Si buscamos los orígenes de la microbiología, lo normal es que nos remontemos a la segunda mitad del siglo XIX, que es cuando nació como ciencia de la mano de científicos como Louis Pasteur, Robert Koch, Martinus Beijerinck, Sergei Winogradsky y Ferdinand Cohn. Sin embargo, hubo pioneros en épocas anteriores y en occidente la primera referencia corresponde a un erudito romano y un tanto sorprendente, puesto que se le conoce más por sus obras gramáticas: Marco Terencio Varrón.

En realidad, la idea de la existencia de seres tan pequeños que no pueden percibirse a simple vista fue una constante de centurias, destacando los trabajos al respecto de Anton van Leeuwenhoek, Eugenio Espejo, Robert Hooke, Athanasisus Kircher o Girolamo Fracastoro, entre otros, en la Edad Moderna; también hubo intentos primigenios en el Medievo (Avicena, Avenzoar) e incluso en la Antigüedad.

En ésta, en el siglo VI a.C., la tradición jainista india mezclaba ciencia y religión para describir las nigodas, infinitas criaturas microscópicas de vida corta que impregnan todo el universo, incluyendo los tejidos vegetales y animales.

Anton van Leeuwenhoek, primer hombre en ver microbios con un microscopio/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

A Marco Terencio Varrón a veces se le llama Varrón Reatino para distinguirlo de su contemporáneo Publio Terencio Varrón Atacino; Reatino y Atacino son sendos cognomen alusivos a sus localidades natales, Rieti y Atacia. Porque, en efecto, nuestro Varrón nació en esa primera ciudad del Lacio que antaño era conocida como Reate y tradicionalmente se consideraba Umbilicus Italiae, es decir, el centro de Italia. Lo hizo en el año 116 a.C., en el seno de una familia del Ordo equester, la clase ecuestre, un estrato social intermedio entre el senatorial de los aristócratas patricios y el del pueblo llano que formaban los plebeyos. Sus integrantes eran los équites o caballeros, llamados así porque poseían medios económicos suficientes como para poder pagarse un caballo y engrosar las filas de la caballería en las legiones.

Eso era posible gracias a que la mayoría se dedicaban al comercio mediante societates publicanorum (sociedades de publicanos), que se aprovechaban del veto que tenían los patricios por ley para acceder a determinados contratos públicos no relacionados con la agricultura: manufacturas, minas, construcción naval, suministros al ejército y, sobre todo, recaudación de impuestos. Por tanto, Varrón tenía una posición acomodada desde su nacimiento y disfrutaba de la inmensa fortuna que le proporcionaba una gran villa cerca del Lago di Ripa Sottile, todo lo cual le facilitó poder desempeñar varias magistraturas a lo largo de su vida. En su cursus honorum, empezó como tribuno de la plebe y cuestor para luego pasar por edil curul y llegar a ser pretor.

Busto de Pompeyo/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Aunque se trataba de cargos electivos, lo normal era labrarse un nombre antes para darse a conocer y él lo hizo gracias al contexto político y militar que le tocó vivir: la guerra civil que enfrentó a Julio César con Pompeyo entre los años 49 y 45 a.C. una vez que la muerte de Craso deshizo el triunvirato. Varrón apoyó al segundo porque ya había servido a sus órdenes contra los piratas y Mitrídates, dirigiendo ahora dos legiones en la campaña de Ilerda, en Hispania, donde proporcionó cobertura a la retirada de Lucio Afranio y Marco Petreyo ante el avance de las tropas cesarianas. Los dos primeros, cercados, tuvieron que rendirse y a Varrón no lo quedó más remedio que hacer lo mismo aprovechando la oferta de perdón que recibieron los tres del procónsul enemigo.

No obstante, volvieron a enfrentarse a César en Farsalia y la derrota les supuso finales distintos. Afranio participaría en otra batalla, Tapso, tras la que fue ejecutado; también Petreyo luchó en ella y luego, tras enfrentarse al rey númida Juba II, se suicidó.

En cuanto a Varrón, inauditamente, volvió a ser indultado después de capitular en Farsalia y César hasta le nombró supervisor de la biblioteca pública de Roma, además de incorporarle a una comisión de veinte miembros que debía estudiar y diseñar un plan agrario para los asentamientos que se preveían hacer en Campania y Capua. Obviamente, se deduce que el prestigio intelectual que tenía le salvó la vida y le allanó la carrera política; al fin y al cabo, Plutarco le consideraba el romano más culto de su tiempo. Pero en el año 44 a.C. las circunstancias alteraron su futuro en ese sentido, ya que Julio César caía asesinado a la entrada del Senado y Roma volvía a verse sacudida por el fantasma de la guerra civil.

Retrato imaginario de Marco Terencio Varrón en un grabado/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Varrón fue uno de los represaliados por Marco Antonio, debido a que su antiguo apoyo a Pompeyo le situaba bajo sospecha de haber tomado parte en la conspiración. Eso le hizo perder no sólo su posición sino también sus propiedades, incluyendo la bien surtida biblioteca que había ido formando. Le tocó pasar años malos pero sus adversarios también cayeron en la discordia interna y cuando Octavio derrotó a Marco Antonio, imponiéndose por fin la paz, el nuevo dirigente fundo un régimen distinto con el que Roma entraría en un período de esplendor. Y una pequeña parte de ello fue gracias a que Augusto, como se llamaba ahora a Octavio, puso bajo su protección a Varrón y le restituyó lo perdido. Varrón abandonó cualquier aspiración política o militar para dedicarse a estudiar y escribir.

