En la primera mitad de 1945 la prensa japonesa empezó a difundir unos sorprendentes mensajes: sus bombardeos habían hecho que los bosques de Norteamérica estuvieran en llamas, provocando diez mil muertos y sumiendo a la población estadounidense en el pánico. Evidentemente, se trataba de propaganda de los servicios de inteligencia nipones en una fase de la Segunda Guerra Mundial que ya le era muy adversa a Japón pero, por raro que parezca, había un trasfondo de verdad, sólo que debidamente exagerado.

El caso es que sí se había conseguido bombardear EEUU, aunque de una forma poco convencional y sin apenas resultados: mediante globos bomba, en el llamado Proyecto Fu-Go.

Tras el fulminante ataque a Pearl Harbor en diciembre de 1941, que buscaba dejar a la armada estadounidense fuera de combate en el Pacífico, Washington entendió que debía intentar devolver el golpe cuanto antes para elevar la moral y lo consiguió en sólo cuatro meses, con la incursión del teniente James H. Doolitle, un raid aéreo realizado en abril de 1942 en el que 15 aviones B-25 bombardearon varias ciudades japonesas, especialmente Tokio, provocando pocos daños y perdiendo todos los aparatos en la misión pero consiguiendo el deseado efecto psicológico. A la vez, en ese juego de venganza contra venganza típico de las contiendas, esa acción despertó en el enemigo el deseo de una represalia sobre territorio americano.

Globo encontrado en Bigelow, Kansas/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

El problema estaba en llegar hasta allí, pues eso significaba que los portaaviones debían atravesar todo el Pacífico esquivando a la armada estadounidense, que seguía siendo fuerte pese a las pérdidas en Hawái (parte de las cuales, además, ya estaban reparándose). Por tanto, se empezaron a estudiar alternativas y la idea elegida salió del Dai kyū Rikugun Gijutsu Kenkyūjo, más conocido como Laboratorio de Investigación Tecnológica del Noveno Ejército del Japón o Laboratorio Noborito, creado en 1937 para investigación armamentística no convencional y puesto al mando del general Sueyoshi Kusaba. La propuesta del equipo, que estaba dirigido por el ingeniero jefe Teiji Takada, fue sorprendente: usar globos como los tipo B, que empleaba la armada con fines meteorológicos.

En realidad no era una novedad porque Gran Bretaña ya los había usado contra Alemania, a mayor escala aunque más pequeños y con mayor simplicidad en sus mecanismos: la Operación Outward. En cuanto a los japoneses, se trataba de globos aerostáticos de hidrógeno, de unos 10 metros de diámetro (un metro más que los anteriores) y unos 540 metros cúbicos, que transportarían bombas entre 12 y 15 kilos -unas explosivos de TNT o ácido pícrico, otras tipo termita-, así como otros 5 de material incendiario, todo ello con sus respectivas carcasas, aparte de los sacos de arena que usarían de lastre y la caja de aluminio que contenía un altímetro más el dispositivo de ignición. En total, el peso alcanzaría los 454 kilos, por lo que era necesario reforzar los globos para evitar fugas.

Globos británicos de la Operación Outward/Imagen: The National Archives UK en Wikimedia Commons

Para ello se sustituyó la seda de goma convencional por washi, un tipo de papel fabricado a mano en Japón con hojas de morera y que tenía la cualidad de ser muy resistente, así como impermeable. Tenía el problema de que se elaboraba en cuartillas, por lo que resultaba necesario juntar cuatro para cada lámina; se empleó para ello el konjac, un tubérculo oriental que se usaba también como adhesivo (y que el personal designado, fundamentalmente niñas adolescentes, aprovechaban para comer ante la escasez que se sufría en el país).

Asimismo, el laboratorio había desarrollado cultivos de ántrax, viruela y Yersinia pestis (la bacteria de la peste) que se planearon incorporar también a los globos pero que finalmente no se hizo por prohibición expresa del emperador. Por tanto, el plan se centró en las bombas y en conseguir que los globos alcanzaran el continente americano y soltaran su carga en el momento deseado.

Lo primero no revestía excesiva complicación, pues se aprovecharía una corriente en chorro, un flujo de aire rápido y estrecho descubierto en los años veinte por el meteorólogo Wasaburo Oishi, que circulaba a gran altitud (más de 9.000 metros) y soplaba hacia el este a través del océano Pacífico, de modo que los globos podrían llegar hasta su objetivo en tres días, recorriendo cerca de 8.000 kilómetros.

