¿Por qué conformarse con un beneficio minúsculo del intermediario si en el mercado final se puede conseguir un precio muy superior? Ésta es la estrategia comercial que decidieron adoptar los indios sewee en el último cuarto del siglo XVIII, cuando se cansaron de que los colonos ingleses les pagasen por las pieles que les vendían una cantidad ridícula comparada con la que ellos obtenían al venderlas en Inglaterra. Así que construyeron canoas suficientes para la mayor parte de la tribu y se lanzaron a remar a mar abierto intentando llegar a aquel país para vender directamente. La inaudita aventura, claro, no acabó bien.

Sobre los sewee no se sabe gran cosa porque ya no existen como tales. Dejaron de hacerlo hace mucho, cuando el poco más de medio centenar de individuos que sobrevivieron, por haberse quedado en tierra, se fusionaron con sus vecinos catawba en una fecha posterior a 1715. De éstos quedan hoy algo menos de tres millares en una reserva de Rock Hill (Carolina del Sur), pero se calcula que en en siglo XVI, cuando establecieron el primer contacto con los europeos, superaban los ocho mil.

Los catawba, también llamados iswa o issa, se mantendrían al margen de las guerras coloniales entre ingleses y franceses, en las que sí tomaron parte los tuscarora de Carolina del Norte y los yamasee de Georgia y Florida. Pero, al igual que los sewee, se vieron muy afectados por las epidemias de viruela, que llegaron a reducir su número a sólo medio millar a mediados del siglo XVIII.

Antiguo mapa de las carolinas y Florid/Imagen: WikiTree

Los primeros contactos de hombres blancos con catawbas, y por tanto también con los sewee, fueron durante la expedición del español Hernando de Soto, quien en 1539 desembarcó en la Florida siguiendo los pasos previos de Ponce de León, Lucas Vázquez de Ayllón y Pánfilo de Narváez, alcanzando al año siguiente las Carolinas. Después hay noticias de nuevos contactos o al menos avistamientos, como los reseñados por Hernando Manrique de Rojas, gobernador de Santiago (Jamaica), que en 1562 envió fuerzas a lo que hoy es Carolina de Sur para destruir el fuerte francés de Charlesfort y de paso exploró la costa este de los actuales EEUU; o por Francisco Fernández de Écija, quien en 1605 arribó a aquel litoral comprando pescado, sal, pieles y las joyas de oro con que se adornaban a los indios de una tribu que llamó Xoye, pero que se cree que era la sewee.

También se apunta la posibilidad de que Francisco de Chicora fuera de ese pueblo o del catawba. Se trataba de uno de los setenta indios a los que el explorador español Francisco Gordillo y el traficante de esclavos Pedro de Quexos apresaron en 1521, en la que habría sido la primera incursión europea en ese estado. Fueron vendidos en La Española (actual República Dominicana) y la mayoría murieron en un par de años, pero Chicora sobrevivió y estuvo al servicio del mencionado Vázquez de Ayllón, aprendiendo español y dando testimonio de su odisea a Pedro Mártir de Anglería, que lo incorporó a una recopilación de relatos de exploradores que escribió en 1525.

Los sewee, en suma, habitaban la parte este de Carolina del Sur; lo que era el curso inferior del río Santee hasta el Ashley, en el actual condado de Berkeley, donde ya empezaba el territorio de los etiwaw. No se sabe qué idioma hablaban, aunque dada su vinculación final con los catawba seguramente perteneciese al grupo siouan, el mismo que usaban los crow y la familia sioux (dakota, lakota, iowa, mandan, assiniboine, omaha…). En 1670 recibieron una nueva visita desde el mar, pero de gentes distintas. Eran colonos británicos enviados por Sir George Carteret, el potentado al que Carlos II de Inglaterra había concedido la propiedad de las provincias de Carolina y Nueva Jersey en agradecimiento a la fidelidad demostrada durante su exilio, antes de la Restauración.

Trueque de pieles por alcohol en un grabado del siglo XVIII de William Faden/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Los colonos desembarcaron en el lugar que bautizaron como Sewee Bay, hoy en día Bulls Bay, entre el cabo Romana y Port Royal (no lejos de Charleston). Inicialmente fueron recibidos con hostilidad, pero luego supieron ganarse a los indios con baratijas, iniciando un intercambio comercial de cuentas, anillos de latón y tabaco a cambio de pieles y provisiones. Los ingleses, además, se comprometieron a ayudarles a defenderse de los españoles y de los indios westoes, que, según cuentan las crónicas, tenían «fama de ser comedores de hombres». En efecto, estos últimos fueron vencidos y la alianza se asentó plenamente, tanto en el plano militar como en el económico.

Así, los sewee recibían una libra de pólvora y treinta balas por cada piel que llevaban, si bien para 1696 la relación ya no parecía tan amistosa porque hubo un proceso en el que un magistrado dictaminó que cada cazador indio debía proporcionar al menos una piel anual so pena de azotes. Además, poco a poco los blancos habían crecido y, por tanto, empezado a expandir su territorio. Los sewee no lo vieron con buenos ojos, evidentemente, pero poco pudieron hacer porque se vieron afectados por dos inesperadas circunstancias: el alcoholismo y las enfermedades del viejo continente.

