Quien más quien menos, casi todo el mundo habrá oído hablar de Daniel Defoe o, como mínimo, de su obra más célebre: La vida y sorprendentes aventuras de Robinson Crusoe, marinero de York. Pero novelas aparte, Defoe también escribió ensayos sociales y políticos. Entre estos últimos figuró uno muy crítico, tan mal recibido por las autoridades que le condenaron a la picota. Antes de sufrir ese castigo tuvo tiempo de difundir un poema que enardeció al pueblo y llevó a éste a arrojarle flores en vez de humillarle, como era costumbre. Fue su A hymn to the pillory, es decir, Un himno a la picota.
Defoe nació en Londres en una fecha incierta que estaría entre 1659 y 1662. Era hijo de James Foe, un hombre dedicado a vender sebo de las carnicerías para hacer velas. Al parecer, se trataba de un oficio bastante rentable, aún cuando la familia (donde faltaba la madre, fallecida cuando él tenía diez años) no estaba bien vista socialmente porque practicaban la fe presbiteriana, muy diferente a la anglicana al oponerse a la interferencia del Estado en la Iglesia.
Por eso, aunque se educó en un internado religioso, a los catorce años pasó a una escuela de esa religión, a pesar de que el gobierno empezó a perseguir a los presbiterianos.

Para redondear la dureza de esa juventud, Defoe vivió algunos de los episodios más traumáticos de la ciudad en aquel siglo, como la terrible epidemia de peste negra de 1665 o el Gran Incendio del año siguiente, que sólo dejó un par de casas en pie en el barrio donde vivía y una de ellas fue precisamente la suya. A pesar de tantas adversidades, el negocio de su padre era próspero y el hijo aprendió lo suficiente como para lanzarse también al mundo del comercio, aunque no centrándose en una sola rama sino en varias: calcetería, lanas, vinos, perfumería…
La adquisición de una casa de campo le sumió en deudas que le llevaron a la cárcel, pero todo pareció en vías de solución cuando en 1684 contrajo matrimonio con Mary Tuffley, hija de un acaudalado mercader que entregó como dote una considerable suma. Sin embargo, el matrimonio engendró ocho hijos (si bien únicamente sobrevivieron dos), lo que volvió a traer dificultades económicas, agravadas por el apoyo que Defoe brindó a la rebelión del duque de Mommouth contra el rey Jacobo II por el catolicismo que profesaba éste. Los rebeldes fueron derrotados en Sedgemoor en 1685 y Defoe sólo pudo librarse de una larga condena gracias al indulto que le consiguió un amigo, el juez George Jeffreys.
Jacobo II fue derrocado en 1688 por la llamada Revolución Gloriosa y le sucedió el protestante Guillermo de Orange-Nassau, que subió al trono como III de Inglaterra y II de Escocia. Defoe se puso a su servicio como agente e informador, pero el inevitable conflicto con la católica Francia supuso un revés para sus negocios.

Volvió a endeudarse y en 1692 tuvo que declararse en bancarrota, pasando otra vez por prisión. Al salir decidió alejarse un tiempo y se fue a Escocia primero y a Europa después, viajando por Portugal y España para importar vinos. Retornó a Inglaterra en 1695 para asumir el puesto de comisario de impuestos sobre el vidrio, razón por la cual alteró su apellido añadiéndole el «De» para hacerlo más pomposo. Ese nuevo estatus le permitió empezar de nuevo y al año siguiente se le nombró director de una fábrica de azulejos y ladrillos.
Es a partir de ese momento cuando aparece el Daniel Defoe escritor. Eso sí, acorde a su activa militancia política, no empezó con la literatura sino con panfletos propagandísticos. El primero que hizo, en 1697, se titulaba An essay upon projects (Un ensayo sobre proyectos), una serie de propuestas para la mejora social y económica.
En 1701 publicó su poema más famoso, The true-born englishman, donde en tono satírico defendía al rey de los ataques que recibía por no ser inglés y se burlaba de la xenofobia cultural del país, recordando que éste se había formado con extranjeros invasores como anglos, sajones y normandos, entre otros.

Pero en 1702 las cosas cambiaron. Guillermo III falleció y fue sucedido por la reina Ana, que unificó los reinos de Inglaterra y Escocia en un único estado denominado Gran Bretaña (a la que había que sumar Irlanda). La nueva soberana, educada en el anglicanismo, mostró desde el principio un claro favoritismo hacia los tories, los conservadores, que eran los que estaban más cerca de esa fe frente a los whigs, más liberales y cercanos al protestantismo y, por tanto, al presbiterianismo que profesaba Defoe. Éste se unió a los dissenters (disidentes), nombre que se daba a los descontentos con esa política, y en diciembre de 1702 publicó un panfleto, titulado The shortest-way with the Dissenters; Or, proposals for the establishment of the Church, que abrió la caja de los truenos.
Traducible como El camino más corto con los disidentes; O bien, propuestas para el establecimiento de la Iglesia, en sus veintinueve satíricas páginas se burlaba de los tories al imitar el estilo de los sermones que éstos hacían contra la oposición, presentándolos como unos fanáticos, si bien tampoco los disidentes se libraban de pullas por su actitud estática. Aunque Defoe lo publicó anónimamente, no tardó en averiguarse su autoría y el secretario de estado dictó una orden de detención contra él, acusándolo de haber escrito un libelo sedicioso.
En mayo de 1703 fue encarcelado y procesado por el juez Salathiel Lovell, que tenía fama de ser tan corrupto como sádico; de hecho, el año anterior el propio Defoe le había dedicado unos versos nada aduladores en su obra Reformation of Manners, a satyr. Textualmente: «Él comercia con la Justicia y las almas de los hombres/Y las prostituye por igual a Gain».

