Aunque en la mente popular tienden a confundirse, astronomía y astrología son conceptos completamente distintos e incluso opuestos. Disciplina científica y cartesiana la primera, la otra carece de base racional alguna, aún cuando en otros tiempos sí se le concedía un carácter erudito, como pasaba también con la alquimia.
Un buen ejemplo de que se trata de dos materias que no deberían mezclarse lo tenemos en un episodio ocurrido en 1580, cuando la interpretación astrológica de un fenómeno puramente astronómico supuso una inesperada adversidad militar y el sultán decretó la destrucción del observatorio responsable, iniciando la decadencia cultural del Imperio Otomano.
Reinaba entonces Murad III. El primogénito de Selim II y la concubina veneciana de éste, Nurbanu Sultan (originalmente Cecilia Baffo, aunque se barajan otros nombres), había nacido en Manisa en 1546, cuando aún reinaba su abuelo Solimán el Magnífico y los otomanos estaban en la cúspide de su poder.

Murad subió al trono en 1574, tras el fallecimiento de su padre causado por una caída en el palacio de Topkapi. Como era tradición, lo primero que hizo fue ordenar el asesinato de sus hermanos para evitar rivales. Pero esa demostración de poder, habitual en la Sublime Puerta, era algo vacua.
Y es que con Murad III el Imperio Otomano empezó a perder su preponderancia en el Mediterráneo y si aún mantuvo el tipo fue gracias al buen hacer de Mehmed Sokollu, el gran visir de Solimán y Selim, que lamentablemente sólo pudo asistir al nuevo sultán hasta 1579. Sokollu, uno de los grandes personajes de su época, era un niño serbio llevado a Constantinopla en un devşirme (reclutamiento forzoso para ser entrenado como jenízaro o funcionario, previa conversión al Islam) que, al destacar sobre los demás por sus dotes militares y políticas, fue ascendiendo en el escalafón, obteniendo el cargo de gran visir en 1565. En ese puesto alcanzó tal poder y lo ejercía con tanta sapiencia que el gobierno del imperio dependía, en la práctica, de él.

Murió asesinado, según una versión por un integrista que le reprochaba su tolerancia hacia los cristianos ortodoxos, según otra por un hashashin que se oponía a la guerra con Persia y hay una tercera que habla de un jenízaro disfrazado de mujer (de la esposa del sultán, para más señas).
En cualquier caso, con la muerte de Sokollu se produjo un punto de inflexión en el Imperio Otomano, pues buena parte de la magnificiencia arquitectónica de éste se debió a iniciativa suya: mezquitas, puentes, madrasas, baños públicos, calzadas, etc. Uno de sus proyectos más ambiciosos fue la construcción de un gran observatorio astronómico en Constantinopla.
Sokollu tenía una gran cultura y no sólo ejercía mecenazgo sobre artistas, escritores e historiadores sino que también atendía a los científicos. En ese sentido, el gran visir deseaba actualizar los zij, es decir, las tablas de parámetros para los cálculos astronómicos que manejaban sus astrónomos y que eran necesarias no sólo per se sino también porque a veces las acciones de gobierno se acometían en función del pronóstico que hicieran los astrólogos interpretando la posición de los cuerpos celestes; al menos durante la etapa de Murad, como veremos. Y como para ello se requería la mayor precisión posible de ésta, había que renovarlas, pues la mayoría se basaban en obsoletos modelos ptolemaicos.

El observatorio quedó terminado en 1577, inaugurándose durante la primera jornada del Ramadán. Al frente del mismo se puso a Taqi ad-Din Muhammad ibn Ma’ruf, un sabio natural de Damasco pero de etnia incierta que, siguiendo la costumbre de entonces, dominaba áreas tan diversas como la ingeniería, las matemáticas, las ciencias naturales, la filosofía, fabricando relojes y otros ingenios mecánicos (se dice que hasta una turbina de vapor), además de ser autor de casi un centenar de obras sobre estos temas, si bien sólo han sobrevivido unas pocas copias. Sus conocimientos eran tales que mejoró los trabajos de Copérnico y muchos expertos consideran que astrónomos del lustre del danés Tycho Brahe estaban al tanto de su trabajo.
En cuanto al observatorio en sí, era uno de los más grandes del momento. Situado en lo alto de una colina sobre la zona europea de Constantinopla, apenas hay descripciones pero se sabe que estaba compuesto por dos edificios. El más grande albergaba una espléndida biblioteca y las viviendas del personal, mientras que en otro pequeño se guardaba el equipo instrumental, que incluía un astrolabio, cuadrantes azimutales, sextantes, un triquetrum (regla paraláctica), una enorme esfera armilar, entre otros que el propio Taqi ad-Din dejó reseñados en un libro titulado Instrumentos de observación del catálogo del sultán. Mención aparte para el reloj astronómico de tres diales, que permitía medir hasta segundos.
Taqi ad-Din llevaba veinte años en Egipto cuando fue reclamado por Selim II en 1570. Al año siguiente sustituyó a Muṣṭafā ibn Alī al-Muwaqqit, que acababa de fallecer, como astrónomo principal de la corte, trabajando en la Torre de Gálata hasta que la nueva infraestructura encargada por Murad III estuvo terminada. En ese puesto tenía como misión la citada renovación de los zij, que realizó escrupulosamente a lo largo de once años. Ahora bien, tanto el lugar como su director han pasado a la historia más bien por un absurdo incidente que, a la postre, supuso el final de aquel proyecto.

