Hace tiempo publicamos un artículo titulado Ojos de Luna, la leyenda de los antepasados blancos de los cherokee, en el que reseñábamos una tradición popular del folklore galés: la del príncipe que en plena Edad Media se lanzó a atravesar el océano y llegó a América tres siglos antes que Colón. Una historia que se difundió especialmente en Inglaterra durante el período isabelino para apoyar la reivindicación de sus derechos sobre el Nuevo Mundo, igual que Francisco I de Francia exigía ver el testamento de Adán. Se trata del mito de Madoc, que vamos a ver aquí con más detalle.

Resulta evidente el paralelismo con San Brandán, el monje de Galway que evangelizó Irlanda en el siglo VI y que quinientos años después protagonizó la leyenda plasmada en la obra Navigatio Sancti Brandani. Según ésta, Brandán se embarcó con catorce compañeros y navegó por el Atlántico en busca del Paraíso Terrenal, siguiendo la noticia al respecto que le había dado otro religioso llamado Barinto.

Finalmente encontró una isla a la que puso su nombre (en algunas versiones, San Borondón) y que, en un voluntarista esfuerzo, se ha pretendido identificar con Terranova, Islandia, las Feroe o incluso Canarias, a despecho de que, tal como como narra la obra, los monjes desembarcaron para oficiar una misa y entonces se dieron cuenta de que se trataba del lomo de una ballena.

Isabel I de Inglaterra (retrato anónimo)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Lo cierto es que no existe referencia alguna a Madoc antes del siglo XV. La más antigua conocida es un poema escrito en versos cywydd (un tipo de métrica) por el rapsoda y sacerdote Maredudd ap Rhys, titulado Madog ab Owain Gwynedd (Madoc de Owain Gwynedd) y que narra el viaje de Madoc, pero sin especificar su destino sino simplemente contando que se fue hacia el oeste cruzando el mar. Además, como se ve, se le identifica como descendiente, seguramente ilegítimo, de Owain ap Gruffudd, que existió realmente: fue rey de Gwynedd, Gales del Norte, entre los años 1137 y 1170. No se sabe la fecha exacta de la composición, pero sí que Rhys nació en 1450 y falleció en 1480.

A partir de ahí, su popularidad empezó a extenderse gracias al libro A true report of the late discoveries of the newfound landes, que escribió George Peckhan en 1583, durante el reinado de Isabel I. Esta soberana se había sumado a la oleada de monarcas europeos ansiosos por conseguir su trozo de pastel americano, aunque Inglaterra no lograría una colonia estable hasta veinticuatro años más tarde, en Jamestown (Virginia), y empezaron a surgir libros propagandísticos justificando su derecho a establecerse allí. De esta forma, el Madoc original ya tenía un destino identificable y continuó protagonizando nuevas obras.

Así, el protagonista del poema medieval Van den vos Reynaerde fue cambiado por Madoc, un manuscrito hallado en Poitiers menciona lugares que algunos identifican con el Mar de los Sargazos, y también se trata el asunto en la Crónica Walliae de Humphrey Llwyd, la Historie de Cambria de David Powel, el The Principall Navigations, Voiages and Discoveries of the English Nation de Richard Hakluyt… Incluso lo hace el Título Real de John Dee, el famoso astrólogo, filósofo y asesor de la reina Isabel I, quien aseguraba que el rey Arturo y Bruto de Troya (un descendiente de Eneas al que la tradición situaba como primer soberano de Gran Bretaña) ya se habían adelantado a Colón y, por tanto, otorgaban a Inglaterra un derecho sobre las Indias superior al de España.

Owain Gwynedd (Hugh Williams)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

A medida que iba llegando información más concreta del Nuevo Mundo (descripciones de sitios, gentes, animales, etc), se añadían detalles que aumentaban la credibilidad de aquellas fabulaciones; algunos tan burdos como que aquellos pioneros galeses habían llegado a construir edificios y monumentos, siendo los fundadores primigenios de las grandes civilizaciones americanas, incluidas las mexica, maya e inca, alguna de las cuales conservaba aún su lengua céltica. Tampoco faltaron los que situaban la presencia de Madoc en la Florida, Panamá o México, entre otros, para restar legitimidad al dominio español. Ahora bien, ante la cruda realidad, la mayoría de las localizaciones se situaron a partir del norte de Virginia, alcanzando Alabama, Newport (Rhode Island) o incluso Canadá.

Sintetizando los diversos relatos, la historia de Madoc cuenta que el rey Owain tuvo hasta diecinueve hijos con varias esposas y amantes. Cuando murió, tres de ellos, Dafydd, Maelgwn y Rhodri, se aliaron contra el heredero designado, Hywei, enzarzándose en una auténtica guerra sucesoria por el trono. Ante aquel triste panorama, Madoc y su hermano Riryd, que eran bastardos, prefirieron emigrar Atlántico a través, quizá porque oyeron hablar de Thule, quizá porque sabían de las rutas que hacían los marinos en busca de estaño. Zarparon de Rhos-On-Sea en el año 1170 con una decena de barcos y arribaron a una tierra descrita como «lejana y abundante», que algunos localizan en la bahía de Mobile. Mientras Ryrid iniciaba la construcción de un asentamiento, Madoc regresó en busca de más colonos. Hubo, pues un segundo y último viaje con un centenar de hombres, mujeres y niños, si bien no hay una versión unitaria y en unas Ryrid va más tarde mientras que en otras pasan antes por el golfo de México y generan el mito de Quetzalcóatl, el dios blanco y barbado que, tras pasar un tiempo en esa tierra, volvió a hacerse a la mar por oriente; hay quien quiere ver a la serpiente emplumada en el dragón galés.

