A pesar de que las culturas indias de Norteamérica eran ágrafas, la tradición oral y el contacto con los blancos permitió que hoy sepamos los nombres e historias de muchos de sus jefes y guerreros. Sin embargo, la cosa cambia cuando hablamos de mujeres y, al menos en el ámbito general, apenas conocemos unos pocos nombres, siendo los más conocidos Pocahontas y Lozen. Y si hablamos de mujeres que ostentaran la jefatura de su tribu, menos aún. Así que hoy vamos a fijarnos en una cuyo nombre real se desconoce y fue llamada precisamente así: Bíawacheeitchish, que significa Mujer Jefe.
Como cabe imaginar, apenas hay datos de su infancia y la fuente principal de su vida es la obra The Life and Adventures of James P. Beckwourth: Mountaineer, Scout and Pioneer y Chief of the Crow Nation of Indians, cuyo autor, obviamente, fue James P. Beckwourth. Se trataba de un explorador mulato, hijo de un blanco y una esclava negra, que nació en Virginia entre finales del siglo XVIII y principios del XIX.
Manumitido por su progenitor, marchó al Oeste para ganarse la vida en los oficios típicos de aquel territorio indómito, que él mismo puso en el título del libro, aunque habría que añadir los de cazador, trampero, buscador de oro, tahúr, hotelero, vaquero, comerciante y agente indio. Por cierto, el relato no era de su puño y letra porque no sabía escribir y se lo dictó a Thomas Bonner, un juez de paz itinerante.

En medio de tanto ajetreo, Beckwourth vivió varios años con los indios crow. No fue secuestrado y criado por ellos desde que era pequeño, como decía una leyenda difundida entre los comerciantes de pieles por Caleb Greenwood, un cazador, también virginiano, que debió oír hablar de él no sólo porque estaba casado con una mestiza mitad francesa y mitad crow sino también porque, al fin y al cabo, eran colegas de profesión. En realidad, Beckwourth se había establecido con los crow ya de adulto, casándose con la hija de un jefe, si bien tuvo varias esposas más, una de ellas negra. Los matrimonios entre indias y hombres de la frontera eran frecuentes porque facilitaban las relaciones comerciales.
Pero, aparte de venir bien al negocio, su estancia en la tribu, que casi llegó a una década, le permitió dos cosas: una, alcanzar un estatus privilegiado como cabeza del clan Perro, lo que le llevó a ser jefe de guerra, liderando incursiones contra los enemigos pies negros; otra, conocer personalmente a un personaje tan insólito como la citada Bíawacheeitchish. O eso se cree, ya que se refería a ella como Bar-Chee-am-PE o Pine Leaf (Hoja de Pino) aunque casi con seguridad eran la misma persona.
Fue en la los años veinte decimonónicos y el relato de Beckwourth peca de exagerado en casi todo, según opinan los expertos actuales, pues atribuye a aquella mujer la promesa de matar cien enemigos antes de casarse e incluso asegura que tuvo un romance con ella con boda incluida, si bien únicamente duraría cinco semanas porque él se fue. Un historiador especialista en el tema, Bernard DeVoto, dijo en 1931 que la versión de Beckwourth es fiable salvo cuando habla de cantidades, de dicho romance y de su propia importancia.

Así que yendo a los datos más consensuados, tenemos a una niña nacida en torno a 1806 en algún lugar de la parte septentrional de lo que luego sería el estado de Montana. Se desconoce qué nombre le pusieron sus padres, que pertenecían al pueblo gros ventre (barriga grande), denominación francesa de los indígenas que también eran conocidos como atsinas (aunque este término está en desuso porque es la palabra despectiva que les dieron los pies negros); ellos se llamaban a sí mismos A’ani o A’aninin, cuyo significado es pueblo arcilla blanca. No tuvieron contacto con los blancos hasta 1754 y en la época en que nació la protagonista de este artículo tampoco tenían la mejor relación con ellos porque proporcionaban armas a a sus mortales enemigos, los cree y assiniboine.
Asimismo, eran adversarios de los crow y fueron éstos precisamente quienes se la llevaron prisionera cuando tenía unos diez años, tras una incursión en su campamento. Era una costumbre bastante habitual entre los indios de Norteamérica el adoptar a los niños capturados al rival y educarlos como si fueran propios, por lo que pasó a ser ahijada de un guerrero (cristianizado, según una improbable versión) que había perdido a sus hijos en la guerra. Él, viendo sus inclinaciones, la educó igual que a los varones, enseñándola a montar a caballo, tirar con arco y cazar bisontes, por lo que terminó siendo tan diestra como cualquier guerrero y al fallecer su progenitor quedó como líder de su clan.
No era rara esa conducta por la que un individuo asumía los patrones de conducta de ambos sexos; los españoles dejaron testimonio de varios casos. De hecho, hoy en día se los denomina con la expresión ojibwa dos espíritus (o espíritu retorcido, según la traducción) para marcar esa diferencia, aunque cada tribu tenía su propia terminología; los zapotecas de Oaxaca (México), por ejemplo, usaban la palabra muxe. Un dos espíritus podía combatir y practicar ceremonias exclusivamente masculinas como la sauna de purificación, a la par que realizar tareas propias de mujeres como cocinar, mientras que las dos espíritus hacían lo mismo pero a la inversa.

