¡»Ya puedes morir, Diágoras, pues no esperes subir al Olimpo!» Leída fuera de contexto, esta frase puede parecer despectiva. Sin embargo es todo lo contrario: se la gritó un espectador, en medio de los vítores de todo un estadio, a Diágoras de Rodas, que había sido campeón de los cuatro juegos deportivos de la Antigua Grecia (olímpicos, nemeos, ístmicos y píticos), cuando era llevado a hombros por sus hijos, recién proclamados también vencedores en Olimpia. Y el anciano Diágoras, en efecto, expiró henchido de satisfacción.
Rodas es una isla mediterránea que forma parte del archipiélago del Dodecaneso, situado en el Mar Egeo, frente a la costa de Asia Menor; es decir, en la parte sudeste del Mar Egeo. Su nombre es latino, ya que originalmente se llamó Offiusa y después recibió otras denominaciones como Estadía, Telquinis, Asteria, Etria, Trinacria, Corimbia, Peesa, Atabiria, Macaria y Olesa, según recogen autores como Estrabón, Amiano Marcelino o Plinio el Viejo.
En cualquier caso, fue la cuna de grandes dinastías de atletas, que se llevaron notorios y frecuentes triunfos en los diversos juegos que celebraba en la Antigüedad el mundo helénico.

Por esa época, Rodas se había desvinculado de la órbita persa para incorporarse a la Liga Ático-Délica y más tarde acercarse a Esparta. En suma, pasó a integrarse en la tormentosa existencia griega y ello suponía el derecho a participar en los juegos deportivos. A lo largo de la geografía se llevaban a cabo cuatro grandes competiciones. La más trascendente en la historia ha sido la que tenía lugar en Olimpia cada cuatro años, ya que fue revivida en el siglo XIX y ha llegado hasta hoy desde sus inicios en el siglo VIII a.C. Pero no era la única, como apuntábamos antes.
Por esa misma época nacieron los Juegos Nemeos, llamados así por su sede, la ciudad de Nemea, en la Argólida, y que se hacían cada dos años. La leyenda atribuye su origen al recuerdo de los trabajos de Hércules pero en realidad fue funerario, en honor de Zeus Nemeo, y, de hecho, los jueces vestían de negro.

Los Juegos Ístmicos se localizaban, como indica su nombre, en un istmo, el de Corinto, para honrar a Poseidón; también eran bianuales. Por último, los Juegos Píticos se desarrollaban en Delfos a mayor gloria de Apolo; también tenían carácter funerario y si inicialmente su celebración era cada ocho años, más tarde pasó a cuatro.
Todos incluían competiciones musicales y poéticas, además de las gímnicas y las hípicas, aunque algunas se añadieron en otros períodos, cuando se construían un teatro o un hipódromo ad hoc. Las gímnicas estaban compuestas por carreras, pentatlón, pancracio y pugilato, siendo sus participantes únicamente aquellos que disfrutaran de un estatus socioeconómico acomodado o, dicho de otra manera, los que carecieran de negocio (o sea, los que tenían tiempo de ocio). En ese sentido, Diágoras sería un buen ejemplo, ya que se trataba de todo un príncipe.
Era miembro de la familia Eratidea y, consecuentemente, descendiente de casas reales tanto por parte de padre (Damageto, rey de la ciudad de Ialisos, una de las tres ciudades de Rodas) como de madre (hija de Aristómenes, famoso monarca mesenio que murió heroicamente, luchando contra los espartanos). De su vida al margen del deporte no se sabe prácticamente nada, así que hay que centrarse en los acontecimientos que le dieron fama: sus gloriosas participaciones en los juegos. Su especialidad era el pugilato, la lucha con puños; es decir, el boxeo.

Era un deporte practicado al menos desde los períodos minoico y micénico, apareciendo reflejado en la Ilíada como parte de los ritos fúnebres en memoria del caído Patroclo; de hecho, ése recuerdo fue lo que llevó a Olimpia a adoptarlo para sus juegos a principios del siglo VII a.C.
Al principio, era una práctica brutal en la que los dos contendientes se lanzaban puñetazos hasta que uno noqueaba o mataba al otro. Después se añadieron guantes con púas y vendajes de cuero para las manos y pecho que hicieron del pugilato un deporte bastante sangriento.
En el siglo V a.C. ya no había púas y los púgiles usaban himantes, largas tiras de cuero que protegían los nudillos al enroscarse varias veces en las manos; en los siglos siguiente llegarían los sphairai, himantes acolchados por dentro pero rígidos por fuera, y los oxys, una tiras más gruesas. Todo lo cual sólo amortiguaba parcialmente la dureza del pugilato, del que se sabe que no permitía llaves de lucha, ni arañazos (los dedos siempre quedaban libres) ni puntos (perdía el que quedaba fuera de combate o abandonaba), dándose además la circunstancia de que tampoco se establecía un tiempo ni los contendientes se repartían por categorías de peso.
Parece ser que Diágoras era «gigantesco», de ahí que su currículum de victorias resulte impresionante. Aparte de las competiciones locales de Rodas, Atenas, Tebas, Argos, Megara y Aegina, venció dos veces en los Juegos Olímpicos, cuatro en los Ístmicos, otras dos en los Nemeos y una en los Píticos. Como ganador de su prueba en esos cuatro juegos panhelénicos, se hizo acreedor de la distinción de periodonikes. Allá por el año 464 a.C., cuando tomó parte en la 79ª Olimpíada, ya se había convertido en un mito viviente, razón por la cual se le dedicó una estatua en la ciudad, obra del escultor Calicles, mientras que el poeta Píndaro le compuso unos versos en su Séptima oda olímpica:
Cubre Señor, de gloria
al que la gran victoria
en Olimpia ganó, púgil valiente.
Estima y reverencia
entre la propia y extranjera gente
le de tu omnipotencia;
Que el rumbo sigue a la arrogancia opuesto,
Enérgico y modesto,
y los ejemplos raros
siempre sus normas son, ¡Musa! No olvides
que del buen Calianate,
célebre en el combate,
es nieto, y de los nobles eratides.
Rodas está de fiesta. Su contento
no venga a perturbar mudable viento.

