En el año 2013 en el municipio de Arcos de Valdevez, situado en la región portuguesa norteña del Alto Minho, se creó la União das Freguesias de Grade e Carralcova, una fusión de las dos parroquias homónimas. La primera tiene cierta fama porque en su Iglesia Madre hay un tabernáculo de dos puertas y cerrado con siete llaves, todas diferentes, en el que se conserva celosamente una reliquia.
Se trata de un lignum crucis (es decir, un trozo de la cruz en la que murió Cristo) que únicamente se exhibe una vez en todo el año -cuarenta días después de Pascua- y está considerado un símbolo patronal de la guerra (hasta el punto de que, según la tradición, ningún soldado nacido en Grade ha muerto en combate) porque fue encontrado en un campo de batalla: el del célebre Torneo de Arcos de Valdevez.
Es un episodio que hoy se sitúa a medio camino entre la historia y el mito fundacional, ya que el contexto en el que se habría producido fue la creación del Reino de Portugal en el siglo XII tras independizarse del de León. No se sabe con exactitud la fecha en que tuvo lugar, pues siempre se situó en el verano de 1140 pero los últimos estudios parecen apuntar a la primavera del año siguiente.

En cualquier caso, el comienzo de todo debe remontarse a la Batalla de Ourique, que el 25 de julio de 1139 libró en el Bajo Alentejo el ejército del infante Afonso Henriques (Alfonso Henríquez) contra las tropas almorávides, superiores en número (entre 10.000 y 40.000 hombres, según las fuentes musulmanas; 400.000 según las cristianas) pero a las que pudo derrotar con la ayuda providencial de Jesucristo, que se apareció rodeado de ángeles antes del choque pronosticando la victoria.
Al menos eso dice la leyenda, probablemente deformada por el tiempo y la intencionalidad política, ya que originalmente la ayuda habría venido de Santiago Matamoros -era el día de la onomástica del apóstol- pero luego fue sustituido porque se trataba del patrón de Castilla y León.
Lo importante es que la victoria de Henriques fue tan contundente que los suyos le aclamaron como rey de Portugal allí mismo. La independencia portuguesa, obviamente, era algo que su primo y señor, Alfonso VII de León, no podía aceptar sin más, pues se tenía por el monarca más poderoso de los reinos cristianos ibéricos, hasta el punto de que se hizo coronar Imperator totus Hispaniae, un título vacuo que, con ligeras variantes, usaban los reyes leoneses desde el siglo X para subrayar su supremacía sobre los demás -que estaban en plena fase de formación- y justificar la legitimidad de su dinastía como heredera del estado visigodo.

Henriques no sólo se había negado a asistir a la coronación imperial de su primo sino que además invadió el sur gallego, aprovechando que León estaba en conflicto con Navarra. El poderoso ejército leonés recuperó lo perdido y, a su vez, ocupó el Condado Portucalense, un territorio perteneciente al Reino de Galicia que se extendía más o menos por lo que hoy es la región de Douro Litoral y del que Henriques era titular.
Por el Tratado de Tuy de 1137 se firmó la paz y el portugués juró lealtad a Alfonso VIII pero ahora se rompían los vínculos completa y abiertamente, máxime después de que el infante pasara a adoptar el título de Rex Portugallensis. Cuando las Cortes de Lamego confirmaron la proclamación de Henriques como Afonso I de Portugal, ya no hubo marcha atrás, culminando así una política que había iniciado su padre, Enrique de Borgoña.
León movilizó otra vez a sus tropas, que entraron en el Alto Minho y avanzaron hacia el Condado Portucalense a través de la Sierra del Soajo, destruyendo cuanto castillo encontraban a su paso; al llegar a Arcos de Valdevez se encontraron con el enemigo. Hubo un impasse durante el cual, la avanzada leonesa cayó en una emboscada, siendo apresados el conde Ramiro Froilaz, el vizconde gerundense Ponce Giraldo de Cabrera y los hermanos gallegos Fernando y Bermudo Pérez de Traba. Eso compensaba un poco la desigualdad de fuerzas pues el ejército de Alfonso VII era muy superior en número-, pero no evitaba que la esperada batalla campal dejara a los dos bandos debilitados para afrontar el peligro común que suponían los almorávides.

