Si en Italia no es raro encontrar calles y barrios llamados Cincinato, más familiar resulta el nombre de una ciudad del estado norteamericano de Ohio. Aunque similares, esos nombres se deben a razones distintas, ya que la urbe estadounidense se llama así en recuerdo de The Society of Cincinnati (una sociedad de veteranos de la Revolución), mientras que los italianos homenajean directamente a quien originó la denominación: Lucio Quincio Cincinato, un dictador romano considerado modelo de virtud y honradez, así como de desapego del poder.
Conviene aclarar que, en la Antigua Roma, el término dictador carecía de la connotación negativa que tiene hoy. La dictadura era una magistratura de tiempos de la República (magister populi, se llamaba oficialmente, pues dictator era un apelativo popular) que confería a su titular plenos poderes para afrontar una situación excepcional, generalmente relacionada con la seguridad, de modo que el sistema de dos pretores (más tarde dos cónsules) no lastrase la toma de decisiones rápidas.
Para que esas vastas competencias no constituyeran un riesgo, tentando al dictador para perpetuarse, se establecieron limitaciones como la obligación de aplicar ese poder sólo para afrontar el peligro que le había aupado y tener que renunciar una vez pasara (o en un plazo de seis meses).
Generalmente, dada la naturaleza de las misiones para la que eran designados, se trataba de eficientes militares, aunque su nombramiento seguía trámites estrictamente políticos: mediante un senatus consultum, el Senado autorizaba a los pretores o cónsules a elegir un dictador; éstos lo hacían de común acuerdo o, si no, por sorteo. Finalmente, la comitia curata o asamblea votaba su aprobación y concedía el imperium (mando) al elegido. Algunos de los personajes más famosos de la historia romana ejercieron la dictadura, incluso varias veces: Quinto Fabio Máximo, Julio César, Sila… Pero ninguno alcanzó el prestigio y el reconocimiento de Cincinato.
Se estima que nació entre los años 518 y 519 a.C., cuando todavía había monarquía. Pertenecía a la gens Quincia, un clan patricio menor porque no era originario de Roma sino de Alba Longa (una ciudad latina situada a una veintena de kilómetros al sur), pero sí lo suficientemente acaudalado como para que sus integrantes pudieran acceder a las magistraturas. Cincinato, de hecho, no era sino un cognomen (un apodo) que significa «pelo rizado», lo cual probablemente aludía a su apariencia física. La entrada de este personaje en la historia se hizo esperar hasta mediados del siglo siguiente, a partir del año 460 a.C., cuando algunos pueblos del centro y noroeste de la Península Itálica empezaron a constituir una amenaza para Roma.
Eran los volscos, sabinos y ecuos, que estaban emparentados y a quienes los romanos consideraban veteres hostes romanorum, enemigos eternos. Sus periódicas incursiones por el Lacio pasaron a mayores cuando rompieron el tratado de paz que tenían con sus vecinos para tratar de adueñarse de Tusculum y lograron embolsar al ejército del cónsul Lucio Minucio Esquilino, que había sido enviado a socorrer esa ciudad, en su propio campamento.
Ante el consiguiente peligro de ser exterminado y dejar indefensa no sólo Tusculum sino la misma Roma, el cónsul envió una urgente petición de ayuda. Se imponía una solución extrema y en esos casos, como contábamos antes, se recurría a nombrar un dictador.
El otro cónsul, Cayo Nautio Rutilo, y su nuevo compañero, Marco Horacio Pulvilo, estuvieron de acuerdo en designar a Cincinato. ¿Por qué él? Por el prestigio que había adquirido años atrás, ya que no se trataba de un desconocido. En el año 460 a.C., después de que el cónsul Publio Valerio Publícola -uno de los fundadores de la república, tras participar en el derrocamiento de Tarquinio el Soberbio, el último rey- fuera asesinado en una revuelta que los plebeyos organizaron contra los tribunos, por la oposición de los primeros a la Ley Terentilia Arsa (que les prohibía comerciar con tierras entre sí para evitar que se crearan latifundios), Cincinato había sido elegido consul suffectus (cónsul suplente) y solventado la insurrección con una hábil política de compromiso: por un lado, reprimió los disturbios con puño de hierro pero, por otro, abolió la polémica ley, restableciendo así la tranquilidad.
Eso sí, le costó dinero y familia, pues su hijo Caeso, acusado de organizar linchamientos callejeros a plebeyos, tuvo que huir a Etruria y fue condenado a muerte in absentia mientras su padre debía afrontar una fuerte multa. La cuantía de la sanción fue tan alta que se vio obligado a malvender sus propiedades para pagarla, terminando por dejar la vida pública para retirarse a una pequeña granja que conservaba. O eso se decía, ya que hoy se considera que los relatos de la vida de Cincinato seguramente fueron concebidos a posteriori para subrayar sus virtudes y es posible que la historia de su empobrecimiento sea falsa, al igual que otras referencias existentes a su experiencia militar.
En cualquier caso, la tradición dice que los senadores encargados de llevarle el nombramiento de dictador se lo encontraron trabajando personalmente en el campo, arado en mano. Él aceptó la propuesta, pidió la toga a su esposa Racilia y se dirigió al Foro para asumir la dictadura por seis meses, convocando una asamblea en la que nombró a Lucio Tarquicio magister equitum (su ayudante).
También ordenó que todos los varones en edad militar se presentaran en el Campo de Marte al acabar la jornada con víveres para cinco días. Así lo hicieron y entonces se les entregó a cada uno doce sudes (sudis o vallus, en singular; eran estacas puntiagudas de madera, de más de metro y medio de largo, con las que se rodeaba el perímetro de los campamentos legionarios), poniéndose en marcha para romper el cerco a que estaba sometido Lucio Minucio Esquilino.
