Días atrás dedicamos un artículo al Desafío de Valdevez, un torneo que se disputó en el Medievo para evitar una batalla entre León y el naciente Reino de Portugal que hubiera dejado a ambos ejércitos mermados ante un enemigo común, los almorávides. Comentábamos asimismo que no se trató de un caso aislado y reseñábamos otro ejemplo, el Desafío de Burdeos del siglo XIII, que debía enfrentar a Carlos de Anjou con Pedro III de Aragón por el trono de Sicilia; debía, en condicional, porque finalmente no hubo nada. Veamos cómo fue.

Ese reino no limitaba su territorio a la isla sino que se extendía por el sur de la península italiana desde su fundación en el año 1071 por Roger II, jarl rogeirr (gran conde) descendiente de Hialt, caudillo vikingo asentado en Normandía en el siglo X. Roger era vasallo de su hermano Roberto Guiscardo, que había recibido del papa Nicolás II los títulos y el nombramiento de conde de Calabria, Apulia y Sicilia -es decir, el visto bueno para la conquista de la Italia meridional, aunque en realidad no eran territorios de la Santa Sede- a cambio del apoyo normando contra el antipapa Benedicto X.

Guiscardo se adueñó primero del Catapanato Bizantino, que se extendía desde Nápoles por Calabria y Puglia (la punta y el tacón de la bota), para saltar después al Emirato de Sicilia y arrebatárselo a los musulmanes, dejando las operaciones en manos de su familiar.

La península italiana y su entorno antes de la llegada de los normandos/Imagen: Molorco en Wikimedia Commons

Roger pudo llevarlo a cabo gracias a la división interna entre sus adversarios, alguno de los cuales incluso se alió con él. La campaña duró casi dos décadas porque los invasores disponían de pocos efectivos; pero se culminó en el 1090, naciendo así el nuevo reino. Dado que la mayoría de la población era griega y musulmana, Roger aplicó una política de tolerancia religiosa y étnica que integraba a todos en la vida política, lo que le permitió ganarse a la gente; consiguió así paz y estabilidad, asentando la dinastía Hauteville.

Sin embargo, ésta fue sustituida luego por la Hohenstaufen cuando Enrique VI, titular del Sacro Imperio Romano Germánico, se hizo con la isla al casarse con la princesa Constanza, heredera al trono insular debido a que su hermano Guillermo II no tenía hijos.

Ello estremeció toda la península porque aquello se enmarcaba en la guerra que los gibelinos, partidarios de la autoridad imperial en Italia, mantenían contra los güelfos, que reivindicaban la del Papado. Enrique se negó a jurar vasallaje al papa Clemente III y éste, receloso de perder las propiedades de la Iglesia en Sicilia, decidió apoyar las pretensiones al trono de Tancredo de Lecce, hijo ilegítimo del ya fallecido Roger II, promoviendo pues el regreso de los Hauteville.

El aspirante lideró una rebelión que triunfó en 1189, permitiéndole reinar como Tancredo I. El emperador tuvo que retirarse, pero regresaría ocho años más tarde para recuperar el trono, poniendo fin para siempre a la presencia normanda en la isla. Su hijo Federico II, un peculiar personaje tan erudito como excéntrico que también recibió la corona imperial, continuó la guerra contra el Papado.

Coronación de Manfredo/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Federico tuvo una numerosa prole, pero fue Manfredo, un bastardo, quien logró suceder a sus hermanos por la falta de descendencia de éstos. Sin embargo esa condición, junto con la alianza que firmó con los sarracenos, hizo que el papa Alejandro IV le excomulgara, declarando nula su coronación. Eso llevó a Manfredo a organizar una coalición contra su enemigo en las regiones central y septentrional de Italia, avivándose la guerra entre güelfos y gibelinos.

Como las operaciones le fueron adversas, Urbano IV, que era natural de Troyes, pidió ayuda a Luis IX de Francia y le ofreció la corona de Sicilia. El monarca galo no se mostró interesado, así que el pontífice se dirigió entonces al hermano menor del anterior, Carlos de Anjou, conde de Provenza, que sí aceptó.

Pero la cosa se complicaría. No por la muerte del Papa, cuyo sucesor, Clemente IV, continuó la misma política manteniendo la oferta, sino porque en 1262, Constanza II, hija de Manfredo, contrajo matrimonio con Pedro, hijo del rey Jaime I de Aragón. Aparecía así otro poderoso enemigo y el pontífice empezó a predicar una cruzada siciliana que otorgaba una legitimidad especial al ejército de Carlos de Anjou.

