Quizá nunca hayan oído hablar de Antíoco I Sóter. Al fin y al cabo, ha pasado a la historia un tanto a la sombra de su padre, Seleuco, uno de los generales de Alejandro Magno, comandante de los hipaspistas y de los Compañeros, protagonista de las guerras de los Diádocos y fundador del Imperio Seleúcida. Antíoco fue su sucesor, participando en la última contienda como epígono (los epígonos fueron los sucesores de los diádocos) y afianzando las conquistas de su progenitor, lo que le permitió asumir un antiguo título mesopotámico: Rey del Universo.
Antíoco nació en torno al año 323 o 324 a.C. No se sabe el lugar exacto, aunque sí que tuvo que ser en algún punto de esa vasta zona que Seleuco había conseguido someter y que se extendía desde el interior de Asia Menor (al norte de Cilicia) hasta las fronteras con Corasmia por el norte, el Imperio Mauria por el oeste y la parte indo-paquistaní del océano índico por el sur, pasando por la franja sirio-palestina, la citada Mesopotamia, Persia, Turkmenistán, Pamir y, en suma, los territorios que antaño estaban bajo control del Imperio Aqueménida.
Como heredero de aquellos dominios, Antíoco era el segundo de la dinastía seléucida, que difundió por ellos la cultura helenística apoyándose con una fuerte inmigración procedente de Grecia. De hecho, su padre le hizo corregente en el 292 a.C. y hasta le cedió a su propia esposa, Estratónice. Hay que aclarar que no se trataba de la madre de Antíoco, ya que ésta fue la princesa Apama I, hija del noble persa Espitamenes, un señor de la guerra sogdiano que se había enfrentado a Alejandro Magno; recordemos que el macedonio fomentó que sus oficiales se casaran con mujeres de la nobleza persa. No está claro si Seleuco tomó a Estratónice -entre el 300 y el 327- como segunda esposa (en Persia era tradición la poligamia real para garantizar la descendencia) o se casó con ella al morir la otra.
El caso es que Estratónice se convirtió en involuntaria protagonista de aquel extraño doble enlace matrimonial, primero con el padre y luego con el hijo. Plutarco y Apiano lo explicaron asegurando que Antíoco estaba tan perdidamente enamorado de ella que se encontraba al borde de la muerte y por eso Seleuco se la cedió en el año 294 a.C. tras divorciarse y junto con el gobierno de las provincias orientales. Sin embargo, hay que atender el contexto: Estratónice era hija de Demetrio Poliorcetes, heredero de Antígono I (otro diádoco que se había hecho nombrar rey de Macedonia inaugurando la dinastía Antigónida) y, por tanto, hablaríamos de una boda estratégica.
De todas formas, aunque Estratónice era cuarenta y un años más joven que Seleuco cuando se casó con él, ambos congeniaron y ella le dio una hija, Fila. Lo mismo pasó luego con Antíoco, de quienes las crónicas cuentan que fue una pareja feliz, si bien no entran en muchos detalles y sólo consignan que tuvieron cinco hijos: Seleuco (que sería ejecutado por rebelión), Laodice, Antíoco II Theos (sucesor tras la muerte del primogénito), Apama (a la que se casó con el rey de Cirene) y Estratónice (cuyo marido sería su primo Demetrio II de Macedonia).
Poco después de derrotar en la batalla de Corupedio a Lisímaco, otro diádoco convertido en rey de Tracia, Seleuco fue asesinado en el 281 a.C. por Ptolomeo Cerauno en medio de una vorágine de intrigas y odios entre antiguos camaradas de armas. Probablemente azuzadas por Ptolomeo II de Egipto, algunas regiones del imperio aprovecharon para sublevarse -Siria, especialmente-, ya que, como vimos, Antíoco estaba lejos, reinando en oriente. Pero, en general, el hecho de haber sido asociado al trono por su padre le garantizó la lealtad mayoritaria, así que la campaña que tuvo que emprender no fue tanto de represión como de pacificación para asentar las recientes victorias de su progenitor, que salvo Egipto dejaban la mayor parte del Imperio Aqueménida en sus manos.
Ahora bien, las extraordinarias ganancias territoriales que heredaba el segundo de los seléucidas no eran óbice para que, a la vez, tuviera que renunciar a algunas zonas. Así, se vio obligado a devolver a Atenas las islas que Demetrio Poliorcetes había arrebatado a los clerucos (militares reconvertidos en colonos), no pudo someter Bitinia y tampoco fue capaz de reducir Capadocia, renunciando además a Macedonia y Tracia de forma definitiva. Para agravar las cosas, en el 278 a.C. tuvo que hacer frente a una invasión de Asia Menor por parte de los gálatas.
Los gálatas eran un pueblo formado por una confederación de diversas tribus celtas que, procedentes de la Galia, se habían establecido en Anatolia entre los siglos VIII y V a.C., formando lo que pasó a conocerse como Galacia: limitaba al norte con Bitinia y Paflagonia, al este con el Ponto y Capadocia, al sur con Cilicia y Licaonia y al oeste con Frigia, estando su capital en Ancira (que los seléucidas llamaron Angora y actualmente es Ankara). Bajo el liderazgo de Breno, habían pasado primero por Macedonia y Tesalia, luego por el Épiro y Olimpia, saqueando todo a su paso. Los griegos no pudieron detenerles y cayeron derrotados en las Termópilas pero las guerrillas macedonias y la muerte de Breno en combate les hicieron cruzar el Helesponto.
