Piedra de Ezana, la estela trilingüe que narra la historia del reino de Aksum en el siglo IV

Detalle de la piedra de Ezana / foto Rod Waddington en Wikimedia Commons

Si exceptuamos las fuentes del Nilo Azul, al fin y al cabo obra de la naturaleza, el monumento más importante y vistoso de Etiopía es el conjunto de iglesias talladas en la roca que hay en la localidad de Lalibela y forman parte del Patrimonio de la Humanidad.

Pero en la ciudad de Aksum se conserva una pieza que no tiene precio para los cristianos etíopes porque documenta el origen de su fe en el país y que también historiadores y arqueólogos consideran valiosísima por considerarla una versión local de la Piedra Rosetta, al estar escrita en tres lenguas y reseñar datos fundamentales sobre el rey que acabó con el Reino de Kush. Se trata de la Piedra de Ezana.

Aksum es una urbe pequeña y pobre del estado etíope de Tigray pero los cristianos ortodoxos del país la tienen por sagrada y, consecuentemente, es su capital religiosa, recibiendo miles de peregrinos anuales. Hace casi dos milenios era el centro neurálgico del reino homónimo, que se extendía desde la citada región de Tigray hasta la parte meridional del Sudán, abarcando también Yibuti, Somalia, Eritrea e incluso partes de Somalilandia y de la costa arábiga, ya al otro lado del Mar Rojo, que hoy son territorios de Yemen y Arabia Saudí. Tuvo su período de esplendor entre los siglos I y VII d.C. pero la caída del Imperio Romano y el surgimiento del Islam dejaron aislado el reino, provocando su declive.

Máxima extensión del Imperio axumita / foto Wikimedia Commons

La capital también fue incorporada por la UNESCO a su lista del Patrimonio Mundial, en parte por la arquitectura modernista de la época de dominación italiana pero, sobre todo, gracias a las ruinas arqueológicas que hacen de Aksum un sitio especialmente interesante para los estudiosos de la Antigüedad: la plaza central, el Parque de las Estelas, el templo del siglo IV sobre el que se erigió la iglesia neobizantina de Santa María de Sión, los mal llamados Baños de la Reina de Saba (un embalse, en realidad), los palacios de Ta’akha Maryam y Dungur, la tumba del rey Bazen, los monasterios de Abba Pentalewon y Abba Liqanos, la Leona de Gobedra (un relieve tallado en un afloramiento rocoso), las estructuras urbanas del extrarradio…

Entre todas esas maravillas figura con merecido atractivo la Piedra de Ezana, una estela de granito que en realidad no es la única encontrada en Aksum, ya que hay un centenar de ellas, si bien destacan tres sobre las demás: una de 33 metros de altura y 517 toneladas de peso que iba a ser un obelisco -el más grande del mundo pero se rompió durante su erección- y muestra grabados en sus cuatro caras; otra de 24 metros que se asocia con el rey Ezana y que, trasladada en 1937 a Roma, fue devuelta en 2008 a Etiopía; y la tercera, de 21 metros, es la más antigua y sigue en pie desde hace dos mil años. Ahora bien, la que nos interesa aquí es una cuarta de dimensiones más modestas -poco más alta que una persona de talla media- conocida como Piedra de Ezana y que se ubica en el parque del mismo nombre.

La piedra de Ezana / foto Rod Waddington en Wikimedia Commons

Al igual que el frustrado obelisco, tiene sus cuatro caras -las dos grandes y los cantos- labradas con escrituras que, como decíamos al comienzo, están en tres lenguas: sabeo y yehén (o ge’ez) y griego clásico. La primera a veces llamada errónamente himyarita, era de origen semítico, utilizaba el alfabeto musnad (árabe meridional) y se hablaba en el Reino de Saba, actual Yemen, desde un milenio antes de Cristo. La segunda pertenecía a la misma rama pero se empleaba en Etiopía. En cuanto al griego clásico, estaba extendido por prácticamente todo el Mediterráneo y su manejo era signo de cultura. En este caso facilita la traducción, si bien es cierto que, al contrario de lo que pasaba con el egipcio de la Piedra Rosetta, el yehén no era una lengua muerta -el sabeo sí, pues fue desplazado por el árabe- porque se convirtió en la oficial de la Iglesia Ortodoxa Etíope y en el siglo IV d.C. incluso se hizo una traducción a ella de la Biblia.

Esa iglesia, conocida igualmente como Tawahedo, dependió durante mucho tiempo del patriarca de Alejandría -de ahí el uso del griego- pese a contar con el suyo, el abuna. Su doctrina es monofisita, según la cual Cristo no tenía dos naturalezas -la humana y la divina- sino una sola. Cuenta la tradición que fue fundada por Felipe el Diácono tras encontrarse con el tesorero del rey de Etiopía a la vuelta de una peregrinación a Jerusalén y lograr convertirlo al cristianismo. Sea cierto o no, sí lo es que esa religión se instauró en el país en el siglo IV, durante el reinado de Ezana, a quien evangelizó un monje griego de origen sirio-fenicio llamado Frumencio, quien había sido nombrado tutor suyo tras ser liberado de la esclavitud a que le sometieron los piratas que asaltaron su barco y le vendieron en Aksum.