Todo esto era un reflejo de la diferente concepción india, extendida por todo el continente, de los roles sociales de sexo; de hecho, la mayoría no reconocían sólo dos sino hasta cuatro: masculino, femenino, masculino-femenino y femenino-masculino. En teoría los dos espíritus eran respetados pero también temidos, de ahí que en determinadas circunstancias acabaran siendo asesinados. Lo normal era que ejercieran de hechiceros y curanderos, entre otras funciones análogas (adivinos, casamenteros, bardos…), aunque las mujeres dos espíritus veían ampliado su campo al de la acción e incluso a la jefatura, como en el caso que nos ocupa. Asimismo, se les atribuían poderes visionarios y el mejor ejemplo sería la apache chiricahua Lozen, hermana del célebre Victorio e incondicional de Gerónimo.
Beckwourth incluso menciona a otras dos guerreras: Biliíche Héeleelash y Akkeekaahuush, y sabemos de más en otras tribus. Pero Bíawacheeitchish añadía el ser jefa (bacheeítche), tal como indicaba su nuevo nombre. Y como tal, encabezaba a su gente cuando iba a la guerra y hasta lideraba personalmente una partida de guerreros con los que se enfrentó repetidas veces a los pies negros, siendo la más renombrada una en que atacó el fortín de Swartfotten, donde se habían refugiado junto a colonos blancos.
Robaba caballos, luchaba cuerpo a cuerpo si era necesario y practicaba el escalpado, como cualquiera de los suyos. Adquirió prestigio suficiente como para ser admitida en el consejo de jefes, en el que alcanzó el tercer puesto entre los ciento sesenta representantes masculinos.

Bíawacheeitchish, decíamos antes, conservó su atuendo de mujer pero tomó cuatro esposas, lo que además de resultar significativo desde un punto de vista sexual lo sería también desde el socioeconómico, ya que sólo alguien que hubiera logrado cierto nivel de riqueza podía permitirse ese gasto. No es de extrañar que circularan leyendas sobre ella y su clan, comparándola con la reina de las amazonas. Fue cosa de otros blancos que la conocieron, pues además del mencionado James Beckwourth, también tuvo contacto con ella Edwin Thompson Denig, un comerciante de pieles que, al ser hijo de un médico, tenía cierta formación y solía ayudar a los científicos a recoger especímenes para el Smithsonian Institute.
A partir de 1851, atendiendo una petición del padre Pierre-Jean De Smet (un jesuita belga que ejercía de misionero entre los indios de la frontera entre EEUU y Canadá), Denig empezó a tomar notas sobre las costumbres y vida cotidiana de las tribus indias. Esa documentación etnográfica no sólo le fue útil al sacerdote sino también al famoso geógrafo y etnólogo Henry Schoolcraft y a su mismo recuerdo, pues se publicó en 1930 con el título Tribus indias de Missouri. Para entonces, Denig llevaba setenta y dos años muerto, aunque dejó abundante descendencia con sus tres esposas indígenas. Su trabajo no es fiable al cien por cien, dicen los críticos, pero proporciona importantes detalles sobre Bíawacheeitchish.
En 1868 sería precisamente Pierre-Jean de Semet quien convenciera a Toro Sentado para que aceptara negociar la paz con el gobierno de EEUU y poner fin a la guerra entre blancos e indios. Se plasmó en el Tratado de Fort Laramie, que era el segundo con ese nombre. El primero fue firmado el 17 de septiembre de 1851 y significaba el fin de las hostilidades originadas por la invasión de los territorios indios que llevaron a cabo oleadas de inmigrantes deseosos de empezar una nueva vida como colonos más los muchos aventureros que tenían que atravesar las Grandes Llanuras para llegar a California, atraídos por la Fiebre del Oro de 1848. El ejecutivo estadounidense pactó con las naciones indias sioux, cheyenne, arapaho, crow, assiniboine, hidatsa, mandan y arikara.

Entre quienes se decantaron por deponer las armas estaba Bíawacheeitchish, que representó a los crow en las negociaciones. O, al menos, a parte de ellos, pues no todos aceptaron de buen grado a pesar de que el tratado reconocía el derecho de las tribus sobre sus territorios a cambio de garantizar un paso seguro entre este y oeste, el llamado Oregon Trail (Sendero de Oregón). Lo cierto es que dicho acuerdo se incumplió desde el primer momento por ambas partes.
Por un lado, comanches y kiowas se negaron a presentarse siquiera al encuentro frente al gobierno, que erróneamente consideraba que había firmado con los indios en general, sin distinguir entre unos y otros. Por otro, el ejército se vio impotente para detener el flujo de colonos y mineros (más aún desde 1858, tras el nuevo descubrimiento de oro en Kansas y Nebraska, en la conocida como Fiebre de Pike’s Pike).
En ese contexto, hubo enfrentamientos internos entre los indios. Lakotas y cheyennes se unieron contra los crows y la mujer jefe se dirigía a Fort Union para conseguir un arreglo definitivo cuando cayó en una emboscada y perdió la vida. Era el año 1854 y la trágica paradoja estaba en que la mataron guerreros gros ventres, es decir, de su pueblo de nacimiento.
FUENTES
James Pierson Beckwourth, The life and adventures of James P. Beckwourth
Edwin Thompson Denig, Five Indian Tribes at the Upper Missouri
Gretchen M. Bataille, Laurie Lisa, eds, Native american women. A biographical dictionary
Harlan Pruden, Se-Ah-dom Edmo, Two-Spirit people. Sex, gender & sexuality in historic and contemporary Native America
Wikipedia, Woman Chief
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