El 7 de octubre de 1870 se produjo uno de esos pequeños episodios anecdóticos que tachonan la Historia enmarcados en otros más grandes. Un globo aerostático de hidrógeno, bautizado con el nombre de Armand-Barbès, soltaba amarras en París y se elevaba para dejar la ciudad en dirección a Tours llevando a bordo un insólito pasajero: nada menos que Léon Michel Gambetta, ministro de Interior y de Guerra en el Gobierno de Defensa Nacional, que se había improvisado para afrontar la caída del Segundo Imperio Francés tras la derrota de Sedán ante los prusianos, que ahora habían puesto sitio a la capital.
Gambetta, de ascendencia italiana -era hijo de emigrantes genoveses-, había renunciado a la carrera eclesiástica que deseaban sus padres para licenciarse en Derecho, trabajando de abogado y periodista -él mismo fundó el periódico La Revue Politique-.
Masón y republicano, cuando consiguió un acta de diputado no podía sino situarse en la oposición a Napoleón III, defendiendo el sufragio universal, la supresión de la nobleza, la separación Iglesia-Estado y la adopción de medidas socioeconómicas para solucionar la pobreza que afectaba a buena parte de la población francesa.
El 19 de julio de 1870 estalló la Guerra Franco-Prusiana, causada por el creciente expansionismo del Reino de Prusia asimilando territorios germanos uno tras otro, en lo que constituía un proceso de unificación. Rompía el estatus quo pactado en el Congreso de Viena de 1815 y ponía en peligro la primacía que Francia mantenía hasta entonces en el continente gracias a su papel victorioso en la Guerra de Crimea y a la intervención en Italia, también triunfante, ayudando al Reino de Cerdeña-Piamonte. La mecha que prendió la contienda fue la negativa francesa a aceptar la candidatura de Leopoldo de Hohenzollern al trono español, vacante desde la Revolución de 1868, que Bismarck consideró una ofensa para azuzar astutamente el nacionalismo teutón.
El conflicto supuso un desastre para los galos, cuyo ejército fue rotundamente derrotado en las batallas de Gravelotte y Sedán. Esta última resultó definitiva porque el propio Napoleón III cayó prisionero, lo que significaba la caída de su régimen y la proclamación de la Tercera República. El 9 de septiembre, en el parisino Hôtel de Ville, se constituyó entonces el citado Gobierno de Defensa Nacional. Incluía algunos políticos prestigiosos bajo la dirección del general Louis Jules Trochu, un veterano de Argelia e Italia que había caído en desgracia durante el imperio por ser orleanista, negándosele un destino en la guerra. Trochu fue nombrado gobernador de París con la misión de defenderla ante el avance de las tropas del general Helmuth von Moltke.
Gambetta, que había sido de los pocos que se manifestaron en contra de la guerra, aceptó luego que el país se había visto abocado a ella sin quererlo y adoptó una postura patriótica, asumiendo el liderazgo para deponer al emperador y proclamar el nuevo régimen republicano. Como ministro de Interior aconsejó a aquel gabinete de circunstancias que saliera cuanto antes de París y se instalara en alguna ciudad provincial. La elegida fue Tours pero, a pesar de que el peligro en esos momentos eran los prusianos, persistía el temor a una revolución, así que él decidió quedarse en la capital para prevenirlo.
Y, en efecto, dos columnas enemigas marchaban hacia allí imparables. Una era el Tercer Ejército, dirigido personalmente por el mismísimo rey Guillermo I, que había ascendido al trono en 1861 tras fallecer su hermano sin dejar heredero y tuvo el buen ojo de dejar las riendas de gobierno -y de la unificación- en manos del canciller Otto von Bismarck.
Eso sí, llevaba a su lado a Moltke, jefe de Estado Mayor, artífice de las victorias sobre Dinamarca y Austria (en 1865 y 1866 respectivamente), por la posesión del ducado de Schleswig. El otro ejército, el Cuarto o del Mosa, lo mandaba el príncipe heredero Alberto de Sajonia, experimentado militar que había demostrado su pericia en Sedán. Juntos sumaban casi un cuarto de millón de hombres.
Por su parte, Trochu contaba para defender París con una amalgama de efectivos diversos, entre los soldados que lograron escapar de Sedán, reservas, infantes de marina y, sobre todo, guardias nacionales; en total, algo más de medio millón de combatientes, aunque la mayoría carecían de entrenamiento militar, ya que se había dispuesto una movilización general. También disponía de dos millares y medio de cañones, al igual que de un sistema de fortificaciones, denominado el Muro de Thiers (en alusión al ministro que había ordenado su construcción treinta años antes, durante el reinado de Luis Felipe de Orleáns), que cubría un perímetro de 33 kilómetros y estaba reforzado por 16 fortines, 94 baluartes, fosos, etc.
El 15 de septiembre los prusianos llegaron a la capital y empezaron a preparar el zafarrancho de asedio, cortando la línea férrea que unía la ciudad con Orléans y ocupando Versalles, donde se estableció el cuartel general. El mando de las operaciones se confió al general Leonhard Graf von Blumenthal, otro veterano de las contiendas reseñadas antes y cuya acertada actuación en la Batalla de Königgrätz dio el triunfo al príncipe Federico III. Fue el primero en negarse a la orden de Bismarck de bombardear París para obtener una victoria rápida.
Von Blumenthal, como Moltke, consideraban que eso iba contra las leyes bélicas y mataría a miles de civiles, volviendo radicalmente en contra de los germanos la opinión del resto del mundo. También arguyó razones tácticas: era preferible desgastar a las tropas francesas y dejarlas incapacitadas para la posguerra, ahorrando de paso bajas propias. Guillermo I aprobó ese punto de vista y París se vio abocada a sufrir un asedio.
