La historia de la expedición científica de La Pérouse que desapareció misteriosamente, con la que Francia quería circunvalar el mundo

Luis XVI da instrucciones a La Pérouse (Nicolas-André Monsiau)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

En el Siglo de las Luces, ese XVIII al que dio nombre la Ilustración, se hicieron habituales las expediciones científicas, aquellas en las que los descubrimientos no estaban vinculados a campañas de conquista sino que se organizaban per se. Fue toda una moda que tuvo en el mundo naval su principal expresión y en marinos de prestigio a sus protagonistas.

De todas las naciones, además: entre otros muchos, destacan especialmente James Cook por Gran Bretaña, Malaspina por España, Golovnin por Rusia y Bougainville por Francia. En este último país habría que añadir a La Pérouse, porque la vuelta al mundo que realizaba con dos barcos desapareció misteriosamente.

El propio Julio Verne se atrevió a fantasear un poco con el destino de las naves de La Pérouse en su famosa novela Veinte mil leguas de viaje submarino, cuando el Nautilus pone proa a un archipiélago llamado Vanikoro, en el océano Pacífico:

Seguido del capitán Nemo, subí a la plataforma para contemplar ávidamente las islas donde, supuestamente, se estrellaron la Boussole y la Astrolabe. Eran dos islas volcánicas rodeadas de un arrecife de corales, cuya circunferencia medía unos sesenta y cuatro kilómetros. Las tierras parecían cubiertas de vegetación desde las playas mismas. Divisé una docena de salvajes que se mostraron sorprendidos de nuestra aparición. En aquel momento, el capitán Nemo me preguntó qué sabía del naufragio de La Pérouse.

-Lo que todo el mundo sabe, capitán -contesté-. Es decir, que el comandante La Pérouse fue enviado en 1785 por Luis XVI a realizar un viaje de circunvalación en las corbetas Boussole y Astrolabe, de las que nada volvió a saberse.

El capitán Nemo hizo sumergir el Nautilus y, a través del mirador, me mostró los restos de ambas naves. Me enseñó, además, documentos que escribió La Pérouse narrando sus peripecias. El capitán los había descubierto en una caja de hojalata en el sitio del naufragio, bajo las aguas.

-¡Ah! ¡Qué hermosa muerte la de aquel marino! -exclamó el capitán-. ¡No hay tumba más tranquila que esta tumba de coral, y Dios quiera que ella sea la de mis compañeros y la mía!

Naufragio de L’Astrolabe (Louis de Breton)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

En la época en que el escritor francés publicó la obra, todavía no se sabía el destino exacto sufrido por aquella expedición, aunque, como se ve, había sospechas más que fundadas porque en 1826 un buque mercante irlandés mandado por el capitán Peter Dillon (otro célebre explorador) compró en Tikopia varias espadas que eran de fabricación europea y que, dedujo, debían haber pertenecido a los hombres de La Pérouse. Indagando, averiguó que procedían de Vanikoro, donde dos barcos habían naufragado medio siglo antes. Dillon visitó el lugar y encontró más piezas: anclas, balas de cañón, una campana…

Todas esas cosas fueron llevadas a Francia y, junto con las que recogió al año siguiente el capitán Dumont D’Urville (en efecto, otro marino dedicado a explorar), se identificaron como procedentes de la corbeta L’Astrolabe. Faltaba saber qué había pasado con La Boussole pero para eso fue necesario esperar hasta 1964, cuando Reece Discombe, un buzo neozelandés, encontró piezas de esa corbeta y un pecio que, por lógica, debería corresponder. Eso quedó corroborado en 2005 por una campaña de arqueología subacuática francesa, que extrajo abundante material con el que organizó una exposición sobre la expedición de La Pérouse en el Musée National de la Marine.

Última carta de La Pérouse/Imagen: Wikimedia Commons

Llegados a este punto, hay que contar cómo fue la desdichada aventura de aquel marino al que, según algunos testigos, Luis XVI dedicó sus últimas palabras antes de salir de la prisión hacia el cadalso («¿Tenemos noticias de Monsieur de La Pérouse?») y a quien el historiador francés Etienne Taillemite describió con una entusiasta loa en una biografía publicada en 1990:

Excelente navegante, brillante luchador, líder muy humano, espíritu abierto a todas las ciencias de su tiempo, siempre supo combinar hábilmente la prudencia y la audacia, la experiencia y la teoría. Tan listo como incansable, tan amable como firme, sabía cómo hacerse amar por todos. 

