En abril de 1981, la NASA se apuntó un éxito en la carrera espacial con la STS-1 (Space Transportation System), la primera misión del transbordador o lanzadera Columbia. Pilotado por John W. Young y Robert L. Crippen, realizó 36 órbitas alrededor de la Tierra antes de regresar y aterrizar como un avión normal. Era la culminación de un proyecto iniciado a finales de los años sesenta y que monopolizó toda la atención de la agencia espacial estadounidense en los setenta, de manera que en 1974 el soviético TsAGI (Instituto Central de Aerohidrodinámica) también se puso a trabajar febrilmente en su propia versión. El resultado fue el transbordador MKS, más conocido como Burán.

Buran es una palabra rusa que significa ventisca o tormenta de nieve. Fue el primer y único vehículo que salió del programa homónimo, cuyo verdadero nombre era VKK (Воздушно Космический Корабль, traducible como Nave Aeroespacial). La idea, como en EEUU, era disponer de una lanzadera reutilizable para misiones espaciales, pero en el caso soviético había un extra: serviría para aprovisionar a la estación espacial MIR, que entró en funcionamiento en 1986 y era la primera en estar habitada de forma permanente, lo que exigía llevar víveres y mercancía diversa periódicamente.

Aunque al principio las autoridades soviéticas se mostraron poco entusiastas, dados los costes que se presupuestaban, terminó por convencerles la noticia de que EEUU tenía los trabajos muy avanzados y que su transbordador podía ser lanzado desde la base aérea Vanderberg, lo que implicaba la posibilidad de que lo usaran como bombardero nuclear (el vuelo hasta la URSS no llevaría más de diez minutos). Había motivos para la preocupación, ya que esa nave tenía una capacidad de carga en torno a una treintena de toneladas, muy superior a la de cualquier avión convencional, y podía colocar en la estratosfera un láser capaz de derribar los misiles balísticos intercontinentales que eventualmente se disparasen contra EEUU. Cosas de la Guerra Fría.

De izquierda a derecha: el Soyuz, el Space-Shuttle de EEUU y el Energiya-Burán/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Consecuentemente, el ministro de Defensa Dimitri Ustinov decidió impulsar el VKK como respuesta encargando el diseño de una lanzadera que, como su homóloga, pudiera emplearse en misiones espaciales, pero también militares. En realidad, tanto un país como el otro habían pensado en la posibilidad de un vehículo reutilizable casi desde el comienzo de la carrera espacial, aunque ambos la aparcaron para centrarse en otros objetivos que fueron sucediéndose: colocar un satélite en órbita, luego un hombre en el espacio, después pisar la Luna… Los soviéticos habían tomado la delantera al principio, pero fueron alcanzados y rebasados y se volcaron en el proyecto de una estación espacial.

A punto de empezar la década de los setenta, todo eso se había logrado ya y el siguiente paso, llegar a Marte, se consiguió en 1971 con el Mariner-9, el mismo año en que empezaba a funcionar la primera estación Saliut. Faltaba que el Hombre pisara el planeta rojo; sin embargo, la capacidad tecnológica para ello estaba aún lejana, así que la siguiente meta debía ir en otra dirección y los científicos de los dos países recuperaron la idea del transbordador, centrándose en ella. Ya vimos que a los puramente espaciales sumaban otros de carácter militar, si bien en principio parecían primar los primeros.

El diseño soviético se encargó a la empresa rusa NPO Mólniya, fundada ad hoc y dirigida por Gleb Lozino-Lozinskiy. Este ingeniero ucraniano ya había trabajado en el desarrollo a mediados de los sesenta de un avión espacial hipersónico y tripulado, en paralelo al estadounidense X-15. Aquel proyecto, llamado Spiral, alumbró varios prototipos que incluso llegaron a probarse pero finalmente se cerró el programa. La experiencia, no obstante, vino muy bien para aquel nuevo encargo. También, se supone, la información sobre el transbordador norteamericano que facilitó la KGB (cosa extraña, no era material clasificado), si bien los ingenieros soviéticos eran reacios a copiar el modelo, como pedían los militares, y preferían hacer uno propio más pequeño.

Al final tuvieron que hacerlo ligeramente mayor que el Columbia, aunque sorprendentemente parecido en cuanto a forma. El Burán medía 36,37 metros de longitud por 23,92 de envergadura, registrando un peso máximo de despegue de 105.000 kilos y una capacidad de carga útil de 30 toneladas, frente a las 25 del norteamericano. Éste era lanzado mediante cohetes impulsores que utilizaban combustible sólido más un tanque de líquido, mientras que los del soviético empleaban sólo el el segundo tipo de combustible, a base de queroseno y oxígeno. Asimismo, podían recuperarse todos los boosters, cosa que en el sistema de la NASA se reducía a los dos pequeños, pues el tanque grande se desintegraba. Aunque el sistema de aislamiento térmico a base de losetas de cerámica era muy parecido en ambos, los soviéticos siempre aseguraron que el suyo resultaba más avanzado.

El OK-GLI en 1997/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

La construcción del aparato empezó en 1980, terminándose en 1984; tres años después de que el Columbia alcanzara la gloria. No obstante, hay que aclarar que desde 1983 se hicieron una serie de pruebas de vuelos suborbitales que inauguró el BOR-5, el primero de los cinco modelos a escala empleados, varios de los cuales se conservan aún en museos. Dichos vuelos proporcionaron valiosos datos. Posteriormente se construyó el OK-GLI, un vehículo de prueba tripulado que imitaba las formas del que había de ser definitivo y que, al contar con cuatro motores a reacción, podía despegar sin necesidad de cohete impulsor, al contrario que su equivalente estadounidense Enterprise, para luego planear y tomar tierra de nuevo en una pista normal. Hizo 24 vuelos y también dejó valiosa información.