De esa forma, Trochu se quedaba sin poder aprovechar la ventaja de sus defensas y tuvo que pasar al ataque, tomando con éxito Châtillon y Le Bourget a finales de octubre. Fue entonces cuando Gambetta escapó en globo -el único medio que había para comunicarse con el exterior junto con las palomas mensajeras-, y tras un vuelo de 200 kilómetros alcanzó Tours, donde demostró su buen hacer organizando un ejército de socorro.
Antes, sin embargo, los galos volvieron a perder esas plazas y esa noticia, junto con la de la caída de Metz, cayó como una losa; las tropas reunidas por Gambetta ya no serían útiles.
Para intentar compensar la negativa tendencia, Trochu ordenó el 30 de noviembre una nueva salida, capturando Champigny, Créteil y Villiers pero los prusianos las recuperaron dos días más tarde. El 19 de enero se hizo un último intento por romper el bloqueo en Rueil-Malmaison y fracasó. Trochu dimitió y fue sustituido por el general Joseph Vinoy.
Entonces cambió la situación pero no por el nuevo comandante en jefe sino por el cambio de táctica prusiano. El asedio entraba ya en su cuarto mes y aunque los defensores empezaban a pasar hambre, la llegada del invierno amenazaba con crear problemas también a los sitiadores en lo referente a mantener el flujo necesario de suministros y víveres.
Asimismo, Bismarck manifestó al rey su preocupación por el surgimiento en Prusia de una posible corriente de opinión contraria a la guerra o el efecto que ésta pudiera provocar en la economía nacional si se prolongaba mucho más. Todo ello, sin contar que si no había ya una derrota de los franceses éstos podrían reorganizarse o incluso pedir a las otras potencias que intervinieran a cambio de renunciar a la república en favor de una monarquía, como proponía Thiers.
Ello llevó a que la artillería Krupp de gran calibre entrara en acción, haciendo lo que antes no se había querido: bombardear París. Miles de proyectiles cayeron sobre la capital agravando la ya de por sí extrema situación, pues se habían acabado las provisiones y los animales pasaron a ser comida, desde los domésticos a los callejeros pasando incluso por los del zoo.
Dado que no había posibilidad de socorro, el 23 de enero se iniciaron las negociaciones entre ambas partes, que duraron cuatro días y llevaron personalmente en Versalles el vicepresidente Jules Favre y Bismarck. Favre, que junto a Gambetta y Thiers se había destacado inicialmente por su oposición a la guerra y fue uno de los responsables directos de la destitución de Napoleón III, había declarado en septiembre que «no le daría a Alemania una pulgada de territorio ni una simple piedra de fortaleza»; a la hora de la verdad, las cosas resultaron muy diferentes. Entre otras cosas, porque el propio Favre no las tenía todas consigo y pensaba que la Guardia Nacional podría no aceptar una capitulación, sublevándose. El maquiavélico Bismarck le sugirió precisamente eso: provocar una insurrección mientras aún tuviera ejército para poder reprimirla.
Al final, las tropas regulares francesas fueron desarmadas, los fuertes del perímetro se entregaron al enemigo y, así, París se rindió oficialmente el 28 de enero de 1871. Se comprometía al pago de 200 millones de francos de indemnización a cambio de una suspensión de hostilidades, al menos hasta finales de febrero, y la autorización de los sitiadores para que entraran en la ciudad convoyes de alimentos organizados por Gran Bretaña y EEUU (cuyo embajador había permanecido en su puesto tratando de alcanzar un acuerdo entre ambas partes y socorriendo a los parisinos de origen alemán). El 1 de marzo, las tropas germanas entraron en la capital pero se retiraron a acampar al extrarradio para evitar incidentes (momento en que los parisinos fregaron simbólicamente las calles).
Por el consiguiente Tratado de Frankfurt, firmado en mayo por Bismarck y Thiers, Francia tuvo que ceder Alsacia, Lorena y Los Vosgos, además de pagar 5.000 millones de francos de oro en un plazo de tres años, tiempo durante el cual las tropas germanas permanecerían en territorio francés para garantizar la entrega del dinero (que se hizo en ese período). Moltke y Blumenthal ascendieron a mariscales y Guillermo I fue proclamado káiser (emperador) del nuevo Imperio Alemán incluso antes de acabar el asedio (el 18 de enero), consumándose por fin la unificación de los territorios germanos por la que Bismarck encendió la guerra. La proclamación del káiser y del Imperio tuvieron lugar en la Galería de los Espejos del palacio de Versalles.
Mientras, tal como temía Favre, el vacío de poder en París y la noticia de la capitulación incitaron a la Guardia Nacional a un levantamiento que apoyaron obreros, socialistas, anarquistas… en realidad un pueblo que se negaba a aceptar la situación tras ser arrastrado a una guerra que no deseaba por quienes ahora se rendían y sospechando que se fraguaba una restauración monárquica.
Fue lo que se conoce como La Comuna, considerada la primera revolución proletaria propiamente dicha, aunque buena parte de las radicales medidas adoptadas obedecían a la necesidad de salir de la miseria y el hambre causadas por el asedio. Pero ésa es ya otra historia.
Fuentes
La Europa remodelada 1848-1878 (J.A.S. Grenville)/Bismarck (Pedro Voltes)/La Comuna de París (Karl Marx)/The fall of Paris. The siege and the Commune 1870–71 (Alistair Horne)/The Franco-Prussian War: The german invasion of France 1870–1871 (Michael Howard)/Wikipedia
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