La lista de inventores está en continua revisión: Marconi y la radio, Bell y el teléfono, Edison y la bombilla, Benz y el automóvil… Todos son discutibles y discutidos porque, a menudo, lo que hicieron fue simplemente registrar la patente antes que otros o desarrollar un modelo de aplicación comercial. El paracaídas es otro ejemplo de autoría múltiple, aunque uno de los nombres implicados merece una consideración especial por haberse atrevido a probar personalmente su artilugio y demostrar que funcionaba: Louis-Sébastien Lenormand.

En realidad, Lenormand no hizo una gran aportación en cuanto a diseño; al fin y al cabo, un paracaídas no tiene complejos mecanismos y el concepto de funcionamiento apenas varió desde los primeros intentos conocidos.

Intentos que se remontan bastante atrás en el tiempo, ya que las primeras referencias las encontramos en la China de la dinastía Han, hace más de dos milenios: los Registros del Gran Historiador, una historia general del país oriental que escribió en torno al año 94 a.C. el cronista imperial Sima Qian. En ella cuenta cómo el legendario emperador Shun escapó de ser asesinado por su propio padre saltando desde lo alto de un silo usando dos enormes sombreros de bambú para amortiguar la caída.

El paracaídas italiano de 1470/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Lo cierto es que también fue en suelo chino (o cielo, para ser exactos) donde siete siglos más tarde el emperador Gao Yang obligó a varios prisioneros a lanzarse desde una torre sujetos a cometas y uno de ellos, Yuan Huangtou, hijo del anterior mandatario, logró sobrevivir. Planear con un artefacto, unas alas de tela con armazón de madera, también lo hizo el sabio andalusí Abbás ibn Firnás en el siglo IX, lanzándose desde el monte donde luego se construiría el palacio cordobés de Medina Azahara. Voló durante diez minutos; eso sí, a costa de romperse las piernas al aterrizar, comprendiendo entonces que debía añadir una cola para tener sustentación y reducir velocidad.

No obstante, la idea del paracaídas consiste más en caer con suavidad que en volar. En ese sentido, posteriormente, el Renacimiento y su vibrante catarata de descubrimientos y avances técnicos también dejó episodios célebres. Por ejemplo, el dibujo más antiguo que se conserva de un paracaídas es anónimo pero italiano y está fechado en torno a 1470. Se puede ver en la imagen adjunta, habiendo influido casi seguro en el dibujo que dejaría Leonardo da Vinci en su Codex Atlanticus una década después. Ambos tienen una estructura que sostiene el dosel y cuya parte inferior se encaja el usuario a la cintura, lo que, sorprendentemente y por lo menos en la versión del famoso sabio, no le habría impedido funcionar, según se comprobó en pruebas recientes.

El Homo volans que se puede ver en el Machinae novae de Fausto Venanzio/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

El dálmata Fausto Venanzio sustituyó esa estructura por una tela sujeta a un bastidor cuadrado con cuerdas y lo dejó plasmado en un grabado de su libro sobre mecánica Machinae Novae con el epígrafe Homo volans (Hombre volador), en el que se ve a un individuo -quizá él mismo- saltando con él desde el campanile de San Marcos de Venecia; se ignora si llegó a probarlo. Sin embargo, el concepto de paracaídas como una especie de sombrilla, tal como lo había imaginado Leonardo, sería el que perdurase en adelante. De hecho, fue el que se empleó en el primer salto documentado con certeza, que tuvo lugar en 1783 y cuyo protagonista ya citamos al comienzo de este artículo: Louis-Sébastien Lenormand.

Natural de la localidad francesa de Montpellier, donde nació en 1757, era hijo de un relojero y estudió física y química en París, teniendo como profesores nada menos que a los prestigiosos Antoine Lavoisier y Claude Louis Berthollet. El título le sirvió para trabajar en la industria del salitre, que curiosamente guardaba relación con el vuelo porque el nitrato de potasio se empleaba para fabricar pólvora y explosivos. A continuación regresó a su ciudad natal para trabajar en la relojería familiar pero empleaba su tiempo libre en la investigación y sentía un interés especial por conquistar los cielos, que era uno de los grandes retos del momento.