Éste, en efecto, se movilizó y en la batalla de Benevento (1266) no sólo derrotó a Manfredo sino que creyó zanjar el problema al fallecer su adversario en la lucha. Carlos se desplazó a Roma para que el Papa le coronase rey de Sicilia, iniciándose así la dinastía Angevina y forjando un pequeño imperio mediterráneo que sería tan ambicioso (aspiraba a restituir la grandeza del Imperio Romano de Occidente frente al Bizantino) como efímero.

El teatro de operaciones; en azul, los dominios de Carlos de Anjou/Imagen: Wikimedia Commons

El nuevo monarca se encontró con las reclamaciones del duque de Suabia, Conradino de Hohenstaufen, hijo adolescente de Conrado IV y por tanto sobrino de Manfredo, que hasta contaba con el apoyo del rey de Castilla, Alfonso X el Sabio, al aspirar éste a la corona imperial. Dos años después se enfrentaron ambos bandos en la batalla de Tagliacozzo; Conradino acabó prisionero y ejecutado, con lo que por fin parecía expedito el reinado de Carlos, máxime cuando él ocupó también Durazzo y Albania, situando la capital de su nuevo reino siciliano en Nápoles.

Pero no. Por un lado, apareció la siguiente en reivindicar derechos: Constanza, la esposa de Pedro de Aragón, a quien Conradino había nombrado heredera. Por otro, el gobierno francés en Sicilia fue despótico, acaparando el funcionariado, imponiendo una dura carga fiscal y confiscando propiedades a los terratenientes sicilianos, que carecían de títulos acreditativos porque no era tradición allí el tenerlos.

Algunos de esos nobles canalizaron el descontento popular hacia una rebelión, que terminó estallando en la primavera de 1282. Conocida con el nombre de Vísperas Sicilianas, empezó en Palermo a toque de campana con el exterminio de la guarnición gala y siguió por otras localidades en nombre de los Hohenstauffen, que seguían gozando de la simpatía general.

Fue un episodio especialmente cruento, pues los sicilianos se vengaron de los frecuentes abusos de los soldados franceses. Se daba la circunstancia extra de que varios de los nobles dirigentes de la revuelta habían tenido que exiliarse en la corte de Jaime I de Aragón, quien mantenía tensa rivalidad fronteriza con Francia. Y además a Jaime le había sucedido el actual rey, Pedro III, el marido de la princesa Constanza de Hohenstaufen, depositaria del derecho al trono siciliano, como vimos.

Vísperas Sicilianas (Erulo Eroli Olio)/Imagen: Davide Mauro en Wikimedia Commons

La insurrección cogió por sorpresa a Carlos de Anjou, que estaba preparando la conquista de Constantinpola en su campaña contra el Imperio Bizantino -que algunos autores creen que financió la revuelta- y no pudo impedirla. Los franceses fueron asesinados en masa y salvo en Nápoles, que los angevinos retuvieron, Sicilia organizó una república dividida en comunas, al estilo de lo que se hacía en Italia central y del norte.

Ahora bien, estaba indefensa ante una posible reacción, así que se solicitó ayuda a Martín IV, el nuevo papa… que se negó porque también era originario de Francia. Entonces, una embajada viajó a entrevistarse con Pedro III de Aragón para ofrecerle la corona a cambio de protección. Aceptó y el 8 de septiembre era coronado en Palermo. El Papa no sólo no quiso reconocerle sino que dos meses más tarde anunció su excomunión.

El ejército insular resultó derrotado en Magliano di Marsi, pero el enfrentamiento definitivo tuvo lugar en Mesina, donde las tropas aragonesas derrotaron a los franceses definitivamente, provocándoles diez mil bajas y haciendo que no tuvieran ya capacidad para recuperar la isla. Carlos, eso sí, conservó el sur de la península italiana y como era la parte continental del reino siguió haciéndose llamar rey de Sicilia.

Tras la batalla naval de Nicótera (octubre de 1282), en la que la escuadra de Pedro de Queralt destrozó a la angevina, se produjo una insólita acción a cargo de varios centenares de almogávares: al mando de Jaime Pedro, hijo ilegítimo del soberano aragonés, asaltaron de noche el arsenal de Catona (en Reggio) y aniquilaron a la guarnición, incluyendo a Pedro de Alençon, sobrino de Carlos de Anjou.

