¿Puede ser una farmacia objeto de visitas turísticas? Hay una que se sitúa a la cabeza del mundo en visitas y que tiene la particularidad de ser la única que hay en su país. Se trata, claro, de la Farmacia Vaticana, que supera el medio centenar de empleados en su plantilla porque cada día deben atender a más de dos millares de clientes y realizar más de diez mil envíos por correos, según datos oficiales.
Aunque sus raíces se remontan al servicio creado por el papa Nicolás III en el año 1277, su origen propiamente dicho fue en 1874, en un contexto que influyó decisivamente: la llamada Questione romana, en la que Italia estaba inmersa y que consistía en una disputa por delimitar el poder terrenal del Papa.
Recordemos que en 1849 los Estados Pontificios pasaron a depender de la República Romana y fue necesario una intervención franco-española para restablecer las competencias de Pío IX, originando así la citada cuestión. Una década después, tras la marcha de los austríacos de territorio italiano, se decidió que los Estados Pontificios se incorporarían al Reino de Italia y la Santa Sede se limitaría a Roma y su entorno.

Por supuesto, el Papa no lo aceptó de buen grado y uno de los frutos de aquella controversia fue el intento de afianzar su autoridad con la proclamación de la infalibilidad papal en el Concilio Vaticano I, celebrado entre 1869 y 1870. Pero perdió las últimas posesiones cuando Francia y Prusia fueron a la guerra y la guarnición gala destinada a protegerle tuvo que irse. Ese mismo año, los bersaglieri entraron en la Ciudad Eterna y tras escenificarse una batalla para demostrar que Pío IX no aceptaba por las buenas (farsa que, por cierto, costó sesenta y un muertos), Roma fue anexionada definitivamente. La tensión se relajó algo concediendo al Papa honores y privilegios similares a los del rey Vittorio Emanuele pero los sucesivos pontífices, constreñidos al Vaticano, siguieron negándose a aceptar la situación hasta 1927, con los Pactos de Letrán, que le concedía ser un estado independiente.
Pues bien, la Questione romana estaba en auge cuando el cardenal Giacomo Antonelli, secretario de Estado de la Santa Sede, se dirigió a Eusebio Ludvig Fronmen, un monje Fatebenefratelli (o sea, de los Hermanos Hospitalarios de San Juan de Dios) que dirigía la farmacia del hospital San Giovanni di Dio, en la Isla Tiberina (la que está en el Tíber, en medio de Roma), solicitándole que se encargara del suministro de medicinas al Vaticano, ya que ni el Papa ni los cardenales aceptaban salir del recinto. Así fue cómo Fronmen, que inicialmente cumplía el encargo tal cual, decidió establecer un almacén con dispensario permanente que evitara las constantes idas y venidas.
Eso fue en 1892 y los hermanos de su propia orden eran quienes se ocupaban de la gestión, que al principio era fundamentalmente nocturna. Pero en 1917, con la firma de los citados Pactos de Letrán, la situación cambió; el Papa y la Curia ya podían moverse con mayor libertad e incluso salir de sus pequeñas fronteras, así que se trasladó la sede de la farmacia a un lugar de mayor accesibilidad pública. El lugar elegido, la Porta Santa’Anna, está cerca de la entrada principal y eso hizo que el establecimiento alcanzase notable popularidad, pues la clientela se hizo más extensa, ya no restringida a los sacerdotes. Porque, al tratarse de una farmacia muy bien surtida, acudían a ella quienes necesitaban medicamentos que de otra forma no se podían conseguir en Roma -o, al menos, no sin una larga espera- debido a las trabas burocráticas.

Así que aquel insospechado éxito comercial de la Farmacia Vaticana obligó a realizar un nuevo traslado apenas dos años después del primero. Esta vez, al Palazzo Belvedere, detrás de la Poste Vaticane (servicio de correos), creada ese mismo año 1929. Ahí continúa hoy en día, justo delante del Spaccio Anonna, el supermercado vaticano.
Sirve, fundamentalmente, a las cerca de doce mil personas que forman parte del Fondo de Asistencia Sanitaria, un plan privado del Servicio de Salud del pequeño estado pontificio (creado en 1958 por Pío XII y cuyo ambulatorio está al lado), que disponen de atención permanente. Pero también puede comprar cualquier ciudadano italiano siempre que lleve la preceptiva receta y una identificación, con la ventaja de que los fármacos de esa farmacia resultan bastante más baratos (entre un 11% y un 25%) porque están libres de impuestos; en el Vaticano no se tributa.

También dispensa cremas, ungüentos, colutorios, lociones, tinturas, jabones y similares de fabricación propia, aunque lo más vendido es Valium -con receta- y, curiosamente, lo más demandado es una pomada hemorroidal llamada Hamolind que al parecer no comercializan las farmacias italianas. Sin embargo, no todo se puede adquirir; los productos considerados contrarios a la moral católica, caso de anticonceptivos, preservativos, píldora del día después, Viagra o cannabis medicinal, están vetados.
En la primavera de 2019, la Farmacia Vaticana fue sometida a una reestructuración y ampliación, ya que la creciente demanda hacía que estuviera siempre llena y necesitase de una docena de personas atendiendo en multitud de idiomas al numeroso público, que ya se congrega a las puertas antes de la apertura matutina. Con estos trabajos se habilitó de forma específica un departamento de cosmética y productos naturales: perfumes, cremas…
A la Farmacia Vaticana, actualmente dirigida por un monje español, se accede por la Porta Angelica y está abierta de lunes a viernes entre las 8:30 y las 18:00 (sábados hasta las 13:00), aunque en verano cierra a las 15:00. Su dirección es Via della Posta 00120-Cittá del Vaticano.
Fuentes
La Farmacia Vaticana (Joan Vendrell i Campmany en Catholic.net)/La Farmacia Vaticana “aconseja, acoge, sonríe y también dispensa” (Correo Farmacéutico)/Per un servizio più accurato ed efficiente (L’Osservatore Romano)/Statto della Cittá del Vaticano/Wikipedia
Descubre más desde La Brújula Verde
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.