Si todas las naciones tienen unos mitos fundacionales que constituyen sus cimientos, aún cuando a menudo suelen tener tanto o más de fantasía que de realidad, la antigua Roma fue tan pródiga en ellos que resulta muy difícil saber dónde acaba la historia y dónde empieza la leyenda. En ese sentido, Rómulo, su mítico fundador, protagonizó dos famosos episodios en el siglo VIII a.C.: el de la rivalidad con su hermano Remo y el rapto de las sabinas. En este último tuvo como antagonista a otro personaje no menos etéreo con el que al final formaría una diarquía. Se llamaba Tito Tacio.
Rómulo había hecho más que sobrevivir a su famoso abandono en la infancia junto a su hermano Remo. En realidad son docenas las versiones que existen sobre ello, algunas contradictorias, aunque la más difundida es la de Tito Livio, según la cual ambos eran hijos de Rea Silva, una mujer de Alba Longa que, descontenta con la obligación de ser sacerdotisa impuesta por su tío Amulio al subir al trono en perjuicio de su padre, Numitor, quedó embarazada.
Aunque atribuyó la paternidad al dios Marte, el monarca no se contentó y ordenó a sus sirvientes arrojar a los bebés al Tíber; apiadándose, no lo hicieron y en su lugar los dejaron en el bosque, donde fueron amamantados por una loba.
Como la palabra latina para loba es lupa y así se llamaba también coloquialmente a las prostitutas, se ha planteado la posibilidad de que los niños terminaran encontrados y recogidos por una mujer de ese oficio. En cualquier caso, crecieron, restituyeron el trono a su abuelo y luego partieron para fundar su propia ciudad. Lamentablemente, heredaron la rivalidad de sus familiares y, discrepando del lugar donde levantar la urbe (Rómulo quería el Palatino y Remo el Aventino), la cosa terminó en histórico -es un decir- fratricidio.
Tiene su punto irónico que la recién creada Roma se poblase con lo que ya entonces se calificaba como chusma: esclavos huidos, delincuentes prófugos, exiliados, gentes sin recursos buscándose la vida… En cualquier caso, pocas mujeres para sacar adelante una población y, teniendo en cuenta que las localidades del entorno eran reacias a establecer lazos con vecinos tan poco atractivos, Rómulo tuvo que recurrir a medidas drásticas. Organizó entonces una gran fiesta en honor de Neptuno, a la que invitó a todos los pueblos de los alrededores. Entre ellos estaban los sabinos y los latinos, que acudieron con sus familias para encontrarse con la desagradable sorpresa de que, en plena celebración, los jóvenes romanos se abalanzaron sobre sus mujeres, secuestrándolas y expulsando a los hombres.
No se sabe cuántas fueron, aunque hay quien se ha molestado en echar cálculos con resultados variables (entre una treintena y más de medio millar). Lo importante está en que aquélla iba a ser la primera generación de matrimonios de Roma, que Tito Livio justifica asegurando que sólo se raptó a las solteras con la idea de establecer el conubium (matrimonio mixto entre cónyuges de distintos orígenes) y porque se les había negado a los romanos la posibilidad de hacer las cosas legalmente. Otros autores, como Salustio, opinan que el verdadero objetivo era provocar una guerra que permitiese la expansión. Si fue así, la consiguieron.
Las argumentaciones justificativas que dieron los cronistas no bastan para enmascarar que aquella acción era una ofensa que además estaba abocada a culminar en violaciones, por mucho que se asegure que los romanos convencieron a las mujeres de sus intenciones de formar familias (incluso se aduce que ellas aceptaron poniendo como condiciones no hacer más trabajo doméstico que tejer en el telar y ser quienes mandarían en el ámbito hogareño). Porque, evidentemente, sus pueblos no estaban dispuestos a quedarse de brazos cruzados.
Los latinos fueron derrotados con cierta facilidad, pero con los sabinos las cosas resultaron muy diferentes. Ahí es donde emerge la figura de Tito Tacio, de quien apenas sabemos nada antes más que se trataba del rey de Sabinia y estaba dispuesto a vengar el honor ultrajado. Según explica Dionisio de Halicarnaso, Tacio, que sería natural de Cures (una ciudad sabina situada a cuarenta y dos kilómetros de Roma y sede de la corte real), estuvo todo un año preparando cuidadosamente la campaña. Después fueron las armas las que hablaron y, tras una serie de escaramuzas, la balanza empezó a inclinarse de su lado.
Dos batallas victoriosas permitieron al ejército sabino plantarse ente las puertas del Capitolio. Según otro mito más, les abrió el paso una joven etrusca llamada Tarpeya, a cambio de aquello que los guerreros llevasen en los brazos, alusión a los brazaletes de oro que los sabinos reinterpretaron luego, despectivos, como sus escudos, aplastándola con ellos.
En recuerdo de aquel incidente se llamó roca Tarpeya al lugar donde sucedió, siendo allí donde se ejecutaría a los traidores en lo sucesivo. El caso es que los invasores tenían el camino expedito para tomar la ciudad, pero no pudieron y todo quedó abocado a un nuevo choque al día siguiente.