Retrato de La Pérouse en 1778, cuando era teniente (Genevieve Brossard de Beaulieu)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Jean François Galaup, nació en el Château du Gô, cerca de Albi (una localidad del centro de Occitania), en 1741. lo hizo en el seno de una familia noble que tuvo once hijos, de los que él fue el mayor y el único que llegó a adulto. La Pérouse no era un apellido sino una finca familiar que él añadiría a su nombre al recibirla de su progenitor como regalo. Estudió con los jesuitas hasta los quince años ingresando luego en la academia naval de Brest. Todavía era un guardiamarina cuando tuvo que participar en la Guerra de los Siete Años contra Inglaterra a bordo de la fragata La Zéphir, en dos campañas realizadas en lo que hoy es Canadá. Incluso resultó herido y capturado en 1759, aunque al año siguiente pudo volver a Francia gracias a un canje de prisioneros.

La contienda se prolongó algunos años más y él siguió adquiriendo experiencia en la mar en varios buques. En 1764, terminadas las hostilidades, fue ascendido a teniente y asignado a misiones de transporte hasta que en 1773 su protector Arsac de Ternay, que acababa de ser nombrado comandante general, le puso al frente de una larga expedición a la India que duró cinco años. A su regreso, en 1777, recibió un ascenso y se inició en la masonería. Para entonces se le consideraba ya un experto navegante que incluso había escrito un libro, Projets sur l’Inde (Proyectos sobre la India).

En 1779 volvieron a soplar vientos de guerra debido a la Revolución Americana, que Francia apoyó, lo que la enfrentó de nuevo a Inglaterra. La Pérouse tomó parte primero al mando de la fragata L’Amazone, con la que entró varias veces en combate, y después con L’Astrée. En 1780 ascendió a capitán y con L’Astrée protagonizó uno de sus dos grandes éxitos militares capturando un convoy británico. El otro fue al año siguiente, rindiendo el fuerte Prince of Wales en la Bahía de Hudson. La llegada de la paz supuso su consagración; era un héroe de intachable comportamiento y él mismo lo celebró casándose con Louise-Eléonore Broudou, una joven criolla hija de un armador de Nantes a la que había conocido en Isla de Francia, desafiando la opinión en contra de su padre (porque ella era plebeya).

La batalla naval de Louisbourg, en la que participó La Pérouse con la fragata L’Astrée (Auguste-Louis de Rossel de Cercy)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Llegó entonces su gran momento. En 1785 el marqués de Castries, ministro de marina de Luis XVI, planeaba una expedición científica que circunvalase el globo emulando a James Cook y le eligieron a él para dirigirla. Para ello, recibió un nuevo ascenso, ahora a brigadier, y dos corbetas recalificadas como fragatas llamadas, como vimos, L’Astrolabe y La Boussole, de quinientas toneladas cada una. La misión consistía en cartografiar los sitios por donde pasara, corrigiendo y ampliando lo realizado por el famoso marino británico (del que La Pérouse era un declarado admirador), así como abrir rutas marítimas y comerciales, reunir ejemplares para las colecciones naturales francesas, contactar con los aliados españoles en Filipinas, etc.

La Pérouse envió un delegado a Inglaterra para solicitar colaboración en forma de instrumental e información sobre mediciones, cálculos, geografía y medicina (el método seguido para prevenir el escorbuto, que Cook había conseguido evitar brillantemente), obteniendo todo ello. Asimismo, reunió doscientos veinte hombres para sus tripulaciones, entre ellos una decena de científicos de prestigio: tres naturalistas, un astrónomo, un matemático, un médico y tres dibujantes, más varios sacerdotes que también tenían buena formación en ciencias.

Las dos fragatas zarparon de Brest el 1 de agosto de 1785, doblaron el Cabo de Hornos, realizaron un informe sobre la Capitanía General de Chile (por entonces española), pasaron por la isla de Pascua y el archipiélago de las Sandwich (actual Hawai) y torcieron hacia Alaska, explorando lo que llamaron Port des Français (hoy Bahía de Lituya). Desde allí descendieron por la costa oeste de los actuales EEUU hasta Las Californias españolas, visitando los presidios (fuertes) de San Francisco y Monterrey (los primeros no hispanos en pisar aquellas tierras desde que lo hiciera Drake en 1579); en ellos elaboró otro informe muy crítico con el trato que se daba a los indígenas en las reducciones franciscanas.

