Aunque la imagen clásica de los cruzados es la de los caballeros pesados, con sus cotas de malla, recios destreros, yelmos cerrados y lanzas en ristre, en realidad la imagen era más variopinta, con infantería y caballería ligera. En esta última se enmarcaban unos guerreros especiales que usaban menos protecciones que los otros y solían combatir con lanzas más livianas o, sobre todo, arco y flechas. Su principal característica estaba en tener un origen mestizo, mezcla de griego y turco, en principio de religión cristiana aunque en la práctica se reclutaban también musulmanes. Eran los turcópolos.

La etimología de la palabra es griega: tourkopoulos significa hijo de turco. Para ser exactos, se trataba de descendientes de persas selyúcidas y helenos, por tanto con una ascendencia que al menos por una parte tenía vinculación con occidente y, dadas las fechas en que ya les tocó vivir, profesando la mayoría la fe cristiana ortodoxa (de hecho, los había también seguidores de la Iglesia Siria de Antioquía, aunque probablemente en ese caso era una extensión del término a gentes de armas o incluso simples sirvientes). Muchos de ellos habitaban en diversas regiones de Anatolia y hablaban turco, lo que lleva a algunos historiadores a considerarlos antepasados de los karamanlides, griegos anatolios que usaban esa lengua oralmente pero la escribían en caracteres helénicos.

Ahora bien, otra parte estaba formada por musulmanes conversos, de ahí que en las cruzadas fueran considerados apóstatas y por tanto el enemigo los ejecutara inmediatamente cuando los apresaba. Incluso los hubo que conservaron su religión islámica y eran contratados en régimen de mercenariado. En cualquier caso, la fe cristiana y su destreza como guerreros eran razones poderosas para que los bizantinos los incorporaran a su ejército. Después, al proclamarse la Primera Cruzada, los cruzados que llegaron a Constantinopla descubrieron su utilidad como caballería ligera y los llevaron consigo a Tierra Santa.

La zona de procedencia de los turcópolos/Imagen: Anatolia 1097 en Wikimedia Commons

En campaña, los turcópolos ejercían labores de exploración, hostigamiento y apoyo. Para ello, decíamos antes, empleaban un equipamiento más liviano que el de la caballería pesada. Sus caballos eran de menor tamaño para primar la agilidad y la velocidad, mientras que los jinetes prescindían de las cotas de malla para usar gambesón (un jubón acolchado de lino o algodón relleno de pelo equino que podía usarse en combinación con la cota o por sí solo) y casco cónico de acero (abierto, para facilitar la visión). El armamento era variado pero del estilo del que usaban los turcos selyúcidas, con lanza ligera, arma de mano (espada de un filo, maza…) y un escudo pequeño y arco con flechas; de hecho, la mayoría de las fuentes los describen como arqueros montados, aunque también podían combatir a pie.

Al grito de «¡Deus vult!» (¡Dios lo quiere!), la Primera Cruzada fue convocada por el papa Urbano II en el año 1095 en respuesta a la petición de ayuda del emperador bizantino Alejo I Comneno, que se veía amenazado por los turcos selyúcidas. Tras el fracaso de la llamada Cruzada de los Pobres, que había impulsado Pedro el Ermitaño, el sumo pontífice, que esperaba de paso reunificar las dos ramas en que se había separado el cristianismo (la católica y la ortodoxa), logró reunir un ejército de caballeros de la nobleza feudal europea, sumando en total unos 35.000 efectivos. El punto de encuentro fue Constantinopla, donde incorporaron a los turcópolos para partir hacia Tierra Santa.

Al parecer, fue el general bizantino Tatikios el responsable de adoptar ese tipo de jinetes. Era hijo de un turco capturado por Juan Comneno y creció junto a Alejo I, al que en el año 1078 salvó de una emboscada de su rival al trono, Basilacius, cuando aún no era emperador. Por ello fue promovido al cargo de gran primicerius y se convirtió en general, encabezando campañas contra los selyúcidas y los cumanos. Luego participó en la Primera Cruzada liderando a los cuerpos auxiliares, entre ellos los turcópolos y un importante contingente de peltastas (infantes ligeros).

Las conquistas de Nicea, Antioquía y Jerusalén permitieron la creación de un reino cristiano en esas latitudes con Balduino de Edesa como primer monarca intitulado en el 1100. Pero eso no impidió la desunión entre los diversos líderes, que favoreció la proclamación de una yihad y la necesidad de organizar una segunda cruzada en el 1144 para detenerla. Ésta fracasó en su intento de sitiar Damasco y además fue el escenario del surgimiento de Saladino, que en 1187 tomó Jerusalén, provocando la Tercera Cruzada. Para entonces ya se habían fundado las órdenes religiosas de caballería más importantes, justificadas por la necesidad de atender y proteger a los peregrinos.