Ocurrió en 1577, pocos meses después de que se inaugurase el observatorio. Ese año cruzó los cielos lo que se llamó el Gran Cometa que, como no es difícil deducir, era un cometa especialmente luminoso y muchos astrónomos no quisieron desaprovechar la ocasión de contemplarlo y estudiarlo. De ellos, el más famoso sin duda fue el mencionado Tycho Brahe, que lo hizo desde sus instalaciones de Uraniborg (en la isla de Øresund, Dinamarca), erigidas un año antes y consideradas las más importantes del continente. No era para menos porque Brahe, como el mundo académico de entonces, consideraba que los cometas eran cuerpos divinos.
Precisamente él, observando el cometa, detectó imprecisiones de Ptolomeo y Copérnico en la ubicación de estrellas que le llevarían a hacer un nuevo y famoso mapa estelar en 1588, con la Tierra como centro del universo pero algunos planetas girando alrededor del sol y las estrellas haciendo otro tanto en un círculo exterior. Obviamente, era un mapa erróneo pero anticipaba la hipótesis del heliocentrismo y ayudaría a un discípulo suyo a formular tiempo después las leyes del movimiento planetario; ese estudiante se llamaba Johannes Kepler. Pero esa es otra historia.

Lo que interesaba de momento era el Gran Cometa, que, por cierto, también fue observado por dos españoles: fray Antonio de Villacastín (director de las obras del Escorial) y fray Reginaldo de Lizárraga (obispo de Concepción, Chile y predicador general en esa tierra).
Ambos lo describieron como de cola muy larga y brillante, diciendo que se pudo ver de dos a tres meses y considerándolo como signo de mal agüero o castigo de Dios, responsable de las muertes del rey portugués don Sebastián, del príncipe Wenceslao (sobrino de Felipe II), de don Juan de Austria y del príncipe de Asturias Fernando (hijo de Felipe II).
Como todos ellos, Taqi ad-Din observó el paso del cometa todavía con mayor cuidado y énfasis. Había una poderosa razón, ciencia aparte: el sultán Murad se disponía a iniciar una campaña bélica contra el Imperio Persa y antes quería saber si el fenómeno tenía alguna relevancia como augurio, ya que parecía bueno porque su cabeza apuntaba precisamente hacia ese país (fray Reginaldo reseñó que la cola lo hacía al Estrecho de Magallanes) y además su aparición fue en la constelación de Sagitario, que en la tradición otomana estaba simbolizada por un arquero, y terminaría en la de Acuario, metáfora de la paz.

De hecho, si hubo algo que caracterizara el reinado de Murad III (aparte de un intento de alianza contra España con la Inglaterra isabelina y un estrambótico intento fallido de poner un pie en Norteamérica) fue precisamente la guerra que le enfrentó a los safávidas persas, tratando de aprovechar el caos interno que pasaban desde la muerte de Tahmasp I -la lucha por la sucesión- e imponer el chiísmo en aquel país. Que el sultán quisiera saber cómo iba a ir la cosa entra dentro de una personalidad supersticiosa que le llevaría a no encabezar personalmente ninguna campaña militar y, en sus últimos años, a no salir siquiera del palacio de Topkapi, manteniendo relación directa sólo con un reducido número de personas y pasándose el día rezando, siempre pendiente de posibles traiciones.
No es de extrañar que alguien así rompiera moldes en lo referente a la relación entre astronomía y astrología. Hasta entonces la primera era respetada como ciencia mientras que la segunda, al contrario de lo que pasaba en el mundo cristiano, estaba considerada profana e indigna del Islam. El sultán le dio la vuelta a esto al exigir a Taqi ad-Din una interpretación sobre el significado del cometa. El astrónomo se vio en un apuro pero, teniendo en cuenta cómo era de confusa la situación en Persia y las citados parámetros de las constelaciones, terminó diciéndole lo que quería oir: la guerra sería favorable. Murad no lo dudó y envió sus ejércitos.

Lamentablemente, las cosas no salieron como se predijo. Inicialmente parecía que sí, pues los otomanos consiguieron algunas victorias en los primeros años, pero la tendencia se interrumpió pronto, alternándose éxitos y fracasos hasta 1580. Eso, combinado con una plaga que arrasó varias regiones del imperio sembrando la muerte y la miseria, dejaba claro que el Gran Cometa no representaba tan buenos presagios como había dicho Taqi ad-Din.
Encolerizado, el sultán ordenó demoler el observatorio, de modo que no sirviera nunca más para hacer predicciones astrológicas, echando así, al mismo tiempo, el freno a la ciencia en el Imperio Otomano.
Taqi ad-Din murió cinco años más tarde; Murad lo hizo en 1595, al parecer por causas naturales. Lo irónico es que los otomanos terminaron ganando la guerra de Persia en 1590.
Fuentes
Arabs and astronomy (Paul Lunde y Zayn Bilkadi en Aramco World)/Biographical encyclopedia of astronomers (Thomas Hockey, ed)/Encyclopedia of the Ottoman Empire (Ga ́bor A ́goston y Bruce Alan Masters)/Breve historia del Imperio otomano (Eladio Romero e Iván Romero)/La canción del cometa de 1577 (Joaquín Iriarte)/The greatest comets in History. Broom stars and celestial scimitars (David Seargent)/Cometas que cambian la Historia (Manuel de León en Matemáticas y sus Fronteras)
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