Como de un tiempo a esta parte parecen haberse puesto de moda los Tercios, es posible que más de un lector sepa qué era la caracola. Se trataba de una táctica de combate que desarrollaban la caballería pesada y herreruelos entre los siglos XVI-XVII frente a la formación cerrada de un tercio o unidad enemiga, cuyas erizadas picas enhiestas impedían cargar de frente contra él, atacando en fila y girando en el último momento mientras disparaban sus armas. Lo que muchos no saben es que eso mismo ya se hacía en la Antigüedad, como acreditan varios autores, y en la Hispania que intentaban conquistar los romanos. Su nombre, derivado del pueblo que lo creó, es círculo cántabro.

La caracola de la Edad Moderna se llevaba a cabo por líneas, adelantándose la primera del escuadrón (el número de integrantes era variable entre uno y dos centenares) para cabalgar al trote hasta el enemigo (entre 10 y 20 metros) y hacer fuego con las pistolas; entonces esa línea giraba a la izquierda y volvía a su formación, dejando el testigo a la segunda que venía detrás y luego ésta a la tercera y así sucesivamente. De esta forma, la caballería se movía formando un dinámico círculo centrípeto. Para evitar accidentes, la pistola se disparaba dándole la vuelta, con la culata hacia arriba.

A pesar de su escasa efectividad, al requerir acercarse demasiado al adversario por el limitado alcance de las pistolas, se practicó durante mucho tiempo. En el siglo XVII, el rey sueco Gustavo Adolfo II, un revolucionario de la táctica, introdujo la novedad de que las dos primeras líneas dispararan pero, en vez de girar, desenvainaran sus sables y cargaran aprovechando el efecto causado por las pistolas. El resto del escuadrón también cargaba a continuación espada en mano, ya sin disparar. No le sirvió contra los Tercios en Nördlingen.

Un arquero a caballo heftalita (huno blanco) haciendo un disparo parto/Imagen: PHGCOM en Wikimedia Commons

En realidad, también se puede considerar un precedente el llamado disparo parto, que practicaban tribus nómadas como los hunos, sármatas, armenios, escitas, persas aqueménidas y, obviamente, partos. En su caso no había pistolas, claro, sino el arco compuesto; lo que hacían los jinetes era fingir una retirada para provocar a la infantería enemiga a romper su formación persiguiéndolos. Entonces se giraban sobre el caballo y, sin dejar de galopar, lanzaban una lluvia de flechas. Esta técnica, que requería una extraordinaria habilidad de equitación, se hizo conocida e occidente a partir de la batalla de Carras, en la que las legiones de Craso cayeron en dicha trampa.

Volvamos a Hispania. Concretamente, al siglo I a.C., cuando el norte de la Península Ibérica se alzó en armas contra el dominio de Roma. Así lo explica Lucio Anneo Floro, un historiador romano que vivió en Tarraco, autor de la obra Epitome de Tito Livio bellorum omnium annorum DCC:

En el occidente estaba ya en paz casi toda Hispania excepto la parte de la Citerior, pegada a los riscos del extremo del Pirineo, acariciados por el océano. Aquí se agitaban dos pueblos muy poderosos, los cántabros y los astures, no sometidos al imperio.

En efecto, desde el año 50 a.C., en que el resto de Hispania estaba bajo control romano, cántabros y astures (cuyos territorios no se limitaban a las actuales Cantabria y Asturias sino que sobrepasaban la cordillera Cantábrica alcanzando partes de León, Zamora, Palencia y Burgos) se mantenían independientes e incluso se enrolaron como auxiliares en las legiones, no sólo durante las guerras entre César y Pompeyo sino incluso antes, en la Segunda Guerra Púnica y en las Sertorianas, resistiendo los intentos de conquista de Décimo Bruto y Julio César. Pero en el 27 a.C. Augusto emprendió una campaña contra ellos, en parte para poner fin a sus incursiones de rapiña hacia el sur, en parte para afianzar su prestigio y en parte para apoderarse de las riquezas mineras de la zona. Eso, por supuesto, puso a sus habitantes en pie de guerra.

