¿Alguien sabría decir quién fue, probablemente, el mejor guerrero de todos los tiempos? No hablo de generales ni jefes sino de los que estuvieron en primera línea, fajándose junto a la tropa. Seguro que a muchos se les vendrán a la cabeza nombres como el Cid, Tlahuicole, Diego García de Paredes, Miyamoto Musashi o Tzilacaltzin, por citar algunos. Pero todos palidecerían al lado de un tribuno romano que participó en ciento veinte batallas, recibió cuarenta y cinco heridas, mató a tres centenares de enemigos y ganó una cantidad de condecoraciones jamás igualada. Se llamaba Lucio Sicio Dentato.
Como suele ocurrir con los personajes de la Antigüedad, es difícil establecer la línea de separación entre la historia y la leyenda. En este caso más aún, ya que Dentato vivió en el período temprano de la república, a caballo entre los siglos VI y V a.C. Un contexto caracterizado, sobre todo, por la expansión territorial romana y el conflicto interno entre patricios y plebeyos, dos episodios que determinaron la vida de un hombre que nació, se calcula, en torno al año 514 a.C. Es decir, cuatro antes de que fuera derrocado el último rey, Tarquinio el Soberbio, lo que significó la creación de la República, el establecimiento de un Senado permanente y la designación de un consulado bicéfalo para gobernar.
Tarquinio no se resignó a la pérdida de su trono y trató de recuperarlo varias veces con la ayuda de los etruscos y otros pueblos del entorno, estrellándose en todas y provocando el efecto contrario: el nuevo régimen no sólo se consolidó sino que confirió a Roma la primacía en la región. Y, mientras, el joven Dentato (un cognomen que, obviamente, significa dentado, nacido con dientes) iniciaba su carrera militar a los diecisiete años de edad. Por entonces, las circunstancias habían hecho que el ejército pasara de estar formado por las dos legiones originarias -una para cada cónsul- a una decena (aparte de contingentes privados asociados a las gens, como vimos en el artículo dedicado a la batalla de Crémera), iniciativa adoptada por Manio Valerio Máximo, a quien se nombró dictador para afrontar las amenazas exteriores.
Las legiones primigenias estaban formadas por diversas unidades que reflejaban el estatus socioeconómico de sus integrantes. Mandos y oficiales procedían de la nobleza patricia; los equites (caballería) eran jóvenes ricos con capacidad para comprar un caballo; los velites (infantería ligera), ciudadanos pobres; y la infantería pesada, compuesta por ciudadanos de clase media, se dividía en hastati, princeps y triarii en función del creciente grado de experiencia militar que tuvieran. Dentato era plebeyo y, además, se distinguía en el enfrentamiento que este estamento mantenía con los patricios, recrudecido tras la desaparición del poder moderador que ejercía la monarquía.
Aquella dicotomía, que se prolongaría un par de siglos, se plasmaba básicamente en tres reivindicaciones plebeyas: igualdad de derechos, legislación sobre las deudas que les atenazaban y derecho a conseguir tierras públicas. La primera chispa de rebelión brotó en el año 494 a.C., estando Roma bajo la amenaza de volscos, ecuos y sabinos. Se pudo superar en el campo de batalla al colaborar los plebeyos con el compromiso de que se atenderían sus demandas pero luego la promesa cayó en saco roto y entonces llevaron a cabo la célebre Secessio plebis, una especie de huelga que paralizó los trabajos agrarios amenazando a la ciudad con quedar desabastecida (lo vimos también en otro artículo).
La presión dio resultado y el Senado tuvo que abrirse a hacer concesiones, de las que las más notables fueron la condonación de parte de las deudas, la institución de un concilium plebis (asamblea de plebeyos) y la creación en el 494 a.C. de una nueva magistratura, el tribunado de la plebe, funcionarios elegibles entre los miembros del ordo plebeius y cuya misión consistía en defender los intereses de éste ante los cónsules patricios. Habría dos (que a su vez elegirían otros tres) y serían inviolables, equivaliendo a los posteriores pretores. Más tarde, en el 450 a.C. se sumaría el decenvirato (diez magistrados que podían sobreponer su autoridad a la de los cónsules).