Éste alcanzó tal dosis de virulencia que pasó lo impensable. Las mujeres sabinas, vestidas de luto, se interpusieron entre ambos contendientes alegando que podían perder a sus actuales maridos si ganaba un bando, pero también a padres y hermanos si lo hacía el otro. La sensatez del argumento llevó a romanos y sabinos a firmar la paz y establecer una diarquía, en la que Rómulo y Tito Tacio compartían el poder. Juntos emprendieron la conquista de Cameria, una ciudad del Lacio desde la que solían realizarse incursiones en los dominios romanos y que había desoído la exigencia de entregar a los responsables o indemnizar por los daños causados.
Una vez tomada, se le expolió un tercio de su territorio para instalar colonos en él, aunque éstos serían acosados después por los oriundos, provocando una segunda y definitiva intervención. Cameria entera se convirtió en colonia romana y sus cuatro mil habitantes fueron enviados a la metrópoli, repartiéndose entre las treinta curias. De este modo, Roma creció en superficie y en población. Aquella monarquía de doble cabeza funcionó durante un lustro, sellada además por vía matrimonial: una hija de Tacio, Hersilia, fue entregada como esposa a Rómulo; otra, Tacia, a Numa Pompilio, que era sabino y más tarde sería elegido rey. Pero al sexto año, en el 745 a.C., llegaron los problemas.
Unos laurentinos fueron hostigados por simpatizantes de Tacio y cuando llegaron embajadores de Laurencia a pedir la entrega de los responsables, se produjo un desencuentro entre los monarcas: Rómulo estaba dispuesto a ello, pero su homólogo no sólo se negó sino que poco después, los suyos agredieron a los propios diplomáticos obligándolos a huir. Ante la llegada de una nueva embajada, Rómulo ordenó la detención de los responsables para entregárselos… y Tacio trató de liberarlos porque entre ellos había un pariente suyo. No se sabe exactamente si lo consiguió, mas la tensión llegó hasta tal punto que el monarca sabino murió durante la celebración en Lavinio de un oficio religioso.
Se ignora si fue asesinado arteramente o simplemente linchado por acudir sin los reos y solicitar su libertad; hay que tener en cuenta que tanto Laurencia como Lavinio eran ciudades del Lacio y, por tanto, rivales de Roma. Sin embargo, tampoco está claro si los responsables fueron los latinos o sus propios ciudadanos, que le apedrearon por desobedecer la orden del Senado y de su compañero. Rómulo decidió no perseguir a los culpables para compensar los hechos anteriores, pero otorgó al fallecido un funeral de estado.
Una epidemia que fue interpretada como castigo de los dioses, por no hacer justicia al crimen, devastó a las poblaciones romana y laurentina mientras los camerios aprovechaban para sublevarse. Pero Rómulo pudo sobreponerse a todos los obstáculos y quedó como soberano único. Tanto los romanos como los sabinos continuaron su coexistencia bajo la denominación común de quirites, como ya vimos en un artículo sobre el tema (si bien las respectivas ciudades conservaron sus auténticos nombres). Bajo esa política unitaria, siguieron expandiéndose a costa de los etruscos hasta que el monarca, que se volvió despótico, cayó también asesinado hacia el 716 a.C.
¿Hasta dónde llega la historicidad de Tito Tacio? Hoy en día se considera que probablemente no existió como tal. De hecho, tradicionalmente tampoco se le incluye en la lista de los siete reyes de Roma, que empieza con Rómulo y sigue con su yerno, el citado Numa Pompilio. El hermano de Remo también acumula elementos mitológicos a pesar de que la veracidad de las reliquias de él, que durante mucho tiempo conservaron los romanos (el tronco que impidió que le arrastrara el río, la cueva donde le amamantó la loba, la choza donde vivía…), fueron puestas en duda casi desde el principio. Que según una versión ascendiera en vida a los cielos no es más que una forma eufemística de explicar que los senadores lo mataron y despedazaron, haciendo desaparecer sus restos.
Algo parecido pasa con Tacio, al que los historiadores atribuyen ser un epónimo de los Titii vel titienses es decir, los sacerdotes flaviales, el clero creado por Tacio -o por Rómulo en su honor- encargado de hacer pervivir los cultos sabinos ancestrales antes de que éstos fueran absorbidos en tiempos republicanos (Augusto los revivió y bautizó a esa jerarquía religiosa como Sodales Titii).
O quizá se trataba de una forma de metaforizar los inicios de una de las magistraturas posteriores del sistema romano, el consulado, que era dual. Otra teoría es que sí fue el primer rey auténtico, reemplazado más tarde en la tradición narrativa. Y es que, como decíamos, pocas naciones tuvieron tantos mitos como la antigua Roma.
Fuentes
Historia de Roma desde su fundación (Tito Livio)/Vidas paralelas: Rómulo (Plutarco)/Anales (Tácito)//Antigüedades romanas (Dionisio de Halicarnaso)/SPQR. Una historia de la antigua Roma (Mary Beard)//Historia de Roma (Sergei Ivanovich Kovaliov)//The origins of Roman Citizenship(Randall S. Howard)/The archaic community of the Romans (Robert E. A. Palmer)/Wikipedia
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