El contacto con los ingleses les había descubierto la bebida y muchos cayeron en la adicción, incapaces de superarla. En su exitosa obra Un nuevo viaje a Carolina, publicada en 1709, el explorador y naturalista John Lawson cuenta el patético panorama que originó el ron:

«…un licor ahora tan consumido por ellos que se separarán de la cosa más querida que tengan para comprarlo, y cuando tienen un poco subido a la cabeza, viven las criaturas impacientes hasta tener suficiente para emborracharse; y cuando eso ocurre, los espectáculos son miserables, algunos caen sobre las hogueras y se queman piernas o brazos, se dañan los tendones y se quedan lisiados para toda la vida; otros caen por barrancos y rompen huesos y ligamentos, y pese a la abundancia de advertencias nadie es capaz de disuadirlos de esa práctica maldita de emborracharse».

Una lámina con la fauna de la Carolina, publicada en el libro de John Lawson/Imagen: Documenting the American South

Más grave fue el problema de la viruela. De nuevo Lawson dejó testimonio: «La viruela ha destruido a miles de estos nativos, quienes son devorados por violentas fiebres» . En aquella época, esa enfermedad seguía siendo mortal muchas veces en Europa -recordemos que de eso murió no mucho antes, en 1649, el príncipe Baltasar Carlos, hijo de Felipe IV de España-, así que las tribus norteamericanas de la costa este se vieron asoladas por ella ante la falta de defensas naturales en sus organismos, tal cual había pasado en la América española siglo y medio antes.

Ahora bien, la desaparición de los sewee tuvo una causa directa, inmediata y casi de un solo golpe, a caballo entre el siglo XVII y el XVIII. Fue en el episodio reseñado al principio, estrambótico y trágico a la vez. De alguna manera, averiguaron que de las pieles que vendían a los ingleses (ciervo, oso, bisonte, castor…), sólo cobraban el equivalente a un cinco por ciento del precio al que éstos las revendían en Inglaterra. Y a alguien se le ocurrió una solución que desde su punto de vista resultaba lógica, pero desde el nuestro evidencia una gran ingenuidad: ir ellos mismos a comercializarlas allí. Para eso, tenían que atravesar el océano Atlántico; obviamente, no se imaginaban la distancia que había, creyendo que bastaría con remar hacia el mismo punto del horizonte por el que veían aparecer los barcos.

John Lawson (que, por cierto, dos años más tarde murió a manos de los tuscarora tras ser fue capturado y torturado brutalmente) lo contó en su referido libro:

«Se acordó de inmediato ampliar su flota construyendo más canoas y que éstas fueran de mejor tipo y mayor tamaño para su intento de descubrimiento. Algunos indios se dedicaron a hacer las canoas, otros a cazar, cada uno en el puesto para el que era más apto, todos los esfuerzos para ser capaces de llevar un cargamento a Europa. El asunto se llevó a cabo con gran secreto, por lo que en poco tiempo habían conseguido una flota, carga, provisiones y manos listas para zarpar, dejando en casa sólo a los viejos, enfermos y menores».

Mapa de la Guerra Yamasee/Imagen: I. Pfly en Wikimedia Commons

No contaron con los elementos y cuando meses después, en 1701, aquella inaudita cantidad de cáscaras de nuez, algunas de las cuales incluían velas de estera, se hizo a la mar, se perdió de vista y sufrió los embates de una violenta tempestad que dio al traste con su sueño. Los vientos y el oleaje destrozaron sus precarias embarcaciones y provocaron el ahogamiento de la mayoría; los supervivientes fueron recogidos por un barco inglés que aprovechó la ocasión para reducirlos a esclavitud y venderlos en las Indias Occidentales.

Así se extinguió aquel pueblo, pues según un censo realizado en 1715, poco antes de la Guerra Yamasee (que durante dos años enfrentó a los colonos británicos con una coalición de tribus), quedaban únicamente cincuenta y siete sewees en Carolina del Sur.

Fueron éstos los que se unieron a los catawba, que formaban parte de dicha coalición, recibiendo así la puntilla: testimonios de la época acreditan que, en aquel contexto bélico, una veintena de sewee fueron exterminados o vendidos como esclavos junto a muchos de otras tribus, bien por represalias, bien por deudas originadas por el consumo de alcohol. Además, los propios catawba resultaron diezmados, primero por la Confederación Iroquesa, luego por los británicos a los que antes habían apoyado y posteriormente por sucesivos brotes de viruela. Pero el principio del fin de los sewee tuvo lugar en alta mar, intentando un imposible.


Fuentes

A new voyage to Carolina (John Lawson)/Fort Caroline, the search for America’s lost heritage (Richard Thornton)/Sewee Tribe (Access Genealogy)/The handbook of American Indians north of Mexico (Frederick Webb Hodge, ed)/The indian tribes of North America (John Reed Swanton)/Catawba history (Lee Sultzman)/Wikipedia


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