Los hemos visto conducir grandes rebaños de estado en estado, combatir a los indios, defender la diligencia de bandoleros, batirse en duelos e incluso luchar contra extraterrestres, pero hay algo más que los cowboys también pueden apuntar en su currículum: descubrir restos de utillaje lítico fundamentales para la paleoantropología americana. Ocurrió en 1908 y el asunto resulta doblemente llamativo porque, encima, el vaquero protagonista de esos hechos era afroamericano. Se llamaba George McJunkin.

Folsom Site es el lugar de Nuevo México donde tuvo lugar el hallazgo, un pequeño cañón situado a unos trece kilómetros de Folsom, que es una minúscula aldea del condado de Union bautizada así en honor de Frances Folsom, esposa del presidente Grover Cleveland y primera dama de EEUU en dos etapas: la primera entre 1886 y 1889, y la segunda de 1893 a 1897.

Obviamente, se trata de una localidad joven, fundada en 1888 para sustituir a la vecina Madison, que se había quedado un tanto alejada de la nueva línea férrea y acabó convertida en un pueblo fantasma.

Folsom Site, el lugar del descubrimiento/Imagen: Denver museum of Nature and Science

Hoy en día apenas supera el medio centenar de habitantes, lo que resulta curioso porque el lugar estuvo poblado en la prehistoria. En las últimas fases del Pleistoceno, unos 8.000 o 9.000 años antes de Cristo, el paisaje era muy diferente y en vez de desierto había una zona pantanosa, resultado de los últimos embates glaciares, que servía a los paleoindios como cazadero, al quedar sus presas inmovilizadas en el cieno y ser así más fáciles de cazar. Entre esas presas no faltaban mamuts, pero los que se llevarían el protagonismo, como veremos, fueron los bisontes.

En el siglo XIX, el sitio seguía siendo interesante para los cazadores comanches, ute y apaches jacarilla. Sin embargo, ese modo de vida se había acabado ya cuando empezó el XX y en aquellos antiguos pantanos, convertidos ahora en pastos ganaderos, se alzaba el Rancho Crowfoot, al que llegó un solitario y nómada cowboy en busca de empleo.

Tenía experiencia sobrada, puesto que había trabajado en otros, tanto en aquel estado como en Colorado y Texas, siendo un apreciado domador de caballos salvajes y un experto cazador de bisontes que, como los indios, se había visto forzado a una reconversión laboral cuando esos mamíferos prácticamente desaparecieron de las praderas de EEUU.

Cráneos de bisonte apilados para su uso como fertilizantes en el último cuarto del siglo XIX/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Se trataba del mencionado George McJunkin, alias Nigger George porque era de origen africano, hijo de un matrimonio de esclavos de la texana ciudad de Midway. Nacido entre 1851 y 1856, no era aún mayor de edad cuando la victoria de la Unión en la Guerra de Secesión le supuso la libertad pero, a la vez, la necesidad de buscar un modo de ganarse la vida, puesto que no le atraía la herrería de su padre. Sus primeras ocupaciones fueron de estibador y de vaquero, siendo en éste donde sus compañeros aprovecharon las largas jornadas al aire libre y las veladas en torno a la hoguera para enseñarle a leer y escribir. De hecho, no fue lo único que aprendió de ellos, pues algunos eran mexicanos y consiguieron que hablara español y tocase la guitarra; hasta el violín, según dicen.

McJunkin pasó a ser un autodidacta, interesándose por el estudio de la historia y, dentro de ésta, por la arqueología y la paleoantropología, que en aquellos tiempos daban sus primeros pasos científicos propiamente dichos. Además, coleccionaba especímenes y fósiles. Por eso era la persona perfecta para estar en el lugar adecuado en 1868, cuando llegó a Nuevo México por primera vez para incorporarse al Rancho Thomas Owens Pitchfork.

Fue en esa época cuando alternó su trabajo en varios ranchos con la caza del bisonte; también entonces había conseguido fama como lazador y en la monta de rodeo con y sin silla, ese tipo de habilidades que hoy sobreviven como espectáculos folklóricos.

El paisaje de Folsom inundado/Imagen: Lubbock Lake Landmark

Y es que, cuarenta años más tarde, el del Far-West había pasado a ser un mundo prácticamente agonizante. Es cierto que algunos bandoleros como Butch Cassidy se resistían a abandonar una actividad casi romántica al margen de la ley, pero eran casi dinosaurios en vías de extinción que en pocos años serían desplazados por una nueva hornada de criminales motorizados, tipo Dillinger o Bonnie y Clyde.

Ya no había guerras entre ganaderos y agricultores -en todo caso las había con petroleros, aunque incruentas- y los indios no suponían una amenaza para la expansión del país, que ahora buscaba nuevos horizontes fuera de sus fronteras. La vida en un rancho sólo podía ser amenazada por la furia de la naturaleza y eso fue lo que ocurrió en 1908 en el mencionado Crowfoot Ranch, donde George se había asentado.