Dentato, un líder de las reivindicaciones plebeyas, había acumulado prestigio más que sobrado y por eso fue elegido tribuno en el 454 a.C. De hecho, se le apodaba el Aquiles romano porque en la guerra contra los pueblos vecinos había destacado sobremanera. Lo hizo, por ejemplo, contra los volscos en la campaña realizada en el 487 a.C. bajo las órdenes del cónsul Tito Sicinio Sabino. Tito Livio dice que esa guerra «después de una suerte confusa, terminó en nada» (en cambio, Dionisio de Halicarnaso considera que hubo una gran victoria romana con la muerte del jefe volsco Atio Tulio). Dentato siguió luego luchando contra los ecuos y los samnitas, distinguiéndose tanto que fue ascendido a centurión primero y primus pilus después por salvar el águila de su legión de manos enemigas.
En una legión, primus pilus o primipilus era el centurión de la primera centuria del primer manípulo (posteriormente de la primera cohorte) y, por tanto, el mayor rango al que podía aspirar un soldado raso. Eso sí, se trataba de un cargo temporal, de un año de duración, transcurrido el cual el primus podía ingresar en el ordo equestre y empezar un cursus honorum. Fue lo que pasó con Dentato, al que en el 454 a.C. se eligió tribuno de la plebe, aquella nueva magistratura concedida a regañadientes por el Senado. Es difícil imaginar a alguien con más méritos adquiridos para ello, ya que además de los ascensos mencionados, ganó la corona obsidionalis o graminea (corona de hierba), el mayor galardón militar en aquel tiempo, otorgado a quien hubiera salvado a un ejército de la derrota con su intervención personal.
Dentato fue el primero en llevársela de una exigua lista de nueve nombres en toda la historia de Roma, según Plinio el Viejo. Pero es que su tribunado no fue sólo por eso. En el año 455 a.C., siendo cónsules Tito Romilio Roco Vaticano y Cayo Veturio Cicurino, llegó a Roma una desesperada petición de ayuda de la latina ciudad de Tusculum para defenderse de un ataque de los ecuos. Aunque el ejército reclutado estaba compuesto fundamentalmente por patricios, se admitieron también plebeyos voluntarios y uno de ellos era Dentato, que se había erigido en líder de las reivindicaciones de su clase. Romilio vio la ocasión de librarse de un elemento tan agitador y le envió a una misión casi imposible obviando sus protestas; al menos, así lo cuenta Dionisio de Halicarnaso (no Livio, en cambio), metaforizando el choque de clases.
La orden era atacar el poderoso campamento enemigo para debilitarlo y luego enviar el grueso de las fuerzas contra él. Para ello se le concedía sólo un pequeño destacamento pero, por supuesto, Dentato sobrevivió y los ecuos fueron vencidos poco después en el monte Algido: tras un primer asalto, se retiró dejando intervenir a los otros pero entonces volvió a la carga, apoderándose del campamento y sembrando el pánico entre los ecuos, que se desbandaron. Dada la penuria por la que pasaba Roma, los mandos decidieron vender el botín en lugar de repartirlo entre la tropa, como era costumbre, lo que supuso que los voluntarios plebeyos, alistados precisamente con ese objetivo, se quedaran sin premio.
Esto último fue muy mal recibido y cuatro años después, siendo Dentato ya tribuno, se vengó de aquel cónsul que había intentado matarle indirectamente mandando procesarle por desfalco al estado; fue condenado al pago de una multa de diez mil ases (la moneda de la época republicana temprana, de bronce, luego desplazada por el denario de plata). En suma, Dentato era una leyenda viviente para los romanos y en el 450 a.C. volvió al frente una vez más, ahora contra los citados sabinos, que llevaban a cabo una razia destruyendo las cosechas.