Los colonos recorrieron aquel país desconocido de grandes llanuras y caudalosos ríos propagando la fe cristiana y dejando testimonio de su cultura superior, mientras se mezclaban con los indios mandan, una tribu sioux. Eso lleva a analizar la historia subsidiaria que nació posteriormente y fascinó a los primeros estadounidenses, impulsando a antropólogos y etnólogos a investigar. En 1608, recién fundada Jamestown, el capitán Christopher Newport dirigió una expedición por territorio virginiano, durante la cual se creyó entender que el idioma que hablaban los indios monacan guardaba bastante parecido con el galés. En 1669, el reverendo Morgan Jones contó en The Gentleman’s Magazine que, habiendo sido hecho prisionero por una tribu de los tuscarora llamada doeg, salvó la vida gracias a que pudo entenderse con ellos en esa lengua, predicándoles el Evangelio. Causó sensación.

Antiguo mapa de Devil’s Backbone/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Éstas y otras noticias similares provocaron lógica fascinación en el mundo anglosajón, pero a finales del siglo XVIII el interés se desplazó de Gran Bretaña a los Estados Unidos, recién nacidos y necesitados de mitos fundacionales. El cartógrafo y explorador del Missouri, John Evans, buscó las tribus padouca y madogwy, de las que se decía que hablaban galés, en un lugar denominado Devil’s Backbone (Espinazo del Diablo, en Louisville, Kentucky), una formación rocosa que se identificaba con un fortín o algo similar. No encontró nada, pero le acusaron de proteger intereses españoles y la idea de construcciones arquitectónicas de carácter defensivo perduró; eso sí, siempre asociada al hombre blanco, pues se pensaba que los indios no trabajaban la piedra y por eso se decía algo parecido de Fort Mountain o las llamadas Welsh Caves, que hoy sabemos que son de factura nativa.

El presidente Thomas Jefferson, conocedor de la leyenda de Madoc y creyente en ella, encargó a los exploradores Lewis y Clark que durante su célebre viaje hacia el Oeste (1804-1806) tratasen de averiguar algo al respecto, cosa que, obviamente, no pudieron hacer. Cuatro años después John Sevier, primer gobernador de Tennessee, escribió una carta a un amigo contándole que tres décadas atrás había mantenido una conversación con el jefe cherokee Oconostota, quien le refirió la existencia de fortines a lo largo del río Alabama construidos por galeses. Sevier hasta decía haber desenterrado seis esqueletos con armaduras que lucían el escudo heráldico de Gales. Este detalle lo recogió en 1834 Thomas Hinde, editor del periódico The Fredonian e historiador aficionado, cambiando el lugar del hallazgo al río Ohio y las fuentes.

La Cultura Mississipiana y otras de su entorno/Imagen: Herb Roe en Wikimedia Commons

Para asentar aún más el mito, el artista George Caitlin dejó varias pinturas costumbristas sobre los indios en su obra North American Indians, publicada en 1841, en la que reflejaba diversos elementos que pensaba eran originales de Gales, como las embarcaciones que usaban (redondas y, por tanto, muy parecidas al coracle galés) o los citados poblados fortificados. No obstante, botes redondos los tenían muchas culturas de todo el mundo y las fortificaciones probablemente correspondían a la Cultura Mississipiana (que floreció entre los años 800 y 1550), a la Adena (que se desarrolló en el Valle del Ohio y también erigía construcciones arquitectónicas) u otras relacionadas. En descargo de Caitlin, cabe decir que por entonces el tema apenas se había estudiado.

Todo ello se agrandó al combinarse con la leyenda cherokee de Ojos de Luna, según la cual un sector de ese pueblo tenía rasgos diferentes al haberse mezclado con una raza de extranjeros de piel pálida, ojos azules, barba poblada y pequeña estatura. No vamos a extendernos sobre ello porque lo contamos en el artículo enlazado al principio, pero sí cabe subrayar que los cherokee formaban parte de lo que los blancos consideraban las Cinco Tribus Civilizadas (junto a choctaw, chickasaw, creek y semínolas) por su superior grado de civilización respecto al resto de indios.

Por eso la historia de Madoc perduró y entretuvo a historiadores y antropólogos hasta bien entrado el siglo XX, en que quedó claro que se seleccionaban los elementos que interesaban (las palabras cuya pronunciación se parecía al galés, por ejemplo) y se desechaban los que no (la gran mayoría de los galeses no tenía ojos azules). Como los arqueólogos tampoco encontraron nunca una sola prueba material, lo consideraron definitivamente un mito, dejándolo en los sucesivo en manos de literatos, aunque algunos sectores recalcitrantes estadounidenses siguen aferrados a su posible veracidad.


Fuentes

The British in the Americas 1480-1815 (Anthony McFarlane)/Prince Madog of Wales (Mary Ames Mitchell en Crossing The Ocean Sea)/The racist origins of the myth a Welsh prince beat Columbus to America (James Griffiths en CNN)/Fantasy fiction and Welsh myth. Tales of belonging (Kath Filmer-Davies)/Myths of the Cherokee (James Mooney)/Welsh legends and myths (Graham Watkins)/Mysterious celtic mythology in American folklore ( Bob Curran y James Cantrell)/Wikipedia


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