Saladino ha pasado a la historia como uno de los grandes gobernantes islámicos y un brillante militar que conquistó Tierra Santa, consiguiendo retener Jerusalén ante el intento de la Tercera Cruzada por recuperar la ciudad. También fue un modelo de caballerosidad, admirado tanto por musulmanes como por cristianos. Pero era humano y, consecuentemente, también tuvo momentos críticos. Uno de los peores fue su inesperada derrota en la batalla de Montgisard ante Balduino IV, el Rey Leproso.
Balduino IV nació en 1161 en Jerusalén. Era hijo de Amalarico I, rey de esa ciudad, y de su esposa, Inés de Courtenay, condesa de Jaffa y Ascalón, aunque a ésta apenas la vio porque sus padres tuvieron que divorciarse para que el progenitor pudiera acceder al trono, exigencia de la nobleza debido a su grado de consanguinidad. Por tanto, Balduino fue criado por un historiador -posteriormente obispo- llamado Guillermo de Tiro. Fue éste quien descubrió que el niño padecía lepra cuando observó que jugando a la guerra con sus amigos no sentía dolor en los golpes. Por eso más adelante tendría que cubrirse la cara en público con una máscara.
Para esa enfermedad no había cura, así que se esperaba que no viviría mucho y empezó a pensarse en alternativas para la sucesión. Sin embargo, Amalarico murió de disentería durante el sitio de Banias en 1174 y Balduino fue proclamado rey con trece años (la mayoría de edad entonces). Y es que el reino no podía estar sin cabeza visible porque pasaba momentos de apuro. Por el norte, el Imperio Bizantino había instaurado el principado de Antioquía, mermando el dominio de Jerusalén. Por el sur, tanto la Segunda Cruzada como el propio Amalarico habían fracasado en sus respectivos intentos de conquistar el Egipto de los fatimíes, teniendo que conformarse con hacerlo tributario.
Pero también había dificultades internas. A su vuelta de la campaña egipcia, el rey se casó con María Comneno, bisnieta del emperador Manuel I. Ello permitió que Acre retornara a manos reales y que Amalarico pactara una alianza con los bizantinos para tomar juntos Egipto con apoyo de la Orden Hospitalaria. El plan, descoordinado, salió mal y hubo que contentarse con renovar los tributos a los fatimíes. Cuando Balduino IV tomó el testigo de su padre, se vio obligado a permitir el matrimonio de su madrastra, la citada María Comneno, con Balián de Ibelín, un noble cruzado cuya ambición parecía ser entroncar con la familia real e imponer su linaje en la descendencia.
Así estaban las cosas cuando en 1169 aparece un personaje inesperado. Se llamaba Al-Nāsir Ṣalāḥ ad-Dīn Yūsuf ibn Ayyūb, pero se le conoce más como Saladino. Natural de Tikrit (Irak), donde nació en 1138, en el seno de una familia kurda de gran tradición militar, había ido medrando y adquiriendo experiencia a las órdenes de su tío Shirkuh, general del gobernador Nur al-Din. Así fue cómo participó en la guerra contra Amalarico en Egipto, primer paso para una invasión en 1168 que terminó con victoria; Shirkuh fue nombrado visir y eligió a su sobrino como ayudante, quien le sustituyó cuando el otro falleció al año siguiente . El éxito transformó a Saladino, que abandonó sus costumbres mundanas y se volvió muy religioso.
En Egipto fue incrementando su poder, rivalizando incluso con el del califa aunque sin llegar a enfrentarse a él. En cambio, se sintió lo suficientemente fuerte como para atacar el Reino de Jerusalén en 1170. Fue una campaña rápida y breve, casi como una razia a gran escala, tras la cual regresó a El Cairo y, aprovechando que el califa fatimí acababa de morir, se proclamó sultán. Inició entonces una expansión en varias direcciones: Libia, Yemen… La muerte de Nur al-Din le dejó las manos libres para emprender la toma de Damasco, donde se estableció en 1174, y luego avanzó hacia Alepo, consiguiendo ser sultán de toda Siria.
No le faltaron enemigos internos, sobre todo la dinastía zanguí (vasalla en Siria de los selyúcidas), e incluso resultó herido en un atentado que le llevó a combatir a los célebres hashasin. Pero en 1177 su punto de mira era más elevado. Dado que los cruzados habían marchado al norte para sitiar Harem, que estaba en territorio sirio, Saladino consideró rota la tregua que tenía con ellos e inició una campaña por Palestina que resultó imparable porque apenas había efectivos para hacerle frente. Eso le permitió plantarse ante las puertas de Jerusalén. Balduino, enterado de su avance en esa dirección, reunió a cuantos caballeros pudo y evacuó la ciudad llevando consigo la reliquia de la Vera Cruz.
Confiado en su abrumadora superioridad numérica, Saladino no sólo no hizo nada por obstaculizar esa retirada, permitiendo que su oponente se pusiera a salvo en Ascalón (una ciudad situada a 73 kilómetros), sino que desvió parte de sus tropas para sitiar Gaza mientras él se desplazaba al norte con el grueso del ejército, encomendando la misión de atacar al rey a otro contingente. No tardaría en comprobar que había cometido un grave error táctico pero por el momento, ciertamente, no parecía necesitar de mucho más para imponerse, pues Balduino no logró reunir más de 375 caballeros, a los que habría que añadir un número indeterminado de infantes y turcipolos (arqueros montados bizantinos), calculado entre cuatro y seis millares; no está claro por la divergencia entre fuentes.