No habría sitio aquí para reseñar una por una todas sus batallas si las conociéramos. Únicamente se puede reseñar el dato aportado por Plinio el Viejo, según el cual participó en ciento veinte combates, ocho de ellos singulares (es decir, en duelo personal contra un enemigo), habiendo matado a unos trescientos adversarios y recibido cuarenta y cinco heridas (todas ellas en la parte frontal del cuerpo, ninguna en la trasera). Y hay más porque, como decíamos al comienzo, le otorgaron la insólita cifra de casi dos centenares de condecoraciones.
Entre ellas, aparte de la citada corona de hierba, figuraban catorce coronas civiles (esa corona se hacía con hojas de roble y se entregaba al que hubiera salvado a otro soldado), tres coronas murales (de oro, se daban a quien era el primero en escalar el muro de una ciudad asediada y colocar el estandarte), veinticinco phalerae (unos discos de metal unidos por correas que al principio se lucían sobre el casco y luego sobre la coraza), dieciocho purae hastae (no se sabe exactamente en qué consistía pero parece que se entregaba a quien hubiera derribado a un enemigo y preferentemente al primus pilus), ochenta y tres pares (torques, arrebatados al adversario) y unas ciento sesenta armillae (brazaletes por conducta distinguida, generalmente otorgados por parejas), sin contar las guirnaldas.
Todos esos méritos, acumulados a lo largo de cuarenta años de servicio a Roma, no bastaron para evitar un final tan trágico como heroico. El estatus adquirido con su sangre llevaba implícito también ganarse enemigos y Dentato había sobresalido mucho en su defensa de los plebeyos, pues el conflicto continuaba hasta el punto de que la secessio se repetiría al menos en otras dos ocasiones, en el 445 a.C. y el 342 a.C. Él no llegaría a verlas; el mismo año de su tribunado, contando ya unos sesenta años de edad, se enredó en un altercado con los decenviros, cuya elección se había interrumpido al considerarse que ya no eran necesarios debido a la aprobación de la Ley de las Doce Tablas, que igualaba jurídicamente a todos los ciudadanos pero que sembró el descontento al incluir una cláusula que prohibía el matrimonio entre patricios y plebeyos.
Precisamente el decenviro encargado de dirigir la redacción de dicha ley, Apio Claudio Craso Inregilense Sabino, un hombre muy temperamental al que se acusó de tener una conducta violenta y tiránica, infiltró a un grupo de asesinos a sueldo en una patrulla que Dentato mandaba por la zona fronteriza. Aunque consiguieron matarle, sin pretenderlo incrementaron aún más la dimensión legendaria de su víctima porque de los veinticinco que eran sólo diez salieron con vida. Al volver contaron que habían sido atacados por un destacamento enemigo pero luego se encontró el cuerpo de Dentato rodeado de cadáveres de soldados romanos, lo que dejaba clara la verdad.
La indignación se extendió por Roma y ni siquiera el funeral de estado que organizaron los decenviros para apaciguarla tuvo resultado. Además, Apio Claudio Craso volvió a hacer un alarde de su incontinente personalidad secuestrando a la plebeya Virginia, la hija de un centurión, que había rechazado sus propuestas amorosas. Tuvo que liberarla pero, en el juicio, Apio sobornó a un cliente suyo para que declarase que la joven era esclava suya y el padre prefirió matarla. El pueblo, indignado, derrocó a los decenviros y encerró a Apio en prisión, donde se suicidó, según unas fuentes, o fue ejecutado, según otras.
La historia, narrada por Tito Livio, es más leyenda que otra cosa, un nuevo ejemplo de metáfora del conflicto social. Pero constituye un buen marco para la muerte de Lucio Sicio Dentato.
Fuentes
Antigüedades romanas (Dionisio de Halicarnaso)/Historia de Roma desde su fundación (Tito Livio)/Historia natural (Plinio el Viejo)/Historia universal bajo la República de Roma (Polibio)/Historia de Roma (Sergéi Ivánovich Kovaliov)/SPQR. Una historia de la Antigua Roma (Mary Beard)/Mentira y poder político. Seudología VII (Miguel Catalán)/Wikipedia
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