El rey Jaime I de Aragón, moribundo, entrega su espada al heredero Pedro (Ignacio Pinazo Camarlench)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Eso indignó a su tío, que acusó a su rival de comportamiento deshonesto, ajeno al código caballeresco, originando así la tradición -dudosa, como todas- del mencionado desafío de Burdeos; Pedro lo habría aceptado, pese a su superioridad en el campo de batalla, para restablecer su reputación porque, recordemos, además estaba excomulgado. La propuesta consistía en un torneo a celebrar el 1 de junio de 1283 en esa ciudad, territorio neutral porque en aquella época pertenecía a Eduardo I de Inglaterra, que haría las veces de árbitro.

Cada contendiente podría acudir acompañado solamente de un centenar de caballeros, pero cuando Carlos de Anjou llegó a Burdeos el 15 de mayo lo hizo junto a Felipe III de Francia, quien también era sobrino suyo y traía un ejército de doce mil hombres con el propósito de capturar al rey aragonés.

Éste había navegado desde Sicilia hasta Cullera, punto de inicio de su viaje a caballo hacia el lugar señalado. De camino se reunió en Tarazona con su hijo Alfonso, quien le informó de que el rey inglés rechazaba tomar parte en aquello pero admitía la celebración del torneo en su ciudad. También le advirtió de la traición de las tropas francesas, lo que ponía a Pedro en una tesitura: o llevaba él también a su hueste -todo un problema logístico y estratégico- o se presentaba sin que nadie se diera cuenta.

Carlos de Anjou/Imagen: I. Raffaespo en Wikimedia Commons

Eligió la segunda opción y, junto a algunos de sus mejores caballeros (su consuegro Blasco de Alagón, el siciliano Corrado, el alcalde de Barcelona Lanza, y Bernat de Cruilles y Peratallada, más el padre de éste, Gilabert IV), realizó el trayecto disfrazado de criado del arriero que les guiaba, Domingo de la Figuera.

Lograron entrar de incógnito en Burdeos el día antes de la fecha señalada. Por la mañana, Pedro mandó decir al senescal del Ducado de Gascuña, Jean de Grailly, que era el árbitro elegido para sustituir al rey inglés, que acudiera al palenque acompañado de un escribano (notario). Así se hizo y, una vez todos allí, el monarca aragonés desveló su identidad exigiendo que constara por escrito su presencia para el torneo y su protesta por la celada que le habían intentado tender.

Asimismo, reclamaba que se le reconociera la victoria, al haber vulnerado su rival los términos del acuerdo. A continuación, abandonó la ciudad mientras Jean de Grailly iba a informar a Carlos de Anjou, el cual, temiendo una emboscada, también se fue de Burdeos al día siguiente. Eso sí, al igual que el otro, reclamó la victoria.

En suma, el torneo no llegó a celebrarse en sentido estricto y si los franceses querían recuperar Sicilia tendrían que renunciar a aquel juicio de Dios para hacerlo por medios terrenos, en una guerra convencional. Pero ahí fueron derrotados en todos los frentes: por tierra, el ejército de Felipe III fracasó en su intento de invasión de Cataluña; por mar, la flota angevina volvió a ser vapuleada en el golfo de Nápoles. De esta forma, llegó el final del conflicto y el Reino de Sicilia quedó definitivamente bajo la órbita de la Corona de Aragón primero, y de España después, hasta el primer cuarto del siglo XVIII.


Fuentes

Crónica (Bernat Desclot)/Pere el Gran (Ferrán Soldevilla)/Sicily. An informal history (Peter Sammartino y William Roberts)/Los papas de la guerra (D.S. Chambers)/The Sicilian Vespers. A History of the Mediterranean World in the Later Thirteenth Century (Steven Runciman)/The Kingdom of Sicily 1130-1860 (Louis Mendola)/Politics and Culture in Medieval Spain and Italy (Helene Wieruszowski)/Pedro III el Grande, rey de Aragón (José María Moreno Echeverría)/Jaime II y el esplendor de la Corona de Aragón (José Hinojosa Montalvo)/El desafío de Burdeos: Pedro III el Grande vs Carlos de Anjou (David Barreras y Cristina Durán en Anatomía de la Historia)/Wikipedia


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