La noche del 7 de septiembre de 1914, el noreste de Francia se convirtió en improvisado escenario de un insólito espectáculo: el de cientos de taxis que fluían incesante y apresuradamente desde Los Inválidos de París hacia el Valle del Marne, llenos de soldados y cada vehículo siguiendo las luces traseras del que iba delante.

La razón era la necesidad de concentrar tropas allí para frenar la ofensiva alemana, que amenazaba con embolsar al Sexto Ejército del general Manoury, tal como había revelado una señal de radio interceptada y confirmado la aviación. Fue el inicio de lo que se conoce como Batalla del Marne, también llamado Milagro del Marne porque, contra pronóstico, se logró detener al enemigo.

Lo cierto es que el panorama no parecía halagüeño para los franceses y sus aliados británicos. Desde el estallido de la que era la Primera Guerra Mundial el pasado 28 de julio, se habían desarrollado entre los contendientes una serie de ofensivas y contraofensivas a lo largo de los territorios colindantes -razón por la que se las conoce como Batalla de las Fronteras– que obedecían a los respectivos planteamientos ofensivos de la contienda: el Plan Schileffen teutón, cuyo mando se entregó al general Helmut von Moltke, y el Plan XVII galo, dirigido por el general Joseph Joffre.

Los soldados franceses aún vestían su característico uniforme decimonónico, con quepis, levita azul y pantalón rojo / foto dominio público en Wikimedia Commons

El primero, bautizado con el nombre de su creador, tenía como objetivo la invasión de Francia a través de Bélgica y su desarrollo se basaba en la premisa ajedrecística de sacrificar una pieza para conseguir el jaque mate: abandonar Prusia Oriental, con el Bajo Vístula como límite, para concentrar la mayor cantidad posible de efectivos -millón y medio de hombres- en el frente occidental y lograr una victoria rápida. Pero Schlieffen falleció en 1913 y Moltke no quiso arriesgarse tanto, prefiriendo no debilitar tanto el este ante el previsible ataque ruso.

En cuanto al plan francés, diseñado en 1913 a partir de concepciones de Ferdinand Foch, se basaba en planteamientos poco reales, como un supuesto espíritu del soldado francés combativo por naturaleza y la idea de la guerra ofensiva como la única aceptable. Su objetivo era, pues, adelantarse a los alemanes para recuperar Alsacia y Lorena, perdidas en 1871, en la Guerra Franco-Prusiana.

Mapa de los movimientos previstos por los planes Schlieffen y XVII/Imagen: Rowanwindwhistler en Wikimedia Commons

Las fuerzas con que contaba en esa misión eran cuatro ejércitos pero, al igual que le pasaba al adversario, ello obligaba a desguarnecer el norte dejando sólo uno; se contaba con que Bélgica ejercería de tapón, ya que además violar su territorio supondría para el káiser la declaración de guerra por parte del Imperio Británico.

Y así, unos y otros aplicaron sus planes. El francés, aunque inicialmente logró conquistar Mulhouse y Colmar, se estrelló en Las Ardenas, Charleroi y Mons al encontrar más resistencia de la esperada y sus tropas no sólo tuvieron que abandonar lo ganado sino que se vieron obligadas a retornar al punto de partida para defender su propio territorio ante el contraataque enemigo. En cambio, los germanos cruzaron Bélgica casi sin oposición -su ejército tuvo que atrincherarse en Amberes y Lieja- y entraron en Francia, amenazando con llegar a París a finales de agosto debido a la mencionada escasez de efectivos galos para defender ese sector.

La llegada de la BEF (British Expeditionary Force), el cuerpo enviado por los británicos al mando del general John French -efectivamente, declararon la guerra a Alemania el 4 de agosto-, fue una bocanada de oxígeno. Asimismo, el alto mando galo tuvo que redestinar parte de las fuerzas del Plan XVII al Marne. No obstante, seguía siendo insuficiente para frenar el ataque teutón, que penetraba como un cuchillo y tenía París cada vez más cerca.

Soldados alemanes en el Marne/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

La BEF empezó a ceder en el extremo septentrional, retirándose junto al Quinto Ejército francés al sur de Oise, Serre, Aisne y Ourq, perseguidos por el Primer Ejército de Von Kluck y el Segundo de Von Bülow. Las guarniciones de Metz, Thionville, Longwy, Montmédy y Maubeuge quedaron sitiadas.

El 2 de septiembre, Von Moltke comunicó a Von Kluck y Von Bülow la Gran Directiva, una orden por la que debían olvidarse de París, rodeando la ciudad y avanzando escalonadamente para centrarse en embolsar al enemigo por el oeste y destruirlo de un golpe. Sin embargo, dos cosas dieron al traste con todo.

Una fue la iniciativa, tan desesperada como imaginativa, adoptada por el defensor de la capital, el general Joseph Simon Gallieni, al requisar los seiscientos setenta taxis que había para que transportasen refuerzos al Marne. Seis mil reservistas -cinco en cada vehículo, en dos viajes- efectuaron así aquel inaudito traslado motorizado de cincuenta kilómetros que, si bien tuvo un efecto limitado dado su modesto número y su escasa preparación, si repercutió en una subida de la moral en un momento muy necesitado de ella.