El magistrado, pues, ya tenía motivos previos para no simpatizar precisamente con el acusado y le sancionó con una multa desmesurada de doscientos marcos, condenándole a prisión indefinida hasta que la abonara. Eso significaba cadena perpetua porque Defoe no tenía recursos para afrontar ese pago. Pero, además, Lovell le impuso pasar tres días en la picota, un castigo humillante porque el reo, además de tener que soportar las molestias físicas de permanecer inmovilizado de cabeza, pies y manos en un sitio público (con calambres, cansancio y la acción de la meteorología), solía ser objeto de las burlas de la gente, que le arrojaba barro, fruta podrida, animales muertos, excrementos, etc.
Ocasionalmente, a alguno se le iba la mano y lanzaba piedras, hiriendo al convicto o, a veces, incluso matándolo. Inglaterra aboliría la picota en 1837, cinco años después que Francia; en España la suprimieron las Cortes de Cádiz, aunque Fernando VII la restableció, y en EEUU permaneció vigente hasta el siglo XX.
El caso es que, mientras esperaba en su celda que se le aplicase la pena, Defoe plasmó su sentimiento respecto a lo que le esperaba en un poema titulado A hymn to the pillory (Un himno a la picota). Sus versos más famosos rezaban así:
Justice with change of int’rest learns to bow,
and what was merit once, is murther now:
actions receive their tincture from the Times,
And as they change are vertues made or crimes.
Thou art the state-trap of the Law,
but neither can keep knaves, nor honest men in awe;
these are too hard’nd in offence,
and those upheld by innocence.
Algunas editoriales españolas lo han traducido y publicado. Ésta es la versión en rima de una de ellas:
Aprende la justicia a adaptarse al interés
y lo que ayer fue mérito, hoy delito es:
las acciones dependen del color de los tiempos,
y son virtud o crimen según les venga el viento.
Tú, que la trampa eres de la ley y el estado
ni acabas con el malo ni asustas al honrado;
el uno está curtido por la ofensa,
al otro lo protege su Inocencia.
El poema lo distribuyeron sus amigos y pronto las estrofas corrieron de boca en boca con un efecto tan sorprendente como inaudito: una vez puesto en la picota, quienes se acercaron a Defoe no sólo no hicieron escarnio de él sino que le arrojaron flores en vez basura y, además, se brindaba a su salud en las tabernas. Al menos es lo que cuenta la leyenda, que muchos historiadores cuestionan.
John Robert Moore, autor de un estudio sobre el escritor, dijo que «ningún hombre en Inglaterra, excepto Defoe, estuvo en la picota y luego se hizo famoso entre sus semejantes». Claro que Moore es considerado un apologeta, hasta el punto de atribuir al literato algunas obras de autoría bastante dudosa, como A general history of the robberies and murder of the most notorious pyrates y el Diario de Robert Drury (un famoso náufrago cuyo diario fue publicado por el mismo editor de Defoe).

Tras su paso por la picota, Daniel Defoe ingresó en la temible prisión londinense de Newgate, la misma en la que penaron Sir Thomas Mallory (autor de La muerte de Arturo) y el pirata William Kidd, y por la que pasarían luego Giacomo Casanova y Oscar Wilde, entre otros. Robert Harley, primer conde de Oxford y líder torie, consiguió su libertad asumiendo las deudas, pero a cambio de que el otro trabajase para él como espía.
La liberación coincidió prácticamente con la Gran Tormenta, un ciclón que arrasó el sur de Inglaterra matando a miles de personas, que el escritor narró en su obra The storm, considerada un precedente del periodismo moderno al reflejar el testimonio de testigos. De hecho, poco después fundó el periódico A Review of the Affairs of France, dedicado a hacer panegíricos de su benefactor.
Seguiría cumpliendo su obligación de apoyar a los tories hasta la muerte de la reina Ana, en que pasó a defender a los whigs. No abandonó pues su interés por la política, pero en 1719 se lanzó a la literatura de creación con su personaje más exitoso, Robinson Crusoe, al que siguieron otras novelas bastante populares también como La vida del capitán Singleton o Fortunas y adversidades de la famosa Moll Flanders. Falleció en 1731, probablemente de un derrame cerebral y, de nuevo, acosado por acreedores.
FUENTES
John Richetti, The life of Daniel Defoe
Paula B. Backscheider, Daniel Defoe. Ambition and innovation
Daniel Defoe, The shortest way with the Dissenters
Daniel Defoe, A hymn to the pillory
Daniel Defoe, Himno a la picota
Wikipedia, Daniel Defoe
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