A finales del siglo XIV, un inesperado accidente palaciego durante un procaz baile de máscaras, al prenderse fuego los disfraces que llevaban algunos participantes, terminó con la muerte de cuatro de ellos y estuvo a punto de matar también al rey Carlos VI de Francia. La rápida intervención de su tía le salvó la vida pero el suceso sentó muy mal entre el pueblo, que exigió disculpas y expiación por el tono profano del evento.
Carlos VI de Valois era un soberano querido, como demuestra que uno de los apodos con que ha pasado a la historia es el Bien Amado. Nació en París en 1368 y subió al trono al fallecer su padre en 1380, por lo que sólo tenía doce años; por eso su tío, el duque de Borgoña Felipe II, ejerció una regencia hasta 1388, aunque ello no impidió al joven rey casarse con Isabel de Baviera-Ingolstadt en 1385.
Cabe señalar que desde niño se le había nombrado señor del Delfinado (una antigua provincia del sureste francés que abarcaba parte de lo que hoy es Suiza) y desde entonces el heredero de la corona gala recibiría por norma el título de Delfín.

A partir de 1392, cuando tenía veinticuatro años, empezó a sufrir ataques psicóticos. Durante una campaña militar en Bretaña, se lanzó espada en mano contra sus propios hombres, matando a varios caballeros de su séquito y obligando a su tío a hacerse cargo temporalmente de la regencia otra vez.
Después vinieron más episodios, en los que Carlos olvidaba su nombre y escapaba de sus allegados, sin reconocer siquiera a sus hijos, vagando desnudo por el palacio mientras daba alaridos, negándose a bañarse y creyendo que estaba hecho de cristal. Los investigadores médicos actuales identifican esos síntomas con enfermedades como la esquizofrenia, el trastorno bipolar o la porfiria, de ahí el mote antes reseñado.
Por eso sus buenos comienzos, tan enérgicos y decididos que le llevaron a alejar al duque de Borgoña y elegir sus propios consejeros, se diluyeron muy pronto y su comportamiento estrambótico se hizo habitual, ganándose oto mote: el Loco. Eso hizo que popularmente se le considerase sospechoso de atraer la ira de Dios y se le sometiera a exorcismos.

Los médicos aconsejaron mantenerlo al margen de las preocupaciones del gobierno y rodearlo de un ambiente distendido, así que empezaron a organizarse frecuentes fiestas en las que los asistentes lucían extravagantes vestidos y aditamentos. Fue entonces cuando se difundió el uso del hennin, un tocado cónico que empezaba a ponerse de moda entre las damas nobles y que en la corte francesa adoptó la versión doble, obligando incluso a ensanchar las puertas.
Esto redundó en perjuicio de la imagen de la reina, a la que se responsabilizaba de todos los males de su marido, tanto por distraerlo de su deber como por el mero hecho de ser extranjera. Pero en la corte se consideraba que al menos resultaba útil ocupándose del rey enfermo y permitiendo que gobernase el duque de Borgoña, lo que de paso alejaba del trono al hermano menor del monarca, Luis, duque de Orleans, que no ocultaba su aspiración a suceder al incapacitado Carlos. Y es que Luis tampoco gozaba de simpatía popular.

Era cuatro años más joven y había estado a punto de contraer matrimonio con Catalina de Hungría, lo que le hubiera dado la corona de ese país; sin embargo, la nobleza magiar se opuso y terminó casándose con Valentina Visconti, hija de Isabel de Valois y Gian Galeazzo Visconti, señor de Milán detestado por su brutalidad.
Ni a Luis ni a su mujer se les veía con buenos ojos, algo que se agravó cuando corrió el rumor de que él había contratado a un monje apóstata para que le proporcionase magia negra; es más, posteriormente habría teólogos como Jean Petit que testificarían la veracidad de esa historia, dando así una explicación «lógica» al incidente del baile.
Más aún, hubo veladas acusaciones de intento de regicidio hacia Luis porque aquella campaña en la que Carlos VI sufrió su primer brote psicótico tenía como objetivo capturar a Pierre de Craon, un noble enfrentado al condestable Olivier V de Clisson, al que intentó asesinar. Olivier, hijo de la célebre Juana de Belleville (de la que hablamos en otro artículo), era uno de los favoritos del rey mientras que Pierre gozaba de la amistad de Luis. En realidad éste había renegado de él por airear una infidelidad amorosa suya, pero en el pueblo estaba ya muy arraigada su relación y corrió el rumor de que había tratado de matar a su hermano.

Dicho intento fue el reseñado al principio, el llamado Bal des Ardents. Era el 28 de enero de 1393 cuando se organizó la enésima fiesta en el Hôtel Saint-Pol, la residencia real ubicada al suroeste del parisino barrio de l’Arsenal que Carlos V, el padre del actual monarca y de Luis, había rehabilitado y convertido en sede de la corte. El motivo del evento fue la boda de Catherine de Fastaverin, dama de compañía de la reina. Se trataba ya del tercer matrimonio de Catherine y como era tradición que el casamiento de una viuda se celebrase con un tono burlesco, parte de los fastos consistían en un charivari, es decir, una especie de desfile con disfraces durante el que se metía mucho ruido golpeando ollas y sartenes; a veces se mortificaba a un reo, aunque aquí no fue el caso.
Aquel charivari consistía en que media docena de caballeros de alto rango ejecutarían una danza ataviados de hombres salvajes. Era ésta una figura mitológica frecuente en la literatura y el arte medievales, un ser humano representado cubierto de vello -a veces también de vegetación- y portando una clava que vivía en los bosques en un estado completamente asilvestrado; por tanto, con un comportamiento animal, incontrolado, similar al de los sátiros clásicos. Los seis danzantes llevaban unos disfraces de lino con plantas de linaza adheridas mediante resina. Asimismo, iban enmascarados para ocultar su identidad, dado que pegaban frenéticos saltos y proferían procaces gritos que a priori no parecían propios de su condición, incitando a los presentes a averiguar su identidad.
Dado lo inflamable de los trajes, se prohibió que hubiera fuego cerca, pero Luis llegó tarde y bebido, portando una antorcha. Y ocurrió la fatalidad. Para intentar reconocer a uno de los participantes, el hermano del rey acercó el fuego a su cara y un ascua cayó sobre el interfecto, envolviéndolo instantáneamente en llamas… que se propagaron a los otros -según una versión iban unidos con cadenas-, tornándose la fiesta en caos: los danzantes corriendo de un lado para otro convertidos en teas vivientes y desgañitándose de dolor, los espectadores gritando horrorizados y algunos sufriendo también quemaduras al intentar ayudarlos, la reina desmayándose porque sabía que uno de los enmascarados era su marido…

