanos (regidos por Agis desde el fallecimiento de su padre en el 426 a.C.), pero mató a un tercio de la población ateniense y provocó la muerte de Pericles en el 429 a.C.
Lo malo es que también acabó de facto con su ejército, algo agravado porque los mercenarios que solían ser contratados para aumentarlo rechazaron esta vez la oferta, temerosos de contagiarse. Sin embargo, Atenas no sólo superó aquella terrible situación sino que cambió de estrategia de la mano de su nuevo dirigente, el militarista Cleón, un populista y experto sicofante que rechazó cualquier acuerdo de paz y decidió llevar la guerra a suelo lacedemonio con el objetivo de alentar a los ilotas a la insurrección. Contaba para ello con el genio militar de Demóstenes, que aparte de campar por la península del Peloponeso extendió sus campañas a Beocia y Etolia, consiguiendo sonados triunfos en Esfacteria y Pilos.
Los espartanos vieron que era necesario pararle y en el 424 a.C. encargaron esa misión al general Brásidas. Era un superviviente precisamente de Esfacteria, de donde pudo salir gracias a resultar herido, al igual que le pasó luego en Pilos. En su nuevo cargo, marchó sobre el istmo de Corinto rechazando un ataque enemigo sobre Mégara y luego atravesó Tesalia y la Calcídica para unirse a su aliado, el rey Pérdicas II de Macedonia. Demostrando una gran pericia, ese invierno tomó una serie de ciudades entre las que figuraba Anfípolis, un emporion (colonia) ateniense ubicado junto al río Estrimón, cuatro kilómetros tierra adentro del puerto de Eyón.
Anfípolis era un cruce de caminos, un lugar próspero gracias a ese puerto -llegó a tener un santuario en honor de Atenea- pero, sobre todo, un punto estratégico importante para que la Liga de Delos controlase la región de Tracia y una fuente de financiación de Atenas, pues allí conseguía madera para sus barcos y explotaba unas minas de plata. Sin embargo, de la metrópoli sólo había una guarnición, ya que ésta la había conquistado en el 437 a.C., y muchos estaban descontentos. Brásidas lo sabía y contando con su ayuda y la de los vecinos de la cercana Argilo, atacó de noche sorprendiendo a su defensor, Eucles, que pidió ayuda desesperadamente a Tasos, a unos ochenta kilómetros. Allí estaba Tucídides, un acaudalado aristócrata de la ilustre familia Filaida que mandaba una flota de siete trirremes.
Enterado el espartano de la inminente llegada de socorro, decidió jugar la carta de la empatía y ofreció a Anfípolis unas generosas condiciones de rendición: quienes lo deseasen podrían quedarse y conservar sus propiedades; a quienes prefiriesen irse, no se les pondrían obstáculos y podrían llevarse sus posesiones. De este modo, Eucles se vio impotente para resistir y, cuando por fin arribó la flota de socorro, ésta se encontró que la ciudad acababa de entregarse a los espartanos. Tucídides no trató de reconquistarla, optando por defender Eyón. Lo logró porque Brásidas redirigió su atención a la conquista de otras urbes, caso de Torona, pero a él lo consideraron culpable de la caída de Anfípolis y a su regreso a Atenas fue condenado al exilio.
Él mismo contó en su obra, Historia de la Guerra del Peloponeso, la fuente principal para conocer los hechos, que gracias a ello pudo recabar información de los dos bandos y tratar de ser imparcial:
«Fue mi destino ser un exiliado de mi país durante veinte años tras mi mando en Anfípolis; y, estando presente con ambas partes, y en especial con los peloponesios por causa de mi exilio, tuve tiempo libre para observar los asuntos de manera particular».
En esos momentos, la guerra estaba igualada. Sin los fondos que obtenía de las minas de Anfípolis, Atenas se veía en dificultades para seguir costeando operaciones bélicas y Esparta veía limitada su capacidad de acción debido al centenar de sus hoplitas que habían caído prisioneros en Esfacteria y eran rehenes en la práctica. Así que ambas partes firmaron una tregua de un año que les daba oxígeno para reorganizarse. No fue fácil llegar a un acuerdo porque Brásidas seguía su compaña junto a los macedonios -con los que terminó enfrentado, provocando que cambiaran de bando- y conquistó Escione. Hubo más escaramuzas y terminado el plazo la guerra se reanudó.
En el 422 a.C., Cleón convenció a la Asamblea para dirigir una expedición al norte, contra Brásidas. Se prepararon treinta trirremes con millar y cuarto de hoplitas, tres centenares de jinetes y otros efectivos aliados que lograron recuperar Torona, vendiendo a los supervivientes como esclavos, y Escione, que fue arrasada y su población ejecutada. Pero el objetivo prioritario era volver a apoderarse de Anfípolis y sus riquezas, en cuyo puerto, el mencionado Eyón, estableció Cleón su base.