Detonación para la suelta del lastre/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Pero, a su vez, esto conllevaba una dificultad técnica. Durante el día, con el calor del sol, los globos se expandirían y ascenderían mientras que de noche, al enfriarse el aire, perderían altitud, por lo que era necesario encontrar la manera de compensar esos cambios. Se logró mediante un dispositivo conectado al altímetro: cuando éste marcaba menos de 9.100 metros disparaba automáticamente una carga que hacía soltar dos sacos de lastre (los sacos iban colgados de una rueda de aluminio) y, a la inversa, si se sobrepasaban los 12.000 metros se activaba una válvula que expulsaba hidrógeno y hacía bajar al globo; pasaba lo mismo si se detectaba un exceso de presión.

En cuanto a la segunda cuestión, la de soltar las bombas, en realidad no era eso lo previsto exactamente sino dejar caer todo el globo. Ello ocurriría, según calcularon los ingenieros japoneses, después de agotar los 36 sacos de lastre, previstos como decíamos para tres jornadas. Para entonces, el artefacto ya estaría sobrevolando Norteamérica y otro dispositivo encendería un fusible colgante que, 84 minutos después, detonaría destruyendo el globo y haciendo caer la carga explosiva. El proceso se puso a prueba en septiembre de 1944 y fue positivo, por lo que el primer fūsen bakudan se lanzó dos meses más tarde desde la isla de Honshu, aprovechando un frente de altas presiones y con una motivación especial porque entre ambas fechas Japón sufrió el bombardeo de una escuadrilla de B-29.

Esquema de los globos japoneses/Imagen: WNYCStudios

Antes de empezar la operación en sí hubo lanzamientos de globos sonda para que las estaciones meteorológicas pudieran comprobar las condiciones. Los informes recabados concluyeron que noviembre era el mes en que la corriente en chorro empezaba a soplar con más fuerza, situación que se prolongaría hasta marzo; algo que favorecía la travesía y por eso fue en ese período cuando se lanzaron los globos. Se encargaron de ello tres grupos de trabajo que sumaban un total de millar y medio de hombres repartidos entre 19 bases en Ōtsu (prefectura de Ibaraki), Ichinomiya (Chiba) y Nakoso (Fuskushima). Tenían capacidad para soltar unos 200 globos diarios pero no está claro cuál fue el número total, estimándose en torno a 9.000.

Los japoneses no eran tan ingenuos como para creer que todos alcanzarían su objetivo, ni mucho menos. De hecho, calculaban que lo haría el 10%, es decir, unos 900, pero incluso ese número resultó ser demasiado optimista. Al final sólo 285 lo consiguieron, a pesar de que las defensas estadounidenses no fueron demasiado eficaces. El 4 de noviembre, un avión de vigilancia descubrió al primero de los globos flotando en el cielo de San Pedro, en Los Ángeles. Era de los que llevaban radiosonda en vez de explosivos, pero como se detectaron varios más en Wyoming y Montana antes de terminar el mes saltaron las alarmas.

Poco a poco fueron encontrándose globos en Alaska, Hawái, Oregón, Kansas, Iowa, Washington, Idaho, Dakota del Sur y Nevada. En este último estado unos vaqueros usaron la tela de uno para acumular heno, mientras que la de otro fue llevada ante las autoridades a lomos de un burro y a un tercero lo derribó la fuerza aérea. Con el tiempo, el gobierno consiguió reunir siete globos y destruir apenas una veintena en vuelo, algo que resultó ser muy difícil porque, sorprendentemente, los fūsen bakudan se movían a bastante velocidad y a demasiada altitud. Y siguieron llegando, varios de ellos también a diversas regiones de Canadá.

