Muchos de los inventos de los que disfrutamos hoy en día tienen su origen en el pasado. Para algunos, como la rueda, hay que remontarse milenios, mientras que para otros, como la imprenta o el reloj, solo hay que echar la vista atrás un par de siglos. La cotidianeidad con la que los empleamos nos hacen creer que siempre han estado ahí, pero lo cierto es que todos surgieron a partir de una necesidad que marcó un antes y un después en la historia de la humanidad. Este es el caso del alcantarillado.

Debemos remontarnos al siglo XIX para encontrar los inicios de lo que conocemos como redes de saneamiento en la actualidad. Si bien es cierto que ya en la época romana existía un sistema de alcantarillado rudimentario, este no tiene nada que ver con los sistemas que surgieron en las principales ciudades europeas a lo largo del siglo XIX y que tuvieron como principal catalizador el conocido como Gran Hedor de Londres de 1858. Para entender el origen de este capítulo de la historia de Gran Bretaña que terminaría por modificar la forma de vida de toda la sociedad europea de la época debemos echar la vista un par de años atrás.

A principios del siglo XIX, Londres se alzaba como la ciudad más poblada del planeta con cerca de 3 millones de personas. El crecimiento de la población seguía un ascenso exponencial, lo que provocaba que en algunas zonas de la metrópoli, sobre todo en las de menor poder adquisitivo, convivieran decenas de personas en un mismo hogar. Existía, por tanto, un sobrepoblamiento, lo que a su vez, y como pueden imaginarse, también se traducía en ingentes cantidades de desperdicios humanos. Todos estos deshechos iban a parar a numerosos pozos negros ubicados en los sótanos de las casas, pero el elevado precio para vaciarlos provocaba que en muchas ocasiones estos pozos terminasen desbordando y filtrando su contenido hacia los desagües callejeros, que tan solo estaban pensados para recoger el agua de la lluvia.

Además, en la primera mitad del siglo se introdujeron, solo en los hogares mas adinerados, los primeros inodoros, cuyos desperdicios también iban a parar a estos pozos negros, lo que aumentó, si cabe, todavía más su contenido. En 1815 se permitió que estos deshechos fueran reconducidos al Támesis, a donde también iba a parar una gran cantidad de basura generada en la ciudad.

Lo más curioso de todo es que las clases más altas pudieron contar desde 1830 con agua corriente en sus casas gracias a un sistema de tuberías que bombeaba el agua desde el Támesis a diferentes partes del ciudad. De esta forma, los residuos llegaban a las aguas del Támesis de manera indiscriminada para, más tarde, ser bombeados de nuevo a los hogares. Es aquí donde empezaron las enfermedades.

El cólera fue el primero en aparecer causando la muerte de casi el 50% de la población londinense. Al principio se asoció la enfermedad con las clases bajas pero tras la muerte de personalidades adineradas se llevaron a cabo diferentes estudios que afirmaron que esta dolencia se transmitía a través de los vapores del aire. Así pues, se determinó que los causantes del cólera eran los malos olores que desprendían los pozos negros, por lo que se decretó su vaciado inmediato…al Támesis. Como ya hemos explicado, el agua de las casas era bombeado desde el propio Támesis por lo que la situación a nivel sanitario no solo no mejoró, sino que lo que se consiguió a mayores fue que el río que cruza la ciudad estuviera a rebosar literalmente de deshechos humanos.

Foto dominio público en Wikimedia Commons

La ciudad vivía una situación dramática que se complicó con la caprichosa intervención de la naturaleza. Ya sabemos que la cuestión climática es una de las que más nos preocupa hoy en día, no en vano contamos con celebraciones como la del Día de la Tierra y cumbres para tratar de frenar el impacto que la acción del ser humano genera sobre el planeta, pero los cambios en lo que a temperaturas se refiere se han dado desde siempre. Entre 1570 y 1700 se produjo una sucesión de inviernos más fríos de lo habitual que terminaron por conformar lo que hoy en día se conoce como la Pequeña Edad del Hielo. En 1858 Londres vivió la otra cara de la moneda, con un verano inusualmente cálido y seco.

El calor que se vivió en aquellos días fue el detonante de que toda la podredumbre que se alojaba en el Támesis comenzase a pudrirse y a generar un olor nauseabundo. Un Gran Hedor, como se bautizaría con el tiempo a este suceso. Tal era el olor que en la Cámara de los Comunes se rociaron las cortinas con cloruro de calcio para tratar de disimularlo, aunque finalmente se vieron obligados a suspender las sesiones. La gente más adinerada, por su parte, huyó de la ciudad hacia sus segundas residencias en el campo ante la imposibilidad de llevar una vida normal en la capital debido al olor.

Se esperaba que la lluvia mitigaría el nauseabundo hedor, pero esta se hizo esperar demasiado. Cuando llegó, semanas después, las autoridades decidieron que era el momento de llevar a cabo un proyecto que habían desechado en varias ocasiones por su elevado coste: la creación de una red de alcantarillado público. Joseph Bazalgette fue el ingeniero tras el que se esconde la creación del primer sistema de saneamiento de aguas de la ciudad de Londres, un suceso que solo ocurrió ante el miedo a que una situación como la del Gran Hedor se repitiese. La puesta en marcha del proyecto permitió la limpieza del Támesis, mejoró la calidad de vida de los londinenses y puso fin a las epidemias de cólera que asolaron la ciudad causando la muerte de cientos de personas.


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