Por su parte, Brásidas había tomado posiciones con mil quinientos hombres en Cerdilio, un lugar elevado perteneciente a los vecinos argilios, mientras en la ciudad había dejado a su ayudante, Cleáridas, con una fuerza que sumada a la anterior alcanzaba los dos mil hoplitas, trescientos jinetes y setecientos ilotas, así como apoyo de mercenarios tracios. Esto último llevó a Cleón a solicitar refuerzos en lugar de atacar, lo que hizo que sus hombres, inactivos, empezaran a desconfiar de su capacidad para el mando. Tucídides explica cómo reaccionó:
«Y él, enterado de los rumores y queriendo impedir su desmoralización, producto de su permanencia en el mismo lugar, levantó las tropas y se puso en marcha. Y actuó con la misma disposición de ánimo que le dio el éxito en Pilos y le hizo confiar en su capacidad: excluyó la posibilidad de que alguien saliera a hacerle frente y afirmaba que subía a la ciudad más que nada para mirar desde ella».
Ese exceso de confianza era algo que Brásidas, que ya había entrado en Anfípolis, estaba esperando: tenía preparado un contingente de centenar y medio de hoplitas que salieron como una exhalación intentando capturar o matar al jefe enemigo. Cleón, remiso a presentar batalla, ordenó la retirada hacia el puerto pero, como suele pasar en situaciones de improvisación, cundió el pánico entre los atenienses, que echaron a correr caóticamente.
Entonces, aprovechando aquella ocasión de oro, salió el grueso del ejército espartano en su persecución. Cleón fue alcanzado y murió a manos de un peltasta mircinio, cayendo con él los seiscientos hoplitas que trataron de rehacerse y montar una defensa en condiciones.
En cambio, por el lado espartano sólo se registraron media docena de bajas, aunque una de ellas fue precisamente Brásidas; no obstante, en el fragor de la batalla nadie se percató de ello y los suyos le retiraron malherido mientras Cleáridas tomaba el mando. Brásidas falleció poco después de saber que había conseguido la victoria. Se le tributó in situ un funeral con honores que incluyó la dedicatoria de un santuario, mientras en Esparta los éforos le nombraban el mejor de los espartanos; según la leyenda, su madre, fiel al espíritu lacedemonio, dijo que era un buen hombre pero no el mejor.
Otro de los históricos etenienses que sufrieron en Anfípolis fue Sócrates, si bien parece que su comportamiento durante aquella desastrosa retirada fue heroico. Él mismo cuenta en la Apología de Platón que ya había luchado como hoplita en las batallas de Samos (440 a.C.), Potidea (432 a.C.) y Delio (424 a.C.), algo corroborado por Alcibíades en su Simposio, en el que explica que el que luego sería famoso filósofo le salvó la vida en la segunda.
No se conservan apenas datos sobre la aventura militar de Sócrates en Anfípolis, salvo que, paradójicamente, no era partidario de la política imperalista de Cleón y que tenía ya casi cincuenta años, una edad más que considerable para la época.
En realidad, Apología de Sócrates no es sino la versión que escribió Platón del discurso que dio en el juicio al que el otro fue sometido en Atenas, acusado de ateísmo y corrupción de la juventud, y que le supuso la condena a muerte por ingestión de cicuta. El texto dice así:
«¡Extraña sería mi conducta, señores atenienses, si, después de haber permanecido, como cualquier otro, en el puesto que me asignaron los superiores designados por vosotros para comandarme, en Potidea, en Anfípolis y en Delio, y habiendo afrontado allí el peligro de morir, ahora que el dios me asigna, según he creído y aceptado, el puesto de vivir filosofando y examinándome a mí mismo y a los demás, tuviera, en cambio, miedo a la muerte o a cualquier cosa y abandonara mi puesto!».
Con la desaparición de sus principales impulsores, la guerra decayó y al año siguiente se firmó la citada Paz de Nicias. Atenas y Esparta se devolvieron la mayor parte de sus respectivas conquistas -incluyendo Anfípolis, que permanecería así hasta tiempos de Filipo II- y se liberó a los rehenes de Esfacteria. Pero la tranquilidad no duraría más de seis años.
Fuentes
Historia de la guerra del Peloponeso (Tucídides)/Apología de Sócrates (Platón)/La Guerra del Peloponeso I. Atenas contra Esparta (Philip de Souza)/The Archidamian War (Donald Kagan)/Griegos y persas. El mundo mediterráneo en la Edad Antigua (Hermann Bengtson)/A history of the Ancient World (Chester G. Carr)/Wikipedia
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