La creencia popular de que la astronomía europea de finales del Medievo y principios de la Edad Moderna estaba más adelantada que la de otras civilizaciones mundiales es discutible, pues hay varios ejemplos concretos que indican que en otros lugares era equiparable y hasta superior. Los mayas tenían un calendario solar más exacto que el juliano e incluso que el gregoriano actual, mientras que el sabio musulmán Ulugh Beg no sólo determinó la duración del año tropical con mayor precisión que Copérnico sino que, además, hizo otro tanto con la oblicuidad de la eclíptica terrestre con medidas que sólo se han podido igualar hoy en día. Y, ya puestos, vamos a hablar de este personaje que fue el fundador del observatorio que llevaba su nombre, considerado uno de los mejores de su época.

Corría el año 1908 cuando un arqueólogo ruso de origen uzbeko llamado Vassily Lavrentyevich Vyatkin estaba excavando en una colina de las afueras de Samarcanda cuando encontró las ruinas de lo que había sido el susodicho observatorio, destruido en 1449 a la muerte de Ulugh Beg. Allí sacó a la luz una trinchera subterránea de once metros de largo por dos metros de ancho y tres plantas de altura que, con marcas de calibración a todo lo largo, seguía la longitud del meridiano.

En ella -bajo tierra, para protegerlo de los terremotos- se colocó un gran arco de 40,4 metros de radio que, según un testigo turco que tuvo ocasión de verlo personalmente, era tan alto como la cúpula de Santa Sofía, en Constantinopla.

La trinchera excavada en 1908; se aprecian las escaleras a cada lado. Se le ha añadido un techo para protegerla/Imagen: Igor Pinigin en Wikimedia Commons

Se trataba de la estructura base del llamado sextante Fajri, el mayor de su tiempo hasta el siglo XVII, que contaba con escaleras a los lados para poder hacer las mediciones, puesto que servía para determinar el mediodía. Y es que, cada jornada, el equipo de astrónomos que trabajaba en el observatorio calculaba el mediodía según la altura meridional del Sol, junto con otros datos complementarios como su grado de declinación (ángulo entre la línea Sol-Tierra y el plano ecuatorial celeste) o la distancia al cénit (su punto más alto en el cielo). Todo ello nos puede dar una idea de lo avanzado de sus conocimientos, que le permitían pronosticar eclipses o saber con exactitud el momento de la aurora.

No sólo eso. Ulugh Beg y sus ayudantes calcularon que el año tropical (más corto que el sideral porque no es el tiempo que tarda la Tierra en dar una vuelta completa al Sol sino el transcurrido entre dos pasos sucesivos del Sol por el equinoccio medio, es decir, de primavera a primavera o de otoño a otoño) era de 365 días, 5 horas, 49 minutos y 15 segundos; hoy, con la tecnología actual, sabemos que dura 365 días 6 horas 9 minutos y 9,76 segundos pero entonces esa marca mejoraba en medio minuto la calculada por Copérnico.

También, decíamos, determinaron la oblicuidad terrestre (ángulo de inclinación del eje de rotación de la Tierra respecto a la eclíptica, la curva que el Sol sigue imaginariamente alrededor de la Tierra) en 23,52 grados, mucho más exactos que los que dejaron Copérnico e incluso astrónomos posteriores como Tycho Brahe (aunque hay que aclarar que esa oblicuidad cambia con el tiempo a razón de 0,47 segundos por siglo y ahora es de 23 grados, 26 minutos y 14 segundos).

Esquemas de los años tropical y sideral junto al de la eclíptica/Imagen 1: Caliver en Wikimedia Commons – Imagen 2: Caliver en Wikimedia Commons – Imagen 3: Sabbut en Wikimedia Commons

Ulugh Beg no era un hombre cualquiera, ya que su abuelo fue nada menos que Tamerlán y su padre, Shāhruj Mīrzā, ejercía el cargo de gobernador de la parte oriental del Imperio Timur; por tanto, de Persia y la Transoxiana (una región del Turkestán), lo que ahora es Uzbekistán. Se cree que Ulugh, el primogénito, debió nacer en Soltaniyeh (Irán) hacia el 1393 o 1394, aunque seguramente se estableció en Samarcanda cuando se designó a ésta capital; de hecho, con sólo dieciséis años asumió el gobierno de la ciudad, que nunca abandonó, y tres años después se convirtió en soberano de toda la Transoxiana tomando, acorde a su rango, trece esposas . Hay un detalle biográfico más a resaltar: la primera noticia que hubo de él en occidente la proporcionó Rui González de Clavijo, embajador del rey castellano Enrique III en la corte de Tamerlán, que le conoció cuando aún era un niño.

Habiendo recibido una espléndida formación científica, producto del esplendor cultural de aquella corte, adquirió conocimientos de medicina (se le atribuye el invento de una pócima para tratar los desarreglos intestinales y recetas diversas a base de frutos secos para potenciar la potencia sexual de los recién casados, algo retomado más tarde por Avicena). Ulugh Beg, que también hizo importantes aportaciones en matemáticas (concretamente en geometría esférica y trigonometría, en la que dejó tablas con valores senoidales y tangentes de ocho decimales), no descuidaba la otra cara de la cultura y era un consumado poeta que debatía en verso, según la tradición del Bahri bayt (una especie de competición en la que cada contendiente debe argumentar usando como inicio la última letra usada por su oponente).