Las guerras Astur-Cántabras: en rojo y verde vemos las campañas de Augusto. Las otras dos son las anteriores de Décimo Junio Bruto (morado) y Julio César (amarillo)/Imagen: Ravenloft-commonswiki en Wikimedia Commons

El propio Augusto acudió en persona tras abrir simbólicamente las puertas del templo de Jano en el 26 a.C. -lo que se hacía para declarar el estado de guerra- y posponer su campaña britana. Se instaló primero en Tarraco, aunque luego las dificultades le llevaron cerca del frente, al castrum de Segisama (actual Sasamón, Burgos). Desde allí diseñó una doble operación: la que dirigía Publio Carisio desde Lusitania con dos legiones contra los astures y la de las cinco legiones que, bajo su mando directo, entraban en territorio cántabro. Paralelamente, hubo una tercera vía de ataque desde el mar, a cargo de la flota de Aquitania.

Como cabía esperar, se impuso la maquinaria bélica romana derrotando a los cántabros en Amaya y el valle del Mave, refugiándose los supervivientes en el monte Vindus para, según la leyenda, terminar inmolándose. Después, Cayo Antistio Vetus puso sitio al castro de Aracillum, cuyos defensores tuvieron el mismo final. La captura posterior de Castro Urdiales dejó prácticamente pacificada la región, por lo que las tropas de Augusto pudieron acudir a reforzar las de Publio Carisio, que debían enfrentarse a una alianza de tribus astures. Los romanos, advertidos por los brigaecini, dieron un golpe de mano y vencieron al enemigo en Brigaecium y Lancia, empujándolo al otro lado de las cordillera Cantábrica.

Las guerras Astur-Cántabras aún durarían porque, tras un breve descanso, las legiones entraron en la Asturias Transmontana para terminar el trabajo. Tras superar el enclave estratégico de La Carisa, siguieron imparables hacia la costa, poniendo fin a la campaña en el 24 a.C. O eso creían, pues luego hubo una nueva rebelión que se reprimió brutalmente, provocando el alzamiento general. Pero en las batallas del monte Medullius y Bergidum, los astures volvieron a perder y las legiones ocuparon otra vez la región, alcanzando Oppidum Noega (Gijón) y fundando Lucus Asturum, además de construir una calzada, la Vía de la Mesa, que les servía para enviar tropas rápidamente. Las guerras Astur-Cántabras acabaron en el 19 a.C., quedando sólo pequeños rescoldos ocasionales que no constituían mayor peligro.

Esquema del círculo cántabro (Ann Hyland)/Imagen: Los auxiliares cántabros del ejército romano y las maniobras de la caballería romana

Pero trascendieron en la historia algunas de las tácticas empleadas. Una de ellas era la llamada embestida cántabra, cuya denominación historiográfica sería pubes caterva. La describió Silio Itálico, explicando que consistía en la carga de un batallón de guerreros a pie formado en cuña con su jefe al frente empuñando un hacha de dos filos. Galos y celtíberos, cuenta Flavio Vegecio Renato, también lo practicaban de forma masiva, con miles de hombres; igual que los germanos, según Tácito, que aporta su denominación en esas latitudes: svinfylking (morro de puerco). Dado que en el vértice de la cuña, el puesto de mayor riesgo, se situaba un jefe, su probable muerte desmoralizaba al resto, como pasó con el cántabro Laro (aunque en su caso no mandaba una caterva sino que sus hombres adoptaron una formación defensiva).

Atacar corriendo hacia el adversario también se podía hacer en formación abierta, como dejó escrito Tito Livio que solían hacer los hispanos. Al parecer, se trataba de una táctica vinculada a una danza religiosa denominada tripudium Hispanorum, pues lo hacían además entonando un cántico, aunque en tal caso no corrían sino que iban marcando el paso rítmicamente, golpeando el suelo con el pie y haciendo chocar sus escudos; algo que también se practicaba en Germania con el nombre de barditus. Ahora bien, todo esto era cosa de la infantería ¿Y la caballería? ¿También tenía métodos específicos para enfrentarse el enemigo? Como vimos al comienzo, sí.