En realidad, el rey salió bien librado porque estaba un tanto distante de sus compañeros, hablando con su tía Juana de Boulogne, duquesa de Berry, que a pesar de que sólo tenía quince años reaccionó con presteza sofocando el incipiente fuego de su sobrino con la voluminosa cola de su vestido. No tuvo tanta suerte el conde de Joigny , que pereció carbonizado allí mismo, como tampoco Yvain de Foix (hijo del conde de Foix), Aimery Poitiers (hijo del conde de Valentinois) y Huguet de Guisay (el que había convocado el evento), que murieron a lo largo de los dos días siguientes en medio de una atroz agonía. El otro superviviente fue el Sieur de Nantouillet, que se zambulló en una cuba de vino.
Aquella tragedia fue percibida popularmente como un castigo divino a la frivolidad de la corte e indignó a la gente porque se había puesto en peligro al monarca, culpándose a su hermano Luis, como vimos. La situación era muy tensa y estaba en el recuerdo de todos el levantamiento Maillotin, una revuelta que se produjo en 1382 como resultado de la restauración de los impuestos que había suprimido Carlos V poco antes de fallecer y que condenaban a la miseria a un pueblo en continuo estado de devastación por la interminable Guerra de los Cien Años.
La insurrección, que había tenido un precedente inmediato en la Harelle de Normandía y antes en la Grande Jacquerie, fue iniciada por los gremios de Rouen y se extendió a otras ciudades. Finalmente fue reprimida pero dejó un foso de temor en las clases acomodadas.

Consecuentemente, buscando el apaciguamiento general, el duque de Borgoña convenció a su sobrino para que encabezase una procesión penitencial a la que acudió toda la corte, marchando por las calles de la capital hasta la catedral de Notre-Dame con el monarca a caballo pero todo su séquito a pie. Luis, cuya responsabilidad era mayor y concitaba a su alrededor las críticas, incluso financió de su bolsillo una capilla en el monasterio de la Orden de los Celestinos.
El Bal des Ardents supuso una conmoción lo suficientemente importante como para que varios cronistas lo reflejaran en sus obras, siendo los más importantes Jean Froissart (Crónicas) y el conocido como Monje de Saint-Denis (Historia de Carlos VI), escritas respectivamente cinco y diez años más tarde de los hechos, sin que se sepa seguro si fueron testigos porque difieren en algunos detalles. El jurista real y preboste de los comerciantes de París, Jean Juvénal des Ursins, también lo reseña, al igual que las ilustraciones de varios códices miniados.

El reinado de Carlos VI no fue precisamente brillante. Trató de alcanzar la paz con Inglaterra casando a su hija Isabel con Ricardo II, pero fracasó y la guerra siguió, con doble riesgo para una Francia dividida. Con el rey ya completamente incapacitado, su hermano Luis se enzarzó con el nuevo duque de Borgoña, Juan sin Miedo, por tutelar a sus sobrinos. Pero la impopularidad que sufría y un nuevo rumor que le atribuía un romance con su cuñada, la reina, le hicieron perder posiciones y finalmente fue su rival quien obtuvo el nombramiento de guardián del delfín y regente.
Parecía inevitable un enfrentamiento entre el bando de Borgoña, que encabezaba Juan apoyado por el pueblo llano y los gremios, frente al de Armañac, liderado por Luis y la nobleza, pero el duque de Berry consiguió que aceptaran una reconciliación oficial en 1407. Sin embargo, tres días después Luis fue asesinado por sicarios a las órdenes de Juan, que lo dejaron moribundo en la calle tras amputarle las cuatro extremidades. El responsable no sólo no lo negó sino que presumió de ello.
Eso inclinó inicialmente la balanza a su favor pero en 1413 el hijo de Luis, Carlos, se puso al frente del bando de Armañac e invirtió la situación. Juan tuvo que recluirse en Borgoña y aquellas disensiones facilitaron que el país fuera invadido por un ejército inglés, aliado con Borgoña y liderado personalmente por Enrique V. La victoria de éste en Azincourt (1415) llevó a la firma del Tratado de Troyes en 1420, en el que un Carlos VI completamente ido reconocía al inglés como sucesor al trono, le concedía la mano de su hija Catalina y declaraba bastardo a su propio hijo. Sin embargo, éste le relevó en el trono como Carlos VII al morir su padre en 1422.
Fuentes
A distant mirror. The calamitous 14th century (Barbara Tuchman)/Magic and divination at the courts of Burgundy and France (Jan R. Veenstra)/Croniques (Jean Froissart)/The Valois. Kings of France 1328–1589 (Robert Knecht)/Wikipedia
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