Si había tenido de ilustre maestro a Lucio Elio Estilón (filólogo e historiador, que también enseñó conjuntamente a Cicerón) y aprendido asimismo con el filósofo Antíoco de Esquilón, en Atenas (a donde le acompañó Cicerón), tenía su lógica que recibiera influencia de ellos en los temas que trataría. Su más que fecunda producción suma setenta y cuatro obras en seiscientos veinte volúmenes, si bien sólo dos se conservan parcialmente. En el plano creativo, tiene seis seudotragedias, diez libros de poemas, cuatro sátiras a la manera de Lucilio y ciento cincuenta sátiras al del Menipo, de las cuales se conservan fragmentos en prosa y en verso.

Pero fue en el del ensayo donde realmente adquirió importancia. Ahí se encuadran Imagines (setecientas biografías en verso) y Antiquitates rerum (cuarenta y un libros de historia), considerándose de singular valor dos trabajos: la recopilación de la llamada cronología varroniana, que establece el año de la fundación de Roma en el 753 a.C. y proporciona una valiosa lista de cónsules; y los Nueve libros de disciplinas, una especie de enciclopedia que versa sobre ese número de campos de saber: gramática, retórica, lógica, aritmética, geometría, astronomía, música, arquitectura y medicina.

Edición de De re rustica conservada en la Biblioteca Medicea Laurenziana/Imagen: Sailko en Wikimedia Commons

Ahora bien, de la mayoría sólo quedan fragmentos o referencias de sus títulos y/o de párrafos, conservándose únicamente dos de sus escritos y además no enteros sino de forma parcial: De lingua latina, de la que quedan seis de sus veinticinco tomos originales, y el Rerum rusticarum libri III, tres libros que formaban parte de De re rustica.

Éste último, que está dedicado a su esposa Fundaria, trata sobre la agricultura y todo lo relacionado con el mundo del campo, y en él podemos encontrar esos contenidos que, comentábamos al principio, constituyen un acercamiento pionero a la microbiología y la epidemiología. Concretamente a partir del capítulo X, en el que establece las condiciones necesarias para que los campos resulten productivos.

No es que sea algo muy profuso pero, entre consejos como la localización en función de la luz solar y los vientos, un entorno de pastizales o el suministro de agua, recomienda también evitar cultivos en las inmediaciones de marismas y similares:

“Deben tomarse precauciones en la vecindad de los pantanos, tanto por las razones dadas como porque allí crecen ciertos animales tan diminutos que no se pueden seguir con los ojos y flotan en el aire y entran al cuerpo por la boca y la nariz causando graves enfermedades”.

Puesto que en el año 36 a.C., cuando escribió De re rustica, faltaban aún dieciséis siglos para que hubiera microscopios (ese instrumento fue inventado en 1590 por el fabricante de lentes holandés Zacharias Janssen), Varrón no podía ver esos microorganismos de los que hablaba, así que no dejaba de ser una especulación; pero tenía razón y hoy sabemos que, si bien no todos se contagian por el aire, sí hay especies que lo hacen.

Anaxágoras en un detalle de un mural de Edouard Lebiedzki/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Aún así, algunos autores también le atribuyen el intuir el protagonismo de los mosquitos y otros insectos en los contagios, cosa que unas décadas después explicó Columela con mayor convicción y especificidad, relacionándolo con las frecuentes epidemias de paludismo (malaria) que sufría Roma.

Lo cierto es que, cuando estuvo en Atenas, Varrón seguramente había descubierto la filosofía de Anaxágoras, quien tenía una obra titulada Física en la que concebía el mundo compuesto por un número infinito de homeomerías, partículas demasiado pequeñas para el ojo humano que constituían la sustancia de las cosas (excepto un principio de movimiento que denominó noûs, pero ésa es otra historia). De hecho, en su De rerum natura, Lucrecio también asume esa idea pero dándole una vuelta de tuerca para decir que las partículas son las causantes de las enfermedades, algo a lo que se sumó luego Vitruvio.

Se trataba, pues, de la capacidad de asimilación romana encarnada por varias generaciones de eruditos a los que abrió paso Varrón, aquel hombre del que se decía que “tanto ha escrito que parece imposible que haya podido leer algo, tanto ha leído que parece increíble que haya escrito algo”. Le ayudó el llegar casi a nonagenario, eso sí, pues falleció el 27 a.C.; el mismo año en que Octavio asumía el título de Augusto y convertía la república en imperio.


Fuentes

De las cosas del campo (Marco Terencio Varrón)/Marco Terencio Varrón y la causa de las enfermedades (Samuel Finkielman)/¿Hubo infectólogos en la Antigua Roma? (Walter Ledermann D. en Scielo)/La teoría microbiana y su repercusión en Medicina y Salud Pública (Mª Luisa Gómez Lus y José González)/Historia de la Filosofía (Julián Marías)/Wikipedia


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