Se acercaba el momento de probar el de verdad, el Burán, como ya se lo llamaba popularmente. Primero había que trasladarlo al lugar de lanzamiento, el cosmódromo de Balkonur (Kazajistán), para lo cual se pensó en colgarlo de dos helicópteros Mil Mi-26. Pero las pruebas previas dejaron patente que era demasiado arriesgado y se optó por un método similar al americano: anclar el transbordador sobre el fuselaje de un gran avión de carga; en el caso soviético fue el gigantesco Antonov An-225 Mriya.

Y por fin, el 15 de noviembre de 1988 despegó sujeto a un cohete diseñado específicamente para ello, el Energiya, del que se desprendería para realizar dos órbitas a la Tierra y retornar por su cuenta. Como dijimos antes, el Energiya era recuperable íntegramente, a diferencia de su homólogo de EEUU, en el que el tanque principal quedaba destruido tras desprenderse los cohetes laterales pequeños.

El Burán transportado sobre el Antonov An-225 Mriya/Imagen: Ralf Manteufel en Wikimedia Commons

Los dos tripulantes previstos, Igor Volk y Anatoli Levchenko, fueron seleccionados de un equipo de siete entrenados para esa misión; los otros eran Ivan Bachurin, Alexei Borodai, Aleksandr Shchukin, Rimantas Stankevičius y Viktor Zabolotsky. Se daba la circunstancia de que Volk era un experimentado piloto de pruebas, lo que desató cierta polémica sobre la idoneidad de su elección, aunque lo cierto es que también era un veterano que tenía en su currículum haber viajado en el Soyuz T-12 a la estación espacial Saliut 7. Es más, fue destinado a ese viaje como preparación para el Burán, ya que fue en 1980.

En cambio, Levchenko carecía prácticamente de experiencia porque había entrado como cosmonauta hacía muy poco, en 1980; posteriormente viajaría a la estación espacial MIR y falleció al poco, en 1988, de un tumor cerebral. Ahora bien, al final ninguno de los dos llegaron a subir a bordo de la lanzadera porque se consideró que no hacían falta: frente al del Columbia, el sistema de aterrizaje del Burán era completamente automático, de ahí que no se instalaran ni un sistema de soporte vital ni controles dentro de la cabina. Por lo demás, el software de vuelo se había concebido de forma específica para la nave.

El Burán anclado a la estación espacial MIR en una visión artística/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

El momento del lanzamiento no se televisó, pero sí otras fases de la misión, lo que originó especulaciones sobre un posible montaje: el Burán no habría aterrizado tras salir al espacio sino desenganchándose de un avión de carga, como a menudo hacían las naves estadounidenses en vuelos experimentales. Más tarde, para acallar esas suspicacias, se hizo pública la serie completa de vídeos. Y es que aquella primera aventura tripulada había sido efímera: 3 horas y 25 minutos.

Casi lo mismo que duró el proyecto, pues la falta de dinero impidió que volviera a volar y la disolución de la Unión Soviética entre 1990 y 1991 le dio la puntilla. Así, se suspendieron los planes para hacer otras dos aeronaves y una quedó inconclusa, el Ptichka (nombre extraoficial que se le había puesto de momento), pese a que estaba hecho ya el 97%. La tercera, informalmente bautizada Baikal, quedó a medias.

En junio de 1993 Boris Yeltsin firmó la cancelación definitiva, dejando a la estación espacial MIR, puesta en marcha en 1986, sin el vehículo que habría de llevarle suministros; irónicamente sería necesario recurrir a los servicios del transbordador estadounidense Atlantis, en un programa conjunto denominado Shuttle-MIR (el módulo soviético de acoplamiento tuvo que ser adaptado a la lanzadera americana).

Al disgregarse el país en repúblicas, buena parte del material quedó en Kazajistán; por ejemplo, el Ptichka está en el citado cosmódromo de Balkonur. En cambio, el Centro Panruso de Exposiciones de Moscú conserva el OK-TVA, una de las réplicas a escala, si bien la más importante de éstas, el reseñado OK-GLI, fue pasando de mano en mano por medio mundo y terminó en el Technik Museum Speye de Alemania.

El Baikal fotografiado en el Aeropuerto Internacional de Moscú-Zhukovsky. No se sabe nada de él desde 2012/Imagen: Alan Wilson en Wikimedia Commons

Las otras lanzaderas que quedaron inconclusas cayeron en el olvido, deteriorándose o vendiéndose sus piezas; en las fábricas de Tushino y Korolev todavía hay partes de ellas. En cuanto a la estrella del proyecto -y de este artículo-, el Burán, corrió una suerte parecida o peor: en 2002 resultó aplastado cuando se estaban llevando a cabo unas obras de mantenimiento que provocaron el desplome de la bóveda del hangar de Balkonur donde estaba guardado. Junto a él quedó destruida también una maqueta del Energiya y encima hubo que lamentar la muerte de ocho obreros.

La historia del transbordador espacial soviético duró, por tanto 14 años. La del estadounidense, en cambio, se prolongó tres décadas y al Columbia (que llegó a hacer 27 misiones antes de su trágica explosión en 2003) le sucedieron el Challenger (que también estalló en 1986), el Discovery, el Atlantis y el Endeavour.


Fuentes

Energiya-Buran. The Soviet Space Shuttle (Bart Hendrickx y Bert Vis)/Rocketing into the future. The history and technology of rocket planes (Michel van Pelt)/Buran reusable orbiter (Anatoly Zak en Russian Space Web)/How the soviets stole a space shuttle (Robert Windrem en NBC News)/El transbordador espacial Buran (Wilfredo Orozco y Daniel Sánchez Bins en espacial.org)/Buran-Energiya/Wikipedia


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