Las fragatas en Port des Français, Alaska (Duché de Vancy)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

En cualquier caso, La Pérouse volvió a hacerse a la mar rumbo a Macao para vender las pieles que había adquirido en Alaska. Llegó tras una travesía del océano Pacífico de cien días y repartió las ganancias entre sus marineros, que no en vano le adoraban. En abril de 1787 entró en Manila para hacer la preceptiva visita a los aliados y a continuación otra vez a devorar millas, alcanzando Corea, que nadie pisaba desde que lo hicieran unos náufragos holandeses en 1635. En aquellas aguas descubrió la isla Moneron.

Su intención era navegar hacia el norte a través del Estrecho de Tartay, que estaba entre la isla de Oku-Yeso (actual Sajalin) y el continente asiático pero aunque obtuvo un mapa, no fue capaz de dar con el paso, así que lo hizo por otro que bautizó con su propio nombre. Así llegó hasta la península rusa de Kamchatka el 7 de septiembre de 1787, donde decidió conceder un descanso a su gente hasta que recibió la visita de Jean-Baptiste-Barthélemy de Lesseps, vicecónsul de Francia en Kronstadt. Este diplomático, tío del constructor del Canal de Suez, le entregó nuevas órdenes de París y recogió toda la información reunida hasta entonces para llevarla a Francia, cosa que hizo atravesando Siberia y Rusia.

Otro retrato de La Pérouse, esta vez en torno a 1785 (Jean-Baptiste Greuze)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Las instrucciones para La Pérouse eran investigar un acuerdo que los británicos estaban negociando en Nueva Gales del Sur para la colonización de aquella tierra, por lo que las dos fragatas tomaron rumbo al Pacífico central, hicieron sendas escalas en Samoa (donde tuvieron un enfrentamiento con los nativos y perdieron doce hombres, incluyendo el comandante de L’Astrolabe, además de tener una veintena de heridos) y Tonga. Finalmente, el 26 de enero de 1788 entraron en Botany Bay, en lo que hoy es Sidney, siendo bien recibido por las autoridades británicas, que se encontraban trasladando aquella modesta colonia a Sidney Cove, en Port Jackson.

Los franceses permanecieron seis semanas que aprovecharon para hacer observaciones astronómicas y geológicas, recopilando material mineral, botánico y faunístico. Todo eso se entregó al mercante inglés Alexander, que partía hacia Europa mientras los heridos se recuperaban y se hacía acopio de agua para zarpar de nuevo. Y llegó el día, 10 de marzo, en que L’Astrolabe y La Boussole dejaron otra vez la seguridad del puerto para perderse en el horizonte. Literalmente porque nunca más se les volvió a ver. Su destino anunciado era Nueva Caledonia primero, las islas Santa Cruz y Salomón después, y el archipiélago de las Luisiadas (en Papúa-Nueva Guinea).

Pero un tifón se cruzó en su camino y los arrojó, comos sabemos, contra un traicionero arrecife de coral en junio. Las investigaciones descubrieron que La Boussole fue la primera en perderse, si bien no tardó en seguirla la otra fragata. Hubo supervivientes pero una parte de ellos murieron a manos de los indígenas mientras los otros construían una embarcación con los restos de los buques y se lanzaban a navegar en busca de un lugar seguro; desaparecieron para siempre. En noviembre de 1790, la fragata HMS Pandora, el barco de la Royal Navy enviado a detener a los amotinados de la Bounty, oteó una columna de humo que salía de Vanikoro y posiblemente fuera una señal de los náufragos pero no lo comprobó.

Ruta de la expedición de La Pérouse/Imagen: Varieront en Wikimedia Commons

Cabe reseñar, como curiosidad y a manera de epílogo, que uno de los que se habían presentado candidatos para formar parte de las tripulaciones de La Pérouse fue un segundo teniente de la academia militar -todavía adolescente, con dieciséis años- llamado Napoleón Bonaparte. Fue rechazado pero teniendo en cuenta el final de la expedición, de haber sido admitido la historia de Francia -y por ende la de Europa- habría resultado muy diferente.


Fuentes

Laperouse (Ernest Scott) / Early Exploration: Lapérouse Expedition, 1786 / Le mystère Lapérouse / Where Fate Beckons: The Life of Jean-Francois de la Perouse (John Dunmore) / Wikipedia.