Esas rimas llenaron de orgullo a los rodios, que las pusieron con letras doradas en el templo de Atenea que había en otra de las tres grandes ciudades insulares, Lindos. Tenía doble mérito porque, además, Diágoras fue considerado un modelo de deportividad y virtud, no habiendo quebrantado nunca las reglas y mostrándose siempre cortés con sus rivales.
Y eso inculcó a sus tres hijos, a los que llamó Damageto, Acusilao, y Dorieo, y los entrenaba personalmente, así como a su hija Kalipatira. Porque ellos siguieron sus pasos y a su vez transmitirían ese amor al deporte a sus vástagos, creando así una auténtica estirpe de atletas; ya dijimos antes que hubo varias en Rodas.
Los tres varones fueron campeones olímpicos en distintas especialidades y varias veces, por lo que se los inmortalizó asimismo en escultura junto a su progenitor. Damageto, ganador de pancracio (una combinación de boxeo y lucha libre), en los años 452 y 448 a.C. Acusilao, de pugilato en el 448 a.C. Dorieo fue el alumno aventajado de su padre, al que incluso superó practicando otra modalidad, el pancracio, imponiéndose en los juegos Olímpicos (tres victorias), Nemeos (siete), Ístmicos (ocho) y Píticos, con lo que también fue proclamado periodonikes.

Hasta Kalipatira tuvo su momento. Las mujeres tenían prohibida su entrada a los juegos, con la única excepción de la sacerdotisa de Démeter. Pero el gusto por el deporte que se respiraba en su entorno debió de ser demasiado tentador para ella, así que, según cuenta Pausanias, un día Kalipatira decidió colarse en el estadio de Olimpia para animar a su hijo -que competía-, para lo cual se puso atavíos masculinos y se hizo pasar por uno de los entrenadores. La descubrieron y tuvo que comparecer ante los hellanodikai (los jueces de los juegos, que también eran organizadores y, en suma, su autoridad máxima).
El delito de Kalipatira se castigaba con pena de muerte pero se defendió proclamando que nadie tenía más derecho que ella a presenciar las pruebas, dados sus antecedentes familiares: hija de campeón, hermana de campeones, madre de campeón (su vástago Peiros) y tía de campeón (su sobrino Euclides), todos los cuales sumaban ocho victorias olímpicas. El inapelable argumento desarmó a todos y la absolvieron; eso sí, desde entonces se estableció que los entrenadores también deberían estar desnudos en la arena.

No obstante, el episodio más famoso es el protagonizado por Damageto y Aquesilao en el año 448 a.C., durante los 89º Juegos Olímpicos, cuando ganaron respectivamente su segundo pancracio y el pugilato. Tan contentos estaban que corrieron a abrazar a su padre, a quien cargaron a hombros para dar la vuelta al estadio mientras la enfervorecida multitud les aclamaba y lanzaba flores. Fue entonces cuando, según la leyenda, uno de los espectadores gritó al dichoso anciano las palabras reseñadas al comienzo: «¡Κάτθανε Διαγόρα, ουκ εις Όλυμπον αναβήση!», que significa ¡»Ya puedes morir, Diágoras, pues no esperes subir al Olimpo!» Ya no se podía llegar más alto, quería decir. Y, efectivamente, Diágoras expiró en ese momento, de felicidad absoluta.
Por supuesto, es bastante improbable que las cosas ocurrieran así. El aura legendaria que exuda el relato parece bastante evidente y además se da la circunstancia de que esa muerte se parece demasiado a la sufrida un siglo antes por Quilón de Esparta: era un éforo de su ciudad y uno de los Siete Sabios de Grecia, de quien la tradición decía que había fallecido de alegría en brazos de su hijo, que acababa de ganar la competición de boxeo en Olimpia.
Pero, a modo de epílogo, es curioso saber que, en 2018, lo que se creía que era el sepulcro piramidal de un santo musulmán en la ciudad turca de Marmaris, resultó ser reidentificado por los arqueólogos como la tumba de Diágoras; a la entrada un epígrafe dice: «Estaré vigilante en la parte superior para asegurarme de que ningún cobarde pueda venir y destruir esta tumba» . Cualquiera le llevaba la contraria.
Fuentes
Odas: Olímpicas, Píticas, Nemeas, Ístmicas (Píndaro)/Descripción de Grecia (Pausanias)/Athletes’ stories: Diagoras of Rhodes (Perseus Project)/A dictionary of Greek and Roman biography and mythology (William Smith, ed)/Gli Olimpionici Dell’ Antichitá (Sportolimpico.it)/The athletics of Ancient Olympics: a summary and research tool (Edward J. Kotynski)/Pankration: martial art of Classical Greece (Paul McMichael en Fighting Arts)/Wikipedia
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