La madrasa fundada por Ulugh Beg en Samarcanda/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Hablaba cinco idiomas y fomentó las artes y la enseñanza. Para esto último fundó una madrasa (escuela) superior cuyo profesorado estaba compuesto por decenas de sabios de todo el Imperio Timur, caso del turco Qāḍī Zāda al-Rūmī o el persa Jamshīd al-Kāshīallí (ambos astrónomos y matemáticos) y que aceptaba alumnos también de diversas procedencias, siendo Ali Qushji el más destacado porque llegaría a ser un avezado físico astronómico y ayudante del propio Ulugh Beg. Claro que el campo en que realmente brilló fue el de la astronomía, al que se aficionó desde niño, cuando acompañaba a su padre en las campañas por Asia Central y el norte de la India. La visita al observatorio persa de Maragheh, que había sido dirigido dos siglos antes por el prestigioso Nasir al-Din al-Tusi (al que se considera creador de la trigonometría), fue catárquica.

En 1428, quizá recordando aquel intenso momento, ordenó construir en Samarcanda el Gurjani Zij, el reseñado observatorio astronómico. En él mandó instalar lo más avanzado en la tecnología de entonces: había varios fajri (sextantes) de gran tamaño, de los que el mayor era el descrito antes, enormes relojes de sol, astrolabios, esferas armilares, un gnomon colosal…

Ello le permitió determinar en 1437 que el año sidéreo o sideral (el normal) duraba 365 días, 6 horas, 10 minutos y 8 segundos, lo que supone un error de 58 segundos más. Copérnico lo mejoró al calcular 365 días, 6 horas, 9 minutos y 12 segundos, 28 segundos menos (y, por tanto, un error de sólo dos segundos), pero no lo hizo hasta 1525, curiosamente tomando como fuente el trabajo que había hecho otro sabio musulmán, Thabit ibn Qurrá.

Aspecto actual del exterior del observatorio/Imagen: Oleg Brovko en Wikimedia Commons

Pero la cosa no quedó ahí. Partiendo del Kitāb suwar al-kawākib (Libro de estrellas fijas), cuyo autor era un astrónomo persa del siglo X llamado Abd al-Rahman al-Sufi, Ulugh Beg hizo un catálogo en el que reseñaba más de un millar de estrellas, casi tantas como había contado Ptolomeo. Fue la base de Zij-i Sultani (Tablas Sultanianas), una tabla astronómica publicada entre  1438 y 1439 y firmada colectivamente por el equipo del observatorio, incluyendo a los mencionados Jamshīd al-Kāshī y Ali Qushji.

Constituía el mejor catálogo estelar realizado hasta la fecha, no superado hasta los trabajos del otomano Taqi ad-Din Muhammad ibn Ma’ruf y el danés Tycho Brahe, ya en el siglo XVI, pues reajustaba la posición de 992 estrellas (otras no podían ser vistas desde la latitud de Samarcanda) y corregía algunos errores de Ptolomeo. De hecho, Zij-i Sultani se reeditó en Oxford en 1665 con el título Tabulae longitudinis et latitudinis stellarum fixarum ex Observacionese Ulugbeighi y, posteriormente, volvieron a salir ediciones en 1767, 1843 y 1917.

El cráter lunar Ulugh Beg/Imagen: James Stubbey en Wikimedia Commons

Samarcanda se convirtió en la capital astronómica del mundo, un mérito todavía mayor si se tiene en cuenta que aún no se había inventado el telescopio (de ahí el gran tamaño del sextante y el resto del equipamiento). Así pues, es de justicia que actualmente se homenajee a tan curioso personaje bautizando con su nombre un cráter lunar y un asteroide.

Paradójicamente, Ulugh Beg no se llamaba así, ya que ése no era más que un apodo traducible como Gran Príncipe, siendo su verdadera gracia algo más complicada: Mirza Muhammad bin Tāraghay Shahrukh. La paradoja es doble si se tiene en cuenta que, en realidad, su labor como gobernante no brilló tanto como la científica.

Efectivamente, en aquel proceloso imperio, en el que hasta los familiares esperaban un signo de debilidad para usurpar el poder, Ulagh Beg fue derrotado en una guerra sucesoria al morir su padre y aliarse sus sobrinos contra él. El golpe debió resultar más duro aún al descubrir que su propio hijo se alzaba también armas. Abdal-Latif Mirza, que así se llamaba el vástago, venció a su progenitor en la batalla de Damasco en el año 1449 y, aunque le permitió exiliarse en La Meca, ordenó su asesinato (y el de su hermano) antes de que llegase, ganándose el mote de Padarkush (Parricida). Los restos mortales de Ulugh Beg fueron enterrados a los pies de los de Tamerlán en el Gur-e-Amir, el mausoleo de éste en Samarcanda, y fueron descubiertos por arqueólogos soviéticos en 1941.


Fuentes

Ulugh Beg (J.J. O’Connor y Ed Robinson)/History of civilizations of Central Asia (VVAA)/A Survey of Islamic Astronomical Tables (Edward Stewart Kennedy)/Encyclopaedia of the History of Science, Technology, and Medicine in Non-Western Cultures (Helaine Selin, ed)/Ulugh Beg: Muḥammad Ṭaraghāy ibn Shāhrukh ibn Tīmūr (Benno van Dalen)/Ulughbek and his observatory in Samarkand (Heather Hobden)/The Samarqand Mathematical-Astronomical School: A Basis for Ottoman Philosophy and Science (Đhsan Fazlıoğlu)/Wikipedia


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