El general francés Joffre junto al inglés Haig. El segundo por la derecha es el teniente general Henry Wilson/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

El otro factor fue que Von Kluck no obedeció las instrucciones. El 2 de septiembre, en lugar de girar hacia el oeste continuó en dirección sureste, lo que le separó varias decenas de kilómetros de Von Bülow. Lo hizo además sin informar a su superior hasta dos días más tarde y cuando éste lo supo no contestó. Entretanto, ambos ejércitos se fueron distanciando más hasta quedar a una cincuentena de kilómetros uno de otro.

Ese brecha no pasó inadvertida para los mandos aliados, que vieron en ella su última oportunidad y enviaron allí dos divisiones de la BEF al mando del teniente general Henry Wilson -que inicialmente era reacio- y al Quinto Ejército francés. El general Charles Lanrezac había sido destituido al frente de éste para poner en su lugar a Louis Franchet d’Espérey, muy popular tras haber encabezado una carga de caballería a la bayoneta mientras ordenaba a la banda de música tocar La marsellesa.

El Frente occidental tras la Batalla del Marne/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Cada uno debía atacar a los alemanes por un punto distinto, lo que devolvía a los aliados la iniciativa táctica. También se sumó al plan el Sexto Ejército de Gallieni, el primero en intervenir atacando al IV Cuerpo de Reserva alemán en Ourq y deteniéndolo. El Quinto también obligó a Von Bülow a retroceder.

En cambio, la BEF, pese a tener superioridad numérica sobre el enemigo, fue incapaz de acercarse siquiera a su objetivo y sólo avanzaría cuarenta kilómetros en tres días, para enfado de los franceses. Von Kluck todavía confiaba en tener éxito pero la llegada de los reservistas desde París (no sólo en taxis sino también en camiones y tren) inclinó la balanza para el bando aliado.

La noche del 8 de septiembre, ante la ausencia de comunicaciones, Moltke envió a un ayudante a ver qué pasaba. Este oficial comprobó el peligro existente de que Von Bülow y Von Kluck quedaran rodeados y les ordenó emprender una retirada. Obedecieron a regañadientes con la idea de reagruparse en el departamento de Aisne para iniciar una contraofensiva. Pero, perseguidos por sus adversarios, lo único que pudieron hacer fue cavar trincheras y esperar. A partir del día 13 de septiembre, Moltke consideró fracasado el Plan Schlieffen y, según la leyenda, hasta le comunicó al káiser que acababan de perder la guerra. Joffre lo explicaría de forma similar: «No sé quién venció en la batalla del Marne, pero sé quién la había perdido».

Porta del número especial de la revista J’ai vu en 1915 sobre la victoria en el Marne/Imagen: Ji-Elle en Wikimedia Commons

Lo que realmente pasaba era que terminaba una fase y empezaba otra muy diferente, insospechada y terrible, en la que ambos bandos iban a quedar inmovilizados y separados por una tierra de nadie durante años, incapaces de romper sus respectivos frentes y con miles de bajas por los bombardeos, las ametralladoras, los gases y las enfermedades; era la guerra de trincheras: el Marne (en 1918 fue escenario de una segunda batalla aún más sangrienta), el Somme, Verdún…

Hablando de bajas, no hubo recuento oficial en el Marne y los cálculos que hacen los historiadores son difíciles de precisar al participar más de medio millón de hombres en total y no tratarse de una única batalla sino varias. En general se calcula en torno a ochenta mil franceses muertos, por sesenta y ocho mil alemanes y mil setecientos británicos, aunque la cantidad de heridos fue mucho mayor.

¿Y qué pasó con los taxis? Al día siguiente de cumplir su misión, el 8 de septiembre, fueron desmovilizados en su mayor parte -algunos se retuvieron para usarlos como ambulancias- y regresaron a París. Lo más curioso es que se les había ordenado mantener en marcha los taxímetros y la Hacienda francesa les pagó el importe correspondiente, que superó los setenta mil francos.

El Taxi del Marne conservado en el Musée de l’Armée/Imagen: Rama en Wikimedia Commons

El recuerdo de aquel peculiar episodio pervive en el Musée de l’Armée de la capital, en Los Inválidos precisamente, donde se habían reunido por orden de Gallieni. Allí se conserva uno de aquellos vehículos, un Renault AG con la carrocería pintada del característico color rojo que llevaban todos. O, como se conoce a ese modelo desde entonces, un Taxi del Marne.


Fuentes

Los cañones de agosto. Treinta y un días que cambiaron la faz del mundo (Barbara W. Tuchman)/Invasion 1914. The Schlieffen Plan to the Battle of the Marne (Ian Senior)/The Marne, 1914. The opening of World War I and the battle that changed the world (Holger H. Herwig)/La batalla del Marne. La primera victoria aliada de la Primera Guerra Mundial (50 Minutos)/La véritable histoire des Taxis de la Marne (6, 7 et 8 Septembre 1914) (Henri Carré)/The First Battle of the Marne 1914. The French ‘miracle’ halts the Germans (Ian Sumner y Graham Turner)/Wikipedia


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