Melrose es una localidad del sureste de Escocia, muy cercana a la frontera con Inglaterra, que nació en el año 1136 a partir de la fundación de una abadía cisterciense por el rey David I. El cenobio, dañado por las guerras independentistas, fue abandonado tras la Reforma pero sus ruinas aún presentan un aspecto imponente, especialmente la iglesia, que siguió usándose para el culto parroquial hasta 1810. Varios monarcas y nobles escoceses tienen allí sus tumbas y de todos ellos, quien da fama al lugar no es un cuerpo entero sino únicamente un corazón: el que presuntamente perteneció a Robert The Bruce.

La abadía, que como todas las del Císter estaba dedicada a Santa María, fue incendiada por el inglés Ricardo II en 1356, siendo reconstruida en estilo gótico. Su belleza, resistente al paso del tiempo, hace que siga recibiendo visitas turísticas hoy en día, bajo la gestión del Historic Enviroment Scotland, el organismo encargado del patrimonio nacional. Pero en 1996 ocurrió algo que hizo eclosionar su popularidad. Durante unas excavaciones arqueológicas, salió a la luz un pequeño cofre cónico, fabricado en plomo, que llevaba una placa de cobre con una sorprendente inscripción: The enclosed leaden casket containing a heart was found beneath Chapter House floor, March 1921, by His Majesty’s Office of Works (Este cofre de plomo conteniendo un corazón fue hallado bajo el suelo de la Sala Capitular, marzo de 1921, por la Office of Works de Su Majestad).

La Office of Works era una institución creada por la Corona en 1378 para supervisar la construcción y mantenimiento de los castillos. A mediados del siglo XIX se integró en la Office of Woods, Forests, Land Revenues, Works and Buildings para, en 1940, pasar a formar parte del Ministry of Works. Evidentemente, se habían llevado a cabo trabajos en el monasterio y en el transcurso de éstos se hizo aquel inesperado hallazgo. Inesperado e importante, pues fue enviado a Leith para que lo estudiaran arqueólogos y éstos, al abrirlo, encontraron alquitrán líquido, cuyo baño se usaba para preservar cuerpos en la Edad Media; de hecho, en él flotaba algo parecido a una ciruela pasa. Todo parecía indicar que podía tratarse del corazón de Robert the Bruce, ya que se sabe que ese órgano fue enterrado en la Abadía de Melrose.

Melrose Abbey/Imagen: GavinJA en Wikimedia Commons

El nombre Robert the Bruce resulta hoy familiar a mucha gente -no sólo a los escoceses- gracias a la magia del cine. El éxito de la película Braveheart dio a conocer universalmente a William Wallace, el héroe por antonomasia de la independencia del país, pero también al personaje que interpretaba el actor Angus Macfayden, que llegaría a ser rey de una Escocia independiente entre 1306 y 1329. Y fue a él, por cierto, y no a Wallace, al que se puso el apodo de Braveheart (Corazón Valiente). Las razones para ese mote eran varias y se basaban tanto en los hechos históricos que protagonizó como en lo que tenían los arqueólogos en sus manos en 1996.

Se cree que Robert nació en el castillo de Turnberry, en el condado de Ayrshire, en 1274. Era hijo de Robert VI, un tataranieto del mencionado rey David I casado con la condesa Marjorie de Carrick. Por tanto, corría sangre azul por sus venas y probablemente recibió una educación acorde a ello, puesto que dominaba varios idiomas (francés, normando, latín y seguramente inglés), así que sabría leer y escribir, además de tener conocimientos de política, leyes, filosofía e historia. Asimismo, habría sido adiestrado como caballero, lo que significaba dominar las armas, la equitación y la poesía.

El trono estaba ocupado por John Balliol, de una rama distinta de la familia, a pesar de que el progenitor de Robert reclamó sus derechos. Como no fue escuchado, juró lealtad a Eduardo I de Inglaterra mientras el monarca se aliaba con Francia. Unos y otros fueron a la guerra en 1296, el mismo año en que Robert contraía matrimonio con Isabella de Mar. Tras un ataque de varios condes escoceses a los dominios de los Bruce, Eduardo inició una invasión que supuso el derrocamiento de John Balliol, quedando Escocia bajo gobierno inglés. Al año siguiente estalló una rebelión y Robert, actuando al margen de su padre, se unió a ella. La insurrección fue aplastada pero a él se le indultó.

