A casi nadie le suena el nombre de Félix Yusúpov. Fue un aristócrata ruso, miembro de la familia imperial, cuyo hueco en la historia se debió a su participación en el asesinato de Rasputín, personaje fascinante y singular bien conocido por los aficionados a la historia. Pero ese episodio tuvo un curioso epílogo años después, cuando Félix, ya en el exilio tras la Revolución Bolchevique, se enzarzó en demandas contra las productoras de cine y televisión que recrearon los hechos, a su parecer difamándole. El resultado de aquellos juicios fue la adopción de la costumbre de poner en los títulos de crédito de las películas la ya clásica frase de que todo lo mostrado es ficción y cualquier coincidencia con la realidad es casual.
Félix Félixovich Yusúpov nació en 1887 en el Palacio Moika de San Petersburgo, la residencia familiar que debe su nombre a estar asomada al río homónimo y que era su palacio favorito de los cuatro que poseía en la ciudad más otros tres en Moscú. Era hijo del conde de Sumarókov-Elston, gobernador moscovita, y de la princesa Zinaida Nikoláievna Yusúpova, última de una dinastía tártara de Crimea y poseedora de una fortuna fabulosa, superior a la de los Romanov, pues incluía decenas de fincas, minas, fábricas, pozos de petróleo, etc.
Como Nicolás, su hermano mayor, falleció en un duelo, él quedó como heredero único y, consecuentemente, la vida que llevó en su juventud fue frívola y extravagante, aunque combinada con etapas de profunda religiosidad. Entre 1909 y 1912 se trasladó a Inglaterra para estudiar inglés y silvicultura (gestión de bosques y montes, una carrera muy de moda entonces) en la Universidad de Oxford, donde ingresó en el prestigioso y exclusivo Bullingdon Club (una entidad deportiva para estudiantes millonarios de la que formaron parte, por ejemplo, David Cameron y Boris Johnson) y fundó el suyo propio, el Oxford Russian Club.
Durante su estancia inglesa, Félix vivía en el 14 de King Edward Street y tenía abundante personal a su servicio, además de tres caballos con los que jugaba al polo, un bulldog llamado Punch y hasta un guacamayo. Fue un período disipado, yendo de fiesta en fiesta junto a sus dos grandes amigos, Jacques de Beistegui y el pianista Luigi Franchetti, que se instalaron con él, lo que hizo circular el rumor de que era bisexual. Porque luego se mudó a un apartamento de Curzon Street, en el barrio londinense de Mayfair, y solía reunirse con la célebre y bella bailarina rusa Anna Pavlova, que tenía su residencia en Hampstead, y sus encuentros también desataban habladurías.
Sin embargo, Félix regresó a San Petersburgo en 1913 y al año siguiente se casó con la princesa Irina Alexándrovna, hija única del gran duque Alejandro Mijáilovich y, por tanto, sobrina del zar Nicolás II (que, por cierto, fue a la boda con un velo que perteneció a María Antonieta). En realidad se trataba de un matrimonio de conveniencia en el que él aportaba su dinero y ella la sangre imperial pero el caso es que congeniaron y los duros avatares por los que habrían de pasar en el futuro nunca rompieron su unión. Estuvieron de luna de miel por El Cairo, Jerusalén, Londres y Bad Kissingen, esta última una ciudad balneario austríaca a donde se habían retirado los padres de él, que pudo eludir el servicio militar, pese a que acababa de estallar la Primera Guerra Mundial, por ser hijo único. En 1915 tuvieron una niña a la que llamaron Irina, como su madre.
Así llegó 1916, año en el que se produjo el asesinato de Grigori Yefímovich Rasputín. Era un un monje ortodoxo, místico y sanador, que fue introducido a la corte por Anna Výrubova, una dama de honor y amiga personal de la zarina Alejandra, por la fama que tenía de curar mediante la oración, dado que el zarévich Alekséi padecía hemofilia y ella estaba dispuesta a creer a cualquiera. Ya fuera por convencimiento psicosomático, ya por hipnosis, lo cierto es que Rasputín consiguió que el niño mejorase y así se aseguró una posición privilegiada en las altas esferas, desde la familia imperial a la nobleza en general. O, al menos, en parte de ella, pues había un sector que consideraba infamante la preponderancia de un mujik analfabeto, miembro de la secta flagelante de los jlystý en la que, se decía, participaba en orgías. Pero, sobre todo, le acusaban de seducir a damas de la nobleza.
A eso había que añadir la influencia que ejercía sobra la zarina y, por extensión, también sobre su esposo, en aquellos momentos críticos que pasaba Rusia, inmersa en una guerra que le estaba siendo muy adversa y con una tensión pre-revolucionaria en el interior del país. Se intentó sobornar a Rasputín para que se fuera pero no aceptó, así que se adoptaron medidas drásticas con un atentado al que, sin embargo, sobrevivió. Entonces se hizo un segundo intento en el que hubo cuatro implicados: además de Félix, estaban dos grandes duques, Dimitri Pávlovich y Nicolás Mijáilovich, así como un diputado derechista de la Duma, Vládimir Purishkévich, que había pedido su muerte públicamente en un discurso.