Frumencio, nombrado obispo de Etiopía por el patriarca alejandrino Atanasio, bautizó al monarca cuando éste ascendió al trono y difundió la fe, ganándose los apodos Kesate Birhan (El que revela la luz) y Abba Salama (Padre de la paz). Pasó a ser, pues, el primer abuna. En cuanto a Ezana, nacido en torno al 320 d.C., todavía era un niño cuando sucedió a su padre Ella Amida (que en las monedas aparece como Ousanas) al frente del Reino de Aksum. No se sabe con certeza cómo fueron los comienzos de dicho reino, salvo que se remontan al siglo I d.C. recogiendo el testigo que dejó el de Damot e iniciando una expansión hacia norte y sur, quizá de la mano del que algunos autores consideran primer monarca -o, al menos, el primero conocido-, Zoskales.

Otra vista de la Piedra de Ezana / foto Justin van Dyke en Flickr

En cualquier caso, Aksum habría experimentado un rápido crecimiento económico gracias a las grandes extensiones de cultivo, una potente cabaña ganadera y el comercio de marfil, haciendo que el soberano fuera conocido como rey de reyes y que consiguiera una posición tan estable como para acuñar moneda. Su poder le permitió desatar campañas militares anexionistas contra sus vecinos y fue precisamente durante el reinado de Ezana cuando se sometieron muchos pueblos periféricos a los que se hizo tributarios: bejas, afam, kushitas, agwezat, etc. Parece que una incursión del Reino de Meroe contra Aksum fue duramente contestada con un contraataque que precipitó su hundimiento hacia el 350, bien es cierto que ya estaba en declive, privado de la protección romana.

La Piedra de Ezana narra ese episodio pero su interpretación es confusa y hay quien opina que podría tratarse más bien del relato de la guerra contra los nubios, en la que Ezana ayudó a Meroe contra la sublevación de ese pueblo. Porque, aprovechando que sus tropas habían ocupado el país meroítico y disponían así de una buena posición, también las habría lanzado contra el Reino de Kush (nombre que los egipcios daban a Nubia), destruyéndolo y dejándolo seccionado en tres partes: Alodia, Makuria y Nobatia. ¿Fue así? No hay acuerdo entre los historiadores y las demás fuentes disponibles son ambiguas e insuficientes para dilucidarlo.

Lo que sí queda claro es que el Reino de Aksum llegó a ser tan importante que autores contemporáneos lo consideraban uno de los cuatro más poderosos del mundo, junto al Imperio Romano, el Sasánida y China. Se daba la circunstancia, además, de que fue el segundo estado en adoptar el cristianismo, detrás de Armenia y antes que Roma, pues el Edicto de Milán que promulgó Constantino sólo establecía libertad de culto y hubo que esperar al de Tesalónica, en el año 380, por el que Teodosio hizo oficialmente cristiano al imperio Romano. Claro que empezaron a brotar multitud de variantes y, en ese sentido, resulta curioso el dato de que el emperador Constancio, que era arriano, escribió una carta a Ezana solictando que enviase a Frumencio a Alejandría para ser examinado de lo que se consideraba graves errores doctrinales y reemplazársele por Teófilo el Indio; el rey no se molestó en responder.

Parque de las Estelas del Reino de Aksum / foto Reino de Aksum en Wikimedia Commons

Muestra de esa misma relevancia sería el hecho de que se hayan encontrado muchas monedas aksumitas en un sitio tan lejano como la India, dejando patente la intensidad de las relaciones comerciales entre ambos sitios. Además, se da la curiosa circunstancia de que esas monedas fueron las primeras de la historia que se acuñaron mostrando una cruz cristiana. Y junto a ella los nombres de Ezana y su hermano -y sucesor- Saizana, ambos canonizados por la Iglesia Etíope por introducir el cristianismo junto con Frumencio, tal como cuenta la Piedra.

No es de extrañar que la leyenda sitúe durante su mandato la llegada del Arca de la Alianza al monasterio de Tana Kirko, donde continúa custodiada por un monje que jamás abandona la capilla en la que se guarda celosamente de la vista del público porque nadie puede ver el rostro de Dios.

El Reino de Aksum, no obstante, terminó cayendo. Aunque otra tradición hace responsable a la resentida reina Gudit, lo cierto es que fue la expansión del Islam por su entorno la que aisló y arruinó a aquellos insólitos cristianos africanos; «Abrazados por todos lados por los enemigos de su religión», como dijo Edward Gibbon. Su recuerdo se perpetuaría en el mito medieval del Preste Juan, que los portugueses creyeron haber descubierto por fin cuando llegaron a Etiopía en el siglo XV.


Fuentes

Keepers of the faith. The living legacy of Aksum (Candice S. Millard en National Geographic)/An introduction to Ethiopic Christian Literature (J.M. Harden)/Ancient and Medieval Ethiopian History to 1270 (Sergew Hable Sellassie)/Foundations of an African Civilisation. Aksum and the Northern Horn, 1000 BC-AD 1300 (David W. Phillipson)/The history of Ethiopia (Saheed A. Adejumobi)/Ethiopia. The unknown land. A cultural and historical guide (Stuart Munro-Hay)/Historia de la decadencia y caída del Imperio romano (Edwrd Gibbon)/Wikipedia