La primera fue la del Santo Sepulcro (1099), seguida de la Hospitalaria de San Juan (1104), Temple (1118), San Lázaro (1142) y otras muchas más en cada país de Europa. Los caballeros hospitalarios empezaron dedicados a cuidar de los hospitales y a partir de la caída de Jerusalén ampliaron sus funciones a las militares. En cambio los templarios, como los del Santo Sepulcro, se instituyeron desde el principio en cuerpo de protección para los peregrinos y si inicialmente eran sólo nueve fratres milites (caballeros), en poco tiempo formaron un temible ejército. Unos y otros -los hospitalarios antes que nadie- incorporaron a los turcópolos en calidad de fuerza auxiliar.

La Tercera Cruzada/Imagen: Guilhem06 en Wikimedia Commons

Como tal, constituían lo más bajo del escalafón, jerárquicamente inferiores a los sargentos o simples hombres de armas, hasta el punto de que no tenían derecho a comer en la misma mesa que los miembros regulares de la orden; frente a ellos, en cambio, recibían un salario (que no era demasiado elevado debido a su limitado equipo). Estaban bajo el mando de un turcopolier, que en combate, eso sí, podía superar en mando a los sargentos y que con el tiempo se convertiría en jefe de la caballería auxiliar. Asimismo, el gran maestre tenía entre sus ayudantes a un turcópolo para que le sirviera de intérprete ante los suyos -recordemos que hablaban turco-.

La participación de los turcópolos en la Tercera Cruzada tuvo su punto álgido en la batalla de los Cuernos de Hattin, en la que las tropas de Saladino sorprendieron a las cristianas -fundamentalmente templarios y hospitalarios- avanzando por el desierto palestino. Cercados, los cruzados trataron de hacerse fuertes en una colina porque la mayor parte de los soldados iban a pie al haber muerto sus monturas pero aquella posición fue una trampa mortal, al estar cortada a pico por el otro lado y carecer de agua. Unos dos mil caballeros y el escaso medio millar de los cuatro mil turcópolos originales, diezmados poco a poco durante la marcha al cubrir la retaguardia, intentaron romper el cerco pero no pudieron. Los intrépidos jinetes ligeros fueron masacrados y los que sobrevivieron pasados a cuchillo por renegar del Islam.

En esa época, las órdenes militares ya no limitaban su presencia a Tierra Santa sino que se extendían por Europa, donde tenían enemigos que combatir en forma de herejías (o incluso musulmanes mucho más cerca, como en la Península Ibérica), y surgieron nuevas órdenes (la Teutónica, los Hermanos Livonios, Alcántara, Santiago…). La pérdida definitiva de Jerusalén en 1244 y, sobre todo, Acre en 1291 a manos de los mamelucos, llevó al mundo cristiano a tener que renunciar a su precario dominio y a abandonar la región. Incluyendo a las órdenes militares, que ya no hacían falta allí.

Los templarios se establecieron en Chipre y los hospitalarios en Rodas primero y Malta después. su objetivo ahora era controlar el Mediterráneo oriental y se llevaron a los turcópolos. Desde entonces, ésas y otras órdenes instauraron oficialmente el cargo de turcopolier o, como en el caso de los teutónicos, turkopolen, perdurando varios siglos. En una fecha tan tardía como 1568, durante el asedio de Malta por los otomanos, se registra la presencia de un turcopolier entre los defensores, los caballeros de San Juan (antes hospitalarios).

Y una curiosidad para terminar: en sus estudios sobre los templarios peninsulares, el archivero y docente Laureá Paragolas y Sabaté reseña la presencia de un tal Berengario el Turcópolo en unas cartas de la orden fechadas en Tortosa entre 1229 y 1234. Asimismo, tampoco faltan referencias en la bibliografía histórica sobre la Corona de Aragón: Los Reyes de Aragón en anales históricos (Pedro de Abarca), Expedición de los catalanes y aragoneses contra turcos y griegos (Francisco de Moncada), Crónica catalana (Ramón Muntaner), etc.


Fuentes

A history of the Crusades (Steve Runciman)/Armies and enemies of the Crusades (Ian Health)/The Crusader Armies: 1099-1187 (Steve Tibble)/Las primeras órdenes militares: templarios y hospitalarios (Laureá Paragolas y Sabaté)/The central convent of Hospitallers and Templars. History, organization, and personnel (1099/1120-1310) (Jochen Burgtorf)/Crusading warfare 1097–1193 (R.C. Smail)/The history of the Crusades (Jonathan Riley-Smith)/Wikipedia


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