Retratos de Robert The Bruce con sus dos esposas, Isabella de Mar y Elizabeth de Burgh /siglo XVI)/Imagen1: dominio público en Wikimedia Commons – Imagen 2: dominio público en Wikimedia Commons

Ese tira y afloja se prolongó varios años, lo que obligó al soberano inglés a lanzar varias campañas. Entretanto, Robert, que se quedó viudo y volvió a casarse (esta vez con Elizabeth de Burgh), continuaba nadando entre dos aguas, manteniendo sus vínculos con los rebeldes pero, a la vez, siguiendo una política de connivencia con los invasores. Porque en 1304 Eduardo había logrado someter todo el país excepto a William Wallace, quien no obstante terminó siendo derrotado y ejecutado al año siguiente. Viéndose fuerte, Eduardo decidió acabar con la ambigüedad de Robert, a quien ahora se aclamaba como candidato al trono de Escocia.

Eso le inclinó definitivamente a luchar por conseguirlo, ordenando asesinar al otro candidato, John Comyn, y enfrentándose a su antiguo aliado, que arrancó al Papa la excomunión del escocés. Ello no impidió que en 1306 Robert the Bruce fuera coronado en Scone -a pesar de que la famosa piedra de la coronación se la había llevado Eduardo a Londres- y acto seguido iniciara la guerra contra los ingleses. Las cosas no fueron bien y cosechó una derrota tras otra, hasta el punto de que fue capturado. Pero entonces intervino el azar -o el destino- y todo cambió: el soberano inglés falleció y su hijo, Eduardo II, dejó a Robert en libertad. El curso de la contienda se invirtió y los escoceses empezaron a imponerse, primero mediante acciones de guerrilla pero luego también en la conquista sucesiva de castillos.

Recreación decimonónica de la leyenda de Robert the Bruce y la araña/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Ello originó una curiosa leyenda, recogida por Walter Scott en su obra Tales of a grandfather, según la cual el personaje, huyendo de la derrota sufrida en Methven, se escondió en una cueva y allí contempló a una araña que fallaba dos veces a la hora de tejer su tela pero persistía y lo conseguía a la tercera, lo que le habría inspirado para no desfallecer ante los fracasos y continuar intentando la lucha hasta el éxito final. En ese sentido, Robert the Bruce había superado la mala racha y ahora estaba en disposición de invertir la situación. Sólo faltaba ganar una batalla campal que resultara decisiva y la ocasión llegó en 1314, en Bannockburn.

La contundente victoria escocesa, de la que Eduardo II escapó por poco, incluso llevó a Robert a ocupar territorios ingleses y parte de Irlanda, donde también fue proclamado rey en 1316 aunque finalmente tuvo que retirarse. Posteriormente, en 1328, el papa Juan XXII le perdonó la excomunión. Para entonces ya estaba enfermo de una afección incierta que tradicionalmente se ha identificado como lepra pero cuya verdadera naturaleza no se sabe con exactitud, dado que el análisis de sus huesos no revela rastro de dicha enfermedad. Intuyendo que le quedaba poca vida, quiso recuperar un viejo voto que había hecho tiempo atrás: acudir en cruzada a Tierra Santa. No tuvo tiempo de hacerlo y eso fue el origen del hallazgo de 1996 en la Abadía de Melrose.

Y es que Robert murió en Cardross en 1329. Se le extrajeron las vísceras y se inhumaron en la capilla de Saint Serf, donde él solía rezar, mientras el resto del cuerpo era embalsamado y trasladado, con gran fasto y dentro de un ataúd de madera emplomada, hasta la Abadía de Dunfermline. Fue enterrado en la cripta, en una elegante tumba de mármol con el epitafio «Hic jacet invictus Robertus Rex benedictus qui sua gesta legit repetit quot bella peregit ad libertatem perduxit per probitatem regnum scottorum: nunc vivat in arce polorum» (Aquí yace el invencible bendito rey Robert / Quien lea sobre sus hazañas repetirá las muchas batallas que peleó / Por su integridad guió a la libertad al Reino de los escoceses: que ahora viva en el cielo).

Pero aún faltaba algo. Con el fin de cumplir la última voluntad del rey, sus allegados organizaron una expedición que debía llevar su corazón a Jerusalén, para ser enterrado en la iglesia del Santo Sepulcro. El órgano fue guardado en una urna de plata que Sir James Douglas, su más estimado compañero de armas, se colgó al cuello, partiendo hacia Tierra Santa al frente de un grupo de seis caballeros y veintiséis escuderos. Viajaron desde Montrose a Flandes, donde se les unieron más hombres, y entonces se enteraron de que el rey Alfonso XI de Castilla acababa de subir al trono al cumplir su mayoría de edad y había iniciado una campaña contra el Reino de Granada. Los escoceses decidieron viajar a la Península Ibérica y colaborar.