Para evitarlo, se enviaron emisarios a sus respectivos campamentos (los leoneses estaban en Penha da Rainha, Portela de Vez, mientras que los portugueses levantaron su real en una de las colinas cercanas con un valle separándolos) con la misión de acordar un torneo. Los torneos eran competiciones típicamente medievales -aunque derivaban de los hippika gymnasia romanos y perduraron hasta bien entrada la Edad Moderna-, en las que equipos de caballeros disputaban entre sí.
La mayoría de las veces se organizaban con motivos diversos (fiestas, coronaciones, recibimiento a embajadores, tratados…) y, por tanto, tenían un carácter razonablemente incruento, deportivo podríamos decir. No obstante, a veces se hacían para solventar disputas evitando guerras, como el Desafío de Burdeos que enfrentó en 1283 a los cien caballeros de Carlos de Anjou, rey de Nápoles, con otros tantos de Pedro III el Grande, monarca de Aragón, por la posesión de Sicilia.
Algo parecido fue lo que se pactó en Arcos de Valdevez, aunque no están claras las condiciones previas ni el desarrollo del combate, ya que las fuentes documentales son bastante limitadas al respecto y no entran en detalles. La Chronica Adefonsi Imperatoris, una obra anónima -probablemente de un clérigo, se apunta al obispo de Astorga, Arnaldo- que quizá sería olvidable de no ser porque contiene el Poema de Almería, considerado la mejor obra en versos latinos del Medievo español, escrita un par de décadas después de los hechos, es una biografía de Alfonso VII que no oculta sus simpatías hacia el emperador pero sobre el torneo apenas dice que nobles de ambos ejércitos bajaron al valle a luchar y muchos terminaron prisioneros.

Por su parte, el Chronicon Lusitanum, que se centra sobre todo en el reinado de Afonso I y el nacimiento de Portugal, narra -también en latín- que se acordó un bufurdium (torneo con bohordo, lanza pequeña arrojadiza que se empleaba también en los juegos de cañas), tras el cual muchos caballeros propios y leoneses terminaron cautivos. Entre estos últimos se incluía a Fernando Pérez Furtado (hijo ilegítimo de la reina Urraca y, por tanto, hermanastro de Alfonso VII), Rodrigo Fernández de Castro (un veterano guerrero castellano que había sido alférez del rey y gobernador de Toledo) y otros destacados personajes. Las otras fuentes bibliográficas son muy posteriores y se basan en las citadas.
En otras palabras, la suerte de las armas favoreció más bien a los portugueses, que habrían recibido una inyección extra de moral al encontrarse en aquellas circunstancias la citada reliquia y quedar demostrado, como en Ourique, que Dios estaba de su lado. Ese tipo de providencialismo había arraigado en los ejércitos cristianos desde la historia del sueño de Constantino y por eso eran frecuentes las leyendas sobre apariciones en plena batalla de Santiago o Jesucristo, así como las de hallazgos casuales de tallas de la Virgen. En este caso con doble sentido, puesto que el torneo, en la práctica y dado los que estaba en liza, venía a ser una especie de ordalía política.
De hecho, fue el cardenal Guido de Vico, legado papal en la Península Ibérica, quien, tras la buena disposición demostrada en el canje de prisioneros, consiguió que los dos adversarios firmaran la paz en octubre de 1143 mediante el Tratado de Zamora. Por ese documento, que firmaron ambos, Alfonso VII reconocía tácitamente el título de rey que había asumido Henriques, al igual que éste hacía otro tanto con el de emperador que ostentaba su primo. Es decir, se admitía la existencia del Reino de Portugal pero quedando supeditado al de León porque el imperator tenía superior categoría al rex. Esa peculiar relación se afianzó con la cesión a los portugueses de la fortaleza de Astorga.

Más tarde, João Peculiar, arzobispo de Braga, consiguió que el papa Inocencio II aceptase la oferta de Afonso I de declararse censual (dependiente) suyo y caballero del Papa, pagándole un censo de cuatro onzas de oro al año (una onza equivalía a unos 31 gramos, aproximadamente) a cambio de que la Santa Sede le defendiese «de cualquier otro poder eclesiástico o civil». En la práctica, eso desvinculaba al monarca luso de su vasallaje a Alfonso VII, aún cuando el sumo pontífice no quiso reconocerle de forma explícita como rey sino como dux. El soberano portugués tendría que esperar treinta y seis años, hasta 1179, para que el papa Alejandro III publicase la bula Manifestis probatum, en la que decía textualmente:
«La Sede Apostólica debe amar con sincero afecto y procurar atender eficazmente, las justas súplicas de aquel que la Providencia Divina eligió para gobernar y salvar a su pueblo. Por ello, Nos atenderemos a las cualidades de prudencia, justicia e idoneidad de gobierno que adornan tu persona, te tomamos bajo la soberanía y protección de San Pedro y la nuestra y concedemos y confirmamos por la autoridad apostólica tu excelso dominio sobre el reino de Portugal, con la honra plena de reino y la dignidad que corresponde a los reyes, así como todos los lugares que con el auxilio de la Gracia arranques de las manos de los Sarracenos, sin que sobre él valga reivindicación de derechos de tus vecinos príncipes cristianos.»
Fuentes
Chronicon Lusitanum (anónimo; edición en francés)/Chronica Adefonsi Imperatoris (anónimo)/Principios del reyno de Portugal con la vida y hechos de Don Alfonso Henriquez su primero Rey y con los principios de los otros Estados Christianos de Hespaña (Antonio Paez Viegas)/Primeira parte das Chronicas dos Reis de Portugal (Duarte Nunes de Leão)/Literatura latina de la Edad Media en España (Serafin Bodelon)/Wikipedia
Descubre más desde La Brújula Verde
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.