Aunque tenían divisiones internas, constituían un evidente peligro porque recibieron ayuda de Nicomedes I de Bitinia para enfrentarse a su hermano Cipetes II, quien le disputaba el trono. Liderados por nuevos jefes como Leonnoro y Lutario, se apoderaron de Tracia, Bizancio y Lisimaquia, haciendo tributarias a numerosas ciudades. Cipetes, efectivamente, fue derrotado y el siguiente objetivo fue Ptolomeo II, por encargo de Mitrídates I del Ponto, que estaba en guerra con él por la posesión de diversas ciudades de Anatolia y aprovechaba que el egipcio tendría que atender dos frentes, ya que se encontraba inmerso en el mencionado conflicto de Siria con Antíoco I. Así, una ficha tras otra, le llegó a éste el turno y se dispuso a frenar su avance.
Las fuentes de la época apenas dan detalle de esa guerra excepto que el rey seléucida, decidido a frenar el avance de los gálatas, marchó contra ellos en el año 275 a.C., y les hizo frente en una batalla en la que empleó elefantes de guerra procedentes de la India. Ese combate, que se conoce con el nombre de dichos animales, terminó con el triunfo de Antíoco, que se ganó así el apodo con que pasó a la historia: Sóter, que en griego significa salvador. Se lo pusieron las ciudades jónicas, que fueron las principales beneficiadas de la contienda al quedar libres de la extorsión de los gálatas. Éstos serían finalmente aplastados por Átalo I de Pérgamo (al que también llamaron Sóter), un descendiente de Seleuco por vía materna que conmemoró ese éxito construyendo el monumento del que sólo sobrevive la copia de la famosa estatua del Gálata moribundo.
Recluidos en Galacia, los gálatas se emplearían en lo sucesivo como mercenarios e, irónicamente, los seléucidas mismos los contratarían para sus ejércitos. Porque una vez acabada aquella amenaza llegó el momento de atender de nuevo la guerra siria contra el Egipto ptolemaico.
Ninguna de las dos partes se impuso de forma expeditiva y ambas mantuvieron sus respectivos territorios, quedando únicamente algunas ciudades fronterizas como Damasco y otras en liza permanente, cambiando de manos constantemente (aunque, a la larga, los seléucidas pactarían una alianza con Ariobarzanes del Ponto, el sucesor de Mitrídates, para arrebatar a los ptolomeos la costa de Siria y el sur de Asia Menor).
Tampoco faltaron problemas internos. En 275 a.C., el mismo año de su victoria contra los gálatas, Antíoco nombró corregente a su hijo mayor, Seleuco, al que entregó el gobierno de las provincias orientales, tal como su padre había hecho con él. Sin embargo, Seleuco no se conformó y tras doce años de aparente tranquilidad organizó una rebelión que, tal como reseñamos antes, concluyó cuando cayó derrotado y se le condenó a la pena capital, pasando los derechos sucesorios a su hermano Antíoco II Theos. Éste cogió el testigo en el trono en 261 a.C., al fallecer su padre durante una campaña contra Pérgamo en la que resultó vencido en Sardes.
Ahora bien, falta por contar cómo llegó a ser Rey del Universo. Ese título había nacido en Kish, una antigua ciudad de Súmer; de hecho, el nombre original de la denominación en sumerio, ki-sár-ra, quiere decir rey de Kish, ampliándose ese significado en acadio (šarru kiššat māti). Obviamente, era una forma de manifestar el poder de un soberano sobre todas las demás urbes mesopotámicas (Ur, Uruk, Lagash y Umma) para formar los primeros protoimperios, trascendiendo el título de lugal (rey a secas) y aparte del hecho de que, según la mitología, la monarquía había nacido precisamente en Kish, al descender del cielo allí tras el diluvio.
Sargón de Akkad fue el primero en ir un paso más allá de la mera realeza al ser nombrado šarru kiššat māti o šar kiššatim (Rey del Universo) pero su hijo Naramsin lo dejó atrás haciéndose llamar šar kibrāt erbetti, es decir, Rey de las Cuatro Esquinas del Mundo. No están claras las diferencias y se apunta a que el primer título sería cosmológico y el segundo terrenal (quizá vinculado a éxitos militares). Buena parte de los reyes asirios y babilonios heredaron gustosamente esas dignidades, lo que servía para reivindicarles como herederos de Sargón; luego, tras conquistar Babilonia, también lo hicieron los aqueménidas, (aunque ellos tenían preferencia por Xšâyathiya Xšâyathiyânâm, es decir, Rey de Reyes).
Por eso, cuando fueron derrocados por Alejandro y sustituidos por los seléucidas, Antíoco I fue quien recuperó el título de šar kiššatim (Rey del Universo). Así lo refleja el cilindro que lleva su nombre, una pieza que narra la reconstrucción del Templo de Ezida en la ciudad de Borsippa siguiendo el modelo mesopotámico de inscripciones reales. No obstante, ese rey fue el único de los treinta de esa dinastía que lo usó y posteriormente los sasánidas tampoco recurrieron a él, sobreviviendo únicamente en el cristianismo aplicado a Dios pero con un sentido más etéreo. Así que puede decirse que Antíoco I Sóter fue el último Rey del Universo.
Fuentes
Vidas paralelas: Demetrio-Antonio (Plutarco)/Historia romana: guerras sirias (Apiano; en inglés)/El mundo gríego después de Alejándro, 323-30 a. C. (Graham Shipley)/Construcción y recepción de la imagen del poder. La legitimación de la monarquía seléucida de Seleuco I a Antíoco IV (304-164 a.C) (Aida Fernández Prieto)/From polis to empire, the Ancient World, C. 800 B.C.-A.D. 500: a biographical dictionary (Andrew G. Traver)/Encyclopædia_Britannica/Wikipedia
Descubre más desde La Brújula Verde
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.