Sin embargo, la misión de las sudes no era reforzar el castrum sitiado sino aislar el de los ecuos, que estaba en el Monte Algido. La insólita operación se llevó a cabo de noche y, por la mañana, los afectados trataron de presentar batalla pero aquella línea de estacas en ángulo les obstaculizaba y además Minucio Esquilino aprovechó la ocasión para salir de su atrincheramiento y unirse a Cincinato, rodeando al enemigo. Los ecuos, pillados en su propia trampa, no pudieron combatir mucho rato y terminaron rindiéndose. Cincinato les dejó irse a cambio de que le entregaran a sus jefes y luego permitió que sus hombres saquearan el campamento enemigo y se quedaran con lo que quisieran como premio.
Su regreso resultó tan triunfal para él como humillante para Minucio Esquilino, que tuvo que renunciar al consulado; aunque no fue la única humillación que hubo porque los líderes ecuos, salvo los tres principales – ejecutados-, tuvieron que pasar por debajo de un yugo sostenido por lanzas para escenificar su sometimiento. Así, dieciséis días después de haber sido investido dictador, Cincinato dio por cumplida su misión, disolvió el improvisado ejército y, pese a que todavía le quedaban casi íntegros cinco meses y medio de mandato, renunció al cargo para volver a su granja, provocando la admiración general. Este episodio tuvo lugar en el año 458 a.C.
Ocho años más tarde dejó efímeramente aquel retiro para ser candidato al decenvirato, una magistratura extraordinaria que revestía de poderes consulares al titular y que, en tiempos del conflicto entre patricios y plebeyos, había sido copiada de los griegos junto a la Ley de las Doce Tablas, ante las denuncias de algunos tribunos de la plebe contra la arbitrariedad de ciertos cónsules.
Sin embargo, Cincinato no fue elegido y tuvo que esperar hasta el 439 a.C. para volver a protagonizar la política de Roma, esta vez enfrentándose no a un peligro exterior sino interior: el golpe de estado de Espurio Melio, del que se decía que quería destruir la república y coronarse rey, para lo cual escondía en su propia casa armas que daría a sus partidarios cuando llegase el momento.
Como en el caso del consulado de Cincinato, probablemente hubiera algo de exageración en esa denuncia de los hechos que dejaron los historiadores de la época. El problema estaba en que Espurio Melio era plebeyo; riquísimo pero plebeyo, algo que la rancia clase dominante romana no podía tolerar. Máxime cuando, estando la ciudad sumida en una grave crisis de subsistencias, con una hambruna que empujaba a mucha gente a arrojarse al Tíber para morir rápido en vez de agónicamente, Melio adquirió trigo a los etruscos y lo vendió a muy bajo precio entre el pueblo, promocionando de paso su candidatura para ser cónsul. Sus opositores, básicamente patricios, consideraron que hacía falta un dictador para superar el trance y Tito Quincio Capitolino Barbado, cónsul a la sazón, corrió a llamar a su primo Cincinato (o hermano, según versiones).
Para entonces ya era un anciano octogenario pero aceptó. Nombró magister equitum a Cayo Servilio Estructo Ahala, un laureado militar al que encargó la detención de Melio la misma noche en que éste iba a hacerse con el poder. Ahala situó a sus hombres en puntos estratégicos de la ciudad, especialmente en el Capitolio y algunas fortalezas, y al amanecer, cuando el pueblo se congregó en el Foro para la toma de posesión, ordenó a Melio comparecer ante el dictador.
El aludido desconfió e intentó buscar refugio entre la muchedumbre reunida pero el magister equitum le persiguió y le dio muerte. Para ello se supone que utilizó un pugio que llevaba escondido bajo la axila (estaba prohibido portar armas durante los actos públicos), aunque hay estudiosos que consideran esto una especie de mito etiológico para explicar el porqué de su cognomen (ahala es una palabra etrusca que significa «axila»).
Cincinato le agradeció sus servicios asegurando que había salvado al Estado y autores posteriores también resaltaron esa acción como patriótica, caso de Cicerón o de Plutarco, quien afirmaba que Servilia, la madre de Marco Junio Bruto (el asesino de Julio César), descendía de él; no parece haber en ello más fundamento que entroncar al personaje con un ilustre tiranicida.
Ahora bien, en aquel momento la muerte de Melio se consideró un crimen y, de hecho, Ahala fue llevado a juicio, librándose de una condena sólo al aceptar irse voluntariamente al exilio. Es interesante reseñar que, según Tito Livio, tres años después un tribuno de la plebe llamado también Espurio Melio exigió la confiscación de las propiedades de Ahala, si bien se rechazó la moción.
En cuanto a Cincinato, una vez más renunció a la dictadura, ya que estaba solventado el problema, y eso le hizo acrecentar su fama de hombre íntegro. Tanto como para que surgieran otras leyendas sobre él, como aquella en la que cuando se procesó a uno de sus hijos por incompetencia en la guerra, le absolvieron porque nadie quería humillar a su padre comunicándole una condena. Falleció en torno al 430 a.C., a punto de cumplir noventa años y no cabe duda de que algo tan raro como un político capaz de renunciar al poder por su propia voluntad merece dar nombre a calles y ciudades.
Fuentes
Los orígenes de Roma (Tito Livio)/Historia antigua de Roma (Dionisio de Halicarnaso)/La república (Marco Tulio Cicerón)/Cincinnatus and the Citizen-Servant Ideal (Michael J. Hillyard)/Historia de Roma (Sergei Ivanovich Kovaliov)/Wikipedia
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