De hecho, el 4 de junio de 1783 los hermanos Montgolfier hicieron la primera demostración pública del globo aerostático en el que llevaban un año trabajando: en la Plaza de Armas del Palacio de Versalles y ante decenas de miles de estupefactos espectadores, incluidos Luis XVI y su esposa María Antonieta, un aerostato de tela y papel se elevó llevando en la barquilla un gallo, una oveja y un pato (lo contamos hace tiempo en un sucinto artículo). Puesto que la prueba se hizo con éxito, a partir de entonces los tripulantes humanos sustituirían a los animales.

El globo de los hermanos Montgolfier elevándose en Versalles en 1783/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

No obstante, Lenormand seguía su propia línea de trabajo, centrada en el desarrollo de un paracaídas. La palabra no es extemporánea, ya que él fue quien la acuñó combinando el prefijo para (del latín parare, parar) y el sufijo chute (caer, en francés). Decíamos que el diseño que arraigó fue el de Leonardo pero esa concepción también se trabajó en otras latitudes y, concretamente, Lenormand se fijó en la actuación de un funambulista tailandés que utilizaba una sombrilla para ayudarse a mantener el equilibrio sobre el cable. Consecuentemente, fabricó un parachute con ese aspecto: un mango, unas varillas y la tela, con un diámetro de algo más de metro y medio.

Hizo algunas pruebas previas con pesos y en noviembre de 1783, sólo unas semanas después del triunfo de los Montgolfier, él mismo se tiró desde la copa de un árbol de la Rue des Cordeliers portando dos sombrillas, una en cada mano, lo que, combinado con la escasa altura, supuso un resultado positivo. Pero, claro, que había que ir un paso más allá. Aplicando sus conocimientos de física, calculó el peso necesario para probar a mayor altura y al mes siguiente realizó una nueva prueba, esta vez con animales, a los que lanzó desde lo alto de la torre del observatorio de Montpellier. El desenlace también fue satisfactorio. Sólo faltaba la prueba definitiva.

Esquema del paracaídas de Garnerin/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

La llevó a cabo el día 26 de ese mismo diciembre, ante una multitud de curiosos entre los que figuraba Joseph-Michel, uno de los exitosos hermanos Montgolfier. Dado que su trabajo tenía como objetivo que la gente atrapada en un piso alto durante un incendio dispusiera de un método para escapar, Lenormand saltó desde la misma torre del observatorio que había empleado en las pruebas. En esta ocasión no portaba dos sombrillas sino una grande, de más de cuatro metros de diámetro. Salió vivo de la experiencia, así que hay que concluir que sus cálculos fueron lo suficientemente precisos.

Ahora bien, su invento no perduraría tal como él lo idease. Un compatriota suyo llamado André-Jacques Garnerin, otro pionero de la aerostación, también se interesó por el paracaidismo y siguió trabajando con paracaídas en forma de sombrilla pero luego reorientó su diseño y en octubre de 1797 desprendió la barquilla del globo en que volaba para dejarse caer con ella abriendo un paracaídas. Éste era nuevo: ya no tenía bastidor sino que se trataba de una tela libre, que además estaba hecha de seda en vez del lino habitual (lo que reducía su peso y facilitaba el doblarla), recogiendo así la idea de un predecesor llamado Jean-Pierre Blanchard.

Para entonces, Lenormand había pasado por rocambolescas vicisitudes, pues se había hecho monje cartujo pero la Revolución Francesa le obligó a exclaustrarse y se estableció en Albi, contrayendo matrimonio y enseñando tecnología en la universidad que acababa de fundar su suegro. Luego marchó a París para trabajar en el Ministerio de Finanzas. Durante ese período, publicó artículos de ciencia y registró varias patentes. Tras dejar su trabajo se centró en escribir manuales de técnicas diversas (encuadernación, relojería…) y, sobre todo, una ambiciosa enciclopedia temática titulada Le Dictionnaire technologique que le ocupó una veintena de volúmenes. En 1830 se separó de su mujer y tomó de nuevo los hábitos, falleciendo en 1837.


Fuentes

Technology as the science of the industrial arts: Louis-Sébastien Lenormand (1757-1837) and the popularization of technology (Joost Mertens en History and Technology. An International Journal)/The sublime invention. Ballooning in Europe, 1783–1820 (Michael R Lynn)/Umbrellas and their history (William Sangster)/Wikipedia


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