Un globo japonés recuperado e inflado de nuevo por la US Air Force en 1946/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Algunos explotaron, revelando que se trataba de un ataque; máxime después de que el análisis de la zona de impacto de alguno permitiera encontrar fragmentos de metralla o que trozos de papel washi cayeran sobre los tejados de algunas casas californianas. Se pasó el aviso a la armada y la fuerza aérea para que intentaran interceptarlos pero, como dijimos, era complicado. El gran temor del gobierno estaba en la posibilidad de que originasen incendios forestales y, dado que el personal disponible para combatirlos era escaso, se organizó el Proyecto Firefly, que destinaba unos 2.700 hombres -entre soldados y civiles- a posibles emergencias de ese tipo. Se establecieron en puntos estratégicos y cercanos a sitios de mayor riesgo, reforzados con objetores de conciencia. Curiosamente, ése fue el germen del United States Forest Service actual.

Hubo pequeños incendios y el Proyecto Firefly se cobró un muerto y 22 heridos, todos del 555º Batallón aerotransportado (que estaba formado íntegramente por afroamericanos), pero sus intervenciones fueron más escasas de lo previsto. Ello se debió a que las fechas elegidas por los japoneses para lanzar la Operación Fu-Go eran convenientes para atravesar el Pacífico pero, en cambio, resultaban adversas para provocar fuegos, ya que en esos meses -recordemos, entre noviembre de 1944 y marzo de 1945- se daba la mayor cota de precipitaciones en la costa Oeste americana y los bosques estaban cubiertos de nieve o demasiado húmedos. Era otoño-invierno, en suma.

Aún así, hubo más víctimas mortales. Todas de una vez, causadas por la explosión de la bomba de uno de los globos. Fue en Gearhart Mountain Wilderness, una zona boscosa de Oregón a la que un pastor protestante y su esposa embarazada habían llevado de picnic a cinco niños de la escuela dominical. Mientras él aparcaba el coche, los demás descubrieron los restos de un globo y al moverlos estallaron, matándolos. Este incidente hizo replantearse la política gubernamental, que hasta entonces mantenía en secreto lo que pasaba, pasándose a advertir a la población. Por eso en Japón se aprovechó para exagerar el modestísimo éxito de los fūsen bakudan, en realidad un fracaso en toda regla.

Trayecto de los globos y puntos donde se encontraron/Imagen: Pearl Harbor Visitors Bureau

Y es que, aunque siguieron encontrándose restos de globos por todo el litoral del Pacífico norteamericano, lo que inicialmente hizo pensar que se lanzaban desde el propio territorio canadiense, llevados por submarinos (se habían detectado varios en aquellas aguas), el análisis químico de la arena de los sacos indicaba que tenían que venir directamente de Japón y hasta se localizó el punto exacto, el entorno de Ichinomiya. Inmediatamente se hizo un reconocimiento aéreo que, efectivamente, mostró las plantas de producción de hidrógeno y en abril una escuadrilla de B-29 las bombardeó, destruyendo dos de las tres que había y poniendo fin de facto a la Operación Fu-Go.

Hemos visto que de algo más de 9.000 globos lanzados llegaron una décima parte, de los cuales los estadounidenses recogieron menos de tres centenares a lo largo de las siguientes décadas (el último hasta la fecha, apareció y se detonó de forma controlada en 2014), buena parte de los cuales se exhiben en museos, enteros o en pedazos. Uno incluso cayó cerca de Hanford Site, las instalaciones donde se desarrollaba parte del Proyecto Manhattan y en las que se fabricó el plutonio de las bombas atómicas Trinity (la primera, explosionada en el desierto de Nuevo México) y Fat Man (la lanzada sobre Nagasaki), provocando un cortocircuito en el sistema eléctrico. Ahora bien, ¿qué pasó con el resto?

Pues se cree que la inmensa mayoría cayeron en el océano, incapaces de llegar a América. Ello se debió a que los cálculos japoneses realizados sobre la corriente de chorro eran incorrectos: en lugar de tardar entre 30 y 65 horas, tiempo previsto que dicha corriente emplearía en empujar los globos desde Japón hasta el continente americano, el promedio era de 96 horas. Con la Operación Fu-Go se acabó la última baza nipona contra EEUU. En agosto de ese mismo año, Little Boy y la citada Fat Man pusieron punto final a la guerra.


Fuentes

Fu-go. The curious history of Japan’s balloon bomb attack on America (Ross Coen)/Japan’s World War II balloon bomb attacks on North America (Robert C. Mikesh)/Japan’s secret WWII weapon: balloon bombs (Johnna Rizzo en National Geographic) /Fu-Go (Historic Wings)/Pearl Harbor Visitors Bureau/Wikipedia


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