En efecto, aquel 27 de agosto las lluvias fueron tan intensas que provocaron graves inundaciones. Resulta curioso porque lo mismo pasó en muchos otros rincones del mundo: a miles de kilómetros de allí también quedaron anegadas Moscú y la ciudad india de Haiderabad (y, unos meses antes, Málaga). Sólo en Folsom murieron dieciocho personas, una de las cuales se convirtió en heroína local: Sally J. Rooke, una operadora de teléfono que no quiso abandonar su puesto en la centralita para ayudar a la gente y terminó engullida por las aguas. Sally es uno de los vástagos predilectos del pueblo; el otro es George.

Puntas Folsom de Blackwater Draw, Nuevo México/Imagen: SeriouslySerious en Wikimedia Commons

Para entonces había alcanzado el cargo de capataz y, al descender el nivel, realizó una batida por las tierras del rancho con el fin de evaluar los daños y reparar las vallas. En ello estaba cuando, en un pequeño cañón llamado Wilde Horse Arroyo, se percató de que el terreno ablandado y aún húmedo había permitido aflorar al exterior unos huesos.

Había cazado muchos bisontes en su vida como para no reconocer inmediatamente sus osamentas; pero aquéllas tenían algo especial, un tamaño bastante superior al acostumbrado. Y George también había leído lo suficiente de geología y paleontología como para percatarse de que se trataba del esqueleto de un bóvido prehistórico, no sólo por sus dimensiones sino también por la profundidad a la que había estado enterrado.

Lo que a él le parecía un descubrimiento interesante no lo fue tanto para la comunidad científica, que una vez más pecó de exceso de prudencia -o de soberbia- e ignoró sus avisos hasta 1918, en que George logró llevar hasta allí a Ivan Shoemaker, el hijo adolescente del dueño del rancho. Juntos excavaron en los depósitos ribereños del cañón y encontraron más huesos, que sumaron un total de veintitrés bisontes. Eso atrajo a otros vecinos como el naturalista local Carl Schwachheim y el banquero Fred Howarth, que recogieron muestras y las mandaron al Museo de Historia Natural de Denver.

El Folsom Point entre las costillas del bisonte/Imagen: Denver museum of Nature and Science

Y entonces sí, la situación dio un giro porque esa institución envió a un paleontólogo, Harold Cook, para dirigir una excavación metodológica. El resultado de aquellos trabajos cambió radicalmente algunos conceptos erróneos que se manejaban hasta la fecha, especialmente cuando en 1926, acompañado del arqueólogo Jesse Dade Figgins, director del Museo de Historia Natural de Colorado, encontró la punta de una azagaya de sílex. Lamentablemente estaba rota y con el entorno alterado por las mulas, lo que dificultaba demostrar que tuviera la antigüedad que prometía. Pero al año siguiente hallaron otra completa entre las costillas de un bisonte exhumado.

Esta pieza, hoy conocida como Folsom Point, demostraba que la anterior no era una falsificación ni algo descartable por una defectuosa excavación, que era en lo que insistían algunos escépticos como Aleš Hrdlička, antropólogo de origen checo que dirigía el Museo Nacional de Historia Natural de EEUU (actual Smithsonian Institute).

Y es que el hecho de que la punta estuviera en el interior del costillar de un bisonte prehistórico, en su contexto cronológico, permitía datarla en torno a 10.000 años a.C., ya que fue entonces, en la etapa final de la Edad del Hielo, cuando esa especie se extinguió. A su vez, eso demostraba que hubo humanos en Norteamérica entre cuatro y seis milenios antes del año 3000 a.C. manejado hasta entonces.

Mapa de las primeras migraciones humanas; las cifras son miles de años atrás/Imagen: Dbachmann en Wikimedia Commons

Folsom Site, nombre con que se bautizó el yacimiento, era el hábitat de una cultura paleoindia derivada probablemente de la Clovis y a la que Figgins denominó Tradición Folsom. Se extendía por buena parte de América del Norte, hallándose restos de utillaje lítico en sitios tan distantes como Wyoming o Colorado.

Por supuesto, el modelo emblemático de dicho utillaje son las puntas Folsom, iguales a aquella primigenia encontrada por George McJunkin y caracterizadas por su trabajo bifacial simétrico, su muesca inferior cóncava y su estriado, que facilitaba aplicarlas a armas arrojadizas o a cuchillos.

Por cierto, George no pudo ver la corroboración de su hallazgo por el de Figgins porque murió en 1922 pero, a pesar de todo, ha pasado a la posteridad. No está mal para un viejo vaquero, afroamericano y ex-esclavo, que se esforzó en aprender y formarse por su cuenta.



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