Memorial de James Douglas en Teba/Imagen: Diana Beach en Wikimedia Commons

Alfonso los recibió con honores en Sevilla y los incorporó a su ejército, que marchaba contra el castillo de la Estrella, en Teba (Málaga), lugar fronterizo con los dominios andalusíes. Mohammed IV, el sultán nazarí, planteó la batalla de forma indirecta, de modo que las acciones se sucedieron varios días sin que ningún choque resultara decisivo, hasta que trató de arrastrar a los cristianos a una trampa. Para ello, dividió a sus tropas en dos, una de las cuales debería atraer al enemigo lejos de su campamento para que la otra, debidamente escondida, pudiera asaltarlo. Alfonso se percató del ardid y no picó pero Douglas y sus compañeros cayeron de lleno.

Mediante la táctica conocida en castellano como tornafuye, un movimiento típico de los bereberes en que simulaban una retirada para que el adversario les persiguiera abandonando sus posiciones y entonces envolverlo, la caballería de Mohammed IV logró que los escoceses salieran tras ellos. Además, lo hicieron en solitario, ya que, si bien los castellanos reconocieron el truco, no pudieron frenar a sus aliados. Éstos, efectivamente, fueron rodeados y aniquilados en su mayor parte. La dudosa tradición dice que Douglas, antes de expirar, lanzó el relicario gritando: «¡Ahora muéstranos el camino, ya que venciste, y yo te seguiré o moriré!».

Sea cierta o no esa anécdota, los musulmanes recogieron la reliquia y se la entregaron al sultán quien, al conocer la historia, siguió los dictados caballerescos propios de la época devolviendo el corazón y los cuerpos de los escoceses al rey Alfonso; también liberó a los dos únicos supervivientes, William Keith de Galston y Simon Lockhart. Y así, mientras Castilla, Aragón y Granada firmaban la Paz de Teba, que pactaba una tregua de cuatro años y el pago de parias (tributos), los restos mortales de Douglas y los demás, junto con el corazón de Robert the Bruce, emprendían el regreso a su país. Siguiendo la última voluntad del monarca, el órgano viajero se llevó a la Abadía de Melrose.

Vista aérea de la Dunfermline Abbey/Imagen: Andrew Shiva en Wikimedia Commons

Allí fue enterrado y permaneció hasta que, como vimos, lo exhumaron en 1921 para meterlo en el cofrecillo de plomo, colocarle la placa y volver a enterrarlo. Cuando en 1996 fue reencontrado, hacía exactamente ciento setenta y ocho años que se había descubierto la tumba donde descansaba el resto del cuerpo en la otra abadía, la de Dunfermline, durante la construcción de una nueva iglesia parroquial sobre el coro. El análisis de los huesos reveló que se había serrado el esternón, lo que coincidía con la extracción del corazón y orientaba a identificarlo. Por cierto, era un hombre de estatura más que considerable para su época: 1,85 metros.

Antes de que se volvieran a sepultar los restos, desaparecieron varios fragmentos de hueso y dientes, presuntamente expoliados por algunos de quienes tuvieron ocasión de verlos aquellos días; pero, a cambio, los visitantes actuales pueden contemplar el molde de yeso que se hizo del cráneo, pues, aparte de servir para reconstruir su rostro, se expone hoy in situ. El caso es que la historia del corazón, cuestionada durante mucho tiempo como fruto de la imaginación de algunos autores (concretamente el poeta escocés John Barbour y el cronista flamenco Jean Le Bel, ambos del siglo XIV), podría ser cierta, como de hecho ya indicaba la bula papal de Bonifacio VIII autorizando el entierro de las dos partes del cuerpo por separado.

Ello no significa con seguridad que se trate del corazón de Robert the Bruce, ya que el ADN se ha degradado y un análisis no resultaría concluyente. Además, ni el sitio donde estaba tenía indicación alguna ni revestía características reales (los monarcas solían ser sepultados bajo el altar, no en la Sala Capitular). Encima constan al menos otros dos corazones allí enterrados, pues era una práctica relativamente popular en su tiempo y se le practicó al propio Douglas. Es decir, hay una probabilidad entre tres.


Fuentes

The Bruce (John Barbour)/Les vrayes chroniques (Jean Le Bel)/On the trail of Robert the Bruce (David R. Ross)/Robert the Bruce. King of the Scots (Michael Pennman)/The Melrose Casket and Robert The Bruce (Danielle Dray en Historic Enviroment Scotland)/Robert the Bruce. King of Scots (Ronald McNair Scott)/Wikipedia


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