Poca cosa a priori para enfrentarse a los musulmanes, que sumaban de 21.000 a 26.000 si hacemos una media entre las distintas cifras reseñadas documentalmente. Ahora bien, todos los caballeros cristianos eran veteranos y por eso su valor en combate se multiplicaba. Entre ellos estaban el mencionado Balián de Ibelin y su hermano mayor Balduino, Reinaldo de Sidón y Aubert (conde de Sidón), Joscelino de Edesa (príncipe de Galilea) y Reinaldo I de Châtillon (príncipe de Antioquía, que odiaba ferozmente a Saladino tras haber pasado un tiempo cautivo en Alepo). Se les unieron 84 templarios liderados por su gran maestre, Eudes de Saint-Amand, que paradójicamente había sido enemigo de Amalarico I.
Balduino IV, consciente de lo limitado de sus fuerzas, decidió arriesgar tomando la iniciativa y salió en persecución de Saladino, que tras atacar varias ciudades de lo que hoy es el centro de Israel permitió que sus tropas se desperdigaran en busca de víveres. Justo en ese momento, llegó la columna cristiana a su retaguardia sin que el cuerpo dejado para derrotarlos pudiera cumplir su misión. Así, seguido por las tropas de Balduino, Saladino fue alcanzado cerca de Ramala, en un lugar llamado Mons Gisard. Hoy en día no se sabe con exactitud su ubicación; tan sólo que el tren de bagajes musulmán estaba vadeando un río, atascado en unas riberas que se habían convertido en un lodazal porque normalmente eran tierras de cultivo.
Balduino no pudo llegar en mejor momento, no sólo por estar el enemigo empantanado en aquella operación sino también porque los caballos de éste se encontraban agotados, tras pasar todo el día recorriendo el entorno para recopilar provisiones. Además, la aparición de los cristianos fue totalmente inesperada, cundiendo el pánico entre los islámicos, mientras los otros enarbolaban la Vera Cruz y se disponían a cargar. Tan enardecidos estaban que ni siquiera importó que el rey, debilitado por la enfermedad que padecía, cayera de su montura y tuviera que ser ayudado a levantarse porque, a continuación, él mismo pronunció una oración ante sus hombres y fue aclamado.
Y entonces sí, los caballeros espolearon a sus caballos y cabalgaron lanza en ristre contras las líneas musulmanas, que cogidas por sorpresa no habían tenido tiempo de adoptar una formación defensiva adecuada. Los jinetes penetraron entre ellas como un cuchillo matando a diestro y siniestro sin que se les pudiera detener. Sólo el sobrino de Saladino, Taqi ad-Din trató desesperadamente de ganar tiempo lanzándose al choque para que su tío pudiera organizar a la guardia mameluca, pero ésta únicamente podía contener al enemigo un rato, ya que era el único cuerpo que mantenía el tipo.
La carga cristiana fue tan vertiginosa que el propio Saladino tuvo que renunciar a cualquier resistencia para aligerar su peso desprendiéndose de su cota de malla, subir a un camello (de carreras, puntualizan los testigos) y escapar a toda prisa; todos los mamelucos dieron sus vidas por proteger la huida de su señor, quien finalmente consiguió ponerse a salvo en Caunetum Esturnellorum para después regresar a Egipto con graves pérdidas. Era el 25 de noviembre de 1177 y Balduino IV obtenía así la gloria, pues él mismo encabezó el ataque con las manos vendadas para amortiguar el dolor de sus llagas y poder sostener la espada.
Tras la brillante victoria, retornó a Ascalón en medio de unas lluvias torrenciales que duraron diez días, algo que hizo más penosa la marcha del derrotado ejército islámico (que era acosado a su paso por los beduinos); ejército si es que aún se podía llamar así, ya que según algunos autores perdió hasta un noventa por ciento de sus efectivos. Tampoco fueron pocas las bajas cristianas, calculadas en torno al millar de muertos y 750 heridos. Por su parte, el rey volvió luego a su capital entre vítores y parabienes. Se instituyó como fiesta esa fecha y se fundó un monasterio benedictino en el mismo campo de batalla, quedando asegurada la supervivencia del Reino de Jerusalén.
Al menos fue así por un breve tiempo, el que tardó la lepra en arrebatar la vida al monarca, algo que acaeció ocho años más tarde. En cuanto a Saladino, reorganizó sus fuerzas y tuvo ocasión de recobrar sobradamente su prestigio militar con victorias como la del Vado de Jacob, los Cuernos de Hattin o la conquista de Mesopotamia, hasta que por fin tomó Jerusalén y frenó la Tercera Cruzada. Pero ésa es otra historia.
Fuentes
The Leper King and his heirs. Baldwin IV and the Crusader Kingdom of Jerusalem (Bernard Hamilton)/A history of the Crusades. The Kingdom of Jerusalem and the Frankish East. 1100-1187 (Steve Runciman)/Saladin. The life, the legend and the Islamic Empire (John Man)/Wikipedia
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