El plan consistía en atraer al monje al Palacio Moika para presentarle a la esposa de Félix (que en realidad estaba de viaje), según una teoría, aprovechando que Rasputín había intentado seducirle a él también; recordemos los rumores que había sobre su ambigua sexualidad, algo que, asimismo, practicaría el monje. Y aunque fue advertido de la encerrona, tuvo la arrogancia de ir igualmente, presentándose a medianoche del 29 de diciembre. Mientras esperaba a su presunta anfitriona, le sirvieron vino acompañado de unos pasteles inyectados con cianuro. Como el veneno no hizo efecto, Félix le disparó con la pistola de Pávlovich pero Rasputín seguía vivo e intentó escapar saltando a la nieve por una ventana. Purishkévich le disparó otros dos tiros y le golpeó en la cabeza con una barra. Arrastraron su cuerpo hasta el río Nevá y allí comprobaron atónitos que aún respiraba, muriendo finalmente ahogado.
La misma revolución que exhumaría sus restos y los quemaría para esparcir las cenizas al viento, derrocó al régimen. Félix, que había sido detenido durante la investigación del crimen y desterrado al óblast de Belgorod, regresó a San Petersburgo, reunió cuantas joyas y obras de arte pudo, y se fue con su familia al exilio; el valor de aquel equipaje superaba el millón de dólares, pues incluía un par de cuadros de Rembrandt que vendería a la National Gallery de Washington. Junto a su mujer y su hija, embarcó en Yalta en el buque británico HMS Marlborough con destino a Malta, desde donde pasó a Italia, París y Londres, aunque se estableció definitivamente en la capital francesa.
En la ciudad de las luces, Félix fundó una boutique llamada IRFE y se hizo notoria su generosidad con otros exiliados que habían tenido que dejar Rusia con menos medios. Eso, combinado con una mala gestión económica y la Crisis de 1929, llevó a los Yusúpov al hundimiento del negocio y a perder su capital. Quizá por ello él no tuvo reparos en dar el paso del que hablábamos al comienzo de este artículo: demandar por difamación a las productoras cinematográficas que habían hecho películas sobre la muerte de Rasputín; cosa curiosa porque a bordo del HMS Marlborough no había tenido empacho en presumir de ser el autor intelectual (y, como vimos, también material en parte) del suceso.
Primero fue contra la Metro-Goldwin-Mayer por su film Rasputín y la zarina (Rasputin and the Empress), estrenado en 1932 con tres miembros de la familia de actores Barrymore (John, Ethel y Lionel) de protagonistas. Aunque a él y a su esposa se les cambiaba el nombre, pasando a ser el príncipe Chegodieff y la princesa Natasha, Félix contrató a la abogada neoyorquina Fanny Holtzmann, especializada en casos relacionados con la farándula, para presentar una demanda contra la MGM en un tribunal inglés, argumentando que se había tergiversado la relación entre el monje y su cliente, invadiendo la privacidad de éste y su mujer (que en la película aparece como víctima de una violación por parte de Rasputín).
Después de ver el film dos veces, el jurado decidió que Irina había sido, efectivamente, difamada, ya que jamás conoció personalmente a Rasputín. La compañía tuvo que pagar una indemnización de 127.373 dólares por la proyección del film en Reino Unido; dado que, presumiblemente, ello supondría más pagos en otros países, Félix y la productora llegaron a un acuerdo por el que ésta le abonaba 250.000 dólares más (un millón, según otra versión) y cortaba las escenas más polémicas sobre el personaje de la princesa. Eso dejaba el montaje final bastante confuso, pero tampoco importó mucho porque Rasputín y la zarina fue preventivamente retirada de distribución durante décadas (si bien en su última y reciente edición salió parcialmente restaurada).
Además, el juez hizo ver a la MGM que el problema estaba en la introducción de la película, al explicar que trataba de la destrucción de un imperio y que algunos personajes estaban aún vivos mientras que otros habían muerto violentamente. El magistrado sugirió que en el futuro, para evitar líos similares, sería mejor decir lo contrario: que no se pretendía reflejar fielmente la historia ni las personas. Dicho y hecho, la productora decidió incluir en lo sucesivo un descargo de responsabilidad al final de cada largometraje basado en hechos reales, costumbre que se extendió a las demás y se mantiene hasta hoy: «Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia».
Eso fue en 1934. Exactamente treinta y un años después, Félix Yusúpov trató de repetir la jugada demandando ante un tribunal de Nueva York a la CBS, después de que ésta pasara por televisión un telefilm sobre el asesinato de Rasputín, alegando que algunos de los hechos recreados eran ficticios. Sin embargo, esta vez le salió mal porque el juez desestimó el caso. Fue su último destello en los anales, ya que falleció en 1968; su esposa le siguió tres más tarde.
Lo irónico es que en 1953 el propio Félix había sido llevado a juicio junto al gran duque Dmitri Pávlovich por María, la hija de Rasputín, reclamándole daños y perjuicios porque tanto en el libro que el contumaz aristócrata había publicado en 1953, Esplendor perdido y el final de Rasputín, como en las Memorias de antes del exilio que había sacado en 1928, reconocía abiertamente ser uno de los autores del asesinato de su padre.
El proceso se celebró en París pero el tribunal se lavó las manos declarando no tener jurisdicción sobre un crimen político cometido en Rusia y María se quedó sin los 800.000 dólares que exigía de indemnización.
Fuentes
Memorias de antes del exilio (1887-1919) (Félix F. Yusúpov)/Lost splendour and the death of Rasputin (Prince Félix Yusupov)/Rasputin, The biograpy (Douglas Smith)/Rasputin. A short life (Frances Welch)/Prince Felix Yusupov. The man who murdered Rasputin (Christopher Dobson)/Romanov family and Rasputin (Amanda Madru en The Romanov Family)/Wikipedia
Descubre más desde La Brújula Verde
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.