El cantabricus circulus o cantabricus impetus debía su nombre a que los jinetes se organizaban en dos grandes grupos que convergían al trote hacia la formación enemiga cada uno por un lado. Antes de llegar al choque contra el muro de escudos, realizaban una dextratio o giro hacia la derecha (resultaba más fácil que a la izquierda), lanzando cada uno un dardo y cubriéndose de la previsible respuesta con sus escudos para replegarse y volver a empezar, de manera que forjaban un círculo (de ahí el nombre) de ataque continuo. Ello permitía someter a una formación cerrada del rival a una lluvia constante de proyectiles, ya que cada jinete aprovechaba su repliegue para rearmarse (llevaban un carcaj lleno) y volver a cargar contra él, impidiéndole contestar al fuego.

Ejercicio de hippika gymnasia con una carga cántabra (Nikolaus Grohmann)/Imagen: Los auxiliares cántabros del ejército romano y las maniobras de la caballería romana

Lo más habitual era utilizar dardos, un tipo de arma arrojadiza, similar a una jabalina pero más fina y pequeña -aunque no tanto como para poder dispararla con arco-, que llevaba en la cola plumas estabilizadoras, como las flechas. Cada jinete llegaba a arrojar entre quince y veinte dardos. No obstante, según las circunstancias, podían usarse también venablos, flechas o incluso piedras; el caso era impedir que los soldados rivales pudieran hacer uso de sus armas, especialmente los arqueros, obligándolos a permanecer al resguardo de los escudos y consiguiendo de paso que tampoco pudieran avanzar.

Lucio Flavio Arriano, un historiador y filósofo griego que vivió entre los siglos I y II d.C., y fue cónsul, dirigiendo una campaña contra los alanos reseña el uso del círculo cántabro por parte de los mismos romanos. En su obra Ars tactica, explica diversas tácticas de caballería como el petrinos, el toloutegon y el xynema o testudo, a las que se sumaron otras en tiempos de Adriano. Una de las que describe es el círculo cántabro (también llamado acometida cántabra, embestida cántabra, carga cántabra, etc), frecuente en la hippika gymnasia (ejercicios ecuestres), pues requería gran habilidad a caballo. Las estelas de San Vicente de Toranzo (Cantabria), Borobia (Soria) y Iol Caesarea (Argelia) documentan arqueológicamente esta táctica.

La técnica de arrojar jabalinas caballo, en este caso por un jinete romano (Ann Hyland)/Imagen: Los auxiliares cántabros del ejército romano y las maniobras de la caballería romana

También lo hace el mencionado emperador Adriano, amigo del anterior, en su adlocutio (discurso) a la Legio III Augusta de Lambaesis, Numidia (Argelia), a la que hizo una visita de inspección asistiendo a una simulacra pugnae (ejercicios de combate) de la caballería romana y dejando por escrito cómo una cohorte auxiliar (presumiblemente la Cohors VI Commagenorum equitata, que era siria pero puede que estuviera reforzada con guerreros hispanos) realizó eficientemente lo que llamó un Cantabricus densus:

Difficile est, cohortales equites etiam per se placere. Difficilius post al/arem exercitationem non displicere: alia spati campi, alius iacu/lantium numerus, frequens dextrator, cantabricus densus,/ equorum forma, armorum cultus, pro stipend(i) modo

Se refería a una formación en la que los jinetes estaban muy juntos, apiñados, que empleaban varios tipos de armas arrojadizas (lapides y missilia) y montaban caballos rústicos, de corta alzada. De la adlocutio se deduce que en el Cantabricus densus también podían participar infantes ligeros -o acaso eran los propios jinetes que desmontaban- para disparar piedras con hondas. En cualquier caso, los vencedores habían adoptado las tácticas del vencido.


Fuentes

Fuentes: Los cántabros antes de Roma (Eduardo Peralta Labrador)/Los auxiliares cántabros del ejército romano y las maniobras de la caballería romana (Eduardo Peralta Labrador)/Guerreros de Iberia. La guerra antigua en la península ibérica (Benjamín Collado Hinarejos)/Ars tactica (Lucio Flavio Arriano)/Epitome de la historia de Tito Livio (Lucio Anneo Floro)/Geografia (Estrabón)/Las Guerras Astur-Cántabras (revista Desperta Ferro)/Wikipedia


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